viernes, 16 de octubre de 2015

Cuentos urbanos: El lado pornográfico de la vida (XVI) - Chantaje


Ella se dio por fin la vuelta. Un rictus de severidad deformaba el bello perfil de sus labios.
–¿Qué deseas?
–Te he visto mientras cruzaba la plaza. Estabas embobada mirando a esas niñas de Comunión. Me he dicho que ese cuerpo espectacular sólo podía pertenecer a Solange Reyes.
–¿Qué quieres de mí? –se impacientó ella.
–De momento saludarte.
–¿No vas a comprar nada?
–No tenía intención.
–Entonces márchate, por favor.
–¿Qué forma es esa de tratar a un viejo amigo? Tal vez me debas algo.
–¡Yo a ti no te debo nada! –exclamó ella, perdiendo los estribos.
–Bueno, dejemos a un lado las cortesías. Por tu culpa se me chafó un rodaje. Un día de trabajo a la mierda. Bastante dinero.
–Vete, por favor –intentó con tono suplicante–. Yo no tengo nada que puedas desear.
–Ni tú misma te crees lo que estás diciendo –dijo Jimmy, pasándose la lengua por los labios.
Ella maldecía el hecho de que no entrasen más clientes en la tienda, para así poder cortar el incómodo diálogo que estaba manteniendo con el hombre que tenía delante. Pero no, la fatalidad se había vuelto a confabular en su contra. Estaba viendo que no le iba a quedar más recurso que llamar a la policía. Así se lo hizo saber a Jimmy.
–Perfecto –repuso éste–, yo haré también una llamada a mi picapleitos. No será difícil plantearte una querella por incumplimiento de contrato. Créeme que no te conviene fastidiarme en estos momentos.
–Yo no he dicho que yo sea Solange Reyes.
–Es lo mismo. Tú lo sabes tan bien como yo.
–De todas formas, ¿por qué no denunciaste antes? A buen seguro habrá prescrito lo que reclamas.
–¡Vaya, tienes arrestos de jurista! ¿No sabes que estamos en Los Ángeles y aquí te conocen? Piensa que media ciudad se habrá pajeado viendo cómo te follan. ¿Te conviene que se monte un escándalo? ¡Rebeca!
Ella retrocedió unos pasos del mostrador para refugiarse en un rincón habitualmente sombrío; no quería que se trasuntara la intensa palidez que a buen seguro se estaría extendiendo por sus mejillas. Jimmy soltó una carcajada de conejo, sabiendo que en sus manos tenía la baza vencedora. 
–¿Por qué no me dejas en paz? –dijo ella por último, con el pálpito de una súplica en su tono de voz.
Jimmy reafirmó su sonrisa, que ahora mostraba la repulsiva presunción del vencedor malvado.
–Te lo vuelvo a recordar: no estuvo bien que me dejaras con el rodaje en marcha. Pero, para tu descargo, no me costó encontrarte sustituta. Mireia Montalbán, ¿la conoces? Hoy es la estrella más fulgurante del firmamento porno, así dicen los poetas.
–Con más razón para que me dejes en paz.
–Detente ahí. Me hiciste perder la pasta de ese día. Me tienes que compensar de algún modo, si no quieres que te monte el escándalo.
–¿Qué quieres a cambio de no hacerlo? –preguntó ella con turbio presentimiento.
–Pues follar contigo un par de veces. Con eso daría por saldada nuestra deuda.
–Pero tú eres gay.
–Y lo sigo siendo. Mira cómo me conoces. No es para mí el encargo. Tengo una deuda con un tipejo que seguro me la condonaría si le procurase una mamada con la sensual Solange Reyes.
–Es repugnante lo que me propones –dijo ella, arrugando los labios en una mueca de asco–. Ni en sueños te creas que voy a follar con quien yo no quiera.
Jimmy tuvo que hacer esfuerzos para conservar su sonrisa de conejo.
–Te has vuelto muy escrupulosa con los años. Antes no le hacías ascos a nada. Si tú quisieras, yo podría volver a relanzarte. Aún te conservas maciza. Tal vez tuvieras que perder algo de peso. Espera… Las llenitas también tienen su morbo.
–Ni yo estoy llenita, ni quiero tratos contigo o con tu mundo.
Las comisuras de los labios de Jimmy se abatieron al unísono, en tanto que un frío relámpago de rencor se posaba en sus pupilas. Asentó sus pulgares sobre el mostrador e inició una serie rítmica de golpecitos. El sarcasmo se había atenuado en las inflexiones de su voz.
–Sólo en atención a los viejos tiempos te voy a conceder una semana para que lo pienses. Ya sabes: o accedes a lo que te pido o te van a surgir muchos problemas. Queda con Dios, hermana Solange.
La lengua se le quedó trabada a Rebeca, el horror y el asco que Jimmy le inspiraban no eran para menos. Sólo pudo soltar el aire envasado en sus pulmones al ver que aquél se esfumaba entre los tenderetes de la Placita Olvera. En ese momento, tras abrirse las portaladas de la iglesia católica, se iniciaba hacia la plaza el despliegue de las niñas que acababan de hacer la Primera Comunión. Sus blancos vestidos fulguraban de pureza, robando protagonismo a las palomas posadas en los aleros y ramas de la plaza. El sol estaba en su apogeo, aportando calor y viveza de colores a ese lugar tan frecuentado por latinos y gentes de costumbres bohemias; el rótulo de “Rebeca’s” destelló con una intensidad que se diría celestial. La dueña de la tienda se sentó en el travesaño de la entrada, contemplando el desfile de niñas, rememorando apartados recuerdos, lamentando acaso lo que quedara por venir.
Esa mañana no entraron más clientes en la tienda, disuadidos al ver a la dueña ocupando con sus piernas todo el travesaño. Sin duda, de poder materializarse la desdicha de su monólogo interno, hubiera tenido el poder de tender negros nubarrones en la esplendente primavera de California.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).


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