Estuve en un tris de dejarme la sesera cuando me estrellé con la bicicleta frente a la tienda de la Primi, al arranque de la calle Tahona. Todo se resolvió en un feo raspón en mi rodilla derecha, que echaba tanta sangre que no parecía sino el día que amasan las morcillas y que dejó los entrañables adoquines de basalto aljofarados de lunares cárdenos. Dolía a rabiar, y no pude reprimir algún que otro sollozo. Y la Primi salió pronta a socorrerme, abandonando momentáneamente el cuidado de su comercio. Me ayudó a quitarme la bicicleta de sobre las costillas, y me preguntó si me dolía mucho la herida que me había hecho, ofreciéndose a curarla con un algodón impregnado en mercromina. Tan enorme derroche de hospitalidad por su parte, comenzaba a levantarme los colores y a provocar ardor en mis orejas, habida cuenta de mi indeleble timidez. Haciendo uso de palabras entrecortadas, le agradecí su amabilidad, sintiéndome casi deshonrado por haberme estrellado delante de la mirada de tan gentil señora, cuyo esbelto porte figuraba a lo primero la finura y el empaque de toda una "lady" inglesa. Como pude, arrastré mi maltrecho cuerpo y la descuajeringada bicicleta fuera del alcance de su vista; para colmo, la cadena de los pedales me había flagelado de grasa las pantorrillas, propiciando el aparecer en tan indignas trazas delante de la respetable señora, lo cual centuplicó mi vergüenza de un modo casi intolerable.
Y eran años ya cubiertos por la inexorable pátina del tiempo, los años de las gominas de John Travolta y de los cupones de regalos en comercios y pollerías. El mío no fue el único accidente de bicicleta que aconteció en ese lugar, habida cuenta de la casi imperceptible concavidad que había en el arranque de la calle Tahona y que, merced al orgullo herido, propició que yo no volviera a entrar en la tienda de la Primi; esa concavidad que en días de lluvia formaba una pequeña balsa del color de la plata oxidada.
Por esos años, se extendieron por toda España las pequeñas tiendas de autoservicio de la franquicia "Spar". Ni te quiero contar cuando un buen día, en aquella plácida Aldea setentera, va y nos plantan una de esas tiendas que tanto mentaban en televisión. Era una virguería entrar allí y ver los artículos tan pulcramente colocados en sus respectivos anaqueles. Y no se había oído jamás, en toda la historia del comercio aldeano, algo equiparable al monocorde ronroneo del refrigerador de los productos lácteos; ni el zumbido de los fluorescentes del techo cuando caía la oscuridad de la tarde. ¡Y qué bella la luz del mediodía que penetraba tamizaba por las cortinas fragmentadas en aristas horizontales!
Fue la primera vez en mi vida que vi que vendieran comida enlatada para perros y gatos en una tienda de Aldea; eso nunca se había conocido, ni siquiera en muchos comercios de la capital o de Puertollano. Yo acudía allí a por latas de bonito en escabeche de la marca "Isabel", mucho antes de que me pegara la morrada padre con la bicicleta.
Había allí tantas delicatessen y cosas exóticas, que la curiosidad te llevaba a emprender la exploración por tu propia cuenta y riesgo. Pero la Primi, haciendo gala de una severa amabilidad, siempre me preguntaba qué deseaba, parapetada tras su caja registradora, hasta que después de mucho observar cómo yo enrojecía hasta la raíz del cabello, se aprendió lo que me llevaba a su tienda..., ese santuario comercial donde todo olía a nuevo y a limpio. ¡Y vaya si era limpia la Primi! Siempre echaba el cierre tras fregar el escalón de la tienda, cuando ya hacía rato que estaban encendidas las despintadas farolas de aquellos entonces... Las mismas farolas a cuyo resplandor acudían los "escurpiones", esos lagartos pequeñitos que comentaban que escupían veneno al desaprensivo que osara echarles mano.
