lunes, 30 de marzo de 2009

La armonía de los mundos (enero de 2008)


Tempestuosos tiempos los de la Reforma. En astronomía la Iglesia Católica admitía el sistema geocéntrico de Tolomeo (los planetas y el sol giran alrededor de la tierra) y despreciaba el nuevo sistema heliocéntrico (los planetas y la tierra giran alrededor del sol), paradójicamente difundido por un monje polaco llamado Copérnico; el sistema heliocéntrico tenía más visos de realidad, pero la tradición cuesta desterrarla.

Hacia 1582 un niño llamado Johannes Kepler fue enviado al seminario protestante de Maulbronn, donde se preparaba a los jóvenes para combatir ideológicamente el catolicismo. Pero Kepler, niño introvertido y aislado, quería ir más allá: quería encontrar la armonía de los mundos; leer, en definitiva, la mente de Dios. Y en este camino las matemáticas, especialmente la geometría, ejercieron en su alma especial fascinación. Dejó escrito: "La Geometría existía antes de la Creación. Es co-eterna con la mente de Dios... La Geometría ofreció a Dios un modelo para la Creación... La Geometría es Dios mismo".

Los cuerpos celestes respondían en sus órbitas a la belleza de la Geometría. Si el sistema geocéntrico no lo había demostrado del todo, el sistema heliocéntrico lo haría, tal era la fe de Kepler. Pero para ello necesitaría datos de observaciones que llevarían toda una vida acopiar. Y mientras reunía esos datos, no podría dar libre curso a sus ideas con la rapidez que quería.

Necesitaba esos datos, y había alguien en el mundo que ya los tenía: el exiliado astrónomo danés Tycho Brahe, que hoy da nombre a uno de los cráteres de la Luna.

Tycho Brahe el libertino, que en una refriega estudiantil perdiera su apendice nasal y ahora ostentaba una nariz hecha de oro. Tycho Brahe, que quiso encontrar un punto de diálogo entre el geocentrismo y el heliocentrismo, propugnando que la tierra seguía ocupando el centro del universo, el sol giraba alrededor de ella y el resto de los planetas orbitaban en torno al sol en su movimiento alrededor de la tierra.


Tycho llamó a Kepler a su lado, y éste acudió con la esperanza de que le diera las piezas para montar su rompecabezas (sin piezas no hay rompecabezas). Tycho obligaba al ascético Kepler a acudir a sus juergas y bacanales, y entre borrachera y borrachera a lo mejor le soltaba, a modo de limosna científica, el dato del perigeo o apogeo de un planeta. Kepler sufrió de ansiedad lo que nadie sabe por causa del borrachín de la nariz de oro.

Las juergas condujeron a Tycho a la tumba, y a Kepler le fueron legados por fin las piezas del rompecabezas. Al final lo montó, en la forma de tres elegantes leyes, el diseño original de Dios para el movimiento de los cuerpos celestes.

La primera ley decía que los planetas describen una elipse en torno al sol, el cual se encontraba en uno de los focos de dicha elipse.

La segunda ley decía que si unimos con una recta el planeta y el sol, esa unión, en intervalos de tiempo iguales, cubrirá superficies iguales. En términos científicos, la velocidad areolar es constante.

La tercera ley decía que hay una relación entre el tiempo que tarda el planeta en girar en torno al sol y entre la distancia del sol a ese determinado planeta.

Ésta es la armonía de los mundos, el ensamblaje perfecto, las leyes que rigen vuelos interespaciales, la inspiración de Newton para formular su ley de la gravitación universal. Kepler logró al final su pretensión de niño: leer en la mente de Dios mediante la exactitud de las matemáticas.

Dios dijo: "Que haya lumbreras en la bóveda celeste para separar el día de la noche, y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años; que luzcan en la bóveda del cielo para alumbrar la tierra" (Gn 1, 14). Y su diseño adquirió carácter matemático. Ya lo dijo Galileo: "Las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el universo".

Hace un tiempo, amigo UNO MÁS, afirmaste, en respuesta al código matemático de la Biblia, que las matemáticas son acomodaticias. Aquí surge una cuestión aparente a la del huevo y la gallina... ¿Qué fueron antes: las acomodaticias matemáticas o el hombre capaz de acomodarlas? Yo, personalmente, dudo que el hombre hubiera podido acomodar la armonía de los cuerpos celestes.

Para Reyes me han regalado la serie "Cosmos" de Carl Sagan. Recuerdo que siempre aguardaba con impaciencia el momento en que la emitían por televisión, allá por el verano de 1982. Me encantaba el contenido de la serie y su inconfundible suite musical ("Heaven and Hell", parte I, de Vangelis). Recuerdo que leí con especial agrado el libro inspirado en la serie; estoy por decir que es el mejor documento científico que jamás he leído. Me gusta el enfoque multidisciplinar que Carl Sagan, que en paz descanse, sabía darle a la divulgación científica, un enfoque netamente renacentista. Carl Sagan concebía la ciencia (y así la concibo yo) como un saber que se construye a partir de todos los demás, aun de aquéllos que tienen el marchamo del campo de las humanidades (filosofía, teología, literatura, arte, etcétera). La sabiduría es una sola. ¿Por qué nos empeñamos en marcarle fronteras? Anoche vi los tres primeros episodios de "Cosmos". Me encantó la recreación de la vida de Kepler.

¿Por qué pensamos que es mejor ser maestro que aprendiz?... ¡Que a mí siempre me llamen aprendiz!

El jardinero de las nubes.

jueves, 26 de marzo de 2009

Mi opinión sobre el aborto


Quiero dejar claro que nunca impuse (ni siquiera a mis seres más cercanos) mis ideas y mis sentimientos. Y también diré con voz muy alta que mis sentimientos cristianos no se han acrisolado en el seno del catolicismo, sino en medio de la mayor soledad. No diré que la soledad me haya sido nociva, pues como decía el artista florentino Miguel Ángel Buonarroti: “Jamás estoy menos solo que cuando estoy solo”… Todo esto es sacado a colación para dejar claro que lo que voy a declarar ha surgido de mis reflexiones personales y no me ha venido impuesto por nadie.

Siempre creeré que mis padres cometieron un error al traerme al mundo. Hubo un tiempo en que mis oraciones nocturnas terminaban con el deseo de que Dios me librara de la agonía de vivir. Mi vida fue un fracaso y una frustración; mi vida se desmoronó por la ausencia de una vida ajena y una serie de circunstancias tristes. A pesar del sufrimiento que la vida me deparó, jamás se me pasó por las mientes formular el menor reproche a mis padres por haberme concedido la oportunidad de vivir. Sentía entonces que se hacían míos los clamores de Job: “Perezca el día en que yo nací, y la noche en que se dijo: Ha sido concebido un hombre” (Job 3, 3); “¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre? ¿Por qué me acogió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso, con los reyes y con los consejeros de la tierra, que reedifican para sí ruinas; o con los príncipes que poseían el oro, que llenaban de plata sus casas. O no existiría como un aborto ignorado, como los pequeñitos que nunca vieron la luz. Allí los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas” (Job 3, 11-17).

Yo no sabía cómo seguir viviendo, y me acogí a Dios, pues está escrito: “Me enseñarás la senda de la vida” (Sal 16, 11). Y precisamente aprendí que no hay vida que no sea preciosa a los ojos de Dios, incluida la mía propia.

El instinto de conservación nos conduce a amar y a velar por nuestra propia vida. Está escrito que el Espíritu de Dios da la vida, pues la carne en sí no vale para nada (Jn 6, 63). Es decir, si en toda vida alienta el Espíritu de Dios, el llamado soplo divino, y yo amo realmente a Dios, ¿no entra dentro de mi sentimiento cristiano intentar amar y respetar las vidas ajenas a la mía?

Los científicos afirman que el germen de la vida se establece cuando el gameto masculino se une al gameto femenino y forman el huevo o cigoto. Vida es tanto al principio como al final. Si he de sentir amor por esa vida, lo he de sentir tanto al principio como al final de la misma, independientemente de las circunstancias que la rodeen.

A un ser que se está gestando se le ha de presuponer toda inocencia, y Dios dejó dicho: “No quites la vida al inocente” (Éx 23, 7). ¿Qué delito ha cometido un ser inocente, si bien inconsciente, para que se le niegue la vida y la consciencia? Toda vida tiene derecho a prosperar y a beneficiarse de ser amada. Dios define la presencia de los hijos como una bendición: “Una herencia de Dios son los hijos, una recompensa el fruto de las entrañas” (Sal 127, 3). También está escrito: “Dichoso el hombre que llenó su aljaba de hijos” (Sal 127, 5).

En la Biblia se compara el aborto como una ocasión de gran tristeza. Por ejemplo, cuando el profeta Oseas denuncia con amargura la infidelidad de Israel para con Dios, recurre a esta terrible maldición: “Dales, Dios… ¿qué les darás? ¡Dales seno que aborte y pechos secos!” (Os 9, 14). Yo no he oído jamás de nadie que se haya sentido alegre por haber abortado voluntaria o involuntariamente. También sé que no hay dolor peor para una madre que afrontar la muerte de un hijo. La Virgen María nos dio un ejemplo elocuente al ver expirar a su Hijo en la Cruz, en quizás el pasaje bíblico que más me ha conmovido de todos: Jn 19, 25-27. Asimismo conozco casos de madres con hijos enfermos que se aferran con devoción a las vidas de éstos…, madres a las que en algunos momentos han cuestionado el mantenimiento de las vidas de sus hijos como la mejor opción a seguir…, madres que han apostado por la vida de sus hijos en contraposición al sufrimiento de ellas mismas.

Seamos drásticos y vayamos al peor de los casos: una joven objeto de violación que queda encinta a consecuencia de esto. ¿No le asiste el derecho de abortar? Puedo entender que no ame al fruto de su violación, pero también puedo entender que hay padres que no logran concebir hijos y verían el bebé de la joven violada como una bendición de los cielos. Como quiera que en las dos posibles alternativas (aborto o parto), la joven violada se ha de enfrentar al paso por el quirófano, ¿qué perdería con entregar en adopción el fruto de sus entrañas? Jesús también usó la comparación de los perrillos que se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos (Mc 7, 24-30).

A veces concebir un hijo no deseado puede ser una vergüenza de cara a la sociedad. Muchas veces presumimos de liberales y progresistas. Un liberal se caracteriza, entre otras cosas, por no temer los juicios de la sociedad. Si no se desea la responsabilidad de criar un hijo no deseado, ¿por qué no transferir dicha responsabilidad a unos padres adoptivos que sí deseen criarlo? ¿Acaso es más importante el juicio de la sociedad que el respeto por la vida ajena?

