El
sol acostumbraba azotar de lo lindo la Placita Olvera, punto de reunión de los
latinos que vivían en Los Ángeles. Dos iglesias muy coquetas y cercanas la una
de la otra (la metodista y la católica), el Museo Italiano de Los Ángeles,
flores en todas las ventanas y balcones, los árboles relucientes de hojas
nuevas, un templete de música, tinglados con alegres mercaderías…, de todo esto
partía la animación y colorido de que hacía gala la Placita Olvera. Músicas
latinas se liberaban desde las cafeterías del entorno. Sonrisas de dientes como
perlas, pieles cobrizas, alegre juventud y respetable madurez. El cielo de un
azul granulado, tan plagado de esperanzas como los que emigraron de sus países
en busca de una vida mejor.
Bajo
una arcada de la Placita Olvera, en un rincón en sombra perenne, casi paredaña
con la iglesia metodista, lucía su escaparate una acogedora tienda de
recuerdos. Los turistas podían hacerse allí con una apreciable variedad de
objetos que invocaban las bellezas del mundo latino. Pañuelos estampados,
emulando banderas de los países de habla hispana, abanicos de época,
bolígrafos, pisapapeles de alabastro, figuras de madera, cuencos de cristal de
roca, guías de Los Ángeles traducidas al castellano y un sinfín de cosas tan
superfluas como encantadoras. También se vendía agua y diversas bebidas
refrescantes.
“Rebeca’s”,
ostentaba en jovial y floreada caligrafía la muestra del local. El hecho de
encontrarse la tienda en un rincón de la plaza que tenía asegurada la sombra,
hacía que el sitio fuera especialmente concurrido al poder considerarse una
especie de oasis resguardado del calor que fustigaba la zona la mayor parte del
día. Y no sólo era éste el principal factor que hacía atractiva la tienda de
recuerdos; la persona que estaba al cargo de la misma era el encanto y la
simpatía personificados.
Se
trataba de una mujer joven, de formas atractivas y estilizadas, con una larga
cabellera teñida de un rubio cereal y la piel fresca y aceitunada. Solía llevar
montadas unas impenetrables gafas de sol, como si pretendiera ocultar la
identidad de su mirada. Su sonrisa, sin embargo, siempre estaba a flor de labios,
haciendo especialmente agradable a los compradores la permanencia en la tienda.
Vestía blusas de tirantes y shorts que permitían apreciar la tentadora
arquitectura de sus piernas. Los muchos que le preguntaban su nombre, recibían
una misma respuesta: “Me llamo Rebeca, como mi tienda”.
Algunas
veces, en raros intervalos de soledad, se borraba como por ensalmo la sonrisa
de sus labios. Se quitaba entonces las gafas, y sus ojos, en el ángulo más
sombrío de la tienda, emitían un brillo de agua. Sus pupilas se hundían en el
pozo de los recuerdos, trayendo a colación nostalgias que no quedaban tan
apartadas en el tiempo. Si hubiese sido de temperamento débil, esos instantes
se hubieran perfilado los más apropiados para echar momentáneamente el cierre a
la tienda y haber ido en busca de un lugar de menos animación que la Placita
Olvera. Afortunadamente, Rebeca sabía sobreponerse a esas melancolías
pasajeras, y su sonrisa lucía de nuevo tan pronto el primer cliente cruzaba el
umbral de la tienda.
Un
día de ya avanzada primavera, notó especial bullicio en la plaza. Era el tiempo
de las Primeras Comuniones, y las niñas de ascendencia latina de Los Ángeles
iban a su cita con el sacramento en la hermosa iglesia “Nuestra Señora de Los
Ángeles”, de confesión católica, comúnmente conocida como “La Placita”, al otro
extremo de la Placita Olvera. Rebeca se acercó al escaparate de su tienda para
ver pasar a las niñas con sus trajes de Comunión. Y la nostalgia volvió a
invadirle el pecho. En ese momento se le antojaba difícil encontrar algo más
hermoso que una niña en su atuendo de Primera Comunión. Acaso recordara cuando
ella tomó el pan de los ángeles, así
como sus padres definían el sacramento, pero, pese a que su trabajo requería
contacto con el público, no tenía intimidad con nadie que pudiera testimoniar
que su conato de melancolía se debía en realidad a una experiencia no vivida.
Niñas de la Placita Olvera buscando la fiesta de sus vidas, la alegría de una
mayor intimidad con Dios. Rebeca reconocía ese sentimiento, y sabía que se trataba
de una aspiración tan fugaz como el reinado de las flores en un erial. El
futuro no ata las ilusiones con fuertes cadenas. «Cinco años –murmuró ella, tan
pronto finalizó la procesión de niñas vestidas de blanco–. Cuatro años más, y
es posible que mi paloma del cielo también se vista de ese color». No podía
permitir que el brillo acuoso de su mirada prosperase más; le había costado
demasiado perfilarse esa mañana la línea del rímel. A estos efectos, las gafas
oscuras le prestaban un servicio del todo eficaz.
Echando
mano a un plumero, se puso a quitar el polvo a la infinidad de objetos que allí
había. Así, al menos, mantenía su mente apartada de sombrías elucubraciones.
–Buenos
días…, Solange.
Experimentó
un rotundo sobresalto. Su momentáneo rapto de melancolía le había tenido la
atención desviada de quien pudiera entrar en la tienda. Solange. Notó un vuelco en su interior. No se atrevía a darse la
vuelta. Alzó la mirada y se quedó fija en el espejo convexo que, desde una
esquina del techo, abarcaba toda la superficie del local. Vio el reflejo de un
hombre, también con la mirada parapetada tras unas gafas de sol, vestido a
semejanza de un punkie de finales de los setenta, con una blusa negra de
tirantes, unos vaqueros lavados a la piedra y agujereados adrede a la altura de
las rodillas. Además llevaba aros en las orejas y un piercing en la nariz
(presumiblemente, también tendría uno atravesándole la lengua). Su larga
cabellera estaba teñida de rubio platino, con la pretensión de ocultar las
numerosas canas que ya estaba en edad de tener. Era Jimmy Staunton, realizador
de películas porno.
–Solange
–repitió con perversa entonación.
CONTINUARÁ…
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
1 comentario:
Que emocion leer algo de esa Placita Olvera, he seguido la trama de la historia y la seguiré orque tiene detalles que me son queridos. No importa si se cree que es por llamar atencion, en mi sinceridad, dentro de mi corazón se que no es asi, mas bien sentirme cerca de las nubes leyendo estas historias..........................
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