lunes, 25 de julio de 2016

En La Alhambra nocturna (poema)



Noche almenada en las murallas
de Granada, los baluartes
que defendieron el imperio
de las rosas y las estrellas
del estío. Sobre la fuente
de Lindaraja, en el casi
inapreciable discurso de las aguas
manchadas de luna,
se contaban los suspiros
de los ojos nublados
de velos de mar, de manos
guerreras que labraron la paz
en arboledas escondidas.
Labios sarracenos, cipreses
regados en melancolía de arrayanes
y pedrerías solares. La noche
saluda en los miradores
y derrama la última púrpura
de las horas de insectos
y canciones calurosas.
En la alberca del patio
encantado, bajo arabescos de astros,
los peces ocultos repiten
antiguas elegías que el amor
perdió entre acequias y brisas
de antaño. Ha nacido la noche…,
ha nacido en La Alhambra.

Granada, visita nocturna a La Alhambra, viernes 22 de julio de 2016
Por Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes)



Safe Creative #1607258445875

miércoles, 13 de julio de 2016

Las desavenencias literarias de Sebastián Argote y Cencibel (IV) - EMIGRADO, SIN MÁS REMEDIO

   

Después de un tiempo, me hice demasiado conocido en Toledo. Ya no había quien quisiera leer mis libros. Bueno, de peras a higos algún incauto se atrevía a comprarme alguno de mis polvorientos tomos, lo hojeaba, atendía con pocas ganas a mi discurso y se iba como la luz del atardecer, privándome de la opinión y la posible alabanza… Dejé la lengua quieta y la pluma seca.
Un sábado en que azotaba un ventarrón cargado de fúnebres presagios, coloqué un nuevo cartel junto al montón de mis libros. Así decía:

Si te gusta la lectura y no tienes posibles, llévate un libro gratis.

Y ni por ésas. Ni regalados querían mis libros. No volví a cargar de tinta el depósito de mi pluma. Me fui de la plaza de la Catedral con la amarga sensación de que había gastado mi vida en quimeras irreverentes. Más me hubiera valido seguir de pincha y no haberme creído más especial o iluminado que el resto de mis congéneres.
Arrinconé mis libros en el trastero de mi casa, y llevé mi carrito a un punto limpio. Me sentí libre y aliviado de pasadas pesadumbres. Me miré otra vez al espejo, y acepté lo que vi… Esa noche prescindí de las birras.
***
 Lo malo de vivir en capitales pequeñas es que como te destaques un poco, te acaban poniendo el sambenito y en la mayoría de los casos pasan de ti como de comer mierda.
Me fui de Toledo, no sin algún sentimiento, pues había sido mi ciudad por espacio de diez años. Tiré hacia el norte, tan sólo unos setenta kilómetros, ya que Madrid reunía todo lo que en aquel momento apetecía.
Alquilé un bajo lleno de humedades cerca de la barriada de Pan Bendito, y di en buscar un medio para reponer las pelas que aceleradamente se me iban agotando.
A mi edad es casi imposible que te den trabajo, por lo que se me ocurrió bajar a los vagones del Metro, a semejanza de como otros hacían. Me inventé un melodrama con que aderezar mi vida y desperté no pocas conmociones entre los pasajeros. Total, que me llovieron los euros suficientes para comer y cenar en El Brillante, con el debido acompañamiento de birras fresquitas. Pero no, esta vez fui prudente y todo lo que conseguía lo invertía de la manera que me dictaba mi inteligencia. Al final, haber escrito tantas historias me había tenido que servir para algo… Bueno, en uno de mis monólogos metropolitanos, un pibe inválido me encajó un garrotazo en las corvas, aduciendo que mi desenfrenada verborrea le ocasionaba migrañas… Pero, entre claros y nublados, eché adelante en mi vida.
***
Tras dos meses de una primavera lluviosa en Madrid y un pasar razonable, sentí el anhelo de que mis palabras dieran testimonio de lo tío guay que era. En definitiva, me entraron las ganas de empezar a escribir en la prensa.
Los rotativos de mayor tirada no me hicieron ni puto caso; si acaso, una minúscula parrafada en la sección de “Cartas al Director”. Pero nada, yo buscaba un reconocimiento más directo y satisfactorio.
Tras una inconstante búsqueda, hallé lo que se acomodaba a mis capacidades en una plataforma digital de escaso calado, en la que sin embargo se formaban interesantes foros de comentarios. No la busquéis, ya está desaparecida, y se llamaba “Al día de Madrid”. Allí empecé a hacer críticas de libros que había leído, de otros que nunca leería, a atizar mis furores en contra de los beselers (como yo digo) y a verter alguna que otra opinión referente al panorama político y social.
He de decir que los foreros y comentaristas se cebaron en mí. Me llamaban vago, rancio, fachuzo, ignorante y cuantos términos contiene el más voluminoso diccionario de agravios. Y he de confesar que entré en su juego, para lo cual extremaba mis modos irónicos e insolentes… Total, que al final me cansé y mandé a tomar por culo el mundo de la llamada prensa seria y digital, por añadidura.
Con lo bueno que es no cortar árboles para fabricar papel, y muchos tontarras afirman que sin publicar en papel un escritor no existe. Y me lo dicen a mí, que tengo libros impresos que me costaron mis buenos cuartos y que ahora sólo sirven para estudiar el proceso de cómo el papel pasa de blanco a amarillo.
¡Cuántas ganas de reír me entran! Con el tiempo he descubierto que el primer mandato del escritor es deberse a sí mismo. Arriado vas como confíes en los gustos y la opinión de los lectores… Más vale pasar hambre con la pluma que escribir toda la vida de rodillas.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).