Luego se da el caso de que muchos de los que defienden el aborto tienen hijos, y los aman. Esgrimiendo la noción del respeto por la vida, ¿vale acaso más lo que se tiene que lo que se puede tener y que subyace en el vientre de una madre?

Tales son mis pensamientos referentes a este tan traído y llevado asunto del aborto. Nacen de mis sentimientos cristianos, y yo a nadie le impongo que los compartan. Que nadie me imponga, pues, faltar a mi respeto por las vidas de seres inocentes.

El jardinero de las nubes.

martes, 24 de marzo de 2009

Francisco de Asís


Yo te busqué, Francisco de Asís. Quería preguntarte, quería que me indicaras el camino. Una joven lloraba porque para ti había terminado el amor mundano y proyectabas tu mirada a las alturas, buscando el amor celestial.

Escuché tu canto en la pradera, Francisco de Asís, y vi correr la sangre del martirio por tus pies descalzos. ¿Qué tenía esa flor de abril para que tu mirada arrojara chispas como el sol? Era la primera vez que tu corazón puro la contemplaba, y le hallaste parecido con los cabellos de esa joven que por ti lloraba.

Quise abrazarte, Francisco de Asís, y huiste de mis brazos blancos para anegarte en los brazos manchados de ese leproso. Apartaste toda comodidad de tu camino, y te metiste por donde los guijarros eran más curvos y afilados, deseosos de bañarse en la sangre de tus pies. La joven que por ti lloraba iba recogiendo tu sangre heroica en pañuelos perfumados.

Y un día te vi ciego y sin fuerzas para levantarte. Dentro de ti ardía el amor de Dios, y esa joven que una vez por ti llorara amó al Cielo para que tú pudieras amarla...Y ya no hubo más lágrimas en sus ojos.

Yo te vi, Francisco de Asís, pasearte por las praderas de las nubes, buscando el amor de esa joven que una vez por ti llorara.

El jardinero de las nubes.

domingo, 22 de marzo de 2009

Vencido por la primavera


Si es verdad, Dios amado, que no soy capaz de resistir los encantos de la primavera, que tanto alimenta mi melancolía, entonces es cierto que mi vida es un cautiverio. Si no puedo reír cuando los demás ríen, ni llorar cuando los demás lloran, déjame ser la flor que crezca en el muro de mi prisión. Deja que la alondra me tribute una nota de su arpada lengua en medio de mi desazón y que una hebra de amada cabellera se enrede en mis pétalos manchados de polvo.

En el cielo planean golondrinas. Mis ojos las contemplan, y me dan cuenta de que es inútil zafarme de los encantos de la primavera. Tendré que quitarme las telas que me sobran y destapar el dolor que ocultan. Asimismo, mi alma profunda me vencerá algún día y pugnará por derribar los muros de las sombras que la ocultan. Y no es bueno que la mucha luz y el aire fresco busquen su sitio en mi morada neblinosa. El corazón estallará en miríadas de fragmentos, y los labios hablarán de las lamentaciones acopiadas a lo largo de una vida gris y ausente. Y la polvorienta flor que crece solitaria en el muro, será transplantada en fresco arriate, entre perfumes de rosas y jazmines.

Un corazón solitario no puede derrotar a la primavera; hasta la dormida agua del otoño coadyuva a que se yergan las amapolas de mayo, heridas sangrantes de los campos de cereal.

Si es verdad, Dios amado, que no puedo vencer a la primavera, que mi melancolía reviente como las nubes en el cielo de mayo.

Si el amor encuentra su abono en la tristeza, que su florecimiento acontezca en praderas de alegría.

El jardinero de las nubes.

viernes, 20 de marzo de 2009

Balada a la primavera


En aquel entonces no fui capaz de proferir el grito que atraería tu atención. La voz se me quedó ligada a la garganta. Yo desesperaba por que pudieras reparar en el débil destello de mi alma sumida en el silencio de mi pequeña vida melancólica. Pasabas a mi lado, brisa y flor de primavera, y tus ojos buscaban la alegría de tu nombre. Me pasabas de largo, y el silencio de mis labios no era quebrado en tu requerimiento.

Yo gastaba mis horas junto a las ventanas en sombra, suspirando por capturar una mirada oblicua de tus ojos. Bordabas los campos de amapolas y posabas las perlas del rocío sobre las encendidas rosas del camposanto. Hacías que las calandrias te rindieran al amanecer el tributo de sus vibrantes gargantas cargadas de canciones. Te arrullabas en sábanas de heno fresco, mientras la luna te vertía sus cuencos repletos de plata húmeda. Le pedías sal a los mares y nieve a las altas cumbres, nieve que tu aliento convertía en lágrimas que las nubes no derramaron en el atardecer otoñal. Eran tus cabellos neblinosos rayos de sol y tus espejos los charcos que esmaltaban los caminos pedregosos tras los chubascos de abril... Todo lo podías, en todo estabas, y aun así me ignorabas.

Entre las sombras de las hojas del ailanto, yo contemplaba el resplandor de los cielos que te cobijaban, y tú te colocabas en la cabeza caprichosos sombreros de nubes y tu sonrisa tenía la curva del arco iris en postura inversa. Aun cuando tú vieras el brillo de mis lágrimas en las alas de la libélula, ponías a funcionar tu rueca de abejas y vilanos, sembrando florecillas azules en las grietas de la muralla.

El cordón de tus perlas se partió, y quedaron esparcidas en el lóbrego capuz de la noche, marcando las rutas de los navegantes. Y en la noche también me ignorabas, mientras llevaba la cuenta de cada una de tus perlas nacaradas; no tenías ojos más que para la risueña luna, que a la voz de tus requiebros se le pintaba el rubor en sus níveos riscos y en sus mares de tranquilidad. Las golondrinas te traían en el sable de sus alas las fragancias de la Arabia lejana, la suavidad de los filamentos de los nenúfares del lago Tchad. Y el limonero ponía sus flores en el troquel para llenar sus bandejas de soles amarillos con los que obsequiarte... Mi corazón era una pobre ofrenda en medio de tanta largueza como la Madre Naturaleza tenía contigo.

Y te gustaba el trémolo de las risas que el invierno había amordazado. De mis labios sólo salía el silencio; eras demasiado hermosa para que te fijaras en mí.

Y entonces quise ponerte en el olvido; quise hacer del otoño la estación de mi consuelo. Me replegué en las sombras, allá donde tu mirada no me alcanzara. Sepulté el amor que me inspiraste en los más recónditos surcos de mi corazón. Abrí mi boca en un triste suspiro, y esperé a que el invierno disolviera mi vida entre su polvo de nieve.

Entonces te diste cuenta de mi ausencia, y mandaste a las golondrinas que golpearan los vidrios de mi sombría ventana. Te ignoré y sentí tus lágrimas golpeando mi tejado. Querías encontrarme...

Sentí que mi cuerpo se retorcía por el dolor del amor escondido que quería volver a germinar en la oscuridad de mi corazón. ¿No era lo bastante tarde para ti? ¿Querías que te franqueara la puerta de mi balcón?

Es cierto que lo hice y que llamaste luna plateada a las canas de mi cabeza, surco de labrador a las arrugas de mi frente y agua dormida a mis ojos apagados. Y yo entonces, entonces... volví a amarte con la fuerza del diluvio y rendí mi vida ante tus brazos.

¡No me abandones nunca, primavera querida!

El jardinero de las nubes.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Hombre de paz en Reinosa (reeditado)


UNO DE MIS FAVORITOS: ME FASCINA, ME SUBYUGA, NO PUEDO QUITÁRMELO DE LA CABEZA. HAY ALGO EN ESTAS PALABRAS QUE REMUEVE MI ALMA Y COLMA MI SENSIBILIDAD LITERARIA.

Iba maldiciendo por los caminos de barro porque las fábricas del Alto Campoo habían cerrado sus puertas para él. Y en los caminos no había quien le escuchara. Decían en Reinosa que era de natural pacífico. Vivía en una casa roída por la humedad. Allí tenía unos brazos que fregaban escaleras y unos ojos infantiles cuyo verdor derrotaba con su impronta a la niebla de la época del tiempo desapacible.

Aún no asomaba por el horizonte la fría raya del sol de invierno, cuando cada mañana salía de su casa hacia las fábricas del Alto Campoo. La bufanda tricotada en casa, la nariz enrojecida y goteante. El río Ebro atravesaba los ojos del puente, arrastrando cristales de escarcha e inquietas hilachas de bruma. Había polvo de nieve en el aire turbio de la madrugada. Se encendían las luces de las tabernas cuando aún resplandecían las farolas en la niebla del alba. ¡A las fábricas había que ir..., por esas manos que fregaban escaleras y esos ojos verdes de infancia! Sus labios no se despegaban, pero las montañas cántabras se hacían eco de su descontento. Y en Reinosa y en las fábricas del Alto Campoo siempre hacían referencia a él, diciendo: ahí lo tienes, va por el camino... ¡Es el hombre de paz en Reinosa!

Hombre de paz en Reinosa. Con la bata azul y fresando todo lo que le permitiera conjurar la amenaza de la miseria. La luz se sentía ultrajada al traspasar los vidrios de polvo de la fábrica. Prescindiendo del café de media mañana, él ahorraba para sufragar la Primera Comunión de la mirada verde que le era tan amada. Y nadie que lo viera dejaba de decirlo: ¡Hombre de paz en Reinosa!

Cincuenta años y bigotes lacios y canosos. Él fue el primero en ser sometido en la fábrica a un expediente de regulación de empleo. La Vírgen en Fontibre soltó las lágrimas que engrosaban el caudal del Ebro. Ya habían brotado las hojas, con el mismo verde apacible de su mirada amada.

Y el hombre oyó la gaita en el valle. La gaita sonaba y su trémolo arrastraba el murmullo del arroyo y del viento de los cipreses. La voz que habla el lenguaje de los bosques y desnuda el corazón de los hombres que sienten que no quieren perder sus últimos atisbos de esperanza.

Los aires de la gaita le condujeron hasta el lugar de la Vírgen en Fontibre. Se metió en el nacimiento del Ebro y abrazó la columna también presente en la basílica del Pilar de Zaragoza. El viento de la montaña y la misma gaita lo afirmaban: ¡Hombre de paz en Reinosa!

Y el daño vino... Reinosa no te quiere. No encontrarás ocupación cerca de tu casa. Eres viejo y no eres nada. Mejor te encontrarías muerto que ser quien eres, tener tanta edad y no encontrar otro sitio en la sociedad. Vete más allá de las montañas del Alto Campoo, y repararás en que nadie te solicita en este mundo de fatigas sin cuento.

