Poco a poco, el ambiente se fue serenando, y ello, unido a la paupérrima luz que difundían los últimos ceporros de la hoguera, causó un raro estado de relajación a cada uno de los comensales.
El alcalde, en tanto que masticaba a veinte carrillos, fue acometido por una modorra irresistible. En ocasiones cerraba los párpados, y los duermevelas venían acompañados por incómodas visiones... Huertos solares que hubieran asesinado bellos paisajes de su tierra natal, para el presente y para el futuro de los que tenían derecho a disfrutar de la Naturaleza; familias del municipio que se veían obligadas a mendigar comida, pues las cargas impositivas del ayuntamiento no les permitían otra alternativa; sonrisas de mármol para encubrir la falsedad delante de las gentes que era necesario halagar y que él no podía por menos de mirar por debajo; amigos beneficiados y enemigos desahuciados, ojos de mirada distinta para cada uno de ellos (a ti sí porque eres tú, a ti no porque eres tú); burlas a gentes de pantalones blanqueados con lejía, a quienes le era posible mirar por encima; sobres con dinero e imágenes de cocodrilos cosidos y estampados... Y la mentira haciéndole crecer la nariz, cual Pinocho de carne y hueso y corazón del mismo mármol que sus dientes. El orgullo hizo aumentar la intensidad de sus dentelladas, y algo atrapó entre las muelas que le ocasionó un dolor insufrible, más duro que el bronce y más amargo que las pinochas de ciprés. Abrió los ojos y chilló como un cocodrilo en la agonía.
El primer teniente de alcalde y concejal de promoción económica, en tanto que mascaba a treinta carrillos, cayó en un mismo sopor. Y se vio caminando por un sendero de espumas de jabón y hamburguesas agusanadas, chocolates y churros correosos, patatas secas con ketchup y cervezas vomitadas; se veían también tarimas donde boxeaban mujeres escasas de ropa; y al fondo se destacaba una colina de bombillas vendidas en la oscuridad del trapicheo. Jovencitas púberes daban saltos entre cunas llenas de berenjenas. “Todo esto se hace porque yo soy un líder de la juventud”, se decía entre magos, misses y músicos alucinógenos. La estatua criselefantina de Fidias le arropaba con una lluvia de euros de oro. Los coches podían aparcar en vados permanentes de forma impune. Los aviones se estrellaban en aeropuertos de campos de césped con alopecia manifiesta y barracas de cómicos de la legua. Lo que multiplica al final acaba dividiendo. Crece y crece y crece hasta que revienta. El teléfono móvil suena hasta que los tímpanos estallan. Sus dientes tropezaron con el dolor, y chilló tanto que el príncipe de los cuentos y de los inmensos ramos de flores acabó convirtiéndose en rana.
El segundo teniente de alcalde y concejal de urbanismo, en tanto que mascaba a diez carrillos, fue presa de un torpor parecido. Echa humo el neumático porque se acaba gastando de tanto ahorrar suela de zapato. ¡Hay que desmelenar los árboles y que ardan los cohetes con el cambio climático! Yo dirijo y tú descargas camiones. Abro el portón por la mañana y si me dicen que vaya, iré si quien me dice que vaya me es conveniente, que no están los tiempos para dejar huérfana la andorga cervecera. Aunque no hay trabajo, yo voy diciendo que lo creo de la nada. Soy imprescindible, sin mí las calles están condenadas. Sólo yo puedo juntar flores con basuras. Y ahora muerdo el palomo… ¡Oh! Se le partieron las dos muelas sanas, y se oyó el berrido que anuncia la mismísima fiesta de la matanza.
La concejala de asuntos sociales, en tanto que mascaba a quince carrillos, fue invadida por la común somnolencia. ¡Mmm, qué delicioso arroz de su peculio! El arroz que la viuda conveniente recibe varias veces seguidas (¡regalo del ayuntamiento!), mientras que la viuda harapienta llora su desdicha en la orilla del arroyo de los claveles deshojados. El pan manchado de ceniza, los vasos para usos infames en lugar de los vasos para usos honrosos (Rom 9, 21)… ¡Oh, cáliz de alfarero! ¿Quién cambió tu incienso del cielo por el polvo que ultraja la corona de tu santa Madonna? Ríe y carcajea, mide con la medida con que serás medida (Mt 7, 2), hazte sepulcro blanqueado (Mt 23, 27), pues nada habrá oculto que no termine saliendo a la luz (Mc 4, 22). Verás el cuidado que hay que tener con jugar la partida de Dios con baraja trucada. Será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22, 13). ¿No decía David el justo que ninguno de los huesos del siervo de Dios será quebrado (Sal 33, 21)? Entonces despierta y mira cómo uno de tus dientes se ha quebrado al masticar… Gritó, gritó tanto que espantó a los querubes que habitan en las nubes.
