Cerca
de Aldea del Rey hay un pequeño embalse conocido como Vega del Jabalón. Creo
que hace veinticinco años aún no existía. En los almibarados días de primavera,
los cielos de esa tierra se llenaban con el vuelo y el trisar de las
golondrinas. Era hermoso subir a la azotea al atardecer, y disfrutar de las
piruetas que hacían estas aves en el aire. La pena de semejante espectáculo era
que no duraba demasiado en el tiempo. En cuanto acababa el mes de julio, ya se
estaban yendo las golondrinas.
Una
vez, creo que fue en mayo de 1998, vi planear, desde mi observatorio de la azotea, una golondrina
que tenía una franja blanca en el ala izquierda. Entonces no imaginaba lo mucho
que esta visión me iba a inspirar en mis ulteriores desarrollos literarios. Esa
tarde mágica de mayo me encaramé a una pila de baldosas, y mi visión se amplió
a los bellos horizontes de Aldea. Las golondrinas pululaban en derredor. Me
sentía parte del viento y del sol. Tenía la querencia de imaginar que yo era
como un imán que atraía todas las bendiciones del cielo, que estaba escondido
tras las nubes tintadas con las más sublimes gamas del tornasol. La golondrina
se columpiaba recortándose contra las brasas del crepúsculo. Todo parecía
hermoso, hasta la misma vida repleta de dificultades, y la rosa de la fe
extendía en mi pecho la lozanía de sus pétalos.
Era
joven, tenía 26 años.
Cerré
los ojos y por un instante me sentí golondrina. Había perdido el miedo a volar.
Me desplacé errante por los techos de mi pequeño mundo aldeano. Navegué sobre
un océano de lágrimas que despedía los aromas de un vaso de perfumes de Arabia.
Avisté una sonrisa dibujándose en las nubes del atardecer (acaso la enfermera
de ayer por la tarde la hubiera asociado con la sonrisa de la Virgen María).
Mis
ojos se abrieron de repente, y descubrí que mi mundo no abarcaba más que la
altura que me proporcionaba haberme encaramado a la pila de baldosas.
La
golondrina de la franja blanca se había alejado, pero su impronta quedó grabada
muy profundamente en mi alma.
(La utilicé como personaje de mi novela “Tristán de los océanos”, que sería escrita catorce años más tarde).
Hospital General de Ciudad
Real, habitación 441
Viernes, 15 de marzo de 2013,
12:15
Por Julián Esteban Maestre
Zapata (el jardinero de las nubes)
1 comentario:
Las golondrinas me han gustado desde muy joven
las obserbaba largos periodos de tiempo.
Pero tu escrito,este de golondrinas me ha dejado UN
agradable sentir.Me intriga esa enfermera que mencionas
entre parentesis,pero estoy de acuerdo contigo.
Referente a La golondrina de la franja blanca esa que escribiste
en tu libro “Tristán de los océanos”, quiza sea la misma novela
que te lei hace tiempo.Escribes de una forma que llegas Hondo. UN abrazo.
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