No pudo ser. Le cobijaron las manchas de sus paredes roídas por la humedad. Sólo las escaleras fregadas por su amor de siempre sostenían la dignidad de su morada. Esas manos que antaño fueran suaves como flores de las cumbres del valle de Valderredible y que ahora estaban ásperas por los líquidos caústicos de limpieza. Y los ojos de verde montaña empezaron a angustiarse ante lo incierto de su futuro. Abandonado por el reconocimiento de sus convecinos, ya nadie le asociaba con el hombre de paz en Reinosa. Sólo el aire lejano de la gaita seguía alentando algún deseo en su corazón desengañado.

Como ya nadie se hacía lenguas de su bondad, como ya su vida era ignorada como por acuerdo tácito, tomó su viejo punzón de fresador y regresó de incógnito a las fábricas del Alto Campoo. Allí el punzón buscó la carne del director gerente, y al hundirse en la misma no reparó en que dejaba huérfanos varios ojos del mismo color de hierba. La sangre vertida provocó que nadie jamás volviera a decirle: ¡Hombre de paz en Reinosa!

Y vio la llegada del día en que su ventana se hizo lejana y con el rectángulo dominado por sombras de barrotes. Y de más lejos venía a su encuentro el olvidado aire de la gaita y la Vírgen en Fontibre le tendía los brazos, buscando su abrazo de tiempo atrás. A través de los barrotes de la ventana no vio los pasos por el mundo de sus amados ojos de hierba.

El hombre bajó la persiana, se acurrucó en el rincón más apartado de su celda y dio curso a sus lágrimas, tan abundantes que bien podrían correr sobre el lecho del río Ebro.

Y al cabo de los años, cuando su piel volvió a recibir la caricia del sol y el frescor de las montañas del Alto Campoo y la mirada de los ojos que le amaron, volvieron a decirle: ¡Hombre de paz en Reinosa!

El jardinero de las nubes.

lunes, 16 de marzo de 2009

Ya florecen los almendros (febrero de 2008)


Nuestro buen amigo Feliciano Moya, poeta de los pinceles, me ha informado en su último mail que ya están floreciendo los almendros en Aldea. ¡Y que no esté yo allí para que mis ojos se recreen en semejante milagro de la Madre Naturaleza!

Una vez, en los días de mi triste adolescencia, mientras me paseaba por entre las ramas en cierne de los almendros del camino de la Cueva del Alguacil, presencié algo maravilloso, a lo que la Naturaleza no nos tiene muy habituados:

Deambulaba yo por entre las piedras sobre las que se yerguen los troncos de los almendros. Había vestigios de humedad, que ayudaban a rememorar las copiosas lluvias de los días anteriores; las piedras estaban rebozadas de barro. Sólo una única nube, muy ligera y transparente, osaba semejar divieso en el rostro de un cielo con vocación de primavera. De muy lejos llegaban a mis oídos los balidos de un rebaño de ovejas. El sol picaba con resabios de resistidero veraniego. Mi mente estaba imbuida de los melancólicos pensamientos de un adolescente solitario. Mi corazón suspiraba a causa de una muchacha cantante, que solía salir en televisión por aquel entonces, y yo imaginaba lo que no podría ser y lo que jamás ha sido.

De repente, desde el Norte azotó mi rostro una violenta ráfaga de viento. Mis pies trepidaron tratando de guardar el equilibrio sobre las piedras, y las ramas de los almendros se estremecieron con impresionante sonoridad. Entonces comenzó el milagro...

Una cortina de pétalos blancos se extendió por todo aquel sector del cielo. El vendaval formó un tirabuzón y los pétalos ascendieron una altura inusual. Mis ojos vieron lo que deseaban ver: los pétalos conformaron el rostro de mi cantante suspirada; sus ojos propiamente almendrados; los adorables arcos de sus cejas de trigal; sus labios del color de las pasas de Corinto; su nariz como el promontorio de una isla de los mares del Sur; y su cabellera de oro tibio, cuyas ondulaciones parecían los acordes de un arpa de hierba. Yo estaba extasiado, rescatando colores de la blancura de los pétalos. Poco faltó para que mi trasero midiera las piedras del suelo.

De súbito, el aire se apaciguó y cayeron los pétalos en nívea lluvia, describiendo ágiles molinetes en su apacible descenso. Cayeron en mis cabellos y en mis hombros, y aquello me supo a beso onírico. La nubecilla de poco antes había sido asimilada por el vasto azul del cielo.

Y yo seguí caminado entre los almendros desflorados, rumiando el sueño que la Naturaleza me había ayudado a ilustrar.

Sí, querido amigo mío; ya están floreciendo los almendros.

Ilustración: “Almendros en el Berrocal” de Feliciano Moya.

El jardinero de las nubes.

sábado, 14 de marzo de 2009

Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto (y VI): Conclusión


Los sueños se cortaron de un modo brusco, y de las comisuras de las bocas comenzaron a manar riachuelos de sangre mezclada con arroz. Se levantaron de sus posaderos, justo en el momento en que las tripas les avisaban con violentos retortijones. Iniciaron un baile alrededor del caldero, que nada tenía que ver con el jolgorio y la satisfacción gastronómica. El dolor les hacía dar saltos, a la vez que aspaban los brazos de un modo histriónico. Escupían fragmentos de dientes, y los ojos amenazaban con escapárseles de sus cuencas. El áulico bigote del primer edil aparecía ultrajado con fragmentos de arroz regurgitado, pegotes de mocos y burbujillas de sanguinolento salivazo. El dolor no aflojaba, y al unísono experimentaron la necesidad de evacuar todo aquello que con tamaña contundencia les estaba afligiendo las tripas. Iniciaron la carrera al retrete, tropezándose los unos con los otros. El retrete era de dimensiones insuficientes para atender a una misma vez las necesidades de todos ellos.

-¡Dejadme paso, que me duele a rabiar!

-¡A mí más todavía!

-¡Yo paso antes, que para eso soy el teniente de alcalde!

-¡Ni lo creas, yo lo merezco más al ser el primer teniente de alcalde!

-¡Primero las señoritas!

-¡No, monina, primero las señoras como yo!

-¡La cultura va por delante!

-¡Nada de eso, lo que da de comer es la agricultura! ¡Allá voy yo primero!

-¡”Se callen, coño”! ¡El alcalde es el que lo merece primero! ¡El primero en todo!

Mientras armaban este frangollo delante de la puerta del retrete para ver quién entraba primero, el fotógrafo aprovechó para hacer la correspondiente instantánea, que abriría las páginas de “NoDotania” con la información de este evento. Y, para más inri, esto tuvo que ocurrir en fechas electorales. Los ediles ofrecieron un ejemplo vivaz y penoso de la teoría de la Selección Natural de Darwin, en clave de merecimientos personales.

Ramoncito el de Necleto, aprovechando la confusión reinante, tomó con discreción las de Villadiego. La lluvia había remitido, por lo que decidió acercarse dando un paseo a la plaza del ayuntamiento. Debido a lo desapacible de la jornada, no se veía un alma por los alrededores. Miró a lo alto, y apreció la ausencia del águila franquista que hasta hacía unas horas presidiera el frontispicio de la casa consistorial. La ley se había cumplido a cargo de los estómagos de quienes en las elecciones de hacía cuatro años dañaran los estómagos de los pobres ancianitos de la residencia.

Ramoncito el de Necleto soltó el trapo a reír, y su risa despertó el brillo de las estrellas entre los menguantes jirones de nubes.

El día de las elecciones, los ediles fueron a la residencia para con sus coches llevar a los ancianitos a ejercer su derecho al voto. No se gastaron muchas palabras, pues en sus bocas faltaban bastantes piezas dentales. De cuando en cuando, dirigían miradas de odio a Ramoncito el de Necleto; pero ninguno fue capaz de hacerle el menor reproche, ya que era sabido el ascendiente que tenía sobre sus compañeros de la residencia, y, ciertamente, no estaba la situación como para dejar peligrar ese manojo de votos tan valioso.

Sin embargo, la noche electoral dio un giro a las tornas. El partido de la oposición se alzó con la victoria en las urnas. Tras largos años de corruptelas, por fin se despejaba el horizonte en ese pequeño municipio; aún era posible dar una oportunidad al optimismo.

Algunos días después, el ex alcalde y los ex tenientes de alcalde acudieron a la residencia hechos unos basiliscos. Sus lenguas escupían clavos y sus ojos centellas.

-¿Cómo puede ser que hayamos perdido las elecciones si nos habéis votado todos vosotros? –meditó el alcalde saliente, mostrando los huecos de sus dientes.

Ramoncito el de Necleto se destacó del grupo de sus compañeros, y dijo con la faz sonriente:

-El trato era que ustedes se comieran el palomo con arroz, y entonces todos nosotros dejaríamos que nos llevaran en sus coches a votar… Pero no se habló nada de a quién debíamos votar.

FIN

EPÍLOGO

Definición de "Sátira" según Wikipedia: Estrictamente la sátira es un género literario, pero también la encontramos en las artes gráficas y escénicas. En la sátira los vicios individuales o colectivos, las locuras, los abusos o las deficiencias se ponen de manifiesto por medio de la ridiculización, la farsa, la ironía y otros métodos; ideados todos ellos para lograr una mejora de la sociedad. Aunque en principio la sátira está pensada para la diversión, su propósito principal no es el humor en sí mismo, sino un ataque a una realidad que desaprueba el autor, usando para este cometido el arma de la inteligencia (sic).


La ley 52/2007 de 26 de diciembre sobre la Memoria Histórica establece en su artículo 15 que “Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura” (sic).

Al amparo del artículo 15.1 de la ya citada Ley de Recuperación de la Memoria Histórica, “Símbolos y monumentos Públicos”, deben ser retirados de los frontispicios de los ayuntamientos de España los escudos golpistas y anticonstitucionales, representantes de la dictadura franquista, ya que, como explicita la referida ley: “Las Administraciones públicas (...) tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas u otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación personal o colectiva de la sublevación militar, la guerra civil y de la represión de la Dictadura” (sic).

Actualmente, tras más de treinta años de gobierno constitucional, todavía existen en España lugares donde se exhiben estos símbolos denigrantes, bajo los cuales muchas personas padecieron vejaciones y todo tipo de violencias. Símbolos totalmente equiparables a la cruz gamada de las tropas nazis.

¿No es vergonzoso, en pleno siglo XXI, estar bajo la férula de gobiernos locales que se aferran obstinadamente a símbolos y conductas propias de la dictadura franquista?

¡Sólo tú puedes poner las cosas en su sitio, Ramoncito el de Necleto! ¡Ven pronto!

