domingo, 25 de marzo de 2012

Cuentos urbanos: El inventor (V) - Irene en el escenario



III. Revolución

 Amaneció el 22 de diciembre de 2011. Guzmán de Arteaga vio levantarse un sol enharinado, que bregaba con las brumas de la recién estrenada estación invernal. Desde su balcón se escuchaban las bocinas de los barcos pesqueros, que hacían su entrada en la bocana del puerto, al otro lado de la colina donde se asienta el barrio de Cimavilla. Eran hermosas las auroras invernales de Gijón.

Por el paseo marítimo caminaba una persona entre los bullones de niebla. Guzmán de Arteaga afinó la vista. La boca se le abrió involuntariamente. Creía saber quién era esa presencia solitaria en la incierta hora de la amanecida. ¡Que le asparan si no se trataba de Irene Vegas! Su alumna predilecta, aun cuando se negara a admitirlo. Leves jirones de niebla mixtificaban el halo de las farolas, que no tardarían en ser apagadas (había que ahorrar; por algo estábamos en crisis). El rostro de la joven no era apreciado por sus ojos con la nitidez apetecida. Pero no cabía duda: se trataba de Irene; el corazón se lo afirmaba con más vehemencia que la imagen captada por su retina. Irene…

La aparición frenó su paso, justo a la altura del balcón de Guzmán de Arteaga. Un descomunal glóbulo de niebla, densa y fría, recorría en ese instante el paseo marítimo, y lo impreciso se tornó más evidente para el corazón del viejo inventor. Se dijo que de haber podido olvidar a Ederita y conseguir abrir su alma a un nuevo amor, no hubiera vacilado en consagrar su vida y sus pensamientos a esa chica tan sencilla que paseaba entre la bruma del amanecer… Sin duda la vería dentro de unas horas en el colegio. Las actividades lectivas de ese día iban a ser suplidas por una gran chocolatada y una dilatada serie de propuestas de carácter lúdico y cultural; por ejemplo, el profesor Guzmán de Arteaga abriría las puertas de su laboratorio para ofrecer experimentos de ciencia recreativa.  

Sin apenas ganas de desayunar, se colocó sus ropas de calle, tomó una rosquilla y puso rumbo al colegio. La niebla se iba alzando y se percibían suaves reflejos malvas y rosados sobre el cielo de Cimavilla. Guzmán de Arteaga amaba las mañanas de Gijón, cuando el aire tenía aspecto de agua jabonosa, y ahora le seducía la posibilidad de reencontrarse de ahí a pocos minutos con la amable presencia de Irene… Ederita, perdóname; ni siquiera tus brazos tienen la consistencia de los de la niebla del mar, la cual me es permitido tocar y saborear. ¿Me dejarás volver a amar algo que tenga cuerpo y espíritu?... La soledad produce poetas en las ocasiones más insospechadas. Guzmán de Arteaga era profesor, inventor, un ser solitario… y esa mañana había descubierto que también era poeta.

El colegio aún estaría cerrado; Benedicto, el conserje, no abriría las puertas hasta que el reloj del campanario de la cercana iglesia de San Pedro Apóstol no diera las ocho de la mañana. Guzmán de Arteaga pasó por la tranquila Plaza Mayor, en el arranque de Cimavilla. Allí se congregaban, justo en el centro, los nostálgicos que habían quedado del “Movimiento 15 de Mayo”, apenas una docena de los cientos que llegaron a reunirse en la época de las grandes movilizaciones. Ya casi nadie les prestaba atención, y mucho menos la corporación del inmediato ayuntamiento. Sentado en una banqueta y arrebujado en una manta de lana a cuadros rojos y grises, estaba Jerónimo Ortega. Bien podía decirse que este último era el cabecilla de la célula del “Movimiento 15 de mayo” en Gijón. Se trataba de un hippie de los 70, ya cargado de años y cabellos blancos, con su sempiterna melena recogida en cola de caballo y con barbas rastrojeras. Ahora era la viva imagen de la soledad y la derrota, el líder de aquello que pudo ser y que acabó agonizando a los primeros calores del estío.

-Buenos días –saludó Guzmán de Arteaga.

La concurrencia le respondió desganadamente. Estaban ateridos de frío.