La concejala de festejos, en tanto que mascaba a un solo carrillo, se sintió poseída por un dulce amodorramiento. Las brumas se cerraron, y luego se disiparon parcialmente. La música de la suite número 1 de Peer Gynt de Edgard Grieg, sonaba en las dulces cadencias del movimiento de “Por la mañana”. Y ella se veía en una vieja aula de conservatorio, mirando a través de la ventana el cambio de coloración de los cielos autumnales. Los pétalos de flores delicadas envolvieron su talle en un remolino de perfumes. Y ya estaba con traje folklórico, queriendo ejercer autoridad en procesiones religiosas que se salían del margen de sus competencias municipales. La gente la miraba y muchos torcían el gesto. “¡Qué se habrá creído la niñata! ¡Pues sí que se le han subido pronto los aires de grandeza!”. Ella no lo oyó, pero esto lo dijeron; y no fue bueno que la tez se le pusiera verdosa queriendo mandar al personal a base de gritos y ademanes enérgicos. Nadie se creía en el pueblo que un lirio delicado acabaría criando espinas de cardo borriquero. La bruma se condensó y asumió la apariencia de las lágrimas. Nadie lo hubiera esperado de una chiquilla tan buena y modosita… Pero así ocurrió: el nácar de sus dientes se partió, y los fragmentos cayeron como las perlas de un collar que ha perdido su cordón. Ella no gritó; lloró como el ruiseñor que se atraviesa el pecho con la espina del árbol.
El concejal de cultura, en tanto que mascaba a veintisiete carrillos, observó que su mente se cerraba en vapores alcohólicos. Risitas y camelos. La juventud necesita alcohol y nieblas de discoteca. Aparca aquí, querido mío, que los municipales no van a venir aunque los llamen para retirarte el vehículo. Y trabaja aquí por las mañanas, que yo haré que te lo consigan. Pego fuego a los libros para hacer más alta la hoguera de San Antón. Y escribe en este papel que yo publicaré, e insulta a quien nos incomoda. Otra risita, que hay que aprender del jefe. Oye, ya que estamos aquí…, a ti y a nadie más, querido mío…, aunque haya otros también. Vengan a mí de todos los países soleados; total, la diferencia es ninguna. Nadie me reconocería en el que era cuando mezclaba mocos y crema de leche, cacao, avellanas y azúcar. ¡Ay, cuánto me río al son de las maracas de Machín! Quiero aprender del viejo sur estadounidense. Bellos capiruchos blancos llevaban y hermosas cruces de maíz ahogaban en la matriz del fuego de hidrocarburo. Y en misa, cara de misa; en los plenos, cara de tirahuevos; con las damiselas, cara de cantamañanas… Como decía la Pantoja a Julián Muñoz: “Dientes, dales dientes”. Y el sueño chocó con el diente, y no contra huevo de codorniz precisamente. Aulló, aulló y aulló…, y pareció al hacerlo la hiena del documental del desierto del Kalahari.