EN HOMENAJE A LOS QUE SON DESPRECIADOS Y A LOS QUE LO FUERON.

El jardinero de las nubes.


viernes, 13 de marzo de 2009

Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto (V): La vida sigue siendo sueño... o pesadilla



Poco a poco, el ambiente se fue serenando, y ello, unido a la paupérrima luz que difundían los últimos ceporros de la hoguera, causó un raro estado de relajación a cada uno de los comensales.

El alcalde, en tanto que masticaba a veinte carrillos, fue acometido por una modorra irresistible. En ocasiones cerraba los párpados, y los duermevelas venían acompañados por incómodas visiones... Huertos solares que hubieran asesinado bellos paisajes de su tierra natal, para el presente y para el futuro de los que tenían derecho a disfrutar de la Naturaleza; familias del municipio que se veían obligadas a mendigar comida, pues las cargas impositivas del ayuntamiento no les permitían otra alternativa; sonrisas de mármol para encubrir la falsedad delante de las gentes que era necesario halagar y que él no podía por menos de mirar por debajo; amigos beneficiados y enemigos desahuciados, ojos de mirada distinta para cada uno de ellos (a ti sí porque eres tú, a ti no porque eres tú); burlas a gentes de pantalones blanqueados con lejía, a quienes le era posible mirar por encima; sobres con dinero e imágenes de cocodrilos cosidos y estampados... Y la mentira haciéndole crecer la nariz, cual Pinocho de carne y hueso y corazón del mismo mármol que sus dientes. El orgullo hizo aumentar la intensidad de sus dentelladas, y algo atrapó entre las muelas que le ocasionó un dolor insufrible, más duro que el bronce y más amargo que las pinochas de ciprés. Abrió los ojos y chilló como un cocodrilo en la agonía.

El primer teniente de alcalde y concejal de promoción económica, en tanto que mascaba a treinta carrillos, cayó en un mismo sopor. Y se vio caminando por un sendero de espumas de jabón y hamburguesas agusanadas, chocolates y churros correosos, patatas secas con ketchup y cervezas vomitadas; se veían también tarimas donde boxeaban mujeres escasas de ropa; y al fondo se destacaba una colina de bombillas vendidas en la oscuridad del trapicheo. Jovencitas púberes daban saltos entre cunas llenas de berenjenas. “Todo esto se hace porque yo soy un líder de la juventud”, se decía entre magos, misses y músicos alucinógenos. La estatua criselefantina de Fidias le arropaba con una lluvia de euros de oro. Los coches podían aparcar en vados permanentes de forma impune. Los aviones se estrellaban en aeropuertos de campos de césped con alopecia manifiesta y barracas de cómicos de la legua. Lo que multiplica al final acaba dividiendo. Crece y crece y crece hasta que revienta. El teléfono móvil suena hasta que los tímpanos estallan. Sus dientes tropezaron con el dolor, y chilló tanto que el príncipe de los cuentos y de los inmensos ramos de flores acabó convirtiéndose en rana.

El segundo teniente de alcalde y concejal de urbanismo, en tanto que mascaba a diez carrillos, fue presa de un torpor parecido. Echa humo el neumático porque se acaba gastando de tanto ahorrar suela de zapato. ¡Hay que desmelenar los árboles y que ardan los cohetes con el cambio climático! Yo dirijo y tú descargas camiones. Abro el portón por la mañana y si me dicen que vaya, iré si quien me dice que vaya me es conveniente, que no están los tiempos para dejar huérfana la andorga cervecera. Aunque no hay trabajo, yo voy diciendo que lo creo de la nada. Soy imprescindible, sin mí las calles están condenadas. Sólo yo puedo juntar flores con basuras. Y ahora muerdo el palomo… ¡Oh! Se le partieron las dos muelas sanas, y se oyó el berrido que anuncia la mismísima fiesta de la matanza.

La concejala de asuntos sociales, en tanto que mascaba a quince carrillos, fue invadida por la común somnolencia. ¡Mmm, qué delicioso arroz de su peculio! El arroz que la viuda conveniente recibe varias veces seguidas (¡regalo del ayuntamiento!), mientras que la viuda harapienta llora su desdicha en la orilla del arroyo de los claveles deshojados. El pan manchado de ceniza, los vasos para usos infames en lugar de los vasos para usos honrosos (Rom 9, 21)… ¡Oh, cáliz de alfarero! ¿Quién cambió tu incienso del cielo por el polvo que ultraja la corona de tu santa Madonna? Ríe y carcajea, mide con la medida con que serás medida (Mt 7, 2), hazte sepulcro blanqueado (Mt 23, 27), pues nada habrá oculto que no termine saliendo a la luz (Mc 4, 22). Verás el cuidado que hay que tener con jugar la partida de Dios con baraja trucada. Será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22, 13). ¿No decía David el justo que ninguno de los huesos del siervo de Dios será quebrado (Sal 33, 21)? Entonces despierta y mira cómo uno de tus dientes se ha quebrado al masticar… Gritó, gritó tanto que espantó a los querubes que habitan en las nubes.

La concejala de festejos, en tanto que mascaba a un solo carrillo, se sintió poseída por un dulce amodorramiento. Las brumas se cerraron, y luego se disiparon parcialmente. La música de la suite número 1 de Peer Gynt de Edgard Grieg, sonaba en las dulces cadencias del movimiento de “Por la mañana”. Y ella se veía en una vieja aula de conservatorio, mirando a través de la ventana el cambio de coloración de los cielos autumnales. Los pétalos de flores delicadas envolvieron su talle en un remolino de perfumes. Y ya estaba con traje folklórico, queriendo ejercer autoridad en procesiones religiosas que se salían del margen de sus competencias municipales. La gente la miraba y muchos torcían el gesto. “¡Qué se habrá creído la niñata! ¡Pues sí que se le han subido pronto los aires de grandeza!”. Ella no lo oyó, pero esto lo dijeron; y no fue bueno que la tez se le pusiera verdosa queriendo mandar al personal a base de gritos y ademanes enérgicos. Nadie se creía en el pueblo que un lirio delicado acabaría criando espinas de cardo borriquero. La bruma se condensó y asumió la apariencia de las lágrimas. Nadie lo hubiera esperado de una chiquilla tan buena y modosita… Pero así ocurrió: el nácar de sus dientes se partió, y los fragmentos cayeron como las perlas de un collar que ha perdido su cordón. Ella no gritó; lloró como el ruiseñor que se atraviesa el pecho con la espina del árbol.

El concejal de cultura, en tanto que mascaba a veintisiete carrillos, observó que su mente se cerraba en vapores alcohólicos. Risitas y camelos. La juventud necesita alcohol y nieblas de discoteca. Aparca aquí, querido mío, que los municipales no van a venir aunque los llamen para retirarte el vehículo. Y trabaja aquí por las mañanas, que yo haré que te lo consigan. Pego fuego a los libros para hacer más alta la hoguera de San Antón. Y escribe en este papel que yo publicaré, e insulta a quien nos incomoda. Otra risita, que hay que aprender del jefe. Oye, ya que estamos aquí…, a ti y a nadie más, querido mío…, aunque haya otros también. Vengan a mí de todos los países soleados; total, la diferencia es ninguna. Nadie me reconocería en el que era cuando mezclaba mocos y crema de leche, cacao, avellanas y azúcar. ¡Ay, cuánto me río al son de las maracas de Machín! Quiero aprender del viejo sur estadounidense. Bellos capiruchos blancos llevaban y hermosas cruces de maíz ahogaban en la matriz del fuego de hidrocarburo. Y en misa, cara de misa; en los plenos, cara de tirahuevos; con las damiselas, cara de cantamañanas… Como decía la Pantoja a Julián Muñoz: “Dientes, dales dientes”. Y el sueño chocó con el diente, y no contra huevo de codorniz precisamente. Aulló, aulló y aulló…, y pareció al hacerlo la hiena del documental del desierto del Kalahari.

Y el concejal agrario, en tanto que mascaba a los carrillos que las exiguas señales del cerebro le permitían, se zampó un sueñecito de aquí te espero. Iba caminando por sendas embarradas, llenas de verdugos y piedras lacerantes. Baches por doquier y asfaltos descascarillados. ¡Oye, que ya permiten edificar urbanamente en terrenos rústicos (aunque tú no lo intentes)! Nuestro buen hombre metía la pata hasta la ingle en hoyos habitados por escolopendras y las caparras de los cánidos amigos del hombre. Pican, pican, pican…, y de tanto picor viene el rascar, y, después, de la piel el enrojecer. Por calles, parques, montes, collados, dehesas, puentes fluviales, sembríos, olivares y majuelos, las voces iban preguntando: ¿Dónde está, dónde está? Dicen que está por la casa de transeúntes echando a los que estorban, deseosos de probar el pan que a él le sacia. Y ya no más. Buscadle por caserones encantados. Preguntad a los espíritus calígrafos de la rectoría de Borley, a las almas en pena del Cortijo Jurado, a la gemebunda Raimunda del palacio de Linares; registrad los recodos y sotabancos de la mansión de Sarah Winchester, los cañones de la casa de las Siete Chimeneas, los ventanales de la antigua diputación de Granada. Allá entre las sombras de la oscuridad se halla el que es pagado y no se aprecia su trabajo o su presencia… Articuló la mandíbula, y lo duro real tropezó en la muela virtual. Su grito se hizo silbido del viento en una noche de tempestad con ulular de lechuzas.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

jueves, 12 de marzo de 2009

Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto (IV): La jarana del arroz y del...


Arribó a la casa que le habían indicado, y fue recibido entre sonrisas y vítores por los siete miembros del equipo de gobierno municipal: el mismísimo alcalde; el primer teniente de alcalde y concejal de promoción económica (el que en tiempos consiguiera convencer a los ancianitos para que asistieran a la comilona de tan triste memoria); el segundo teniente de alcalde y concejal de urbanismo; la tercera teniente de alcalde y concejala de festejos; la concejala de asuntos sociales; el concejal de cultura y el concejal de agricultura. Acompañándoles estaban un reportero y un fotógrafo del complaciente periódico "NoDotania", los cuales se encargarían de dejar fiel testimonio gráfico y escrito de tan magno acontecimiento. En el momento de hacer su entrada Ramoncito el de Necleto, estaban todos haciendo los honores a unas ricas cervezas de nombre de santo, en torno a una vigorosa lumbre de ceporros de olivo.

-¿Te hace una buena cerveza, Ramón? -le ofreció la concejala de asuntos sociales, ostentando la mirada achispada con la que se le adornaba el rostro en las excursiones en autobús.

-Quiero ponerme a la tarea cuanto antes -repuso nuestro héroe, descolgándose el saco de los hombros.

-¡Pues ya tienes los avíos en la cocina! -exclamó el concejal agrario, mientras se frotaba la punta de la nariz, que a la sazón la tenía más colorada que una zanahoria rondada por alacranes cebolleros.

-¿Quieres que te ayude, Ramón? -se ofreció la agradable señorita que tenía a su cargo la concejalía de festejos.

-No, no me sale bien si tengo a alguien delante -rehusó Ramoncito el de Necleto.

-Pues, jefe, ¡manos a la obra! -le alentaron a un tiempo los dos primeros tenientes de alcalde.

-Eso, eso, que yo quiero comer palomillo. ¡Jua jua jua! -gangoseaba el concejal de cultura con euforia cervecera.

-Y bien, señor alcalde -intervino el reportero, en tanto que su compañero el fotógrafo hacía las primeras instantáneas del evento-. ¿Alguna declaración preliminar para "NoDotania"?

-Simplemente que es una enorme satisfacción poder satisfacer las necesidades de los ancianos de la residencia -manifestó el aludido mientras prendía un apestoso puro con una no menos apestosa cerilla de madera.

Casi de inmediato, Ramoncito el de Necleto tomó el camino de la cocina, asqueado de la hipocresía de que daba muestras el alcalde de cara a la prensa. Pero, ¡demonio!, ¿en qué momento se había preocupado él o cualquiera de los suyos del bienestar de los ancianitos de la residencia?

Sea como fuere, al poco se encontró en una bien provista cocina y se apresuró a comenzar la elaboración de tan suculento guiso.

Puso al fuego de gas un perolón para preparar el sofrito, a base de aceite, sal, ajo, cebolla, dados de tomate, pimentón de cornacho, vino blanco y una hermosa hoja de laurel. A Ramoncito el de Necleto le brillaban los ojos de deleite; el aroma que desprendía el sofrito era de todo punto apetitoso. Poco después bajó el fuego, y, tras una razonable espera, añadió con prudencia un generoso chorreón de agua fresca. Volvió a subir el fuego, y, ya que la mezcla hirvió, se dispuso a agregar el arroz.

Mientras tanto, al otro lado de la puerta las risas de los ediles adquirían volumen de bacanal. Especialmente, la concejala de asuntos sociales se desgañitaba de lo lindo, con tales carcajadas que se dirían las de una bruja en el frenesí del aquelarre.

Ramoncito el de Necleto olfateó gustoso su obra, mientras le daba vuelta con un cucharón de madera. Entonces murmuró con un acento un tanto siniestro, echando mano del saco de arpillera:

-Llegó el momento de añadir el "palomo".

En el entretanto, se bebía sin tasa en el salón donde estaba reunido el equipo de gobierno. Y tal era el despliegue de risas estentóreas, que la bacanal amenazaba con transformarse en orgía. El suave humo de la leña se confundía con las poluciones de puros y cigarrillos.

-¡Je je je! Tres cifras cuesta todo este embolado -se guaseaba el primer teniente de alcalde, con los ojos hechos puro pescado-, y vamos a hacer que sólo cueste cuatro cifras.

-¡Jo jo jo! Me gusta tu aritmética -comentó el segundo teniente de alcalde, con la cara como untada de gutapercha.

-¡Y yo voy a comer palomillo! ¡Jua jua jua! -se desternillaba el concejal de cultura, sujetándose la barriga hinchada con excedentes alcohólicos.

-¡Pantoja, España y olé! -canturreaba la concejala de asuntos sociales remedando un baile de Shakira, con tan poca fortuna que no conseguía marcar el ombligo.

-¡Amos ya, la calorisma que me está apretujando! -exclamó el concejal agrario, rojo cual cresta de pavo y sacando agujeros al cinturón.

-¿Qué opina, señor alcalde, del desarrollo de este evento? -preguntó el reportero al primer edil.

-Todo muy bueno, una “echá de cojones” espectacular -dijo el alcalde, sorbiendo los humos de su enésimo puro-. Ni publiques esto en “NoDotania”, y dile a tu compañero que no me tire fotos con el mostacho “nevaíco“ de ceniza.

-Ya has oído, Venancio. ¡No le enchufes la cámara al señor alcalde!

-No, si yo con tanta cerveza no atino con el disparador -repuso el aludido, sacando babas de los dientes.

En lo tocante a la concejala de festejos, observaba una actitud correcta y sus ojos estaban serenos porque sólo tomaba refrescos bajos en calorías. Realmente desentonaba en mitad de semejante zapatiesta.

De repente, se abrió la puerta de la cocina, y Ramoncito el de Necleto reclamó ayuda para transportar el abultado caldero al salón. Se prestaron a este servicio el concejal agrario y el segundo teniente de alcalde.

-¡Eeeeeeeeeeeeeh, el palomo es campeón! -vitorearon los concurrentes cuando el caldero estuvo alrededor de ellos, bien apoyado en una tiznada trébedes, soltando voluptuosas trenzas de vapor.

-¿Dónde te has agenciado del palomo? -le preguntó el alcalde a Ramoncito el de Necleto, guiñándole el segundo de sus ojos vagos.

-Me levanté muy temprano, a eso de las cuatro de la mañana, y fui a despertar al electricista para que me prestara su escalera -explicó nuestro héroe-. Y cuando le conté para qué la quería, fue tan amable que él mismo se prestó a subir a por el palomo.

-Eso es porque os habéis apropiado indebidamente del palomo, ¿eh, picarón?

-Pierda todo cuidado, señor alcalde, el palomo del guiso ha sido adquirido de acuerdo a la legislación vigente.

-¡Qué tunantuelo estás hecho! ¡Ja ja ja!

Casi al instante, todos los del equipo de gobierno estaban armados de cucharas y buenos trozos de pan moreno. La atmósfera del salón se llenó con la suculenta fragancia del guiso. El fotógrafo tiró unas cuantas instantáneas, en tanto que el reportero planteaba al alcalde la siguiente pregunta:

-¿Entonces este acto se puede interpretar como una especie de hermanamiento con los internos de la residencia de ancianos?

-Sin la menor duda –aseguró el primer edil, deseoso de mojarse los bigotes en palomo con arroz, en su calidad de comilón plenipotenciario-. De esta manera estrechamos vínculos con el colectivo que tanto veneramos, dentro de nuestra particular campaña de “ediles a la calle”… Y tú, Ramón, ¿nos vas a acompañar? –se dirigió al audaz cocinero.

-Permítame que no les acompañe, pues no me anda el estómago con muy buena voluntad –repuso Ramoncito el de Necleto.

-Al menos acompáñanos en las fotos.

-Y ahora una pregunta capciosa, señor alcalde –dijo el reportero-. Observo que siempre tutea a los ancianos… ¿No sería más respetuoso por su parte tratarles de usted?

Los ojos del alcalde se inyectaron en sangre, sin por ello perder su barniz de guasa y euforia alcohólica.

-¡Pero jodido chafardero! –exclamó con un tono que parecía que ladraba-. Yo soy alcalde y ellos no. ¿No ves la diferencia? Yo les sirvo a ellos de mucho, y ellos a mí no me sirven de nada… ¡Ni se te ocurra publicar esto o el ayuntamiento se ahorra el gasto de los seis mil euros que damos todos los años a “NoDotania”!

-¡Señor alcalde! ¿Cuándo hemos publicado nosotros algo que no fuera del agrado de todos ustedes?

-Pues eso digo… Por haberme hecho esa pregunta tan fea, tú y tu compañero quedáis castigados sin catar este delicioso guiso, ¡ea!… ¡Y vamos ya, que se nos enfría!

-Les advierto que el palomo estaba algo durillo y ha habido que partirlo con un cortafríos –informó Ramoncito el de Necleto con el rostro investido de seriedad.

-¡Jo jo jo! ¡Mira que es cachondo este Ramón! –exclamó la concejala de asuntos sociales, empezando a cargar su cuchara de arroz y caldo.

Tras la primera cata, les pareció entrar en el jardín de las delicias. El guiso estaba realmente exquisito.

-Te has lucido, Ramón –dijo el segundo teniente de alcalde.

-¡Y que lo digas! –afirmaron los demás en perfecto coro.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto (III): Ramoncito el de Necleto contraataca


Para colmo de males, los meses pasaron, y, tras la consabida victoria electoral, los ediles no asomaron por la residencia para dar cumplimiento a las múltiples promesas emitidas. Ni tampoco quitaron los símbolos de la represión franquista en calles y lugares públicos, pese a estar vigente una ley que así lo disponía.

Ramoncito el de Necleto siguió prestando sus valiosos servicios en la cocina, ajeno a todo tipo de preocupación política.

De esta guisa, el tiempo siguió transcurriendo plácidamente, hasta que la nueva legislatura fue tocando a su fin.

Un día, en plena campaña electoral, asomaron la ceja por allí el alcalde, el concejal de cultura y el concejal de agricultura y caminos vecinales. Venían a recabar votos para los inminentes comicios. Pero los ancianitos estaban muy chasqueados tras la experiencia de la comilona del día de las pasadas elecciones, y por eso dejaron que Ramoncito el de Necleto se las compusiera con los visitantes.

El alcalde habló entre múltiples tropiezos lingüísticos y demás bigotadas de lo mucho que el actual equipo de gobierno quería a todos los internos de la residencia. Tan es así que se habían dado ese garbeo para ver si necesitaban algo que ellos pudieran hacer y, por ende, para invitarles a un ágape de confraternización de ahí a poco.

-¡Alto ahí! -saltó Ramoncito el de Necleto-. Esta vez queremos ser nosotros los que les preparemos el ágape…, con sus dineros, claro está.

Los ancianitos se miraron entre sí sin entender lo que estaría rumiando Ramoncito el de Necleto. Sin embargo, no dejaron de testimoniarle su apoyo mediante mudos asentamientos.

-Explícate, amable señor -contestó el alcalde, con cierto tono de fastidio.

-Sencillamente, y en virtud de mis talentos culinarios, quiero ofrecerles a usted y a todo su equipo el guiso de mi especialidad.

-¿Y cuál es el tal? -indagó el concejal agrario.

-¡Palomo con arroz!

-¡Recontra, Ramón! -exclamó uno de los ancianitos-. En todos estos años nos has preparado semejante exquisitez.

-Es que la miel no se nos hizo para las bocas de asno -repuso el aludido, guiñando su ojo vago-. En serio, nunca me ha apetecido ponerme a buscar palomos.

-Yo te los puedo conseguir en nuestra carnicería y pollería concertada -intervino el concejal de cultura, con la boca hecha un río de Cuba en primavera.

-De eso nada, mi ilustrado señor -denegó nuestro héroe-. Ustedes ponen el sitio, los avíos, el pan moreno y el vino de la tierra, y yo me comprometo a poner el palomo y el guisoteo... A cambio de este gesto de confraternización, como ustedes dicen, mis compañeros y yo iremos a votar el día que nos lleven en sus coches. ¿Les hace?

Los tres ediles parlamentaron con sus miradas, y el unánime arqueamiento de sus cejas dejó entrever que habían llegado a una misma opinión.

-De acuerdo, nos parece estupendo -dijo el alcalde, sin estar del todo convencido pero afectando un tono cordial-. Pasado mañana, que es sábado, celebraremos el ágape en la casa que fuera de mis parientes. Nosotros lo tendremos todo listo, y tú sólo traerás el palomo o los palomos.

-No dude que así será -corroboró Ramoncito el de Necleto-. Pero, eso sí, en la cocina no entra nadie más que yo.

-Dalo por hecho.

-¡Jua jua jua! ¡Con lo que a mí me gusta el palomillo! -se relamía el concejal de cultura.

-¡Toma, y a mí! -le secundó el concejal de agricultura.

-¡Y a nosotros no nos llevan! -se quejó todavía un ancianito.

-¡Y háblales de mi gotera que prometieron arreglarme y ni la han olido! -añadió la ancianita de marras.

-¡A callar vosotros! -tronó Ramoncito el de Necleto, abarcando a sus compañeros en una misma mirada de severidad.

-Por cierto, ahora que somos buenos amigos, ¿puedo fumar? -preguntó el alcalde, sacándose un puro del bolsillo de la solapa de su americana.

-Este es un sitio público y aquí no se puede fumar -rechazó tajante la directora.

-Es que como en el ayuntamiento fumo, creí que aquí colaría igualmente -se excusó el alcalde, devolviendo el puro adonde lo había sacado.

Al final quedaron en que Ramoncito el de Necleto iría el sábado a la vieja casa de los parientes del alcalde.

Acto seguido, los tres ediles se despidieron con maneras muy corteses y zalameras, y se fueron a proseguir las visitas de campaña electoral.

-Me esmeraré en prepararles un palomo con arroz que no olviden jamás -dijo Ramoncito el de Necleto con mirada pensativa.

El sábado amaneció frío y lluvioso, muy apropiado para una celebración recogidita. Al cielo le costaba derramar una luz triste e incierta, ataviada con diversas tonalidades grises. Al punto de las nueve de la mañana, Ramoncito el de Necleto abandonó la residencia, armado de un viejo paraguas y con un saco de arpillera al hombro. Sus compañeros, asomados a los húmedos ventanales, lo veían marcharse como si fuera la misma personificación de la melancolía; todos pensaban que llevaba los palomos en el saco de arpillera.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

martes, 10 de marzo de 2009

Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto (II): El camelo del concejal de deportes y promoción económica


Y las cosas fueron bien hasta el día que se celebraron elecciones municipales..., el día en que el concejal de deportes y promoción económica convocó en el salón de actividades comunes una "reunión informal de naturaleza informativa". Todos los ancianos se congregaron en torno al petulante concejal, que había entrado en la residencia dándose ínfulas de gallipavo. Por su parte, Ramoncito el de Necleto se encontraba en la cocina ejercitando su destreza en la preparación de una suculenta crema de verduras y de aromadas porciones de merluza al horno con salvia, cebolla y patatas parisinas.

-Buenos días, señores y señoras. Gracias por estar aquí -comenzó el edil con acento engolado, y al hablar le oscilaba la papada cual badajo de cencerro-. Quiero deciros que como hoy son las elecciones, enseguida van a venir los coches de mis compañeros y afines para llevaros a votar y así no tengáis que cansaros en el cumplimiento de este necesario deber. Ya os tengo preparados los sobres que debéis meter en las urnas. Si metéis estos sobres, luego en el recinto cubierto de la piscina municipal os tenemos preparada una comilona de toma pan y moja -Apoyaba su discurso con gestos de director de orquesteja de medio pelo-. No se os olvide que este ayuntamiento se desvive por sus ancianos de la residencia...

-A mí me llueve una gotera de mi cuarto -dijo una ancianita en silla de ruedas.

-¡Y vaya comilona! -siguió pontificando el concejal, dirigiendo una mirada esquinada a la ancianita que le había interrumpido, al tiempo que el sudor afloraba en sus ostentosas ropas de ejecutivo ejecutor-. Una comilona que me comprometo a ofreceros todas las semanas, siempre que gane nuestro equipo de gobierno, claro está. Bueno, tenéis que vivir bien y no hacer caso de las pamemas de los médicos que hablan de eso de la dieta equilibrada, pues dicen los sabios que es mejor morir del trago y no de la gota...

-¡Yo moriré de la gotera de mi cuarto! -intervino nuevamente la ancianita en silla de ruedas.

-¡Y si vienes a votarnos te arreglamos la gotera, te pintamos el techo como el camarín de la Virgen de Guadalupe y encima te pagamos un podólogo y un fisioterapeuta para ti sola! -contestó rabiosamente el concejal, cuyas orejas enrojecían como los pimientos morrones-. Bueno, vais a ver qué viandas más ricas os tenemos preparadas. Unos chorizos de jamón deshuesado que hacen la boca agua; unas ensaladas pipi-rana y revientalobos que sus fuegos se apagan con buenas cervezas y vinos de nuestra cooperativa; una orza de berenjenas aliñadas de la cosecha exclusiva de nuestro concejal de caminos agrarios; un queso en aceite de aceitunas sevillanas, rico como el pecado de las entrepiernas; un gazpacho como no lo habéis catado en vuestras largas vidas, que por cierto tanto cuesta mantenerlas a nuestro ayuntamiento; un magro con tomate comprado a nuestro carnicero exclusivo; un tiznao que es un gusto para el olfato; unos pistos picantillos que resucitan a un muerto; y mucho pan del bueno para acompañarlo todo…, unos panes de miga más blanca que las nieves de Sierra Nevada. Y además todo ello regado con vino y refrescos, todos los que queráis... ¡Ah!, y no olvidemos para endulzar la cosa una montonera de flores de azúcar y barquillos de cañas de veral... Votadnos y no os arrepentiréis.

-Pero Ramón nos está preparando la comida -dijo un ancianito con blanco bigote.

-¡Vamos, hombre! No compares esa sopa de convento con el banquete que os ofrecemos.

-¿A qué llamas "sopa de convento"? -inquirió un enfurecido Ramoncito el de Necleto, que hacía su entrada en el salón a tiempo para haber captado las últimas palabras alusivas a su arte culinario.

-Ven a votar con nosotros y te chuparás los dedos -contemporizó el concejal, desplegando una sonrisa de vencejo acorbatado.

-¡Yo me chupo los dedos donde y con lo que quiero! -exclamó nuestro héroe. Luego añadió, dirigiéndose a sus compañeros-: Venga todos al comedor, que enseguida la sopa va a estar servida.

-Yo me voy a ir a comer chorizo -dijo una de las internas, y al instante la hicieron coro todos los que se habían tragado la perorata del concejal:

-Y yo...

-Y yo...

-Y yo...

-Y yo...

El concejal le echó a Ramoncito el de Necleto una mirada de odiosa resignación, con ojos de besugo escaldado.

-Bueno, saben elegir lo que les conviene -dijo acto seguido-. Yo de ti, pondría a congelar la sopa.

-¡Se os ha ido la chaveta! -siguió dirigiéndose Ramoncito el de Necleto a sus compañeros-. Mirad que no os conviene saliros de nuestro régimen de comidas, que ya no tenemos edad para castigar nuestros estómagos.

En ese momento sonó el teléfono móvil del edil, quien de inmediato se lo colgó a la oreja y se puso a hablar como si estuviera solo y rodeado de tontos, como así consideraba para su fuero íntimo a los ancianitos de la residencia.

-Sí, tú pon en la factura que vale cinco mil euros aunque no valga más de quinientos... Luego ya sabes... Total, no se van a dar cuenta los muy memos... Ah, y mandad ya los coches, que los llevamos a votar en nadica.

Ramoncito el de Necleto estaba indignado a más no poder. Casi se le saltaron los dientes de tanto apretarlos cuando vio cómo se iban sus compañeros, atraídos por las promesas de ese charlatán de feria.

-Lo siento mucho -le dijo la directora con acento de sincera conmiseración-. Habías preparado una comida riquísima.

-Ya me cobraré de esta humillación -respondió Ramoncito el de Necleto, con la voz velada por la rabia.

A media tarde regresaron los ancianitos con tales rescoldinas, que no era precaución superflua tener a mano el teléfono de los de pompas fúnebres.

-¡Ay, cómo se me repiten los mal asados ajos del tiznao! -se quejaba una ancianita.

-¡Ay, que el esófago se me ha quedado todo socarrao por las llagas! -añadía otro con acento desgarrado.

-¡Y a mí el estómago me arde más que las calderas de Pedro Botero! -agonizaba un tercero.

En fin, se necesitaron muchos días (y mucha agua de limón) para restituir la normalidad a tan sufridos aparatos digestivos.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

lunes, 9 de marzo de 2009

Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto (I): El talento culinario de Ramoncito el de Necleto


De todos era sabido que Ramoncito el de Necleto pasaba por ser una persona a carta cabal. Observaba una apacible vida de soltero. Su coronilla estaba pelada como el monte del Calvario. Sus ojos eran tristones pero nada maliciosos. Tan delgado estaba, que don Quijote le hubiera tomado prestada su triste figura. Vestía de americana los días de diario y también las fiestas de guardar. Habitaba en un caserón inmenso, en el que los ecos de los espacios vacíos se desenvolvían a sus anchas... Era buena persona Ramoncito el de Necleto, ¡que nadie se atreva a ponerlo en duda! Se llevaba bien con sus vecinos y cumplía todas las obligaciones que la vida le ponía al paso… Pero, dentro de su caserón, siempre estaba solo.

Cierto día, de buenas a primeras, sus vecinos se apercibieron de que se había hecho viejo y ya no se las podía valer por sí mismo con la misma eficacia que antaño. Entonces un amigo suyo, muy bien situado en el municipio, movió todas las posibles fichas para que lo admitieran en la residencia de ancianos; allí cuidarían de él con el más exquisito mimo. Sin embargo, no fue sencillo convencer a Ramoncito el de Necleto al objeto de efectuar su ingreso en el establecimiento; casi se necesitó llamar a los antidisturbios para desalojarlo del caserón. A Ramoncito el de Necleto le costaba encajar las novedades, así a bote pronto.

En la residencia se mostró a lo primero bastante renuente a seguir las actividades programadas por la dirección. En cambio, no le costó simpatizar con todos sus compañeros, los cuales comenzaron a verle como un líder, esto es, la cabeza visible de un grupo de ancianos que en el atardecer de sus existencias apetecían de comprensión, respeto y cariño.

Ramoncito el de Necleto tenía el paladar muy delicado, y no le agradó enfrentarse con los insípidos guisotes que se estilaban en la residencia. El grueso de sus quejas se encaminaba a las cuestiones culinarias del establecimiento. ¡Qué menos se podía esperar para unos pobres ancianos que un digno condumio! Pidió, en consecuencia, supervisar personalmente las labores de la cocina, y (¡cosa asombrosa!) la dirección no le opuso el menor reparo.

Después de toda una vida en soledad, Ramoncito el de Necleto le había tomado la mano al arte culinario. A base de mucho practicar el método ensayo-error, se había hecho un experto en estas cuestiones. Conocía los misterios que subyacen a las mezclas de los distintos alimentos; era un virtuoso en el arte del aderezo y sabía apreciar en su prudente medida las propiedades de las distintas especias; le cautivaba hacer indagaciones en el mercado y juzgar las coloraciones de vegetales, carnes y pescados... Vamos, que Ramoncito el de Necleto sabía qué terreno pisaba.

No entró a la cocina de la residencia campando por sus fueros. Como contrapartida, fue bastante discreto y mesurado. Observaba simplemente, sin censurar la labor de la cocinera y de las pinches de cocina. Dirigía lánguidas miradas a los alimentos, guardándose para su sayo toda opinión que no hubiera sido agradable airear delante de tan honradas trabajadoras... Así fue cómo su presencia se hizo simpática en ese cotidiano ámbito de olores, colores y sabores.

-¿Qué, Ramón? -le interpeló un día la cocinera-. ¿Te atreverías a preparar una ensalada?

Ramoncito el de Necleto asintió con un suave movimiento de cabeza.

En menos de diez minutos repentizó un enorme bol de ensalada a base de abundante lechuga, tomates tiernos, trocitos de queso curado, aceitunas rellenas de anchoa, aros de cebolla e hilos de zanahoria, todo ello apropiadamente aliñado con aceite de oliva virgen y vinagre en su justa medida, y, para mejor remate, le dio un leve salpicón de tomillo.

-¡Excelente! -fue la opinión unánime que cundió entre los que cataron la ensalada.

A partir de ese día, la presencia de Ramoncito el de Necleto adquirió gran peso específico en la cocina. Su destreza culinaria fue apreciada de forma laudatoria en ese pequeño mundo de convivencia y buenas voluntades.

Le encantaba acompañar a la cocinera al mercadillo de los jueves. Acudían a la hora en que la mañana soltaba sus primeros guiños dorados, apenas los comerciantes terminaban de montar sus tinglados. La hora en que las frutas, las patatas y las judías verdes mostraban un incierto rubor de niebla matinal. La cocinera se impacientaba porque Ramoncito el de Necleto se concedía un tiempo de demora con cada cajón de género. Sopesaba con manos de pianista los calabacines, los racimos de plátanos canarios, los sabrosos puerros, las manzanas golden, las cebollas de grano de oro, las naranjas guasi, los pimientos verdes, los aterciopelados melocotones leridanos, los tomates de la rama, las azuladas peras, las orondas coliflores, las alcachofas y los kiwis, que tan buenos se reputaban para la regulación del tránsito intestinal. Cuando el sol comenzaba a calentarle la coronilla, era llegado el momento de disfrutar del aroma de las materias comestibles: olisqueaba las cabezas de ajos de las Pedroñeras; acercaba lo más que podía su apéndice nasal a los saquitos de lentejas pardinas, arroz de Calasparra, garbanzos de las vegas del Jarama y habichuelas del Barco de Ávila; pasaba las manos por el barniz de las almendras del diente, del mollar de la princesa, marcona, verdieri..., nueces y pistachos, y en sus labios se bosquejaba un rictus que pretendía ser sonrisa de satisfacción. En el puesto de las especias agotaba por completo la paciencia de la cocinera: tanteaba los granos de pimienta negra y de Cayena, manchaba su dedo en el almagre del pimentón de la Vera de Cáceres, acariciaba las hebras de azafrán toledano, oprimía las ramas de canela, observaba los tarros con hojas de laurel y se aproximaba a los orificios nasales, a modo de rapé de tabaquera de vieja estampa, pulgaradas de comino, clavo, orégano, romero y albahaca... Sí, el día de mercadillo constituía toda una festividad para Ramoncito el de Necleto.

En el apartado de carnes y pescados, poco podía hacer valer su opinión, puesto que el ayuntamiento mandaba sus propios proveedores a la residencia de ancianos, contribuyendo de esta forma a ningunear a los restantes comerciantes del municipio. Sin embargo, nuestro héroe hacía lo imposible por plegarse a las circunstancias, mejorando con ingeniosos adobos las piezas de carne de infame calidad (pagadas a precio de oro) que entraban en la cocina de la residencia de ancianos. Con los pescados se veía en la precisión de emplear respetables cantidades de jugo de limón, arrebatarles las incómodas raspas y enharinarlos con esmero para adular lo mejor posible los sensibles paladares de las ancianitas y ancianitos de la residencia.

De esta manera, llevando Ramoncito el de Necleto la batuta de la cocina, se vivió en la residencia un tiempo hermoso. Todos estaban satisfechos y equilibradamente alimentados; se sentían saludables y con ganas de apurar los años que aún tenían por delante. La directora y el resto de los trabajadores de la residencia experimentaban asimismo una alegría patente en la realización de sus respectivos cometidos. Era un placer comprobar los beneficios de un optimismo nacido de una alimentación sana. Gracias al esfuerzo y dedicación de Ramoncito el de Necleto, la farmacopea de la residencia de ancianos se vio reducida a su mínima expresión.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

sábado, 7 de marzo de 2009

Prólogo casi innecesario a "Palomo con arroz, un cuento políticamente correcto"


La Constitución Española de 1978, en su Título I, capítulo segundo, sección primera (“De los derechos fundamentales y de las libertades públicas”), establece en el artículo 20 lo que sigue:

1. Se reconocen y protegen los derechos:

a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.

b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.

c) A la libertad de cátedra.

d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.

2. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.

3. La ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España.

4. Estas libertades tienen su limite en el respeto a los derechos reconocidos en este Titulo, en los preceptos de las leyes que lo desarrollan y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia.


5. Sólo podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución judicial.

El relato que les ofrezco a continuación es completamente de ficción, y su argumento no guarda ningún tipo de analogía con ningún suceso que haya acontecido en la realidad. Por tanto, todo parecido con la realidad será mera coincidencia.

No obstante, y temiendo que haya quien me quiera buscar las cosquillas, le desafío a que responda, a la vista de mi relato, estas preguntas desde un punto de vista estrictamente procesal:

1. ¿Dónde se menciona nombre de pueblo alguno?
2. ¿Dónde se menciona el nombre de la residencia de ancianos referida?
3. ¿Dónde se mencionan nombres y apellidos de los personajes, junto con sus correspondientes filiaciones?
4. ¿Dónde se amenaza o se injuria a alguna persona física o jurídica en concreto y se falta a cualquiera de los derechos reconocidos en la Constitución Española de 1978?
5. Por último, ¿las metáforas y comparaciones se pueden considerar insultos desde una visión estrictamente literaria?

Quien sea capaz de responder estas preguntas afirmativamente, a la vista de mi relato, le advierto de su posible falta de inteligencia.

Con todo y con eso, teniendo en cuenta que hay de todo en la viña del Señor, advierto que estoy dispuesto a enfrentarme a todo tipo de acciones en defensa de mi derecho a la creación literaria y a la libertad de expresión. Quien emprenda contra mí alguna acción apresurada, que sepa que no le va a resultar gratis. Estoy dispuesto a conceder toda publicidad al caso y cuestiones anejas, a escribir todas las cartas que sean necesarias (empezando por el Defensor del Pueblo), a alertar a los medios de comunicación de masas y a emprender las acciones legales que estime pertinentes.

En circunstancias normales, no sería necesario incluir este prólogo. Pero siempre es bueno curarse en salud.

En todo caso, el viejo refrán dice: “Quien se pica, ajos come” (aunque aquí son pocos los ajos que se van a comer).

El jardinero de las nubes.

viernes, 6 de marzo de 2009

Sombras en Cornualles (y XII): El sepelio de mi madre

El entierro, una vez practicadas las diligencias previas, se verificó dos días más tarde. Era un atardecer con muy pocas nubes. La tierra ya había asimilado la humedad de la lluvia. El féretro fue transportado hasta la fosa abierta al efecto, que se hallaba al pie de un frondoso sauce del jardín. El cuerpo de mi madre estaba materialmente cubierto de azucenas blancas, por entre cuyas corolas revoloteaba una abeja solitaria. El servicio religioso fue sencillo y emotivo; fue oficiado por un sacerdote irlandés que casualmente pasaba por Dawning de camino hacia otro destino más importante. Los aldeanos fueron haciendo mientras tanto acto de presencia, testimoniándonos de este modo el afecto que siempre les había inspirado la "señorita" de Dawning House.

Tristes figuras de estómagos atormentados por el hambre y de vestiduras andrajosas imposibles de renovar. Después de algún tiempo desde el desencadenamiento de la marea negra, las costas seguían siendo lugares inadecuados para cosechar las riquezas del mar. En la aldea había hecho acto de presencia la enfermedad y la muerte con atípica frecuencia. Y no era fatuo el conmoverse porque gran parte de los lugareños se hubiesen acercado hasta la casa solariega para acompañarnos en el triste trance del sepelio de mi madre. La mirada de mi padre reventaba de gratitud hacia ellos.

El féretro fue descendido a su morada eterna. Las paletadas de tierra representaron un dolor añadido en nuestros corazones. Ahora era cuando verdaderamente podía sentir que mi madre no iba a regresar junto a nosotros, al menos en esta vida. El llanto inundó mis mejillas. Rápidamente, la tierra removida volvió a su lugar de costumbre, absorbiendo en su seno a la nueva moradora. La lápida recién esculpida fue plantada de inmediato, para que sirviera de memorial a tan doloroso acontecimiento.

El sacerdote echó su último responso, y casi a continuación la multitud allí congregada se fue dispersando en todas direcciones. Sólo los más allegados permanecimos en torno a la recién estrenada sepultura. El sacerdote recibió sus emolumentos, se despidió de nosotros y emprendió el camino de la aldea acompañado de los dos sepultureros que habían practicado la inhumación.