-Buenos días, profesor –dijo Jerónimo Ortega, echando un trago a una petaca de aguardiente para entrar en calor. Acto seguido añadió-: Muy temprano amanece usted.

-El sol se levanta aún más temprano.

- Tengo café en ese termo. ¿Le apetece?

-Gracias, Jerónimo. Pero parece que me he despertado con el estómago cerrado. Me acabo de comer una rosquilla, y se me está repitiendo.

-¿Adónde va?

-Al colegio, ¿adónde si no?

-Que tenga suerte en este día de la lotería.

-Hace años que no juego ningún décimo.

-Yo me tengo por raro y peculiar, profesor. ¡Pero anda que usted!

-“Ninguna flor es igual a otra”, lo dijo Saint- Exupéry en “El principito”.

Jerónimo Ortega sonrió complacido; “El principito” era su libro preferido.

-Que tenga un buen día, profesor.

-Igualmente. 

Siguió caminando, y, tras romántico callejeo, remontó la cuesta que lo conduciría a la portada del colegio de La Salle. En su corazón palpitaba un gozo peregrino. Irene en cualquier rincón de esas calles que pausadamente se iban desperezando en la etérea alborada invernal.

En el colegio aún no estaban encendidas todas las luces. Benedicto, el conserje, ajustaba en su chiscón el dial de su primitiva radio de galena; quería sintonizar el sorteo navideño de lotería, justo en sus inicios.

-Buenos días, Benedicto.

-Buenos días, profesor. Hace una hermosa mañana.

-Si usted lo dice…

-Ya verá que sí. Hoy nos cambiará la vida a todos.

Guzmán de Arteaga emitió un callado suspiro. Esa misma sensación albergaba en su pecho… Hoy iba a iniciarse algo nuevo.

Se encaminó a la sala de profesores. Una ventana somnolienta le mostró cómo poco a poco la sombra del mar se iba animando con un ligero azul turquí. ¿Acaso el color de la desdicha?

Irene, Irene. ¿Eras tú la que vi en la niebla?... Deseaba quedarse a solas todo el día, pero sabía que eso era una absurda querencia. Hoy sería un día de mucho esfuerzo social para él; reinaría por doquier un ambiente festivo y tal vez la alegría de las ilusiones cumplidas… Todo se vería de ahí a poco. Acababa de comenzar el sorteo de lotería. El aire transportaba las melosas entonaciones de los niños del Colegio de San Ildefonso, procedentes de la radio de galena de Benedicto.  

Guzmán de Arteaga abominaba todo aquello que tuviera que ver con celebraciones multitudinarias, de ahí que las presentes jornadas navideñas le sugirieran un fastidio y una repulsión instintiva.

La mañana fue avanzando, y el colegio se pobló de alumnos y de no escasa afluencia de padres y demás allegados. Los niños de San Ildefonso cantaron el gordo a eso de las 9:57, cuya fortuna recayó en Grañén, un remoto pueblo de la provincia de Huesca. El número agraciado era el 58268, muy distante del que se había jugado en el Colegio “La Salle”, esto es, el 23672. Cundió la decepción porque semejante reparto de millones no hubiera cogido más cercano… Este asunto también le resultaba harto indiferente a Guzmán de Arteaga. Siempre había pensado que el dinero trae aparejados más dolores que placeres. Con tener lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas, se daba por conforme.

Su laboratorio no estaba siendo visitado. Cuando imperan el jolgorio y la alegría, los que lucen aura de extrañeza tienden a verse desplazados de los festejos colectivos. Guzmán de Arteaga no se molestó siquiera en disponer las prácticas de ciencia recreativa; si acaso, dejó preparado el montaje para llevar a cabo una destilación. Pero nadie vino. Permitió que su mirada vagara fuera del ventanal. Hacía una mañana fajada en niebla dorada, el mar semejaba en la distancia una lámina de plomo derretido. La belleza de la soledad, únicamente aprehensible a los ojos que han escapado de los tejemanejes mundanos. Fuera de la puerta del laboratorio, la jovial alharaca de los jóvenes que tenían en sus bocas el paladar de la chocolatada y el dulce regusto de las vacaciones que estaban prontos a iniciar. ¿Ederita en algún rincón del aula-laboratorio? Guzmán de Arteaga apetecía ahora la soledad completa para rememorar la imagen con que había comenzado la mañana… Irene en el seno de la niebla.