Pues bien, desde el contratiempo de la bicicleta y a causa de mi tozuda cortedad, no volví a degustar las latas de bonito en escabeche marca "Isabel", en cuyo cartón recuerdo que aparecía el dibujo de una señorita muy guapa (como una de esas nadadoras de Esther Williams) que portaba en una bandeja supuestas piezas del producto que contenían las latas. No me atreví a volver a entrar a la tienda, ni siquiera cuando no estaba la Primi y la sustituía una de sus hijas. Y lo peor de todo es que le retiré la palabra y la mirada, por causa de la tremenda y absurda vergüenza que pasé cuando el accidente de la bicicleta. No fue poco lo que sentí no poder entrar a por una de las latas del delicioso bonito en escabeche; lamenté no poder hablar con tan gentil señora y recrearme en la vista y la colocación de los artículos que tanto anunciaban por televisión.
Yo solía pasar por la calle Tahona en horas solitarias, y eran pocas las ocasiones en que lograba sustraerme a la mirada de la Primi, siempre estratégicamente ubicada en su rincón de la caja registradora. Recuerdo una mañana de sábado de diciembre de hace una eternidad, cuando la sorprendí colocando con celofán adornos navideños en los vidrios de las puertas de su comercio, donde a buen seguro venderían pinturas de la marca "Titanlux", de esas que en la televisión anunciaban remedando la canción "Colores", interpretada al alimón por el cantante Donovan y el grupo Mocedades en un meloso "spanglish".
Pues bien, un buen día de sofocante sol primaveral en Aldea, cuando ya la tienda hacía varios años que estaba cerrada y la herida de mi rodilla yacía olvidada en una casi borrada cicatriz, aventuré un saludo con tan educada señora. Y ella me respondió de un modo muy agradable, tanto que temí estuviera a punto de preguntarme si deseaba otra lata de bonito en escabeche marca "Isabel", que nunca volvieron a saberme tan ricas como cuando las compraba en su tienda.
Al final acabaron desapareciendo los adoquines de la calle Tahona, y una tarde de verano, en lo más fiero del "resistidero", pasé por el lugar con la voz silenciosa y la mente cargada de recuerdos. Observé los vidrios de la tienda, manchados de lluvia y polvo, y recordé cuando la Primi los tenía tan pulcros que no parecían sino espejos que atrapaban el cielo y la sombra. Y otra vez aparecía a mi imaginación su mirada parapetada en su sempiterno rincón de la caja registradora. El calor de la siesta otorgó dulzura a semejante ensoñación, y, fuera del lamento por haber permitido que la timidez interpusiera una barrera en mi trato con tan afable señora, sentí una gran alegría por haberla conocido y por saberla parte de mi vida de antaño.
El jardinero de las nubes.
Y eran años ya cubiertos por la inexorable pátina del tiempo, los años de las gominas de John Travolta y de los cupones de regalos en comercios y pollerías. El mío no fue el único accidente de bicicleta que aconteció en ese lugar, habida cuenta de la casi imperceptible concavidad que había en el arranque de la calle Tahona y que, merced al orgullo herido, propició que yo no volviera a entrar en la tienda de la Primi; esa concavidad que en días de lluvia formaba una pequeña balsa del color de la plata oxidada.
Por esos años, se extendieron por toda España las pequeñas tiendas de autoservicio de la franquicia "Spar". Ni te quiero contar cuando un buen día, en aquella plácida Aldea setentera, va y nos plantan una de esas tiendas que tanto mentaban en televisión. Era una virguería entrar allí y ver los artículos tan pulcramente colocados en sus respectivos anaqueles. Y no se había oído jamás, en toda la historia del comercio aldeano, algo equiparable al monocorde ronroneo del refrigerador de los productos lácteos; ni el zumbido de los fluorescentes del techo cuando caía la oscuridad de la tarde. ¡Y qué bella la luz del mediodía que penetraba tamizaba por las cortinas fragmentadas en aristas horizontales!
Fue la primera vez en mi vida que vi que vendieran comida enlatada para perros y gatos en una tienda de Aldea; eso nunca se había conocido, ni siquiera en muchos comercios de la capital o de Puertollano. Yo acudía allí a por latas de bonito en escabeche de la marca "Isabel", mucho antes de que me pegara la morrada padre con la bicicleta.
