REALMENTE ÉSTA ES UNA CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA QUE TIENE POR TÍTULO "LA EXPEDICIÓN ORNITOLÓGICA", YA PUBLICADA EN LAS ENTRADAS DE DICIEMBRE DE 2008. NO ERA MI INTENCIÓN OFRECÉRSELA A USTEDES, PUES SÓLO APARECE PAUL BRAUN, ENFRENTADO A UN TRISTE EPISODIO DE SU VIDA. GENARO ANDOLINI YACE EN EL LIMBO DE LAS OBRAS AÚN POR ESCRIBIR. DUDO DE MI CAPACIDAD PARA SOBRELLEVAR SEMEJANTE EMPRESA. DE MOMENTO, ANTE LAS INSISTENCIAS QUE ME HAN HECHO MUCHOS DE USTEDES Y QUE TANTO AGRADEZCO, LES OFREZCO ESTOS ÚLTIMOS MATERIALES QUE DISPONGO DE ESTA HISTORIA.
Triste contrariedad la de estar en la edad del romanticismo y tener que dejar las dulzuras de un país meridional para ir a desembarcar en una región de páramos interminables y cielos grises. Me refiero a Cornualles, más en concreto a los alrededores de la aldea de Dawning, donde radica el solar de los antepasados de mi madre.
La decisión de abandonar Ancona me cogió de improviso y me sentó como un jarro de agua fría. Mi padre había puesto fin a sus negocios en Italia, y fue consciente de la urgencia de llevar a mi madre al lugar de su infancia... Mi madre se consumía de día en día. Y como la nostalgia del viejo terruño fuera mermando sus facultades, mi padre le prometió llevarla a pasar sus últimos días a Inglaterra. Tras finiquitar todo lo referente a la compañía naviera, había llegado el momento de cumplir esta promesa.
Adiós, tardes sin fin de la dorada Italia. Adiós, olivos de las colinas que bordeaban el mar. Tenía dieciséis años y ya no volvería a entretejer mis cabellos con las primeras flores de limonero. Adiós, incontables poblaciones de pájaros. Erais toda mi vida, y ahora los hados del destino me arrojaban a tierras desoladas de brumas perennes, mares fríos y opresiva soledad.
En el transcurso de tan triste travesía mi madre y mi hermana Arabella permanecieron confinadas dentro de sus respectivos camarotes, en un fútil intento de luchar contra el mareo. Diciembre es realmente un mes nefasto para navegar por el Mediterráneo y luego desembocar en el Atlántico. Las olas cobran una pavorosa semblanza y los vientos del noroeste abaten sobre las naves imprudentes toda la intensidad de su tiranía. En tales circunstancias, la cubierta del bergantín Austro, que era aquél a cuyo bordo viajábamos, se constituía en un sitio muy poco seguro. Sin embargo, mi padre pasaba muchos ratos en la amura de proa, sujeto a los cabilleros mientras el barco daba peligrosas bordadas, absortos sus ojos en la curvatura terrestre que se había tragado la península itálica. Ora podía soplar un viento lacerante, ora las olas podían levantarse varios metros sobre el lecho del mar... mi padre no se movía de su puesto en la amura de proa. Yo sabía que pensaba en Margaret, mi otra hermana mayor, la cual se había casado en secreto con un humilde funcionario de Nápoles. Mi padre amaba a Margaret, y el recuerdo de la traición que ella cometiera a nuestra familia le pesaba en el alma como losa de plomo. Mi padre no podía olvidar que él mismo la había maldecido cuando se presentó en Ancona del brazo de su flamante marido. A lo que parece, mi hermana había ido a Pompeya a estudiar las ruinas que dejó indemnes la tragedia del Vesubio en el año 79 de nuestra era, y allí conoció al apasionado italiano que la anudó con los perfumados lazos de Himeneo. Yo recuerdo, y mi padre lo recordaba igualmente durante la travesía, el abatimiento con el que Margaret traspuso la cancela del jardín tras escuchar la voz condenatoria del hombre que la concibió y que tanto la había amado. Mi madre y Arabella también sufrían en lo secreto de sus camarotes la ausencia de Margaret, y yo no podía por menos de sumarme a la aflicción general. Considerando todos estos factores, es sencillo imaginarse que nuestra arribada a Cornualles no estuviera presidida en modo alguno por el más leve atisbo de alegría.
Los pescadores de arenques que faenaban en las inmediaciones de la rada de Dawning, acogían con ojos suspicaces la llegada del Austro. Tenían los rostros cenicientos, tocados con grasientos casquetes de marinero, y las ropas que llevaban se les caían a pedazos. En Dawning no se respiraba ambiente de prosperidad; así pudimos constatarlo tan pronto el bergantín atracó en el mísero puerto. Las casas estaban levantadas con toscos adobes y los tejados eran de pizarra ennegrecida por la humedad. Pese a encontrarnos en lo más extremado del invierno, de las chimeneas apenas si salían delgados tirabuzones de humo negro de turba; allá donde la miseria sentaba sus dominios, escaseaba hasta el combustible para calentarse durante la época del frío.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
Triste contrariedad la de estar en la edad del romanticismo y tener que dejar las dulzuras de un país meridional para ir a desembarcar en una región de páramos interminables y cielos grises. Me refiero a Cornualles, más en concreto a los alrededores de la aldea de Dawning, donde radica el solar de los antepasados de mi madre.
