Al punto de las tres de la tarde, cuando sabía que su presencia pasaba desapercibida, entraba en acción la "señora de las palomas", en ese rincón ignoto, junto a la verja del Parque de Abelardo Sánchez. Añejo parque del centro de Albacete. Durante un tiempo de un ya apartado otoño, me lo pateaba de arriba abajo, porque era necesario encontrar el consuelo de Dios en la soledad.
Y la vi a ella, la anciana del chubasquero gris y los cabellos de gualda blancura. Llevaba un carrillo de la compra a rebosar de mendrugos de pan duro, que durante la mañana recolectaba con candor evangélico en todos los bares y panaderías de la capital manchega. Una nube de palomas la engullía cuando comenzaba a desmigajar el pan deshidratado, y constelaban su chubasquero gris de habones blancos. Se ponía un sombrero de lluvia que ya tenía el color del guano fresco.
Durante tres días pasé cerca de ella, escuchando su maternal parlamento con las palomas. Al cuarto día me detuve junto a los barrotes de la verja, y me puse a mirar cómo alimentaba a las palomas. La barba espinaba mi rostro, y mis ojos se aferraban a cualquier imagen pasajera para distraer la tristeza que borbollaba en el caldero de mi alma.
Las palomas abrieron una clara en torno al rostro de la señora, y ella me lanzó su azulada mirada y sus encías estaban despojadas de dientes cuando me sonrió.
-Siempre me rodean con sus alas -dijo con su voz cantarina-. Incluso el domingo, cuando voy a misa, me manchan el abrigo que me regaló mi hijo que se fue a la Argentina, y me manchan la pamela de fieltro que me regaló mi marido que se fue a los cielos.
Alargué mi mano entre los barrotes, al tiempo que las rodillas se me plegaban por la melancolía. Acabó mi cabeza a la misma altura que la de la señora.
Ella franqueó el bullicioso festón de palomas, y había migas pulverizadas entre sus dedos de sarmiento cuando estrechó los míos, ásperos por el frío de la vida.
-¿Qué andas buscando, joven peregrino? -me preguntó como respetando mi silencio.
Apreté su mano y la acerqué a mis labios. Olía a espiga de trigo candeal, a relente nocturno y a remoto jabón de violetas. En mis ojos, las pupilas engulleron los iris. Ella tenía los estanques de sus ojos achinados circuidos de afluentes de sangre, y un fuego de amor destellaba en el fondo de sus pupilas.
-Joven peregrino, yo también estuve mucho tiempo sola… y ahora me rodean las aves del cielo.
En mi chaqueta también empezaron a aparecer habones de guano; las palomas revoloteaban entre nosotros, desgranando sus zureos intemporales.
La señora me besó en la frente, me dijo adiós, tomó su carrillo y se perdió por las avenidas del parque, arrastrando tras de sí su amorosa aura de palomas.
Y yo me fui de la verja del parque, manchado de guano y de cariño, estando solo pero acompañado, estando triste pero lleno de valor.
Y en lo recóndito del parque, rodeado de cisnes cabizbajos y árboles deshojados, mis encías armadas de dientes dibujaron una sonrisa...
Y me gustó sonreír...
Acaso a mí también me rodearían pronto las palomas de ese parque de Albacete.
El jardinero de las nubes.
Y la vi a ella, la anciana del chubasquero gris y los cabellos de gualda blancura. Llevaba un carrillo de la compra a rebosar de mendrugos de pan duro, que durante la mañana recolectaba con candor evangélico en todos los bares y panaderías de la capital manchega. Una nube de palomas la engullía cuando comenzaba a desmigajar el pan deshidratado, y constelaban su chubasquero gris de habones blancos. Se ponía un sombrero de lluvia que ya tenía el color del guano fresco.
Durante tres días pasé cerca de ella, escuchando su maternal parlamento con las palomas. Al cuarto día me detuve junto a los barrotes de la verja, y me puse a mirar cómo alimentaba a las palomas. La barba espinaba mi rostro, y mis ojos se aferraban a cualquier imagen pasajera para distraer la tristeza que borbollaba en el caldero de mi alma.
Las palomas abrieron una clara en torno al rostro de la señora, y ella me lanzó su azulada mirada y sus encías estaban despojadas de dientes cuando me sonrió.
-Siempre me rodean con sus alas -dijo con su voz cantarina-. Incluso el domingo, cuando voy a misa, me manchan el abrigo que me regaló mi hijo que se fue a la Argentina, y me manchan la pamela de fieltro que me regaló mi marido que se fue a los cielos.
Alargué mi mano entre los barrotes, al tiempo que las rodillas se me plegaban por la melancolía. Acabó mi cabeza a la misma altura que la de la señora.
Ella franqueó el bullicioso festón de palomas, y había migas pulverizadas entre sus dedos de sarmiento cuando estrechó los míos, ásperos por el frío de la vida.
-¿Qué andas buscando, joven peregrino? -me preguntó como respetando mi silencio.
