Robin
Hood se encontraba en su lecho de dolor. Sabiendo que su vida estaba pronta a
concluir, le pidió al Pequeño John que le pasara su arco y una flecha de su
aljaba. Montó el arco, y la flecha salió disparada fuera de la ventana, hacia
la dulzura de los campos al atardecer. Luego le pidió a su fiel amigo que allá
donde la flecha se hubiera clavado, cavara su sepultura, orientada hacia el sol
naciente. Después de tantas hazañas, Robin Hood se enfrentaba a su fin.
En
lo tocante a mí, ya no pienso volver a publicar literatura en Internet. He
aguardado a Navidad porque es mi época predilecta. Se acabó vivir la vida a
través de una pantalla. Mi vida son libros, literatura verdadera, tinta
derramada, pensamientos solitarios y alguna que otra esperanza. Yo no seré el
hombre más bueno de este mundo, no tendré todo el talento que hubiera anhelado,
mi notoriedad será inexistente, pero debo mirar por los años que me quedan y
tratar de enmendar mis caminos, libre ya de tantas equivocaciones, tanta
decepción en el trato con los humanos cercanos y lejanos. Internet parecía la
panacea para un alma solitaria, pero mi experiencia ha sido más bien dolorosa.
No me importa arrastrar la sombra de mi fracaso.
En
una playa se puede hundir la mano en la arena y sacarla repleta de este
elemento, pero al sacudirte aquélla descubres que en la piel quedan adheridos
unos pocos granos. Así es la vida: podemos conocer a mucha gente, pero son
poquísimos (por lo menos en mi caso) los que pueden prender la llama de la
amistad. Yo no quiero tener un millón de amigos, que diría la canción, no puedo
tenerlos ni ya aspiro a tenerlos... pero con lo que tengo me siento satisfecho.
A
mi edad ya no quiero redenciones o cubrir anhelos no realizados. No me importa
la opinión que pueda suscitar y no espero correspondencias a cambio de mis
escasos actos buenos. Sólo espero no dañar, conservar la salud y seguir
derramando tinta al margen de Internet, porque leer y escribir sigue siendo mi
vida.
No
me busquen que yo no andaré buscando, no me pidan nada que yo no les pediré
tampoco, no se esfuercen en saludarme (antes tampoco lo hacían, antes quizá me
hubiera venido bien, ahora ya no lo necesito). Adiós, vida y mundo
artificiales. Quedan atrás muchas gentes falsas y muchas personas virtuosas;
indiferencia para las unas y buenos deseos para las otras.
Estoy
bien. Tengo algunos granos de arena pegados a mi mano, los libros me acompañan
y la que será mi sepultura también está orientada al sol naciente.
La
Navidad es tan hermosa que no merece ser vivida a través de una pantalla. Dios
todavía habita donde nadie pensaría buscarlo.
Gracias
por todo.
Feliz
Navidad... y feliz vida.
Ciudad
Real, 20 de diciembre de 2017.
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes, por última vez).
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