Precisamente, estaba programada una exhibición de ballet a cargo de la misma Irene. Guzmán de Arteaga decidió ir a verla, pese a que este gesto echara por tierra su fama de misántropo y enemigo de los espectáculos colectivos. En vista de que nadie acudía a su laboratorio, optó por cerrarlo y encaminarse a pie enjuto al salón de actos para asistir a la actuación de su alumna.

Una vez allí, se topó de manos a boca con el padre Ampelio López, el director del colegio.

-Profesor de Arteaga, ¿han ido muchos alumnos a sus demostraciones de ciencia recreativa?

-No ha ido ninguno.

-¿Y ello a qué se debe?

Guzmán de Arteaga se encogió de hombros, enarcando las cejas al mismo tiempo.

-Supongo que no les caigo simpático a los alumnos.

-Eso no se lo cree ni usted, profesor de Arteaga.

La función estaba a punto de empezar. Por los altavoces del salón comenzaron a desgranarse los conocidos acordes del ballet de “El lago de los cisnes”, de Tchaikovski. Las luces se apagaron, y un solo foco iluminó a una grácil Irene moviéndose por el escenario. Guzmán de Arteaga no pudo reprimir una maravillada exhalación. La bailarina aparecía tan bella como la luna en una noche de verano. Hasta los alumnos, por lo ordinario tan inquietos y habladores, guardaron silencio mientras su compañera los deleitaba con una exquisita demostración de su arte. Guzmán de Arteaga, de puro deslumbramiento, se veía obligado a fruncir los párpados a cada instante. El sentimiento que albergaba pugnaba por ganar más profundidad en su alma, y él trataba de cegarlo, trayendo repetidas veces a la memoria el recuerdo de Ederita.

En ese momento, Irene culminó su actuación ejecutando un panchê impecable: su brazo derecho extendido tocó el suelo, al tiempo que su pierna izquierda se elevaba a lo alto hasta ofrecer una alineación perfecta. Los aplausos hicieron retumbar el salón de actos… Pero la ovación no duró demasiado.

Sin motivo aparente, se encendieron todas las luces del salón y se apagaron las del escenario.

-¡Ha ocurrido algo! –exclamaron algunas voces alarmadas.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).


domingo, 11 de marzo de 2012

Cuentos urbanos: El inventor (IV) - Estamos preparados... ¿para qué?



En este caso, se trató de una búsqueda altamente difícil. Reunir un grupo de gente fiel a toda prueba llevó más tiempo del esperado.

Después se planteó el problema de hallar un lugar donde llevar a cabo el necesario adiestramiento. Se dio la circunstancia de que Arsenio Corchado, uno de los compañeros de Barrientos, era aficionado al tiro al blanco y a este efecto disponía de una finca boscosa en la provincia de Castellón, muy cerca del inquietante santuario de la Balma, la cual era conocida con el sugerente nombre de Fuente el Sauce.

Corría el verano de 2011, y se reputó impostergable conducir los alistados a la citada finca, ya que el inicio de las acciones se preveía para el siguiente otoño.

Barrientos sufrió lo indecible para convertir en soldados a ese heterogéneo grupo de profesores y funcionarios acomodados. Primero hubo de atender a la imprescindible instrucción física, cosa en la que muchos presentaban serias deficiencias. Pero al final se pudo lograr unos aceptables niveles de agilidad, rapidez y reflejos fulminantes por parte de los integrantes del futuro comando.

La auténtica dificultad devino con el uso de las armas. Pese a que la Guardia Civil estaba puesta en antecedentes de las prácticas deportivas de tiro al blanco que desde antaño se llevaban a cabo en la finca, no podía por menos de suscitar sospechas el hecho de haber pasado de un solo practicante a casi un batallón de ciento cincuenta personas. Hubo que hacer, por tanto, las cosas por la vía legal, a cuyos efectos el grupo se estableció como un club particular de tiro al blanco. Lo peor fue asignarles certificados y permisos a los fusiles que habían sido encontrados en el sótano de la catedrática Canales. Aquí fue preciso hacer uso de las habilidades de José Carlos Rubio en tanto que falsificador de documentos; extendió unos certificados y unas licencias que podrían pasar por válidos a los ojos más suspicaces, y no eran necesarios mayores quebraderos de cabeza, por cuanto el destacamento cercano de la Guardia Civil no iba a hilar más fino en esta cuestión, teniendo en cuenta que el propietario de la finca (presidente a la sazón del ficticio club de tiro al blanco) era sobradamente conocido y bien considerado en la comarca.

