Adjunto el enlace y el texto completo de la entrevista que me ha realizado la prestigiosa plataforma literaria "Creatividad Internacional", la cual radica en Nueva York. Para leer la entrevista en dicha plataforma pulsar AQUÍ.
Entrevista
al ‘Jardinero de las Nubes’, Julián
Esteban Maestre Zapata.
— Jardinero de las Nubes, un pseudónimo muy poético
para un magnífico poeta y narrador. ¿Cómo y por qué surgió?
Primero
de todo, gracias por el piropo. El pseudónimo que utilizo le encanta a mucha
gente, empezando por mí mismo; de ahí que lo haya registrado en la Oficina
Española de Marcas y Patentes para hacer exclusivo su uso por mi parte.
¿De
dónde surgió? Tendríamos que remontarnos al verano de 1989, cuando yo contaba
con 17 abriles y pasaba mis vacaciones en Aldea del Rey, el pueblo natal de mi
madre. Tuve la oportunidad de ocuparme yo solito del cuidado de un jardín, y
fue una labor que me cautivó, que me relajaba de tantos estudios y lecturas y
que me permitía abrir los ojos al entorno y a mi propio interior. Muchas veces,
regando los rosales del jardín a últimas horas de la tarde, proyectaba mi
mirada a las alturas y me topaba con la vista de las hermosas nubes del cielo
de La Mancha. Ahí empezó mi trance. Me pasó un poco como al escritor alemán
Goethe, que fue otro ilustre admirador de nubes; las nubes son catalizadores de
pensamientos profundos, y esto, en la vida de un joven solitario, suponía todo
un hallazgo.
Ese
mismo otoño, ya iniciados mis estudios universitarios e influido por las
lecturas de las novelas y cuentos de James Joyce, empecé una novela
experimental, de corte autobiográfico, a la que en un principio no fui capaz de
encontrarle título. Cuando la terminé en el verano del 92, tal vez influido por
las experiencias que acabo de mencionar, decidí titularla El jardinero de las nubes.
Hace
diez años empecé a participar en foros de Internet, y, viéndome en la necesidad
de utilizar un nick para salvaguardar mi identidad, usé el jardinero de las nubes, y tanto arraigo causó, que muchos me
conocen simplemente como el jardinero.
— ¿Cómo te
sientes mejor, en tu faceta de poeta o de narrador?
Mi
andadura literaria, iniciada a la tierna edad de nueve años, fue por los senderos
de la prosa. Con dieciséis años conocí un hermoso poema de Federico García
Lorca (Pequeño vals vienés) a través
de una no menos bella canción de Leonard Cohen, y ahí me surgió el prurito de
emborronar papeles con versos. Escribí muchos poemas, pero la poesía no me
llenaba; no me agradaba tener que estar encorsetado por la para mí incómoda estructura
de los versos y las reglas de la métrica, independientemente de la posibilidad
de cultivar versos libres. La prosa (Cervantes, Víctor Hugo, Oscar Wilde,
Marcel Proust y James Joyce lo demostraron; y antes Bernadin de Saint-Pierre en
Pablo y Virginia) tiene un poder lírico
que abruma. La prosa es el factor literario que mejor ejemplifica la grandeza y
la libertad, y puede alcanzar, a mi juicio, unas cimas que están vedadas al
arte poético como habitualmente se le concibe. Los versos son una apariencia;
el fondo, la musicalidad de las palabras, no necesitan del seguimiento de las
rígidas pautas que en ocasiones exige la composición de un poema. La palabra es
en sí hermosa, pero más hermosos son los sentimientos que puede sugerir, y, que
yo sepa, no hay reglas por las que se rijan los sentimientos.
Habiendo
sido un ferviente cultivador de la prosa, me han aplicado en muchas ocasiones
el sobrenombre de poeta, lo cual viene a apoyar la tesis de la potencialidad
expresiva de la prosa. Si ser poeta supone escribir versos según las leyes de
la métrica, o simplemente escribir versos, yo no soy poeta… Es bueno que cada
escritor escoja su cauce de expresión, sea con la poesía, la narrativa, el
teatro o el ensayo, pero tiene que ser consciente de que la literatura, en
términos generales, constituye un perfecto ejercicio de libertad. No merece la pena escribir si pende un yugo
de esclavitud sobre la pluma del escritor. En cierto modo, me horroriza que ya
hasta existan aplicaciones de Smartphone para componer poemas e incluso textos
en prosa. La literatura, al menos como yo la concibo, se asemeja al viento:
rotundo, imprevisible, hermoso… La literatura que merezca la pena sólo puede
surgir de la matriz de una pluma manchada en tinta y de un corazón que desea
expresar algo… Lo que venga después es capricho del viento, el mismo viento que
altera las formas de las nubes.
Últimamente,
he vuelto a cultivar lo que más se podría aproximar a la poesía convencional.
Pero aun así se diría que cometo una especie de fraude: simplemente escribo un
texto todo de corrido, y después cerceno las frases dándoles la apariencia de
versos. Podrían calificarse de poemas en verso libre, pero en el fondo son
textos en prosa disfrazados de poemas. Estos textos son muy útiles para plasmar
las impresiones y sentimientos del momento, y ahora, en mi ya franqueada
madurez y mi oficio de soledad, me viene muy bien para seguir manteniendo la
locura de escribir.
En
resumen, no me considero ni poeta ni narrador. Soy un hombre solitario,
acrisolado en las pruebas de la vida, que huye de lo monótono y que está muy
lejos de ser perfecto. Me encanta escribir en las calles, bajo la bóveda del
cielo (a poder ser, decorado con hermosos macizos de nubes), con mis plumas
estilográficas, que crean un roce especial al deslizarse sobre el papel. Soy un
hombre que escribe… Quizá esto es todo lo que sé de mí mismo.
—¿Cuáles son
tus escritores preferidos?
¡Uf,
una pregunta con enjundia! He leído obras de muchos autores clásicos y
modernos. Cuando entro en una librería, literalmente salgo despechado y muerto
de aburrimiento, debido al predominio de la literatura elaborada según los
dictados de la fórmula bestseller,
algo que pertenece al momento pero, salvo honrosas excepciones, no está llamado
a prevalecer. Para mí la literatura es un arte antes que un negocio, y me gusta
lo que da alimento a mi alma y no lo que, en aras de un abuso de tramas absorbentes
y efímeras, descuida otros aspectos importantes del arte literario: la belleza
de las construcciones sintácticas, los valores imperecederos de la especie
humana, la profundización en el detalle psicológico de los personajes, la
libertad de no depender de las variables del mercado editorial. Sólo en las
librerías de viejo me siento como pez en el agua.
En
base a esto, y si me tuviera que llevar dos libros a una isla desierta, serían
éstos sin lugar a dudas: Los miserables,
de Víctor Hugo y El doctor Zhivago,
de Boris Pasternak.
Víctor
Hugo creó en mi interior una conmoción inexplicable la primera vez que leí su
obra Los miserables. ¡Ojalá pudiera
volver a leerla sin saber nada de ella! No voy a entrar en un análisis
pormenorizado de la novela, pero quiero destacar un rasgo de Víctor Hugo que
admiro y que hoy no sería aceptado en el mundo editorial: la libertad de
componer un relato según las apetencias y dictados de la conciencia del autor.
Libertad para ascender a los cielos de la belleza o a las tinieblas del fraude;
libertad para romper el hilo narrativo intercalando reflexiones y ensayos;
libertad para sustentar una opinión en contra de las conveniencias; libertad
para ser uno mismo por encima de la cortesía debida al lector.
En
cuanto a Boris Pasternak, poeta que (sin dejar de serlo) en El doctor Zhivago navegó por los océanos
de la narrativa, me ha seducido siempre el acierto con que tejió su gran
epopeya: la historia de un hombre triste que estaba rodeado de felicidad sin
ser apenas consciente de ello y que gozó de lo bello de la vida sin poder
librarse del sufrimiento. Destaco asimismo las bellas descripciones de la
Naturaleza y de los escenarios moscovitas. Merece la pena adentrarse en la
biografía de tan insigne autor.
No
quiero extenderme más, pero asimismo hay una extensa nómina de escritores con
los que me considero en deuda: Cervantes, Balzac, Kazantzakis, Cortázar, Unamuno,
Homero, Tagore, Verne, Dante, Dostoievsky, etcétera.
—¿Cuál es el
último libro que has leído?
Me
confieso un lector voraz, compulsivo. Siempre tengo en danza varios libros,
compaginando el ensayo con lo propiamente literario. No le hago ascos a nada de
la literatura, mientras que a lo que al ensayo se refiere, me fascinan los
textos referentes a temas de ciencia, historia y filosofía.
Deduzco
que el sentido de tu pregunta va encaminado a mi última lectura desde el punto
de vista literario. Se trata de Los hijos
del Arbat, de Anatoli Ribakov. Este autor tuvo cierto renombre en mi país a
finales de los 80, coincidiendo con la llamada Perestroika. A fecha de hoy, sus libros están descatalogados en
España y sólo se pueden encontrar rebuscando en mercadillos y librerías de
viejo, que es lo que yo tuve que hacer en el caso de Los hijos del Arbat. Cuando quise leer la novela en su momento,
estaba un poco alejada de mis economías de estudiante y no la adquirí entonces.
A modo de reseña, independientemente de la trama, es toda una crítica al
estalinismo; una novela de mérito pero que en mi humilde opinión no alcanza las
cimas gloriosas de El doctor Zhivago.
Con todo y con eso, constituye una sabrosa lectura veraniega.
—Eres
profesor de materias de ciencia, ¿no es una profesión un poco alejada de la literatura?
Desde
mi punto de vista, todo está alejado y todo está cerca de la literatura. Una
especialidad en humanidades no garantiza un mejor estro literario, y, asimismo,
tener una profesión científica no implica una ausencia de destreza literaria. Disponemos
de muchos ejemplos en la historia de la literatura: Leonardo da Vinci era
inventor, Dostoievsky ingeniero (lo mismo que Ludwig Wittgenstein), Conan Doyle
médico, Bernard Shaw matemático y filósofo…
Tengo
unos planteamientos un tanto renacentistas en lo que al conocimiento se
refiere. Desde joven me apasiona la Física y siempre he tenido latente el
gusanillo de la enseñanza, por lo que me siento muy cómodo en mi profesión.
Impartir una clase de Física y Química no es muy diferente a contar una buena
historia, es necesario tener capacidad de abstracción y poner en palabras
sencillas alambicados conceptos científicos. Aunque hay momentos y momentos,
mis alumnos no suelen quejarse de aburrimiento. Si las historias están bien
contadas, surge el placer y la diversión. Pero el camino del aprendizaje suele
estar constelado de escollos y decepciones. La Física es una ciencia que admite
muy mal las infidelidades, aunque al final reporte muchas satisfacciones.
Me
considero desposado con la ciencia pero siendo en todo momento un amante apasionado
de las humanidades. Siento la misma emoción ante una lectura de filosofía que
una de ciencia. Es placentero tener una base de todo, aunque a veces eso
conduce a la vertiginosa sensación de saber muy poco en relación a la bastedad
del conocimiento. Aprendiz de todo, maestro de nada, que dirían por ahí…, o tal
vez no.
—Háblanos de
tus obras y de los nos piensas brindar para el futuro.
Es
muy difícil hablar de mis obras por dos razones: primera, son hijas de mi entendimiento
y por lo mismo no puedo ser objetivo; segunda, no han salido del cajón y no han
tenido trascendencia en el mundo editorial. Existen, sin embargo, y ha sido un
largo camino el que ha conducido a su existencia. Podría hacer una lista
exhaustiva, pero no lo veo procedente. En mi primera juventud escribí mucho,
sin duda como modo de evasión de otras realidades. A comienzos del presente
siglo, dejé atrás una dilatada adolescencia y tuve una crisis literaria.
Finalmente, volví a remontar el camino hará cosa de diez años y surgieron
nuevas producciones.
De
mi primera etapa destacaría dos novelas: El
jardinero de las nubes, ambientada en un Madrid otoñal, levemente
autobiográfica, un canto a la vida y al sufrimiento del adolescente, ensayo de
distintas técnicas narrativas y la primera obra cuyo final me dejó la dulce
sensación de haber acabado una novela; y La
sombra azul, más convencional pero fiel reflejo de mis pensamientos de
juventud, una encendida declaración de amor al mar y sus trabajadores, un
testimonio de admiración a la isla de Mallorca, un adentramiento en temas
audaces y una disección de la sociedad española de la década de los años 80.