Safe Creative #1607138368300

domingo, 3 de julio de 2016

Las desavenencias literarias de Sebastián Argote y Cencibel (III) - MISÓGINO, XENÓFOBO, HOMÓFOBO, AGRESOR... Y BEODO



LECTURA NO RECOMENDADA PARA MENORES DE 18 AÑOS.

Si tuviera que hacer una lista de todos los insultos que en esta vida me han aplicado, nos estábamos hasta mañana. “Loco”, por supuesto; pero los que sin ninguna duda me han hecho más gracia son “maricón”, “misógino” y “racista”.
Maricón. Será porque en mis horas cerveceras frecuento garitos donde muchos le tiran más a esto que a aquello; o tal vez porque mis cuerdas vocales no emiten tonos tan varoniles como sería de desear; o, ¡espera!, tal vez por llevar el agujero del pendiente en el lóbulo de la oreja derecha.
Sí, es cierto que quien me quiera ver en horas de gatos maullando ha de presentarse en los sitios donde los maricones de toda la vida y las bolleras de estos tiempos suelen ir en busca de remedios para su soledad. Estas tendencias son, en gran variedad de casos, inherentes al temperamento artístico, porque de artistas estas personas lo tienen todo; hay que serlo para hacer profesión de gay en esta sociedad de tanto acero en la mollera. Me gusta la compañía de estas gentes, pero que no se les ocurra llevarme a un sitio reservado. Tan guapo soy, que más de uno se me insinúa por medio de los vapores de cerveza, y la jodida voz que me gasto no ayuda demasiado, y a ver cómo les explico que si llevo el pendiente en el lado derecho es porque me gusta tenerlo ahí y punto. Si una bollera se me insinuase, ahí sí que haría una excepción, porque las mujeres me gustan más que el masticar. Pero las bolleras son fieles a sus principios y parejas. Pongamos por caso que lo que me gusta de esos antros son las cervezas fresquitas y baratas y las sabrosas pláticas que se suscitan en torno al mundo del arte.
Vamos a dejar bien aclarado, de una tacada, lo de las acusaciones de misógino y racista. El bar “Upsala”, situado en una de esas callejas que desembocan en el Alcázar, era no hace mucho tiempo (porque a día de hoy lo han cerrado) uno de esos antros de perdición que he esbozado con mi arte insuperable. Allí solía dejarme caer.
Una noche, bien cargado de rubias, me dio por chiflarme de una nigeriana que, para mi disgusto, era bollera. Y sí, una ucraniana con pelas la tenía bien atrapada de la falda mientras consumían sendos Bombay Sapphire (¡hosti, qué caro!) y le daban a la coca. Pues mira, me flipé por la negrita, y, como de cortado ando también calvo, apuré mi birra y fui al asalto de las dos.
—Hola. —Sólo me dirigía a la nigeriana. —¿Te molaría salir a tomar aire?
Así las abordé, sin preguntar nombre ni nada. Oí unas risitas afeminadas a mis espaldas. La negrita me miró escandalizada; entonces me fijé en que tenía las pestañas postizas.
—¡Eh, tío! ¿Por qué no te largas? —me espetó la ucraniana—. ¿No ves que somos pareja?
