Ya
está aquí la Navidad, cada año diferente y plagada de recuerdos que se van
acumulando en nuestra memoria. En el transcurso de la vida ha habido navidades
de tristeza y otras de tanta dicha, que su recuerdo trae dulzura en serenas tardes
de lluvia en las ventanas. La Navidad es para tener cerca a los seres que han
dado color a nuestra existencia, para traer a la memoria el hecho de que lo
inmenso empezó siendo muy pequeño. Una nueva oportunidad para hacernos un
poquito mejores. Mi admirado Víctor Hugo dejó escrito: “La cuna tiene un ayer y
la tumba un mañana”. Realmente eso pasó con el Niño Jesús: todo empezó en un
pobre pesebre de Belén de Efratá (la más pequeña entre las aldeas de Judá; Miq
5, 2), y al final en la Cruz se marcó el futuro de la humanidad. Por tanto,
estos días son para rememorar el ayer y fijar los cimientos del mañana, que no
son otra cosa que el amor. Tal es el legado de ese niño del pesebre.
Navidad
en los pueblos y en las grandes ciudades. Cuando yo era niño, pasaba estas
fechas en un pueblo. Vivían mis padres y mi hermana, estaban cerca mis tíos y
primos maternos y todos anhelábamos permanecer juntos. Las calles de Aldea del
Rey, que así se llama el pueblo, aparecían barnizadas por la niebla. El doblar
de las campanas de la iglesia era tan
alegre como los villancicos que se escuchaban desde los altavoces del
ayuntamiento. Hasta los campos de alrededor, junto con la palidez de los
cielos, parecían vestirse con sus mejores galas navideñas. Ambiente familiar al
arrimo de aquellas entrañables estufas de leña.
Luego
me hice hombre, fundé mi propia familia y me habitué a pasar estas fechas en
las ciudades. Allí conoces a muy poca gente (por lo menos, alguien tan tímido
como yo), pero también está presente el espíritu navideño. También hay un asomo
de simpatía en las miradas que se cruzan perfectos desconocidos. Y el cielo
urbano, los árboles de los parques y avenidas, las fachadas de los altos
edificios, los comercios y las plazas…, todos estos lugares ostentan una
insignia navideña. Tiempo para vivir y alegrarse, tiempo para tener cerca a la
familia y amigos y abrazar con el corazón a los ausentes. Recordar sin
amargura, amar sin dolor, mirar más allá de nuestro pequeño mundo de fatigas y
rutinas.
Por
un tiempo, que se puede hacer extensivo al resto de los meses del año, sería
hermoso mirar a los que nos rodean como lo hizo el protagonista de estas
fechas, el Niño Jesús. Querernos todos un poco más, pues el amor es algo que se
puede derrochar sin temor a que se agote.
Deseo
a todos los que lean estas palabras una muy feliz Navidad. Que el amor del Niño
Jesús influya en todas las circunstancias de sus vidas.
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
1 comentario:
Feliz Navidad para ti, y que el 2017 te colme de bendiciones a ti y a tu familia. Un abrazo.Judith
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