Había allí tantas delicatessen y cosas exóticas, que la curiosidad te llevaba a emprender la exploración por tu propia cuenta y riesgo. Pero la Primi, haciendo gala de una severa amabilidad, siempre me preguntaba qué deseaba, parapetada tras su caja registradora, hasta que después de mucho observar cómo yo enrojecía hasta la raíz del cabello, se aprendió lo que me llevaba a su tienda..., ese santuario comercial donde todo olía a nuevo y a limpio. ¡Y vaya si era limpia la Primi! Siempre echaba el cierre tras fregar el escalón de la tienda, cuando ya hacía rato que estaban encendidas las despintadas farolas de aquellos entonces... Las mismas farolas a cuyo resplandor acudían los "escurpiones", esos lagartos pequeñitos que comentaban que escupían veneno al desaprensivo que osara echarles mano.
Pues bien, desde el contratiempo de la bicicleta y a causa de mi tozuda cortedad, no volví a degustar las latas de bonito en escabeche marca "Isabel", en cuyo cartón recuerdo que aparecía el dibujo de una señorita muy guapa (como una de esas nadadoras de Esther Williams) que portaba en una bandeja supuestas piezas del producto que contenían las latas. No me atreví a volver a entrar a la tienda, ni siquiera cuando no estaba la Primi y la sustituía una de sus hijas. Y lo peor de todo es que le retiré la palabra y la mirada, por causa de la tremenda y absurda vergüenza que pasé cuando el accidente de la bicicleta. No fue poco lo que sentí no poder entrar a por una de las latas del delicioso bonito en escabeche; lamenté no poder hablar con tan gentil señora y recrearme en la vista y la colocación de los artículos que tanto anunciaban por televisión.
Yo solía pasar por la calle Tahona en horas solitarias, y eran pocas las ocasiones en que lograba sustraerme a la mirada de la Primi, siempre estratégicamente ubicada en su rincón de la caja registradora. Recuerdo una mañana de sábado de diciembre de hace una eternidad, cuando la sorprendí colocando con celofán adornos navideños en los vidrios de las puertas de su comercio, donde a buen seguro venderían pinturas de la marca "Titanlux", de esas que en la televisión anunciaban remedando la canción "Colores", interpretada al alimón por el cantante Donovan y el grupo Mocedades en un meloso "spanglish".
Pues bien, un buen día de sofocante sol primaveral en Aldea, cuando ya la tienda hacía varios años que estaba cerrada y la herida de mi rodilla yacía olvidada en una casi borrada cicatriz, aventuré un saludo con tan educada señora. Y ella me respondió de un modo muy agradable, tanto que temí estuviera a punto de preguntarme si deseaba otra lata de bonito en escabeche marca "Isabel", que nunca volvieron a saberme tan ricas como cuando las compraba en su tienda.
Al final acabaron desapareciendo los adoquines de la calle Tahona, y una tarde de verano, en lo más fiero del "resistidero", pasé por el lugar con la voz silenciosa y la mente cargada de recuerdos. Observé los vidrios de la tienda, manchados de lluvia y polvo, y recordé cuando la Primi los tenía tan pulcros que no parecían sino espejos que atrapaban el cielo y la sombra. Y otra vez aparecía a mi imaginación su mirada parapetada en su sempiterno rincón de la caja registradora. El calor de la siesta otorgó dulzura a semejante ensoñación, y, fuera del lamento por haber permitido que la timidez interpusiera una barrera en mi trato con tan afable señora, sentí una gran alegría por haberla conocido y por saberla parte de mi vida de antaño.
El jardinero de las nubes.
10 comentarios:
Vaya vaya,a mi me trae buenos recuerdos esta tienda,que tiempos aquellos,que inocentes eramos los niños,luego te dire otra tienda que seguro tu te acuerdas mejor que yo,jajaja.
Un abrazo.
FLOR.
!que bonitos recuerdos !pero... ¿quien no se ha llevado un porrazo en dicha calle? yo si alguno que otro.Jardinero me has llevado a los recuerdos de mi infancia.Precioso jardinero me ha encantado llevabas razon.un saludo
caramba, si me has hecho recordar mi infancia. Estaba aprendiendo a montar bicicleta cuando casi atropello un nino de apenas 7, yo no contaba mucho mas. