LECTURA NO RECOMENDADA PARA MENORES DE 18 AÑOS
Antes no se hubiera atrevido a pisar las margaritas que crecían a los bordes del sendero, pero esta vez lo hizo. Como tentáculos de hidra aplastados contra la tierra de una primavera húmeda… Vas a morir, hijo de puta. Pasa todas las tardes de los viernes por el camino que conduce a Robleda Negra, para fardar de moto, para creerse medio metro más alto de lo que es. Trabaja y gana dinero, así les van las cosas a los malos… Esa tarde de viernes sintió que la cicatriz interior volvía a sangrar. Estaba en su casa, guarecido en una estancia de sombras y persianas quejumbrosas. Abrió una vieja carpeta de cartón azul, y el pasado salió afuera como leve polvo de hulla. Rencor y tinieblas sostenidos por dedos peludos. Los poemas amarilleados, sujetos por una goma descolorida, insultados, vejados, disminuidos por boca del de la Harley del sendero; el recuerdo, las carcajadas cayendo como plomo derretido, esos ojos de sarcasmo que ocultaban el cieno del alma. Los dos eran adolescentes década y cuarto atrás. Uno jovial, caballuno y sabelotodo; el otro triste, bajito y silencioso. Ser joven y melancólico por ende, la causa de dejarse llevar fácilmente… ¡Hijo de puta!... Engañado, embaucado, y cuando llegó el momento, este mismo fue aprovechado para infligir la mayor humillación… Los poemas, hojas de mierda, no valen para que las mujeres se fijen en un apocado sin carácter… Y el fracasado mandó al de la Harley a tomar por culo; ningún supuesto ascendiente justifica las humillaciones. Que se rebele un débil a un fuerte nunca el mundo lo permitió. Así que el efecto fue como el de una patada en mitad de los genitales y el insulto a los poemas que no interesaban a las mujeres, los mismos que ahora aparecían atrapados por una goma infamada por el tiempo. En la carpeta están las principales razones, en el armario de la izquierda una pistola del abuelo de cuando la guerra.
Antes no se hubiera atrevido a pisar las margaritas que crecían a los bordes del sendero, pero esta vez lo hizo. Como tentáculos de hidra aplastados contra la tierra de una primavera húmeda… Vas a morir, hijo de puta. Pasa todas las tardes de los viernes por el camino que conduce a Robleda Negra, para fardar de moto, para creerse medio metro más alto de lo que es. Trabaja y gana dinero, así les van las cosas a los malos… Esa tarde de viernes sintió que la cicatriz interior volvía a sangrar. Estaba en su casa, guarecido en una estancia de sombras y persianas quejumbrosas. Abrió una vieja carpeta de cartón azul, y el pasado salió afuera como leve polvo de hulla. Rencor y tinieblas sostenidos por dedos peludos. Los poemas amarilleados, sujetos por una goma descolorida, insultados, vejados, disminuidos por boca del de la Harley del sendero; el recuerdo, las carcajadas cayendo como plomo derretido, esos ojos de sarcasmo que ocultaban el cieno del alma. Los dos eran adolescentes década y cuarto atrás. Uno jovial, caballuno y sabelotodo; el otro triste, bajito y silencioso. Ser joven y melancólico por ende, la causa de dejarse llevar fácilmente… ¡Hijo de puta!... Engañado, embaucado, y cuando llegó el momento, este mismo fue aprovechado para infligir la mayor humillación… Los poemas, hojas de mierda, no valen para que las mujeres se fijen en un apocado sin carácter… Y el fracasado mandó al de la Harley a tomar por culo; ningún supuesto ascendiente justifica las humillaciones. Que se rebele un débil a un fuerte nunca el mundo lo permitió. Así que el efecto fue como el de una patada en mitad de los genitales y el insulto a los poemas que no interesaban a las mujeres, los mismos que ahora aparecían atrapados por una goma infamada por el tiempo. En la carpeta están las principales razones, en el armario de la izquierda una pistola del abuelo de cuando la guerra.
Esta
vez no quedaría, al caminar por el sendero, el regusto a venganza no
satisfecha… Cabrón, ahora te daré lo que
la vida no te quiso dar… Limpió la pistola, la aceitó con cuidado, le metió
un cargador nuevo, se la guardó aprisionada entre el pantalón y la cintura, y
salió al campo, al sendero. Hacía una hermosa tarde primaveral tras varias
semanas de lluvias incesantes, la siempre recordada primavera del 2000.