Y el concejal agrario, en tanto que mascaba a los carrillos que las exiguas señales del cerebro le permitían, se zampó un sueñecito de aquí te espero. Iba caminando por sendas embarradas, llenas de verdugos y piedras lacerantes. Baches por doquier y asfaltos descascarillados. ¡Oye, que ya permiten edificar urbanamente en terrenos rústicos (aunque tú no lo intentes)! Nuestro buen hombre metía la pata hasta la ingle en hoyos habitados por escolopendras y las caparras de los cánidos amigos del hombre. Pican, pican, pican…, y de tanto picor viene el rascar, y, después, de la piel el enrojecer. Por calles, parques, montes, collados, dehesas, puentes fluviales, sembríos, olivares y majuelos, las voces iban preguntando: ¿Dónde está, dónde está? Dicen que está por la casa de transeúntes echando a los que estorban, deseosos de probar el pan que a él le sacia. Y ya no más. Buscadle por caserones encantados. Preguntad a los espíritus calígrafos de la rectoría de Borley, a las almas en pena del Cortijo Jurado, a la gemebunda Raimunda del palacio de Linares; registrad los recodos y sotabancos de la mansión de Sarah Winchester, los cañones de la casa de las Siete Chimeneas, los ventanales de la antigua diputación de Granada. Allá entre las sombras de la oscuridad se halla el que es pagado y no se aprecia su trabajo o su presencia… Articuló la mandíbula, y lo duro real tropezó en la muela virtual. Su grito se hizo silbido del viento en una noche de tempestad con ulular de lechuzas.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
El alcalde, en tanto que masticaba a veinte carrillos, fue acometido por una modorra irresistible. En ocasiones cerraba los párpados, y los duermevelas venían acompañados por incómodas visiones... Huertos solares que hubieran asesinado bellos paisajes de su tierra natal, para el presente y para el futuro de los que tenían derecho a disfrutar de la Naturaleza; familias del municipio que se veían obligadas a mendigar comida, pues las cargas impositivas del ayuntamiento no les permitían otra alternativa; sonrisas de mármol para encubrir la falsedad delante de las gentes que era necesario halagar y que él no podía por menos de mirar por debajo; amigos beneficiados y enemigos desahuciados, ojos de mirada distinta para cada uno de ellos (a ti sí porque eres tú, a ti no porque eres tú); burlas a gentes de pantalones blanqueados con lejía, a quienes le era posible mirar por encima; sobres con dinero e imágenes de cocodrilos cosidos y estampados... Y la mentira haciéndole crecer la nariz, cual Pinocho de carne y hueso y corazón del mismo mármol que sus dientes. El orgullo hizo aumentar la intensidad de sus dentelladas, y algo atrapó entre las muelas que le ocasionó un dolor insufrible, más duro que el bronce y más amargo que las pinochas de ciprés. Abrió los ojos y chilló como un cocodrilo en la agonía.
El primer teniente de alcalde y concejal de promoción económica, en tanto que mascaba a treinta carrillos, cayó en un mismo sopor. Y se vio caminando por un sendero de espumas de jabón y hamburguesas agusanadas, chocolates y churros correosos, patatas secas con ketchup y cervezas vomitadas; se veían también tarimas donde boxeaban mujeres escasas de ropa; y al fondo se destacaba una colina de bombillas vendidas en la oscuridad del trapicheo. Jovencitas púberes daban saltos entre cunas llenas de berenjenas. “Todo esto se hace porque yo soy un líder de la juventud”, se decía entre magos, misses y músicos alucinógenos. La estatua criselefantina de Fidias le arropaba con una lluvia de euros de oro. Los coches podían aparcar en vados permanentes de forma impune. Los aviones se estrellaban en aeropuertos de campos de césped con alopecia manifiesta y barracas de cómicos de la legua. Lo que multiplica al final acaba dividiendo. Crece y crece y crece hasta que revienta. El teléfono móvil suena hasta que los tímpanos estallan. Sus dientes tropezaron con el dolor, y chilló tanto que el príncipe de los cuentos y de los inmensos ramos de flores acabó convirtiéndose en rana.
El segundo teniente de alcalde y concejal de urbanismo, en tanto que mascaba a diez carrillos, fue presa de un torpor parecido. Echa humo el neumático porque se acaba gastando de tanto ahorrar suela de zapato. ¡Hay que desmelenar los árboles y que ardan los cohetes con el cambio climático! Yo dirijo y tú descargas camiones. Abro el portón por la mañana y si me dicen que vaya, iré si quien me dice que vaya me es conveniente, que no están los tiempos para dejar huérfana la andorga cervecera. Aunque no hay trabajo, yo voy diciendo que lo creo de la nada. Soy imprescindible, sin mí las calles están condenadas. Sólo yo puedo juntar flores con basuras. Y ahora muerdo el palomo… ¡Oh! Se le partieron las dos muelas sanas, y se oyó el berrido que anuncia la mismísima fiesta de la matanza.
La concejala de asuntos sociales, en tanto que mascaba a quince carrillos, fue invadida por la común somnolencia. ¡Mmm, qué delicioso arroz de su peculio! El arroz que la viuda conveniente recibe varias veces seguidas (¡regalo del ayuntamiento!), mientras que la viuda harapienta llora su desdicha en la orilla del arroyo de los claveles deshojados. El pan manchado de ceniza, los vasos para usos infames en lugar de los vasos para usos honrosos (Rom 9, 21)… ¡Oh, cáliz de alfarero! ¿Quién cambió tu incienso del cielo por el polvo que ultraja la corona de tu santa Madonna? Ríe y carcajea, mide con la medida con que serás medida (Mt 7, 2), hazte sepulcro blanqueado (Mt 23, 27), pues nada habrá oculto que no termine saliendo a la luz (Mc 4, 22). Verás el cuidado que hay que tener con jugar la partida de Dios con baraja trucada. Será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22, 13). ¿No decía David el justo que ninguno de los huesos del siervo de Dios será quebrado (Sal 33, 21)? Entonces despierta y mira cómo uno de tus dientes se ha quebrado al masticar… Gritó, gritó tanto que espantó a los querubes que habitan en las nubes.
La concejala de festejos, en tanto que mascaba a un solo carrillo, se sintió poseída por un dulce amodorramiento. Las brumas se cerraron, y luego se disiparon parcialmente. La música de la suite número 1 de Peer Gynt de Edgard Grieg, sonaba en las dulces cadencias del movimiento de “Por la mañana”. Y ella se veía en una vieja aula de conservatorio, mirando a través de la ventana el cambio de coloración de los cielos autumnales. Los pétalos de flores delicadas envolvieron su talle en un remolino de perfumes. Y ya estaba con traje folklórico, queriendo ejercer autoridad en procesiones religiosas que se salían del margen de sus competencias municipales. La gente la miraba y muchos torcían el gesto. “¡Qué se habrá creído la niñata! ¡Pues sí que se le han subido pronto los aires de grandeza!”. Ella no lo oyó, pero esto lo dijeron; y no fue bueno que la tez se le pusiera verdosa queriendo mandar al personal a base de gritos y ademanes enérgicos. Nadie se creía en el pueblo que un lirio delicado acabaría criando espinas de cardo borriquero. La bruma se condensó y asumió la apariencia de las lágrimas. Nadie lo hubiera esperado de una chiquilla tan buena y modosita… Pero así ocurrió: el nácar de sus dientes se partió, y los fragmentos cayeron como las perlas de un collar que ha perdido su cordón. Ella no gritó; lloró como el ruiseñor que se atraviesa el pecho con la espina del árbol.
El concejal de cultura, en tanto que mascaba a veintisiete carrillos, observó que su mente se cerraba en vapores alcohólicos. Risitas y camelos. La juventud necesita alcohol y nieblas de discoteca. Aparca aquí, querido mío, que los municipales no van a venir aunque los llamen para retirarte el vehículo. Y trabaja aquí por las mañanas, que yo haré que te lo consigan. Pego fuego a los libros para hacer más alta la hoguera de San Antón. Y escribe en este papel que yo publicaré, e insulta a quien nos incomoda. Otra risita, que hay que aprender del jefe. Oye, ya que estamos aquí…, a ti y a nadie más, querido mío…, aunque haya otros también. Vengan a mí de todos los países soleados; total, la diferencia es ninguna. Nadie me reconocería en el que era cuando mezclaba mocos y crema de leche, cacao, avellanas y azúcar. ¡Ay, cuánto me río al son de las maracas de Machín! Quiero aprender del viejo sur estadounidense. Bellos capiruchos blancos llevaban y hermosas cruces de maíz ahogaban en la matriz del fuego de hidrocarburo. Y en misa, cara de misa; en los plenos, cara de tirahuevos; con las damiselas, cara de cantamañanas… Como decía la Pantoja a Julián Muñoz: “Dientes, dales dientes”. Y el sueño chocó con el diente, y no contra huevo de codorniz precisamente. Aulló, aulló y aulló…, y pareció al hacerlo la hiena del documental del desierto del Kalahari.