El verano fue largo e intenso. Las mañanas se solapaban con las tardes, y las noches se hacían extraordinariamente cortas por el cansancio acumulado. Pero al final el trabajo invertido rindió sus frutos: Barrientos había conseguido formar un comando de combate en mitad de las soledades de Fuente el Sauce. Todos habían domado sus cuerpos y adquirido una inusitada destreza en el manejo de los fusiles Enfield… Ahora el tan ansiado cambio podría llevarse a efecto con las debidas garantías.

-Ya estamos preparados –le dijo Barrientos a la catedrática Canales a principios del curso escolar 2011/2012.

-Pues ahora hay que aguardar a que la oportunidad se presente –sentenció ella.

 El inicio del curso fue caótico en extremo. Invocando el fantasma de la tan cacareada crisis económica, se aumentó el horario del profesorado funcionario de la Comunidad de Madrid en dos períodos lectivos más. Las consecuencias no se hicieron esperar: más de un millar de profesores interinos acabaron engrosando las listas del paro, los profesores funcionarios vieron mermadas sus posibilidades de ofrecer una enseñanza de calidad y muchos de ellos se encontraron con sus plazas suprimidas, lo que les obligaba a incómodos traslados y adaptaciones. A todo esto, desde el mismo gobierno de la comunidad autónoma, se predispuso a la población en contra de los profesionales de la enseñanza, sembrando el bulo de que sólo trabajaban veinte horas semanales mientras que el resto de los trabajadores fácilmente doblaban esta cantidad. Aunque luego hubo retracciones, el mal se dio por hecho: de cara a la opinión pública los profesores quedaron como un hatajo de vagos y privilegiados y nadie se creía que trabajaran en realidad más de veinte horas, teniendo en cuenta otras labores al margen del cometido estrictamente docente. La indignación bullía en los principales sectores de la educación pública. La marea verde se adueñó de las calles de Madrid, pero las subsiguientes huelgas y reivindicaciones cayeron en saco roto.

Las elecciones generales del 20 de noviembre marcaron un cambio en el gobierno de la nación, como era de esperar habida cuenta de la suma incompetencia del anterior Ejecutivo. Primero se abrió un paréntesis para la expectación, y luego se impuso la incertidumbre, sin obviar la esperanza para los más optimistas.

El grupo de Barrientos recibió la noticia del cambio de gobierno con cierta perplejidad, pese al más que previsible resultado de las urnas. En una de sus asambleas en el Parque del Retiro, sacaron a colación las previsiones políticas, al margen de las económicas.

-La situación no puede pintarse más desastrosa para nosotros –sostenía Carlos Dueñas, un director de instituto conocido por sus inclinaciones izquierdistas-. El gobierno de la comunidad autónoma va a recibir el apoyo del nuevo Ejecutivo Nacional. Éste todavía no se ha constituido, por lo que hay que tener presente que lo que haya de hacerse tendrá que ser sin más demora.

Barrientos y la gente de su instituto fueron de un mismo parecer.

-Sólo es necesario buscar la oportunidad más inminente –prosiguió Carlos Dueñas, acariciándose la poblada barba.

-Hay algo que sería conveniente que considerásemos –apuntó la catedrática Canales.

-Tú dirás.

-Parece que representantes de todas las consejerías de educación tienen previsto celebrar un simposio en la Universidad Laboral de Gijón. Concretamente, el jueves 22 de diciembre.

-Justo el día del sorteo navideño de lotería –susurraron algunas voces. 

-Entonces sugiero que se prepare un operativo con el fin de que las administraciones educativas se retracten de sus absurdas políticas de recortes –prosiguió la doctora Canales-. El evento de Gijón sería una inestimable oportunidad para llevar nuestros propósitos a la práctica.

A todo esto, Elvira Villavieja, una profesora de tecnología, arrojó la siguiente reflexión:

-¿Habéis pensado seriamente lo que ocurrirá después? ¿Qué será de los que participen en la medida coercitiva, a efectos de lograr que se tome verdaderamente en serio la defensa y garantía de la educación pública? ¿Lo habéis pensado con detenimiento?

Numerosos suspiros cundieron entre todos los integrantes del grupo. Barrientos, haciendo gala de su más que probado valor, manifestó:

-Estoy dispuesto a sacrificarme por el bien de nuestra causa. No tengo nada que me ate al mundo, nada que pueda perder. Si se necesita un mártir, deseo presentarme voluntario.

-Lo ideal es que hubiera un grupo de gente que fuera del mismo parecer –aclaró Carlos Dueñas-. El comando ya está constituido y formado. ¿Cuántos de sus miembros estarían dispuestos a asumir semejante sacrificio?

Al final se estimó que el grupo que se había entrenado en la finca de Fuente el Sauce quedaría reducido a un número prácticamente insuficiente para acometer la acción requerida; haciendo valer cierto optimismo, podría contarse con unos ochenta miembros a lo más.

 -Bueno, habrá que empezar a planificar –dijo Barrientos.

No podía ocultar su decepción. A la hora de la verdad, eran muy pocos los dispuestos a jugarse el todo por el todo, después de que se hubieran embarcado en la aventura de la formación y adiestramiento del comando. Las posibilidades de salir airosos eran francamente remotas, y sólo los que veían la vida con palmaria indiferencia estaban preparados para hacer de la utopía un sueño presto a desvanecerse a los primeros albores de la mañana.

La asamblea del Parque del Retiro se disolvió sin más. Se acordó reunir a los implicados en la inminente operación para organizarse y diseñar los planes pertinentes.

Arsenio Corchado y Diego Barrientos paseaban por la Cuesta del Moyano. Estaban inmersos en sus pensamientos; no les llamaban la atención los puestos y tenderetes de los libreros. Eran conscientes de que posiblemente, de ahí a poco, no les fuera permitido gozar de las dulzuras de un pacífico paseo.

-Diego, ¿no tienes la sensación de que somos como ovejas camino del matadero? –preguntó Arsenio Corchado.

Barrientos aspiró una honda bocanada de aire, y dijo por fin:

-La derrota siempre precede a la derrota…, pero nunca se sabe qué es lo que precede a la victoria. 

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).


miércoles, 7 de marzo de 2012

Publicación de "Aislado: una historia en los Pirineos"


Hace ya diez años, en el transcurso de unas vacaciones estivales en el Pirineo de Huesca, tuve ocasión de visitar un hermoso pueblo abandonado, a la sazón colonizado por una comuna de hippies. El pueblo se llama Mipanas, y se encuentra a orillas del embalse del Grado, cuyas aguas ostentan el azul más nítido y precioso que jamás hayan contemplado mis ojos.

Recientemente, se puso en contacto conmigo el administrador de la página oficial de Mipanas, con el fin de pedirme permiso para publicar el relato que escribí inspirado ante la vista de aquellos bellos parajes. Me sentí muy honrado, y, por supuesto, di mi conformidad para que figurase en dicha página.

En la introducción del relato, el administrador escribió lo siguiente:

Cuando me puse a hacer la primera web de Mipanas buceando por la red encontré este articulo y el mismo me gusto y lo incluí en la misma, lo curioso del caso es que ha sido con creces el articulo mas leído de todos los publicados, por lo que me he animado a volver a ponerlo, espero que en esta nueva etapa de la web tenga la misma aceptación que tuvo en las anteriores, asimismo he incluido un modulo para que lo valoréis y al final del mismo el enlace al blog de su autor el cual posee multitud de temas interesantes.


He aquí la dirección donde aparece publicado el relato, dentro de la página web de Mipanas (haciendo clic se accede a la misma):

No puedo por menos de expresar mi gratitud al pueblo de Mipanas por el honor que se me concede al utilizar un relato mío para ilustrar la página de tan hermoso y bucólico lugar.

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).