Apreté su mano y la acerqué a mis labios. Olía a espiga de trigo candeal, a relente nocturno y a remoto jabón de violetas. En mis ojos, las pupilas engulleron los iris. Ella tenía los estanques de sus ojos achinados circuidos de afluentes de sangre, y un fuego de amor destellaba en el fondo de sus pupilas.
-Joven peregrino, yo también estuve mucho tiempo sola… y ahora me rodean las aves del cielo.
En mi chaqueta también empezaron a aparecer habones de guano; las palomas revoloteaban entre nosotros, desgranando sus zureos intemporales.
La señora me besó en la frente, me dijo adiós, tomó su carrillo y se perdió por las avenidas del parque, arrastrando tras de sí su amorosa aura de palomas.
Y yo me fui de la verja del parque, manchado de guano y de cariño, estando solo pero acompañado, estando triste pero lleno de valor.
Y en lo recóndito del parque, rodeado de cisnes cabizbajos y árboles deshojados, mis encías armadas de dientes dibujaron una sonrisa...
Y me gustó sonreír...
Acaso a mí también me rodearían pronto las palomas de ese parque de Albacete.
El jardinero de las nubes.
11 comentarios:
"...estando solo pero acompañado, estando triste pero lleno de valor..."
Me quedo con ese sentimiento ganador, sobresaliente por encima de los otros. Porque hay razones para sonreir y porque a veces Dios pone a las personas mas interesantes en nuestra vida para llenarnos de sonrisas.
Magnífica tu narrativa.
Un abrazo, jardinero.
Magnifica narrativa,preciosa imagen la del libro ojeandose y las palomitas.Me gustan esas palomas,pero graban mi mente de recuerdos de sufrimiento.
Algun dia te dire porque,
yo tambien tengo un cuento de
palomas,pero lleno de lagrimas.
Un abrazo,amigo.
Me encantan tus relatos.
por qué será que las palomas nos dan tanta nostalgia?. muy bello tu relato y tu manejo en la escritura. cariños amigo.
La soledad es una parte en la vida del ser humano, pero cuando se llega a la edad de la señora los recuerdos son los que anidan en el alma, y son esos mismos recuerdos los que la mantienen viva, la buena gente que da una sonrisa vale todo un cielo, bella narrativa.
Besos
Ah... es precioso. Es cierto, hay puntos de encuentro que, un día, inesperados, pueden dejar una sonrisa en nuestro corazón. Hace muchos años, cuando era estudiante, escribí un poema sobre algo así que en verdad me sucedió... acá te lo dejo:
Era un día de esos en que la tristeza
te marca por dentro,
que ves en tonos negros… que no puedes reír,
pero que sin embargo, existe un punto de encuentro
que te señala la vida para sobrevivir.
Y lo avistaron mis ojos andando por la acera
vendiendo violetas de suavísimo olor
alegre iba cantando en su sillón de ruedas
con un coraje innato el joven soñador.
Cuando pasé a su lado se me interpuso al paso
y al extender su mano, él me obsequió una flor.
Tal vez vio la tristeza reflejada en mi cara
y, observando mis piernas, una sonrisa alada,
se dibujó en su boca… silbando se alejó.
No sé qué sucedió pero cambió mi vida
con aquella violeta
parte de su alegría en ella me dejó
pues ha pasado el tiempo y si me siento triste
mi sonrisa renace cuando veo su flor.
Gracias por compartirnos esta exquisitez. Siempre acompañas tus escritos de unas imágenes muy bellas.
Abrazos
Bye
Ahora estoy sacando un tiempito en la colonia tovar para visitarte. Como siempre me inclino ante ti en la forma que escribes. Es muy lindo visitarte y leer tus escritos. Y este escrito de las palomas me recuerdan mi lejana infancia cuando las espantaba en la plaza, y como venian volando al darles de comer. Y no he visto palomas otra vez en las plaza, lo cual da en cierta forma un aire de nostalgia. un abrazo.
Flor mintió. Esa poesía la escribió Antonio Pardal Rivas, no ella.
http://www.fotomusica.net/poesiasantoniopardal/Antonio270.htm
Señor Pardal Rivas:
¿Y qué pretende con que yo lo sepa? ¿Que dejé de apreciar a Flor? Pues sepa usted, que en tal caso el tiro iría errado.
Aun no negándole la autoría de ese poema, he de enfatizarle que yo conozco bien el sentimiento que mi escrito o su poema inspiró en Flor; yo conozco su sufrimiento y sus circunstancias; yo sabría perdonarla como yo le pido que la perdone si es que le ha ofendido gravemente.
Por otra parte, y aquí entra mi opinión personal sobre su poesía, cuya muestra aparece en mi blog, he de manifestar que no tengo ningún deseo de profundizar en la misma y mucho menos esos versos despertarían en mí el anhelo de atribuirme su autoría. En lo que a mí respecta, puede respirar tranquilo con respecto a un intento de plagio. Mis letras son mías y saben reconocerme.
Y ahora, excelentísimo señor Pardal Rivas, con su permiso vuelvo a mis asuntos y le dejo el campo libre para tirar todas las primeras piedras que le plazcan.
Un atento saludo.
Son los solitarios quienes mejor entienden a los solitarios.
El cuento es una preciosidad.
¡Enhorabuena!
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