Ella
se dio por fin la vuelta. Un rictus de severidad deformaba el bello perfil de
sus labios.
–¿Qué
deseas?
–Te
he visto mientras cruzaba la plaza. Estabas embobada mirando a esas niñas de
Comunión. Me he dicho que ese cuerpo espectacular sólo podía pertenecer a
Solange Reyes.
–¿Qué
quieres de mí? –se impacientó ella.
–De
momento saludarte.
–¿No
vas a comprar nada?
–No
tenía intención.
–Entonces
márchate, por favor.
–¿Qué
forma es esa de tratar a un viejo amigo? Tal vez me debas algo.
–¡Yo
a ti no te debo nada! –exclamó ella, perdiendo los estribos.
–Bueno,
dejemos a un lado las cortesías. Por tu culpa se me chafó un rodaje. Un día de
trabajo a la mierda. Bastante dinero.
–Vete,
por favor –intentó con tono suplicante–. Yo no tengo nada que puedas desear.
–Ni
tú misma te crees lo que estás diciendo –dijo Jimmy, pasándose la lengua por
los labios.
Ella
maldecía el hecho de que no entrasen más clientes en la tienda, para así poder
cortar el incómodo diálogo que estaba manteniendo con el hombre que tenía
delante. Pero no, la fatalidad se había vuelto a confabular en su contra.
Estaba viendo que no le iba a quedar más recurso que llamar a la policía. Así
se lo hizo saber a Jimmy.
–Perfecto
–repuso éste–, yo haré también una llamada a mi picapleitos. No será difícil
plantearte una querella por incumplimiento de contrato. Créeme que no te
conviene fastidiarme en estos momentos.
–Yo
no he dicho que yo sea Solange Reyes.
–Es
lo mismo. Tú lo sabes tan bien como yo.
–De
todas formas, ¿por qué no denunciaste antes? A buen seguro habrá prescrito lo
que reclamas.
–¡Vaya,
tienes arrestos de jurista! ¿No sabes que estamos en Los Ángeles y aquí te conocen?
Piensa que media ciudad se habrá pajeado viendo cómo te follan. ¿Te conviene
que se monte un escándalo? ¡Rebeca!
Ella
retrocedió unos pasos del mostrador para refugiarse en un rincón habitualmente
sombrío; no quería que se trasuntara la intensa palidez que a buen seguro se
estaría extendiendo por sus mejillas. Jimmy soltó una carcajada de conejo,
sabiendo que en sus manos tenía la baza vencedora.
–¿Por
qué no me dejas en paz? –dijo ella por último, con el pálpito de una súplica en
su tono de voz.
Jimmy
reafirmó su sonrisa, que ahora mostraba la repulsiva presunción del vencedor
malvado.
–Te
lo vuelvo a recordar: no estuvo bien que me dejaras con el rodaje en marcha.
Pero, para tu descargo, no me costó encontrarte sustituta. Mireia Montalbán,
¿la conoces? Hoy es la estrella más fulgurante del firmamento porno, así dicen
los poetas.
–Con
más razón para que me dejes en paz.
–Detente
ahí. Me hiciste perder la pasta de ese día. Me tienes que compensar de algún
modo, si no quieres que te monte el escándalo.
–¿Qué
quieres a cambio de no hacerlo? –preguntó ella con turbio presentimiento.
–Pues
follar contigo un par de veces. Con eso daría por saldada nuestra deuda.
–Pero
tú eres gay.
–Y
lo sigo siendo. Mira cómo me conoces. No es para mí el encargo. Tengo una deuda
con un tipejo que seguro me la condonaría si le procurase una mamada con la
sensual Solange Reyes.
–Es
repugnante lo que me propones –dijo ella, arrugando los labios en una mueca de
asco–. Ni en sueños te creas que voy a follar con quien yo no quiera.
Jimmy
tuvo que hacer esfuerzos para conservar su sonrisa de conejo.
–Te
has vuelto muy escrupulosa con los años. Antes no le hacías ascos a nada. Si tú
quisieras, yo podría volver a relanzarte. Aún te conservas maciza. Tal vez
tuvieras que perder algo de peso. Espera… Las llenitas también tienen su morbo.
–Ni
yo estoy llenita, ni quiero tratos
contigo o con tu mundo.
Las
comisuras de los labios de Jimmy se abatieron al unísono, en tanto que un frío
relámpago de rencor se posaba en sus pupilas. Asentó sus pulgares sobre el
mostrador e inició una serie rítmica de golpecitos. El sarcasmo se había
atenuado en las inflexiones de su voz.
–Sólo
en atención a los viejos tiempos te voy a conceder una semana para que lo
pienses. Ya sabes: o accedes a lo que te pido o te van a surgir muchos
problemas. Queda con Dios, hermana Solange.
La
lengua se le quedó trabada a Rebeca, el horror y el asco que Jimmy le
inspiraban no eran para menos. Sólo pudo soltar el aire envasado en sus
pulmones al ver que aquél se esfumaba entre los tenderetes de la Placita
Olvera. En ese momento, tras abrirse las portaladas de la iglesia católica, se
iniciaba hacia la plaza el despliegue de las niñas que acababan de hacer la
Primera Comunión. Sus blancos vestidos fulguraban de pureza, robando protagonismo
a las palomas posadas en los aleros y ramas de la plaza. El sol estaba en su
apogeo, aportando calor y viveza de colores a ese lugar tan frecuentado por
latinos y gentes de costumbres bohemias; el rótulo de “Rebeca’s” destelló con
una intensidad que se diría celestial. La dueña de la tienda se sentó en el
travesaño de la entrada, contemplando el desfile de niñas, rememorando
apartados recuerdos, lamentando acaso lo que quedara por venir.
Esa
mañana no entraron más clientes en la tienda, disuadidos al ver a la dueña
ocupando con sus piernas todo el travesaño. Sin duda, de poder materializarse
la desdicha de su monólogo interno, hubiera tenido el poder de tender negros
nubarrones en la esplendente primavera de California.
CONTINUARÁ…
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).