sábado, 17 de julio de 2010

Mi padre (XIX): Evocación


Aún no había clareado el día cuando ya nos encontrábamos en el espacioso salón que nos asignaron en el tanatorio de Ciudad Real. Estábamos solos; la gente todavía no había empezado a venir. Mi madre se recostó en uno de los sofás. Tomé una de las sillas tapizadas en terciopelo granate, y me acomodé frente al vidrio que confinaba la capilla ardiente. Lucían los cirios y las flores parecían empapadas de relente mañanero. Había un nudo en mi mente, que pugnaba por poner obstáculo a mis pensamientos; la vista del ataúd cerrado no me ocasionaba la turbación que hubiera sido de esperar. Pero me obligué a agilizar mis sentimientos… Recordé una apagada tarde de mayo de hacía casi veinte años. Mi padre y yo habíamos ido al Manantial de la Higuera, sito a unos dos kilómetros de Aldea, en un extenuado y matraqueante ciclomotor. Yo pilotaba. Había en las bajas nubes presagios de tormenta. Nos apeamos junto al caño de la fuente. Bebimos agua y nos dirigimos al cerro; mi padre quería coger tomillo. Las nubes empezaron a mugir con incandescente aparato eléctrico, y unas flámulas grises se desgajaron de sus panzas roturadas. “Vámonos, papá. Va a romper a llover”, le dije mientras le veía agachado al pie de una retama en flor. “Mamá quiere tomillo para los guisos”, me respondió impertérrito. Por la dirección de Puertollano, los nubarrones repartían los primeros fustazos de luz sobre los cordales de la distante sierra. El aire tenía un picante regusto a ozono, que activaba la deleitosa fragancia de la tierra húmeda. “¡Vámonos, papá! Va a empezar a tronar”, insistí. Mi padre se incorporó, y sus ojos me flecharon a través de un abanico de tomillo; en su otra mano portaba la navaja. “¿Tienes miedo?”, me preguntó. Mi mirada estaba fija en la hoja de la navaja. “Tengo miedo a lo desconocido”, respondí con pavor manifiesto. Mi padre anudó el manojo de tomillo con una tomiza y cerró la navaja; me hizo una seña para que bajáramos por la ladera del cerro. Los ronquidos de las nubes se trocaron en el inconfundible bramido del trueno. “Miedo a lo desconocido -dijo mi padre-. La vida es una gran desconocida; si tienes miedo a esto, se lo tienes a la vida. Lo importante es no perder de vista el camino”. Se abrieron las compuertas del cielo. Nos cayó agua a manta mientras íbamos en el ciclomotor. Los charcos ahogaron el barro del camino, ese camino que, al decir de mi padre, era tan importante no perder de vista. Un rayo murió en la punta del campanario de la iglesia de San Jorge Mártir. Ya estábamos en las calles del pueblo, cuando aún se veían pavimentadas con adoquines de basalto. Abrimos la puerta cochera de casa, nos miramos y nos pusimos a reír a mandíbula batiente… Habíamos encontrado otra vez el camino.

Mis manos se apretaron contra el frío vidrio de la capilla ardiente. ¿Dónde estás, padre mío? ¡Regresa pronto, que he perdido el camino! Sigo teniendo miedo a lo desconocido, sigo teniendo miedo a la vida.

CONTINUARÁ…

El jardinero de las nubes.

3 comentarios:

judith dijo...

Que te puedo decir. Los recuerdos siempre vana a estar aqui, y no se olvidan. Siempre es bonito recordar las experiencias bonitas vividas

Marisa dijo...

Existen recuerdos tatuados en la tierra de nuestro camino que ni cien mil tormentas pueden borrar.

El camino es sólo nuestro, por eso, lo importante es no perderlo de vista nunca. Y si alguna vez despistamos nuestros pasos por veredas desconocidas, transformémoslas en surcos fértiles que puedan enriquecer nuestro sendero.
Lo desconocido tiene como sombra el miedo, pero si le miramos fijamente a los ojos, veremos reflejado en ellos el camino que perdimos.
Cualquier atajo lleva a la vida.

La lírica y sentimiento de este relato tiene una fortaleza que sesga el miedo de un solo tajo. La belleza que has plantado esta vez en tus letras ha hecho florecer un camino que no se puede temer, sólo admirar y deleitarse con su paisaje.
Excelente, amigo.

Un fuerte beso.

trobador dijo...

Querido amigo, como sabes en aldea siempre o casi siempre entra la lluvia por el portillo (carretera de puertollano) te leo y lo vivo, te leo y lo siento, te leo y me emociono, GRACIAS.
Saludos de trobador