Y el concejal agrario, en tanto que mascaba a los carrillos que las exiguas señales del cerebro le permitían, se zampó un sueñecito de aquí te espero. Iba caminando por sendas embarradas, llenas de verdugos y piedras lacerantes. Baches por doquier y asfaltos descascarillados. ¡Oye, que ya permiten edificar urbanamente en terrenos rústicos (aunque tú no lo intentes)! Nuestro buen hombre metía la pata hasta la ingle en hoyos habitados por escolopendras y las caparras de los cánidos amigos del hombre. Pican, pican, pican…, y de tanto picor viene el rascar, y, después, de la piel el enrojecer. Por calles, parques, montes, collados, dehesas, puentes fluviales, sembríos, olivares y majuelos, las voces iban preguntando: ¿Dónde está, dónde está? Dicen que está por la casa de transeúntes echando a los que estorban, deseosos de probar el pan que a él le sacia. Y ya no más. Buscadle por caserones encantados. Preguntad a los espíritus calígrafos de la rectoría de Borley, a las almas en pena del Cortijo Jurado, a la gemebunda Raimunda del palacio de Linares; registrad los recodos y sotabancos de la mansión de Sarah Winchester, los cañones de la casa de las Siete Chimeneas, los ventanales de la antigua diputación de Granada. Allá entre las sombras de la oscuridad se halla el que es pagado y no se aprecia su trabajo o su presencia… Articuló la mandíbula, y lo duro real tropezó en la muela virtual. Su grito se hizo silbido del viento en una noche de tempestad con ulular de lechuzas.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
6 comentarios:
Alucinante,!VAYA SÁTIRA¡ cada vez me sorprendes más, aparte de tu sabiduria ciertos detalles del cuento solo los puedes saber ¿desde la altura de tus nubes???
La descripción de los personajes ni te imaginas lo que se parecen a ciertos personajes que conozco "regular".
Quiero felicitarte por el cuento y si me permites darte una recomendación, no te fies de quienes te ponen el caramelo en la boca con eso de ser pregonero en Semana Santa o que reveles tu identidad, te estan mostrando la piel de cordero pero el lobo está por dentro. Espero el final del cuento, ¿con más sorpresas?
Saludos
Y en la somnolencia sonaron acordes militares; unos abrieron medio ojo, otros mezclaron regüeldos morcilleros con flatulencias verbales, hay quien se puso firme de un salto y todos alzaron la mano, palma abajo, hacia el sol declinado. En eso alguien preguntó que quíen pagaba el tripeo. Caras carigordas y barrigas sandieras moviéronse al unísono, qué pregunta, ¿quién lo va a pagar?, alguien lo pagara, eso es lo de menos, y toma otro puro, jefe, que aquí mandamos nosotros.
Genial, amigo Jardinero. Todo es un sueño, cosas del Diablo Cojuelo.
Acepto, amigo, tus felicitaciones y tu consejo.
No obstante, permíteme discrepar en la comparación del lobo con piel de cordero. Yo no soy un incauto y sé a quien ofrezco mi amistad, acaso por razones personaleas que únicamente a mí atañen. Sé reconocer los lobos con piel de cordero; he conocido a demasiados en mi vida. A mí nadie me acerca un caramelo a la boca, nadie me está intentando captar o llevar a su terreno. Respetan mi distancia y mis pensamientos. Y ahí queda todo.
La amistad y la buena concordia son valores universales que están muy por encima de las siglas políticas.
Agradezco tu comentario y espero no haberte molestado con esta matización.
Un afectuoso saludo.
Oye, que bueno Ramoncito se las tenía guardada, sabia como hacer morder el polvo a estos que no respetaron a sus queridos ancianos, sigo palpitando este cuento tratando de adivinar que le puso al guisado, desde luego supongo que algún condimento nuevo ji, ahora que se le cayeran los dientes ahí... me falta, no tardes que estoy más que interesada... buenísimo amigo.
Besos
Jardinero mi mas sincera enhorabuena,a medida que el cuento avanza nos va enganchando más,lo digo en plural porque creo que no es a mi sola,vamos que ya podías ponerle mas capitulos,aunque tengamos que ayudarte entre unos cuantos...Un abrazo,amigo.
de verdad tu personaje tremendo ingrediente le echo a la comida. Los remordimientos de conciencia salieron a flor de piel!! de verdad buenisimo. Un buen reflejo del actuar de muchos politicos. Me ha encantado. sigo con entusiasmo la otra parte.
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