Me encontré a Genaro Andolini acurrucado en el rincón más sombrío de la gruta. Su inmovilidad era perfecta, y a lo primero hubiera dado a pensar su paso a mejor existencia. Estaba tumbado en el suelo en una postura que se diría fetal. Tenía la mirada como mineralizada, muy expresiva pero absolutamente opaca. Sus manos enlazaban un impreciso montón de carne y plumas, hacia el cual apuntaban las niñas de sus ojos, talmente como si estuviesen imantadas.
Enseguida lo comprendí: lo que tenía entre sus manos no era sino el cadáver de Gip. Afuera rugía el viento de la borrasca, y el mismo se había llevado consigo el alma de la entrañable ave, al tiempo que los últimos vestigios de alegría que aún pudieran pervivir en el corazón de Genaro Andolini.
–Maestro, ¿qué le pasa? –dije abocándome a su vera.
–Gip ha muerto –respondió sucintamente.
Más que el hecho de la muerte de Gip, me sorprendió que Genaro articulara los labios al pronunciar esas palabras. Debía de sentirse muy afligido para haber puesto en el olvido tan absurdo voto.
Por la entrada de la gruta penetró repentinamente una bocanada de nieve, lo que contribuyó a romper el mutismo que se había establecido entre nosotros dos.
–Es este maldito frío –se quejaba Genaro enfurecido –. Si no hubiesen bajado tanto las temperaturas, mi hijo seguiría entre nosotros.
–Es absurdo, maestro; un pájaro no puede ser como un hijo –repuse convencido.
De súbito, Genaro se levantó como impulsado por un resorte. Su mirada se deshacía en chispas. Tan descompuestas se le habían puesto las facciones, que llegué a temer por mi integridad física.
–¡Era mi hijo! –vociferó mientras me arrinconaba contra la inmediata pared–. Antes de que tú nacieras –siguió refiriendo muy cerca de mi asustado rostro–, caminando en cierta ocasión por las playas de Niza, me topé con un grupo de algas que la marea había arrastrado hasta la costa. Allí me encontré un huevecillo que tenía multitud de manchas pardas en su superficie gris. Un huevo..., una promesa de vida nueva. Sentí una extraña aprensión en mi pecho, la cual me indujo a depositar mi hallazgo en un nido de gaviotas. Y no seguí mi camino a Italia, como tenía previsto. Sabía que mi huevecillo estaba siendo empollado junto con los de las gaviotas, y aguardaba impaciente el momento en que el nuevo ser rompiera el cascarón. Yo tenía cuidado de no acercarme demasiado al nido, no fuera que las gaviotas huyeran espantadas de mi presencia; lo hacía cuando sabía que el nido estaba momentáneamente abandonado. Y por fin nació el polluelo, que no era otro que Gip. Una vez hubo crecido lo suficiente, lo cogí entre mis manos y me lo traje en mi regreso a Italia. Apenas le crecieron las alas, hice todo lo posible por enseñarle a volar (con mis naturales limitaciones, claro está). Después de un montón de intentos fallidos, Gip consiguió sostenerse en el aire. No te sé explicar la emoción que entonces embargó mi pecho. Pero sin duda alguna lo que más me emocionó fue que Gip retornara a mi lado después de todo un día de joviales ejercicios en el aire.
»Gip ha sido mi principal afecto durante todos estos años que hace que habito esta gruta. Su cariño y fidelidad han despertado en mí el mismo sentimiento que hubiese profesado a un hijo. Puedes imaginarte la desgracia de este instante, ahora que ya sabes todo lo que me unía a Gip.
Una lágrima solitaria rodó por los pelos de la barba de mi mentor. Yo me uní a su aflicción, y le ofrecí mi ayuda para todo lo que hubiera menester.
Esa misma tarde llevamos a cabo el sepelio de Gip. Introdujimos su ya rígido cuerpo en una grieta profunda de un arrecife, sellando acto seguido la abertura con un bloque de pizarra extraordinariamente pesado. A continuación se sucedió un intervalo de silencio, en tanto que el sol del ocaso pintaba de oro las cimas de las nubes.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
8 comentarios:
Cada mañana mis cafés son acompañados con tus delicados escritos, que relajan mi alma. Gracias por ello. Espero que dentro de la tristeza, sientas la calidez de las personas que te estimamos.
Gracias con todo el corazón... y con todas las sonrisas.
Ya… vine pronto mis sospechas me trajeron, tu relato esta cada vez más tierno, saber que un hombre solitario encontró un huevo y realizo una buena acción es maravilloso, solo ahí está todo su potencial humano y un corazón que lo dice todo, me maravillo con tus historias.
Besitos
Genaro Andolini, por alguna razón que presumo ama la liberad de estas aves y todo lo que se parece a un corazón autónomo.
Saludos nuevamente Jardinero.
Siempre es un placer leerte.
Gracias por haber llevado tus maravillosos escritos, a tanta gente necesitada de ellos.
Dios te bendiga.
Mi gratitud a todos y un abrazo.
Iana, ¡qué placer tenerte en mi casita!
que linda historia , y que enternecedora. Me recuerdas todos los animalitos que he tenido y como han marcado mi alma y mi corazon. De verdad es muy bella.
Estoy aqui, y muy interesada en esta historía y aprendiendo cerca de las nubes. Un beso.
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