Te damos gracias, pescador,
por las horas ocultas en el océano,
pintando rosas en el telón del alba
y confundiendo tu pena
con las lágrimas de las olas.
Esos panes de centeno depositados
en el cesto de los peces,
mientras doblaban las campanas
de la ciudad alejada de la costa.
Recuerdas a la niña que,
bajo el cielo de domingos luminosos,
iba contigo en la barca,
su vestido de lluvia de primavera,
flores de la ribera entre las ondas de su pelo.
¿Por
qué, papá, no vamos a misa
como
los demás?, preguntaba ella
cuando ya los pensamientos
querían regalarle su luz reveladora.
Mira
el albatros en el cielo,
allí
está la cruz de mi templo;
contempla
la espuma de las olas,
tal
es la sábana de mi altar;
considera
la mar que nunca termina,
son
mis oraciones que ascienden a Dios;
esos
panes de centeno floreciendo
entre
los peces, son mi ofrenda de gratitud
y
el alimento que sació a cinco mil bocas.
La niña miró con destellos de melancolía
las riberas distantes,
los molinos volteando en las colinas,
las cigüeñas bendiciendo los campanarios.
Apúrate,
papá, llévame con ellos.
Te damos gracias, pescador,
porque lo hiciste.
Quitaste de sus horquillas los remos,
los uniste cruzados
y el sol brilló en sus extremos.
Escúchame,
Dios que te escondes en la mar,
condúcenos
a buen puerto,
no
permitas que mi hija desconozca
las
cosas que yo no aprendí,
déjame
solo en la mar y evita
que
yo sea causa de infelicidad
para
un alma que se está abriendo
a
la vida.
Y así fue en lo sucesivo.
En otros domingos de fiesta,
el cesto iba vacío,
la barca tan silenciosa
como el paso de las nubes,
su hija bajo las campanas de la lejanía.
¿Cuándo
vendrás a buscarme, pequeña?
No
verás que yo me mueva
de
nuestro templo de las olas azules.
Por
Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes)
1 comentario:
bellisimo. Una maravillosa oracion. Saludos desde Venezuela.
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