Euforbios, malvas, centáureas, hibiscos, amapolas, verónicas, almendros ya
pasada su voluptuosidad, un cielo de nubecillas ataviadas de sol, pájaros e
insectos por doquiera, el sonido del agua en los manantiales que antaño se
creían agotados. Iba dejando sus huellas en el sendero, aplastando los tallos
de hinojo que la lluvia había nutrido, y el sendero se extendía lejos, entre
los clamores del valle que un estío consumiera con un incendio de inmensas
proporciones… Hijo de puta, si hubieras
hecho de mi vida otra, habría podido disfrutar de todo lo que a la vista se me
ofrece… La pistola le creaba un cerco de dolor en el costado izquierdo. Hoy
las cosas serían distintas.
Parecía
que el viento y los pájaros enmudecían para dejar que el ronco petardeo de la
Harley aborrecida repartiera su eco por los cordales del valle. Ahí llegaba, el
muy hijoputa. Ahora era el momento largamente acariciado. No se iba a poner a
un lado del sendero y dejar que ese cabrón le pasara haciéndole un leve saludo
y ultrajando los espacios de paz que colmaban la vida apacible del valle de Robleda Negra. Ahora se las iba a pagar
todas juntas.
La
tierra estaba ahíta de humedad, por ello las ruedas de la Harley no levantaban
polvareda. En veinte segundos llegaría al lugar.
Se
situó en medio del sendero, sacó la pistola del costado (que ya era hora), el
arco de las piernas se le quedó flojo, alzó el arma… y esperó… Veinte segundos,
menos los que ya habían pasado.
Las
ruedas frenaron con desgana y sobresalto, los tallos de hinojo de delante
sufrieron un empujón de viento. Otra vez la mueca repulsiva de un rostro sin
afeitar, con ya algún que otro pelo gris, raro e inapropiado a la edad
aparentada, que aún seguían siendo jóvenes… pero menos.
−¡Apártate,
idiota! ¿Quieres que te atropelle?
La
pistola se situó de forma paralela al suelo. Había temblor en el brazo que la
sostenía, como junco que agitara el viento.
−Deja
esa pistola de juguete. De todos modos, no tienes huevos a apretar el gatillo.
Y
siguió una estentórea carcajada, un rugido del motor de la Harley y el giro
consecuente de las ruedas traseras, que deseaban vencer la atadura del freno.
La culata de la pistola se mojó en sudor y el cañón parecía la plumilla de un
sismógrafo. Entonces el dedo apretó el gatillo… y nada sucedió. ¡Demonios!, si
el seguro estaba quitado, si ayer se había pasado un buen rato limpiando y
aceitando las piezas desmontables.
−¡Échate
a un lado, idiota, voy a pasar!
La
mueca tan dolorosamente recordada, las ruedas que levantaron arcilla y tallos
tronchados de hinojo, el empujón lateral, la velocidad liberada, la Harley
alejándose, los huesos del justiciero frustrado aplastando más tallos y
removiendo más arcilla. Una nube veló el sol, confiriendo a la tarde semblanza
de crepúsculo de camposanto.
Apretó
los dientes con fiereza hasta que vibraron los huesos de la quijada, los
alveolos de las encías se removieron, la sangre cayó sobre los tallos
percudidos de arcilla. La Harley se perdió tras la sombra de los robles. Otra
oportunidad echada a la mierda, ¡vaya por Dios!
Se
puso trabajosamente en pie, aún agarrada la pistola en su trémula mano. Un
dolor atroz en los dientes. Oprimió el gatillo varias veces, varias veces,
varias veces… Los dedos le dolieron lo mismo que los dientes. Los disparos
salieron vomitados, las balas se perdieron en el aire. ¡Su puta madre!
Ahora
el de la Harley no tendría huevos a pasar por aquí, ¡nos ha jodío! Los seis
disparos y volvió el atasco del principio… Mira
cómo me duelen los dientes, los huesos de la totalidad de mi vida. ¡Que te den
por culo, payaso de la Harley! Mis poemas valen más que tu vida, hoy te lo he
demostrado…
Se
fue, se fue por el sendero, con la pistola en la mano, con la vida que de algún
modo tendría que valer para algo. Y en todo el trayecto de regreso que siguió,
no escuchó en ningún momento el siniestro petardeo de la Harley.
Ciudad Real, 14-17 de octubre de
2016
Por Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las
nubes)
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