La decisión de abandonar Ancona me cogió de improviso y me sentó como un jarro de agua fría. Mi padre había puesto fin a sus negocios en Italia, y fue consciente de la urgencia de llevar a mi madre al lugar de su infancia... Mi madre se consumía de día en día. Y como la nostalgia del viejo terruño fuera mermando sus facultades, mi padre le prometió llevarla a pasar sus últimos días a Inglaterra. Tras finiquitar todo lo referente a la compañía naviera, había llegado el momento de cumplir esta promesa.
Adiós, tardes sin fin de la dorada Italia. Adiós, olivos de las colinas que bordeaban el mar. Tenía dieciséis años y ya no volvería a entretejer mis cabellos con las primeras flores de limonero. Adiós, incontables poblaciones de pájaros. Erais toda mi vida, y ahora los hados del destino me arrojaban a tierras desoladas de brumas perennes, mares fríos y opresiva soledad.
En el transcurso de tan triste travesía mi madre y mi hermana Arabella permanecieron confinadas dentro de sus respectivos camarotes, en un fútil intento de luchar contra el mareo. Diciembre es realmente un mes nefasto para navegar por el Mediterráneo y luego desembocar en el Atlántico. Las olas cobran una pavorosa semblanza y los vientos del noroeste abaten sobre las naves imprudentes toda la intensidad de su tiranía. En tales circunstancias, la cubierta del bergantín Austro, que era aquél a cuyo bordo viajábamos, se constituía en un sitio muy poco seguro. Sin embargo, mi padre pasaba muchos ratos en la amura de proa, sujeto a los cabilleros mientras el barco daba peligrosas bordadas, absortos sus ojos en la curvatura terrestre que se había tragado la península itálica. Ora podía soplar un viento lacerante, ora las olas podían levantarse varios metros sobre el lecho del mar... mi padre no se movía de su puesto en la amura de proa. Yo sabía que pensaba en Margaret, mi otra hermana mayor, la cual se había casado en secreto con un humilde funcionario de Nápoles. Mi padre amaba a Margaret, y el recuerdo de la traición que ella cometiera a nuestra familia le pesaba en el alma como losa de plomo. Mi padre no podía olvidar que él mismo la había maldecido cuando se presentó en Ancona del brazo de su flamante marido. A lo que parece, mi hermana había ido a Pompeya a estudiar las ruinas que dejó indemnes la tragedia del Vesubio en el año 79 de nuestra era, y allí conoció al apasionado italiano que la anudó con los perfumados lazos de Himeneo. Yo recuerdo, y mi padre lo recordaba igualmente durante la travesía, el abatimiento con el que Margaret traspuso la cancela del jardín tras escuchar la voz condenatoria del hombre que la concibió y que tanto la había amado. Mi madre y Arabella también sufrían en lo secreto de sus camarotes la ausencia de Margaret, y yo no podía por menos de sumarme a la aflicción general. Considerando todos estos factores, es sencillo imaginarse que nuestra arribada a Cornualles no estuviera presidida en modo alguno por el más leve atisbo de alegría.
Los pescadores de arenques que faenaban en las inmediaciones de la rada de Dawning, acogían con ojos suspicaces la llegada del Austro. Tenían los rostros cenicientos, tocados con grasientos casquetes de marinero, y las ropas que llevaban se les caían a pedazos. En Dawning no se respiraba ambiente de prosperidad; así pudimos constatarlo tan pronto el bergantín atracó en el mísero puerto. Las casas estaban levantadas con toscos adobes y los tejados eran de pizarra ennegrecida por la humedad. Pese a encontrarnos en lo más extremado del invierno, de las chimeneas apenas si salían delgados tirabuzones de humo negro de turba; allá donde la miseria sentaba sus dominios, escaseaba hasta el combustible para calentarse durante la época del frío.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
9 comentarios:
Hola amigo, tarde en llegar pues otras cosas acontecieron, y así poco a poco pude ir de blog en blog para leerlos a todos, y aquí me encuentro con este hermoso relato de vivencias en familia que me gusto mucho, lo narras tan apasionadamente que se puede sentir todo lo que sucede allí.
Besos
Gracias por ofrecernos de nuevo otro de tus maravillosos relatos.
Un abrazo amigo.
FLOR.
es un relato que me emociona mucho. sigue asi y no nos dejes.
Hola Jardinero, tiempo ya que no te saludaba aunque estoy al tanto de tu blog porque te sigo y me cambia en mi blog cada vez que vas añadiendo algo. Aparte de venir a darte un abrazo enorme, decirte que siempre es un placer perderse en tus relatos...gracias, guapo-
Besitos
de verdad muy bonito tu relato. me ha gustado como siempre. Se siente la melancolia y tristeza presente en la familia.
un abrazo
judith
alejado jamás, espero que tu animo esté mejor.
Describes de una forma, que las imágenes resultan tan reales que tal pareces que lo estás viendo-viviendo.
Espero que el "Continuará" (dentro de tus posibilidades) no demore pues uno se queda con el deseo de leer más.
Abrazos
Bye bye
Paul Braun nos presentó a Genaro y nos llevó con él en su viaje, ahora nos invita nuevamente a viajar por otro episodio de su vida, seguro que no nos decepcionará.
hay una sorpresa para ti en mi blog, un beso.
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