El pedo que llevaba encima, me avivó el cabreo muy rápidamente, y más con las risas de los drag queens que tenía detrás.
—Será tu pareja el día que no le tengas que hacer la tijera y le puedas meter una chorra de carne y no de silicona.
Las dos titis, mayormente la ucraniana, me ducharon con el contenido de sus Bombay Sapphire. Aun así, la negrita me seguía molando un huevo.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté—. Soy escritor y te sacaré en una de mis historias.
Fue una pena. Sólo se escuchaba la música enlatada de reggaeton (chunda que chundareeé), amén de las risas cada vez más desaforadas de los drag queens.
Me fui al váter, no sé para qué, porque allí no había papel ni toallas con los que secarme las manos y el careto. Me miré al espejo, y se me esfumó como por encanto el contentillo de las birras. Tiene huevos que te acabe molando una bollera. La edad empezaba a jugármela: antes arrinconaba a las titis sin gran esfuerzo. ¿Y ahora? De seguir así, me veía de ahí a poco en el sofá con la manta, tomando sopitas dulces y enlazando una telenovela tras otra.
Coño, que no me iba a conformar. Tenía que intentarlo de nuevo. ¿No dicen por ahí que el que no llora no mama?... Salí como un tifón del váter, dando portazo y todo, y, a paso de legionario, me encaminé al encuentro de la negrita, de la que, ¡joder!, todavía no sabía su nombre.
—¡Tía, no me dejes así! Si quieres te hablo con dulzura y modales refinados. Déjame decirte algo… Me gustas desde el primer vistazo que te he echado. Dime tu nombre, al menos. Yo me llamo Sebastián Argote y Cencibel.
Arreciaron las risas de los drag queens, que enseguida se contagiaron a casi todos los que había en el garito.
Una vez más, la ucraniana marimacho se interpuso entre nosotros, llegando a taparme la vista del objeto de mis deseos.
—¡Que te vayas a tomar por culo, cabrón!
La sangre se me caldeó, y le largué una guantada a la marimacho. Te juro que hoy no lo hubiera hecho, pero cuando se me va la pinza pierdo el control de mis actos.
Todos se me echaron encima, me molieron a hostias y, para rematar la puntilla, avisaron a los locales y esa noche la pasé en el calabozo. La puta de la ucraniana me puso una denuncia por agresión, que se resolvió con una buena sacada de cuartos.
Desde entonces, ya casi no frecuenté los garitos y procuré no liarla parda. Me volví más pacífico, y me centré en el placer de sentir la cerveza escurrirse por mi gaznate. Y también  me esmeré en mi escritura, procurando no ser protagonista de una vida que al final te arrea palos por todas partes.
Ni misoginia, ni homofobia, ni amor, ni racismo. Casi cincuenta tacos. El crepúsculo ha de ser un momento de paz, así nos lo enseña la Naturaleza de allende las orillas del Tajo. Pero yo soy cordobés, y aún era posible que me quedasen algunos resabios de juventud alocada.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).



Safe Creative #1607038295201