Pronto el silencio se hizo sepulcral. Ni el canto de los pájaros ni el murmullo del cercano mar pudieron sobreponerse al mismo.

Ninguno de nosotros fue consciente del tiempo que allí permanecimos. Volvíamos a ser una familia unida, si bien la parte principal que representaba la madre ya no estaba entre nosotros.

Pero eso no evitaba que yo experimentara una soledad inmensa en las desbastadas regiones de mi alma.

FIN

AQUÍ SE DIO TÉRMINO A LAS MEMORIAS DE PAUL BRAUN, MEDITADAS POR EL JOVEN JARDINERO SOÑADOR QUE FUI. QUEDAN EN EL TINTERO: LA FORMACIÓN EN EL COLEGIO DE BRISTOL, EL TRABAJO EN EL MUSEO BRITÁNICO, LA EXPEDICIÓN TRAS LAS HUELLAS MIGRATORIAS DEL CHARRÁN ÁRTICO, EL VIAJE A ESPAÑA, ADELAIDA, LA TRAVESÍA DE LA GOLETA "UNDERCURRENT"... ESO SÍ QUE LO TENGO, PORQUE ERA EL AUTÉNTICO COMIENZO DE LA NOVELA (NO EL PRÓLOGO)...

QUIERO QUE ME PERDONES, MUCHACHO CUYO CUERPO HABITÉ, POR NO HABER SIDO CAPAZ DE PROSEGUIR TUS SUEÑOS. AUNQUE TÚ ME PERDONARAS, CREO QUE YO NUNCA ME PERDONARÉ LA INFIDELIDAD QUE COMETÍ CONTIGO.

El jardinero de las nubes.

martes, 3 de marzo de 2009

Sombras en Cornualles (XI): La hora de la fatalidad


Ninguno de nosotros fue capaz de abrir brecha en el silencio que nos dominaba. Andábamos cabizbajos por los rincones, con el gesto melancólico. Yo, no sabiendo qué hacer, regresé a mi habitación, me acomodé nuevamente en el filo de la cama y me quedé contemplando los senderos que las gotas de lluvia trazaban en los vidrios de la ventana. Poco a poco mis pensamientos se fueron sustrayendo al letargo en que habían estado sumidos toda la noche. Con la quietud subsiguiente, el sueño fue asediando mis párpados, y enseguida el resto de mi cuerpo se fue desplazando hacia el santuario de reposo que prometía el mullido colchón de mi cama. No había de temer al frío, pues en la chimenea aún quedaban rescoldos suficientes para mantener por un rato la temperatura agradable. Antes de que me diera cuenta, me encontraba durmiendo a pierna suelta.

Creo tener el vago recuerdo de que mi descanso fue feliz, pues la conciencia no me remordía después de haberme reconciliado con mi madre. A veces es duro y humillante seguir los impulsos dictados por el corazón. Pero la paz que ello trae como consecuencia, bien merece cualquier esfuerzo en contra de los requerimientos del ego.

Las horas se sucedieron lentas y fatigosas. Ya estaría muy avanzada la mañana cuando un enérgico viento de levante abrió un espacio de gloria al sol otoñal. El arco iris hizo su aparición, y parte de su estela colorida puso una nota de alegría en la penumbra de mi habitación. Yo ya tenía los párpados abiertos, aun cuando mi cuerpo siguiera asimilando migajas de reposo.

De súbito, un grito desgarrador hizo que mi mente se sacudiera las dulces ensoñaciones que se tienen al despertar. El grito provenía del cuarto de mi madre. La autora del mismo había sido mi hermana Arabella. Siempre había tenido el sueño muy ligero, por lo que no resultaba extraño que hubiera sido la primera de nosotros en recuperar las fuerzas. A renglón seguido se encaminó al cuarto de nuestra madre, y allí se la encontró con el cuerpo falto de vida.

La alarma cundió enseguida por toda la mansión. Los gritos de Arabella menudeaban, convocando de este modo a los otros miembros de la familia. Yo sentía miedo de enfrentarme sin más demora a la triste realidad. Mis pasos se hicieron pesados hasta que llegué al umbral de la alcoba en cuestión. Allí todos sollozaban y se repartían abrazos de condolencia. Ignorando a los que estaban a mi alrededor, me aproximé a los pies de la cama. El rostro de mi madre ya se veía desfigurado por la rigidez cadavérica. Arabella acababa de cerrarle los párpados y colocarle un pañuelo en torno a la cabeza para mantenerle cerrada la boca. No pude apartar mi mirada de ella, pues la impresión me había dejado la sangre helada en las venas.

En ese momento hizo su entrada Beresford. Traía en sus manos unas pocas rosas del jardín que habían sobrevivido al estío. Las colocó con verdadera unción sobre el enflaquecido pecho de la difunta. Luego abandonó la alcoba sin despegar los labios. Adivino que no querría interferir en nuestra aflición familiar.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

domingo, 1 de marzo de 2009

Sombras en Cornualles (X): El lecho de la moribunda


Pero enseguida fui subiendo lentamente los escalones para captar mejor el sonido de la escena que se estaba desarrollando en la habitación de la enferma.

Algún suspiro, alguna emoción liberada, algunas palabras largamente postergadas y el perdón se deslizó por los sanguíneos labios de mi padre. ¿Por qué no habría de ser así? Él no era al fin y al cabo un hombre desalmado.

Llegué arriba y vi cómo sus brazos retenían al pichón que tiempo atrás volara de su nido paterno. Es muy duro manifestar desdén a la vista de la maternidad. Y mi padre, repito, no era un ser infame.

Después de algunos segundos, Margaret acudió al lecho de mi madre. Cogió su mano, que ya no parecía sino hecha de cera, y la regó con sus lágrimas.

-Mamá, mamá, ¿por qué no habré venido antes? -lloriqueaba-. Ahora sólo puedo decirte que vas a ser abuela.

Mi madre abrió totalmente los ojos, que hasta el momento mantuviera entornados, e inspeccionó las facciones de mi hermana. Leves gotas de un sudor frío perlaban sus sienes.

-Margaret, en mi corazón aún cabe un poco de alegría -dijo casi en un murmullo-, y tú eres quien me la ha traído. Bendita seas, hija mía, y bendita sea la criatura que llevas en tu seno.

Todos teníamos un nudo en el pecho. Yo me apercibí de que aún disponía de una oportunidad para lavar mi conciencia, en vista del ejemplo de mi hermana. Quedamente me aproximé al otro lado de la cama, tomé la otra mano de mi madre y la cubrí con una auténtica granizada de besos. La cabeza de la enferma se giró entonces en mi dirección.

-Mi gorrión fugitivo ha vuelto al marco de mi ventana -murmuró con las comisuras de sus labios intentando alumbrar una sonrisa.

En el introito, Beresford se había llegado hasta la habitación y entró con pasos cautelosos, tras solicitar con una seña permiso a mi padre. El buen mayordomo tenía también una espina clavada en el corazón. No quería que la moribunda emprendiese su viaje postrero sin haberla obsequiado al menos con una palabra afectuosa.

En cuanto mi mirada tropezó con la del atribulado doméstico, le fue mostrado a mi entendimiento la certeza de un hecho que hasta ese instante me había pasado totalmente desapercibido. Una incómoda extrañeza se apoderó entonces de mis sentimientos. Beresford había amado durante mucho tiempo a mi madre de un modo platónico y silencioso. Aunque los años y la distancia hubieran interpuesto barreras infranqueables a su corazón, él nunca había dejado de acariciar su sueño imposible. La había visto nacer, la había visto criarse y transformarse en una adorable jovencita, cuya belleza prendió un agradable sentimiento en el alma del fiel mayordomo; luego asistió como testigo al romance que la unió a mi padre, y el día de aquellos esponsales hubo melancolía en las sombras estivales por él holladas. Después los azares del destino se llevaron a Italia a la joven que Beresford amaba. A partir de aquel momento las grietas abundaron en Dawning House, y el cuitado mayordomo hubo de reintegrarse a su ya olvidada vida de aldeano... Ahora estaba donde el corazón le arrastraba, esto es, al pie de la cama de Lady Harriet Dawning.

-Beresford -susurró mi madre con voz cada vez más apagada-. Vuestras patillas ya no tienen el color del cobre.

Beresford se las acarició, sonriendo maquinalmente.

-Les han caído encima la nieve de muchos inviernos, milady -dijo con voz tímida.

-Maese Beresford, podéis gloriaros de haber sido siempre un alma sincera. Por eso a nadie se le ha ocultado lo que sentís.

El mayordomo pareció violentarse.

-¿Os sería cómodo, milady, que me retirase?

-Mayor podría haber sido vuestra felicidad si hubieseis sabido retiraros a tiempo, maese Beresford. De vos depende una parte nada desdeñable de mi felicidad, por lo que os ruego que permanezcáis junto a mi familia.

Beresford inclinó la cabeza de un modo reverencial. Acto seguido buscó un lugar en la habitación donde su presencia fuese lo más discreta posible.

Mi padre y Arabella también quisieron estrechar la mano de mi madre. Las llamas de las bujías de la lámpara hacían guiños sospechosos, como si se hubiesen tornado en símbolo de la vida que estaba a punto de abandonar su asiento corporal. Una palidez invasora iba restando todo brillo al rostro de la moribunda.

La lluvia descargó durante toda la noche, alternando con truenos espeluznantes y recias ventiscas. Mi madre pidió que suavizáramos la luz de la lámpara, pues ya hasta el más leve resplandor era parte a herirle los ojos de un modo insoportable. Ninguno de los que la velábamos manifestamos sentir hambre o cansancio; el amor es la más poderosa fuente de energías.

El alba ya estaba rayando con su luz gris los ventanales, cuando mi madre nos sorprendió pidiéndonos:

-Quiero que os marchéis de mi habitación... Si en algo os importo, tendréis que hacerlo.

-¿No prefieres que nos quedemos contigo? -se opuso mi padre.

-¡Dejadme sola! -intentó vociferar ella-. Ya bastante me duele que no hayáis obligado a Margaret a guardar reposo, teniendo en cuenta su estado... Salid en buena hora de la habitación; en este momento no me es grata vuestra presencia. Al cabo de media hora podéis regresar si os place... Pero ahora necesito la soledad.

No tuvimos más remedio que acomodarnos a su deseo. La dejamos en la alcoba con el único consuelo que podía procurarle la desvaída luz que ardía en su mesita. El sonido de la puerta al ser cerrada creó una desagradable repercusión en nuestras conmovidas almas.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.