LECTURA NO RECOMENDADA PARA MENORES DE 18 AÑOS.
Si
tuviera que hacer una lista de todos los insultos que en esta vida me han
aplicado, nos estábamos hasta mañana. “Loco”, por supuesto; pero los que sin
ninguna duda me han hecho más gracia son “maricón”, “misógino” y “racista”.
Maricón.
Será porque en mis horas cerveceras frecuento garitos donde muchos le tiran más
a esto que a aquello; o tal vez porque mis cuerdas vocales no emiten tonos tan
varoniles como sería de desear; o, ¡espera!, tal vez por llevar el agujero del
pendiente en el lóbulo de la oreja derecha.
Sí,
es cierto que quien me quiera ver en horas de gatos maullando ha de presentarse
en los sitios donde los maricones de toda la vida y las bolleras de estos
tiempos suelen ir en busca de remedios para su soledad. Estas tendencias son,
en gran variedad de casos, inherentes al temperamento artístico, porque de
artistas estas personas lo tienen todo; hay que serlo para hacer profesión de
gay en esta sociedad de tanto acero en la mollera. Me gusta la compañía de
estas gentes, pero que no se les ocurra llevarme a un sitio reservado. Tan
guapo soy, que más de uno se me insinúa por medio de los vapores de cerveza, y
la jodida voz que me gasto no ayuda demasiado, y a ver cómo les explico que si
llevo el pendiente en el lado derecho es porque me gusta tenerlo ahí y punto.
Si una bollera se me insinuase, ahí sí que haría una excepción, porque las
mujeres me gustan más que el masticar. Pero las bolleras son fieles a sus
principios y parejas. Pongamos por caso que lo que me gusta de esos antros son
las cervezas fresquitas y baratas y las sabrosas pláticas que se suscitan en
torno al mundo del arte.
Vamos
a dejar bien aclarado, de una tacada, lo de las acusaciones de misógino y
racista. El bar “Upsala”, situado en una de esas callejas que desembocan en el
Alcázar, era no hace mucho tiempo (porque a día de hoy lo han cerrado) uno de
esos antros de perdición que he esbozado con mi arte insuperable. Allí solía
dejarme caer.
Una
noche, bien cargado de rubias, me dio
por chiflarme de una nigeriana que, para mi disgusto, era bollera. Y sí, una
ucraniana con pelas la tenía bien atrapada de la falda mientras consumían
sendos Bombay Sapphire (¡hosti, qué caro!) y le daban a la coca. Pues mira, me
flipé por la negrita, y, como de cortado ando también calvo, apuré mi birra y
fui al asalto de las dos.
—Hola.
—Sólo me dirigía a la nigeriana. —¿Te molaría salir a tomar aire?
Así
las abordé, sin preguntar nombre ni nada. Oí unas risitas afeminadas a mis
espaldas. La negrita me miró escandalizada; entonces me fijé en que tenía las
pestañas postizas.
—¡Eh,
tío! ¿Por qué no te largas? —me espetó la ucraniana—. ¿No ves que somos pareja?
El
pedo que llevaba encima, me avivó el cabreo muy rápidamente, y más con las
risas de los drag queens que tenía
detrás.
—Será
tu pareja el día que no le tengas que hacer la tijera y le puedas meter una
chorra de carne y no de silicona.
Las
dos titis, mayormente la ucraniana, me ducharon con el contenido de sus Bombay
Sapphire. Aun así, la negrita me seguía molando un huevo.
—¿Cómo
te llamas? —le pregunté—. Soy escritor y te sacaré en una de mis historias.
Fue
una pena. Sólo se escuchaba la música enlatada de reggaeton (chunda que
chundareeé), amén de las risas cada vez más desaforadas de los drag queens.
Me
fui al váter, no sé para qué, porque allí no había papel ni toallas con los que
secarme las manos y el careto. Me miré al espejo, y se me esfumó como por
encanto el contentillo de las birras. Tiene huevos que te acabe molando una
bollera. La edad empezaba a jugármela: antes arrinconaba a las titis sin gran
esfuerzo. ¿Y ahora? De seguir así, me veía de ahí a poco en el sofá con la
manta, tomando sopitas dulces y enlazando una telenovela tras otra.
Coño,
que no me iba a conformar. Tenía que intentarlo de nuevo. ¿No dicen por ahí que
el que no llora no mama?... Salí como un tifón del váter, dando portazo y todo,
y, a paso de legionario, me encaminé al encuentro de la negrita, de la que,
¡joder!, todavía no sabía su nombre.
—¡Tía,
no me dejes así! Si quieres te hablo con dulzura y modales refinados. Déjame
decirte algo… Me gustas desde el primer vistazo que te he echado. Dime tu
nombre, al menos. Yo me llamo Sebastián Argote y Cencibel.
Arreciaron
las risas de los drag queens, que
enseguida se contagiaron a casi todos los que había en el garito.
Una
vez más, la ucraniana marimacho se interpuso entre nosotros, llegando a taparme
la vista del objeto de mis deseos.
—¡Que
te vayas a tomar por culo, cabrón!
La
sangre se me caldeó, y le largué una guantada a la marimacho. Te juro que hoy
no lo hubiera hecho, pero cuando se me va la pinza pierdo el control de mis
actos.
Todos
se me echaron encima, me molieron a hostias y, para rematar la puntilla,
avisaron a los locales y esa noche la pasé en el calabozo. La puta de la
ucraniana me puso una denuncia por agresión, que se resolvió con una buena
sacada de cuartos.
Desde
entonces, ya casi no frecuenté los garitos y procuré no liarla parda. Me volví
más pacífico, y me centré en el placer de sentir la cerveza escurrirse por mi
gaznate. Y también me esmeré en mi
escritura, procurando no ser protagonista de una vida que al final te arrea
palos por todas partes.
Ni
misoginia, ni homofobia, ni amor, ni racismo. Casi cincuenta tacos. El
crepúsculo ha de ser un momento de paz, así nos lo enseña la Naturaleza de
allende las orillas del Tajo. Pero yo soy cordobés, y aún era posible que me
quedasen algunos resabios de juventud alocada.
CONTINUARÁ…
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
2 comentarios:
Parece que el tipo solo vive para meterse en problemas, pobrecito.
No entiendo muchas palabras. Recive mi saludo. ............................siempre.
Vienen bien en estos días de calor las refrescantes lecturas, llenas de humor de don Sebastián. Ánimo, maestro, en esta nueva faceta. Espero impaciente los siguientes capítulos.
Un abrazo
Antonio Morena
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