En
la sesión del día 3 de diciembre del actual, estuvimos trabajando en el Taller
de Escritura Creativa algunas técnicas de desbloqueo. Empezamos dedicando diez
minutos a hacer una relación de las cosas que nos gustan y no nos gustan. En mi
caso, produje el siguiente texto:
ME GUSTA, NO
ME GUSTA
Me veo hace una hora, haciendo estación
junto a un descampado, el cielo impostado de nubes ultrajadas por el frío, los
álamos confesando sus cuitas a la brisa vespertina; no hay pájaros, y sí está
presente una farola desangelada que amenaza con romper en un trasunto de luz de
gas. No sé por qué, se trata de un atardecer como uno de tantos, pero he sacado
el móvil para fijar esa imagen en la virtualidad del recuerdo. Al girarme de
espaldas, he avistado en la altura del campanario una porción de luna, que
asoma su modesta belleza en los atrios del día que declina… Así son los
momentos en los que me gustaría vivir más a menudo.
Sin embargo, no me gusta lo que de tan
luminoso acaba cegando, caminar las sendas trilladas, vestir y calzar como
imponen los escaparates, ser un hombre sociable cuando mi naturaleza me empuja
al alejamiento. Dicen que el sol es mejor que la lluvia; pero yo sé que la
lluvia es más valiosa que el concepto que tengo de mi existencia; ninguna flor ha
nacido de un brote que no haya recibido la caricia pluvial de los cielos. No me
gusta situar lo físico por encima de lo metafísico, juzgar cuando no es preciso
hacerlo, vivir persiguiendo un sueño cuando no hay sueño más hermoso que la
vida que no debió ser malgastada.
Es verdad, me gustan estas reposadas
tardes de otoño.
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Foto real que ha inspirado el texto |
A
continuación, estuvimos trabajando la técnica del binomio fantástico. Yo no me
encontraba muy motivado ese día. Me fue asignado el doblete de palabras
“Médano-Pozo”, y éste es el texto que salió de mi exhausto telar en los diez
minutos que nos fueron dados:
MÉDANO-POZO
El capitán Ferragut se había quedado
solo en el castillo de popa de su goleta. Los malditos marineros, comandados
por el aún más maldito contramaestre, se habían apropiado del único bote en el
albor de la tormenta. Sus manos se aferraban con un figurado rigor mortis a la
caña del timón. Una isla apareció en el entrevero de la lluvia y las olas
sublevadas. No había oportunidad de maniobrar. La quilla quedó encajada en el
primer médano que salió al encuentro. El capitán sintió, como si se hubiera
tratado de su propio cuerpo, el modo en que se partían las cuadernas, se
dislocaban las vergas y los mástiles rompían sus ángulos de sujeción… Tenía que
abandonar el castillo de popa o la parca implacable reclamaría el tributo de su
vida. Aguardando el momento propicio para ello, se aprestó a saltar por la
borda.
Pisó agua y arenas tambaleantes. Sus
botas eran como brazos de ancla, que le impedían avanzar con la necesaria ligereza.
Pero había que hacerlo, ahora que era el momento del reflujo de las olas.
Anduvo un paso más, y la arena abrió un
pozo que se tragó al mar y al capitán Ferragut.
Para
ultimar la sesión de aquel día, y a modo de ejercicio para casa, Cristina, la monitora,
nos encargó que aplicásemos la técnica del plagio creativo al “Cuento de
Navidad”, de Charles Dickens. Es una historia que me cautiva, y sé que en mi
caso es ocioso parangonarme con el gran maestro inglés. No obstante, he aquí mi
humilde aportación:
EL ÚLTIMO VIAJE DE
EBENEZER SCROOGE
–¿Por qué, tío Ebenezer, no me has
hablado nunca de Belle, la única novia que tuviste en tu vida? Siempre has
mentado a mi madre, tu hermanita, tu pequeña Fan, como solías llamarla. Tu nostalgia llegó a conmoverme, pero nunca referiste una
palabra de Belle.
