domingo, 3 de julio de 2016

Las desavenencias literarias de Sebastián Argote y Cencibel (III) - MISÓGINO, XENÓFOBO, HOMÓFOBO, AGRESOR... Y BEODO



LECTURA NO RECOMENDADA PARA MENORES DE 18 AÑOS.

Si tuviera que hacer una lista de todos los insultos que en esta vida me han aplicado, nos estábamos hasta mañana. “Loco”, por supuesto; pero los que sin ninguna duda me han hecho más gracia son “maricón”, “misógino” y “racista”.
Maricón. Será porque en mis horas cerveceras frecuento garitos donde muchos le tiran más a esto que a aquello; o tal vez porque mis cuerdas vocales no emiten tonos tan varoniles como sería de desear; o, ¡espera!, tal vez por llevar el agujero del pendiente en el lóbulo de la oreja derecha.
Sí, es cierto que quien me quiera ver en horas de gatos maullando ha de presentarse en los sitios donde los maricones de toda la vida y las bolleras de estos tiempos suelen ir en busca de remedios para su soledad. Estas tendencias son, en gran variedad de casos, inherentes al temperamento artístico, porque de artistas estas personas lo tienen todo; hay que serlo para hacer profesión de gay en esta sociedad de tanto acero en la mollera. Me gusta la compañía de estas gentes, pero que no se les ocurra llevarme a un sitio reservado. Tan guapo soy, que más de uno se me insinúa por medio de los vapores de cerveza, y la jodida voz que me gasto no ayuda demasiado, y a ver cómo les explico que si llevo el pendiente en el lado derecho es porque me gusta tenerlo ahí y punto. Si una bollera se me insinuase, ahí sí que haría una excepción, porque las mujeres me gustan más que el masticar. Pero las bolleras son fieles a sus principios y parejas. Pongamos por caso que lo que me gusta de esos antros son las cervezas fresquitas y baratas y las sabrosas pláticas que se suscitan en torno al mundo del arte.
Vamos a dejar bien aclarado, de una tacada, lo de las acusaciones de misógino y racista. El bar “Upsala”, situado en una de esas callejas que desembocan en el Alcázar, era no hace mucho tiempo (porque a día de hoy lo han cerrado) uno de esos antros de perdición que he esbozado con mi arte insuperable. Allí solía dejarme caer.
Una noche, bien cargado de rubias, me dio por chiflarme de una nigeriana que, para mi disgusto, era bollera. Y sí, una ucraniana con pelas la tenía bien atrapada de la falda mientras consumían sendos Bombay Sapphire (¡hosti, qué caro!) y le daban a la coca. Pues mira, me flipé por la negrita, y, como de cortado ando también calvo, apuré mi birra y fui al asalto de las dos.
—Hola. —Sólo me dirigía a la nigeriana. —¿Te molaría salir a tomar aire?
Así las abordé, sin preguntar nombre ni nada. Oí unas risitas afeminadas a mis espaldas. La negrita me miró escandalizada; entonces me fijé en que tenía las pestañas postizas.
—¡Eh, tío! ¿Por qué no te largas? —me espetó la ucraniana—. ¿No ves que somos pareja?
El pedo que llevaba encima, me avivó el cabreo muy rápidamente, y más con las risas de los drag queens que tenía detrás.
—Será tu pareja el día que no le tengas que hacer la tijera y le puedas meter una chorra de carne y no de silicona.
Las dos titis, mayormente la ucraniana, me ducharon con el contenido de sus Bombay Sapphire. Aun así, la negrita me seguía molando un huevo.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté—. Soy escritor y te sacaré en una de mis historias.
Fue una pena. Sólo se escuchaba la música enlatada de reggaeton (chunda que chundareeé), amén de las risas cada vez más desaforadas de los drag queens.
Me fui al váter, no sé para qué, porque allí no había papel ni toallas con los que secarme las manos y el careto. Me miré al espejo, y se me esfumó como por encanto el contentillo de las birras. Tiene huevos que te acabe molando una bollera. La edad empezaba a jugármela: antes arrinconaba a las titis sin gran esfuerzo. ¿Y ahora? De seguir así, me veía de ahí a poco en el sofá con la manta, tomando sopitas dulces y enlazando una telenovela tras otra.
Coño, que no me iba a conformar. Tenía que intentarlo de nuevo. ¿No dicen por ahí que el que no llora no mama?... Salí como un tifón del váter, dando portazo y todo, y, a paso de legionario, me encaminé al encuentro de la negrita, de la que, ¡joder!, todavía no sabía su nombre.
—¡Tía, no me dejes así! Si quieres te hablo con dulzura y modales refinados. Déjame decirte algo… Me gustas desde el primer vistazo que te he echado. Dime tu nombre, al menos. Yo me llamo Sebastián Argote y Cencibel.
Arreciaron las risas de los drag queens, que enseguida se contagiaron a casi todos los que había en el garito.
Una vez más, la ucraniana marimacho se interpuso entre nosotros, llegando a taparme la vista del objeto de mis deseos.
—¡Que te vayas a tomar por culo, cabrón!
La sangre se me caldeó, y le largué una guantada a la marimacho. Te juro que hoy no lo hubiera hecho, pero cuando se me va la pinza pierdo el control de mis actos.
Todos se me echaron encima, me molieron a hostias y, para rematar la puntilla, avisaron a los locales y esa noche la pasé en el calabozo. La puta de la ucraniana me puso una denuncia por agresión, que se resolvió con una buena sacada de cuartos.
Desde entonces, ya casi no frecuenté los garitos y procuré no liarla parda. Me volví más pacífico, y me centré en el placer de sentir la cerveza escurrirse por mi gaznate. Y también  me esmeré en mi escritura, procurando no ser protagonista de una vida que al final te arrea palos por todas partes.
Ni misoginia, ni homofobia, ni amor, ni racismo. Casi cincuenta tacos. El crepúsculo ha de ser un momento de paz, así nos lo enseña la Naturaleza de allende las orillas del Tajo. Pero yo soy cordobés, y aún era posible que me quedasen algunos resabios de juventud alocada.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).



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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que el tipo solo vive para meterse en problemas, pobrecito.
No entiendo muchas palabras. Recive mi saludo. ............................siempre.

A. Morena dijo...

Vienen bien en estos días de calor las refrescantes lecturas, llenas de humor de don Sebastián. Ánimo, maestro, en esta nueva faceta. Espero impaciente los siguientes capítulos.

Un abrazo

Antonio Morena