Creo que esta novela es mi testamento literario, la justificación de mi paso
por el mundo; la miro y la recuerdo con cariño; más de mil páginas escritas por
un joven que al terminarla sólo contaba veinticuatro años.
Antes
de abordar la crisis de principios de siglo, dejé escrito Gratitud, un cuento sobre las andanzas de un perro vagabundo, y La balada de los últimos días, que trata
sobre las peripecias de un enfermo de SIDA que regresa a su pueblo natal para
morir, novela corta que particularmente me encanta y que está inspirada en
Manuel Piña, un famoso diseñador de moda ya difunto.
De
mi segunda etapa, muy fecunda, destacaría Rasguña
las piedras, que es un homenaje a los desaparecidos de la dictadura
argentina y que me acarreó no pocos sinsabores. Hice también un remake del
primer relato que escribí, del cual aproveché los dibujos que entonces realicé
y quedó de esta manera configurado como un libro infantil; me refiero a Viaje a Polonia. También abordé la
redacción de Cuentos urbanos, que se
trata de relatos escritos en la calle y de los cuales gozan de mi preferencia: El resucitador, La increíble aventura de los
fisgones, Lautaro vivía en las cuevas, El inventor, El lado pornográfico de la
vida, Las desavenencias literarias de Sebastián Argote y Cencibel…
Actualmente,
me encuentro en una etapa de producción poética y estoy a punto de terminar un
nuevo relato sobre la amistad entre un perro y un humano… Y ya, en un plano más
confidencial, llevo unos seis años redactando una novela de ciencia ficción,
muy compleja, en la cual se toca el tema de la soledad como fuerza salvadora.
De momento, es todo lo que puedo decir.
—Si no
fueras el Jardinero de las Nubes, ¿quién te gustaría ser?
Me
enfrento a esta última pregunta con un cierto poso de melancolía. Llegar a ser
un jardinero de las nubes ha supuesto seguir una senda plagada de errores,
desprecios, desencuentros y no pocos sufrimientos, pero no debo dejar de anotar
algunos acontecimientos favorables que ayudaron a equilibrar mi personalidad en
unos tiempos en los que confesar las penas propias era tachado de cobardía.
Agradezco al destino haber tenido una familia, unos pocos amigos, haber hecho
de mi soledad una ocasión para levantar el endeble edificio de la personalidad;
la soledad me ha dado lectura, escritura, conocimiento de la moralidad, anhelos
de poeta y humildad. De hecho pienso, y a Sócrates me remito, que la humildad
es la más poderosa herramienta de quien ama la sabiduría. Muchos piensan que la
humildad no es el camino de los audaces y que de los audaces es el mundo. Pero
yo pienso que el mundo sólo puede ser construido con el trabajo de los
humildes, de ahí que tenga la humildad como principal enseña; la humildad me ha
ayudado a corregir los desajustes de mi conciencia.
Ya
que he superado la edad en que la vida deja de darte cosas y empieza a
quitártelas, no cometeré el error de los tiempos de mi juventud al haberme
menospreciado tanto a mí mismo. Me conformo con lo que la vida me ha dado, con
tener salud y quiero pasar el tiempo que me quede siendo bueno. Si acaso, me
hubiera gustado ser un poco más sociable y no haberme replegado tanto en mí
mismo como defensa hacia las pesadumbres de la vida. Sigue latente mi sueño de
ser reconocido como escritor, pero estimo que en mi mundo hay otros asuntos de
mayor importancia, y todos ellos se concretan en mi familia. Me considero
dichoso por tener una familia… La vida es eso y un poquito más.
3 comentarios:
Excelente entrevista. Nos acerca un poco más a nuestro querido Jardinero de las Nubes.
Gracias por compartirla.
Un fuerte abrazo desde Cuba
Martha Jacqueline
Estimada Martha, te aradezco de corazón tus palabras, máxime viniendo de una autora de tu talla.
Un gran abrazo.
Cada vez que te leo recibo una bocanada de bondad. El mundo tiene salvación mientras haya personas como tú.
Un abrazo
Antonio
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