Era la tarde de Nochebuena. En el
barrio de Wapping se extinguían los colores del día entre las adustas chimeneas
de las fábricas, que semejaban columnas que sustentaban el cielo escarchado.
Ebenezer Scrooge estaba tendido en su lecho, su mano sostenida por la de Fred,
su sobrino. La puerta estaba cerrada, y sabía que en cuanto el carillón diera
las doce campanadas, las llamas del candelero oscilarían y el fantasma de Jacob
Marley, su antiguo socio, acudiría a buscarle.
–Escúchame, Fred. No hice caso a tu
madre la Nochebuena que vino al colegio a invitarme a la fiesta que iban a dar
tus abuelos; por tanto, dejé correr la oportunidad de reconciliarme con ellos.
Yo le doblaba la edad a tu madre, y su rostro estaba enrojecido por el frío que
había pasado corriendo por el sendero del arroyo; apenas me llegaba ella a la
cintura. Y no la hice caso. Se fue llorando a pasar la Nochebuena con su
familia… que ya no era la mía.
Fred le limpió una lágrima rebelde que
se le había posado en la comisura del párpado. La voz de Scrooge se iba
adelgazando progresivamente.
–Ella me quiso toda su vida, incluso
cuando la nariz se me afiló de pura misantropía y acabé convertido en el
usurero más huraño y ruin de todo Londres. Su amor resultó al final más fuerte
que el de Belle… ¡Dios mío, qué adorable era Belle! Recuerdo cuando la conocí
en aquel baile de Navidad que dio en su almacén el querido y recordado señor Fezziwig.
Ella rehizo su vida, encontró a un hombre bueno, se casó, tuvo hijos…
–Cálmate, tío Ebenezer –dijo Fred al ver que Scrooge se alteraba y
nuevas lágrimas surcaban sus mejillas.
–Es verdad: nunca te he hablado de
Belle –continuó el anciano tras recuperar el aliento– porque las cosas sagradas
no deben ser aireadas. En el corazón guardamos los sueños y encerramos los
pecados, y si hay tesoros tienen que ser fuertemente custodiados. Belle no se
merecía un hombre como yo, mientras que yo no pude soñar con una mujer mejor…
Ahora déjame solo. No apagues el candelero. Disculpadme si no os acompaño a
cenar.
–Feliz Navidad, tío Ebenezer.
Fred
se marchó de la alcoba, cuidando de cerrar la puerta. Ahora sabía que su tío
nunca había abandonado la pasión que retoñó en su juventud.
Llegó la hora en que un júbilo de
campanas anunció la Navidad. Las velas del candelero palpitaron con un fulgor
helado. El fantasma de Jacob Marley atravesó la puerta de la alcoba.
–Hola, viejo camarada, te estaba
esperando –dijo Scrooge con dolorosa dulzura.
–Vengo a buscarte y a indicarte una vez
más el camino –dijo el fantasma–. Te felicito: enmendaste tu vida al final,
repartiste las obras de tus sentimientos, te sumergiste en la nostalgia, te
consideraste en tus ratos de soledad el más indigno de los seres vivientes…
Eres grande, Ebenezer Scrooge. No temas ir por el camino que te voy a indicar.
Scrooge se puso trabajosamente en pie.
Tomó de la mano al fantasma de Jacob Marley, y dejó que las navidades siguieran
su curso.
A la mañana siguiente, Fred descubrió
que el alma de su tío había emprendido el más largo de los viajes. Sobre su
mesita de noche, había una nota en la que figuraba una única palabra trazada
con torpe pluma:
BELLE
Julián Esteban
Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
3 comentarios:
Hermoso tu cuento.
Muchas gracias, quien quiera que seas.
Aprobecho mi insomnio leyendo estos escritos que son muy hermosos, como joyas. Amigo mio.................................
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