miércoles, 22 de agosto de 2012

Cuentos urbanos: El inventor (XIII) - El episodio de la manzana asada


Estaba a punto de sonar el toque de queda. Los últimos restos de mortecina luz se diluían en el cielo del Parque de la Fábrica del Gas. Un hombre y una mujer iban camino del paseo marítimo. Vestían muy humildemente, y no destacaban por su estatura. Sus rostros denotaban nerviosismo y cansancio. Se sentían angustiados por lo que pudiera haberle ocurrido a su hija. Querían dar con ella a todo trance, aunque ello supusiera adentrarse en las zonas acordonadas.


La mujer se llamaba Hortensia, y tenía cuarenta y ocho años; el hombre Ricardo, y ya había rebasado la cincuentena.


-Mi hija, mi hija –murmuraba ella con la voz impregnada en llanto-. Es Nochebuena, y no está con nosotros.


-La encontraremos, Hortensia –trataba de animarla su esposo.


Constituían una bonita pareja. Las facciones de sus respectivos rostros eran francamente agradables. A no dudar, su hija sería una preciosidad.


-Irene, querida mía –deliraba la mujer.


Y sí, se daba la casualidad de que aquéllos eran los padres de Irene Vegas, la bailarina de ballet, la alumna modelo del Colegio “La Salle”… Los dos trabajaban y no habían podido asistir a la función de hacía dos días, cuando Irene ejecutara con notable gracia y pericia ese pasaje de “El lago de los cisnes”. Irene era muy querida por sus padres. Ella era la mayor de dos hermanas.


La noche estaba a punto de engullir los últimos vestigios de coloración del mar. El matrimonio llegó al paseo marítimo, y allí se topó con la primera barrera. Estaban vigilando el puesto nada menos que cinco soldados. Aún no se habían encendido las escasas farolas del alumbrado público que estaban previsto utilizarse.


-¡Alto ahí!


-¿Adónde van?


-¿No saben que hay toque de queda?


Hortensia se mordisqueó los nudillos desesperadamente, y rompió el dique de sus lágrimas. Ricardo trató de justificarla.


-Es nuestra hija. Está en Cimavilla. Es Nochebuena y queremos que la pase con nosotros.


-Cimavilla se encuentra sometida a sitio –informó uno de los soldados-. Hasta nueva orden, allí no entra ni sale nadie.




-¡Mi hija, mi hija! –balbuceó Hortensia.


-Ella es alumna del Colegio “La Salle”, en Cimavilla –prosiguió Ricardo con voz a cada momento más vacilante-. Estamos angustiados por si le ha pasado algo. Miren, yo sólo soy un humilde pintor y mi mujer trabaja de empleada de limpieza. No tenemos influencias, pero amamos a nuestra hija como unos reyes pueden amar a su princesa. Por favor, no tiene más que diecisiete años.


-Es lamentable lo que cuenta, señor. Pero órdenes son órdenes. Ustedes no pueden pasar de aquí. Vuelvan a su casa, y esperen a que las cosas se resuelvan.


-¡No! –gimoteó la madre.


-Señora, existe toque de queda. Podríamos detenerles por violarlo. No pongan las cosas más difíciles.


Los soldados se mostraban inflexibles, si bien justo es decir que muy en contra de su voluntad. Ellos también tenían padres y familias, y el servicio les obligaba a pasar la Nochebuena alejados de sus hogares.


Hortensia apaciguó el caudal de sus lágrimas. Sacó de su bolso un envoltorio redondo de papel de aluminio. Se aproximó a los soldados, quienes en un primer momento enarbolaron instintivamente sus armas.


-Señores soldados, les quiero pedir un favor –dijo con acento conmovedor-. Esto que ven aquí es una manzana asada. Tenemos en casa la tradición de comerlas por Nochebuena. A mi hija le gustan un montón. Les pido como madre que busquen a mi amor. Se llama Irene Vegas Salazar. Y cuando la encuentren, entréguenle esta manzana. Así sabrá que sus padres la echan de menos en esta noche de estar con la familia… ¿Lo harán, buenos soldados?


Las estrellas se habían diseminado por el cielo como alfileres de plata incandescente. También había brillos plateados en las pupilas de los soldados. Uno de ellos se destacó, diciendo:


-Señora, se presenta ante ustedes el cabo primero Luis Agudo Enríquez. Les prometo por mi honor que haré lo posible por encontrar a su hija y hacerle entrega de su presente. Démelo, si tiene la bondad.


Hortensia así lo hizo.


-Que Dios te bendiga, noble corazón.


El soldado abatió su cabeza, y dijo:


-Dios me ha bendecido permitiéndome conocerles a ustedes.


El matrimonio volvió a su casa. Allí les aguardaba su otra hija. No querían desechar la esperanza de volver a encontrarse con Irene. Era Nochebuena.


Mientras tanto, el cabo primero contemplaba el envoltorio de la manzana.


Creía tener en la mano un corazón palpitante de amor.

CONTINUARÁ...

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).