En la sesión del 26 de marzo, empezamos el Taller de Escritura Creativa con la lectura de un poema de Jacques Prévert, que a continuación se transcribe:
DESAYUNO
Él puso el
café
En la taza
Puso la
leche
En la taza
de café
Puso azúcar
En el café
con leche
Con la
cucharilla
Lo revolvió
Bebió el
café con leche
Y reposó la
taza
Sin
hablarme
Encendió
Un
cigarrillo
Hizo
círculos
Con el humo
Posó las
cenizas
En el
cenicero
Sin
hablarme
Sin mirarme
Se puso de
pie
Se puso
La
gabardina
Porque
llovía
Y partió
Bajo la
lluvia
Sin una
palabra
Sin mirarme
Y yo, yo
tomé
Mi cabeza
con las manos
Y lloré
Este
poema servirá de base para el ejercicio final del taller, pero en la inmediata
se nos pidió que elaborásemos el guión de un relato, respetando los elementos fundamentales
del poema, y dando respuesta a una serie de preguntas básicas sobre las
circunstancias del relato. En mi caso, ésta es la propuesta que hice:
APUNTE PARA UN RELATO
¿Cuándo y dónde?
En Bilbao, comienzo de los años 80 del pasado
siglo. Una mañana de lluvia torrencial, en la terraza acristalada de un ático
con vistas a la ría del Nervión.
¿Quiénes?
Un hombre frisando los 40, y una mujer que rebasa
los 55. Han sido amantes durante 5 años.
¿Qué sucede?
Ella ha dejado de ser atractiva para él. Él no se
lo dice, pero esa mañana no rompe su silencio; desayuna y fuma su cigarrillo.
Ella, que lo conoce bien, intuye lo que pasa; sabe que va a tomar una decisión
crucial. Él termina de desayunar, aplasta su cigarrillo contra el cenicero, se
coloca su gabardina y sale a enfrentarse con el rigor de la lluvia. Ella sabe
que no va a volver, y las lágrimas revientan en sus ojos.
Seguidamente,
estuvimos trabajando la técnica de la mirada del niño y del turista en
literatura. En definitiva, se trata de ver hechos cotidianos como si fueran
maravillosos y nunca vistos. Inspirándonos en la lectura de dos textos de
Cortázar, la monitora nos pidió que relatásemos cómo explicaríamos a un
extraterrestre algunas acciones cotidianas (bailar, abrir un grifo, estornudar,
silbar o pintarse los labios). Teníamos que escoger dos acciones y se nos
dieron cinco minutos para acometer la redacción. En mi caso, produje estos dos
textos:
ESTORNUDAR
Sé que me estás mirando a través del espejo.
Sientes tanto miedo de mí como yo de ti. No puedo moverme de mi rincón en el
sofá. Tienes cabeza pero no ojos, cabellos pero no rizos, me das mucho miedo.
Sí, tu gesto se desplaza de un lado a otro del espejo, mientras yo estoy aquí
inmóvil, leyendo el libro que tenía entre mis manos antes de que aparecieras.
Éstas me sudan, noto el aire cargado de polvo pesado e irritante, las aletas de
la nariz me oscilan, la tráquea se me pone rígida, las cuerdas vocales se
desafinan… Me asfixio, tengo que hacerlo… Se libera de mis labios un bronco y
húmedo sonido, que a ti te parece eclosión de supernova, cañonazo de amenaza,
el terror de lo que temes que te ocurra.
Desapareces por un momento del rectángulo del
espejo. Pasa el rato y nada ha cambiado. Te atreves a mirarme de nuevo. Ya
nuestro miedo compartido se ha disipado. La bruma se vuelve transparente entre
nuestros rostros.
ABRIR UN GRIFO
En el espejo del baño vuelve a aparecer tu rostro.
Ya miras sin recelo cómo abro el grifo. Se te figura agujero de gusano,
criadero de estrellas, cielo de lluvia. Te gusta. ¿Es así como sonríes?
Para
casa, la monitora nos pidió que siguiésemos el ejercicio con otras dos
acciones, a las que podríamos añadir alguna más de las propuestas. A este fin,
he preparado estos dos textos que presentaré en la próxima sesión:
AFEITARSE CON NAVAJA
Sabes de antes, porque me has visto prepararme un
emparedado, que un cuchillo puede ser un arma terrible. Por eso creo apreciar
tu turbación cuando observas cómo me llevo esta especie de cuchillo al cuello.
Se llama navaja barbera, y te advierto que está mucho más afilada que el
cuchillo que antes has visto. Hace falta un trozo largo de cuero sin curtir
para asentar el filo de la navaja, porque si el mismo es deficiente, corro
peligro de rebanarme la yugular; fíjate en los movimientos oscilantes sobre el
pedazo de cuero: se diría una barca corriendo bordadas en un mar en resaca.
Después hay que preparar la nieve de jabón. Uso
para ello esta brocha, adecuadamente humedecida, que es como pólipo oceánico y
del color de las canas de una cabeza ultrajada por el tiempo, si bien con mayor
carga de densidad. Aprieto la pella de jabón sobre los pelos remojados de la
brocha, y la nieve se materializa con un murmullo placentero. Ahora la extiendo
por mi rostro, que por un momento pierde todo semeje de rastrojo en la consumación
del verano.
Viene ahora la parte más arriesgada del afeitado,
que no por ser operación trivial requiere menos esmero y vigilancia. Noto
que te estremeces mientras practico
estos espantables movimientos. La navaja arrastra consigo nieve y rastrojo
diezmado. Mi rostro queda terso y brillante, como salón de baile en el
preámbulo de una fiesta. Si mi pericia no es la adecuada, surgen breves veneros
de sangre; nada que no se pueda solventar con la pasada de la piedra de alumbre,
cuya cerúlea tonalidad te despierta recuerdos de la luna, el último astro en
que se fijó tu mirada antes de dar por concluido tu viaje a la Tierra.
No lo olvides, el afeitado es labor netamente
humana, es vanidad necesaria e higiene forzada, es necesidad de pronunciamiento
núbil, ritual de relajación y combate contra el tiempo que todo lo desfigura.
Ser terrestre tiene sus tristezas… pero también sus excelencias.
SILBAR
Oyes el viento de frente, o lo oyes tan tenue como
una vigilia entre el rocío de las flores. Si tuvieras labios, podrías hacer lo
que yo: los contraerías, pulsarías el diapasón de tus pulmones, dejarías que el
viento se canalizara entre tus dientes y ya lo tendrías: vulgo silbido, melodía
de pájaro, piropo de senectud, asombro como el tuyo, prosodia de aburrimiento,
trabajo rutinario realizado con acierto y primor… Silbar no es algo que se
aprenda, es algo que puede enseñarse. ¿No lo entiendes?
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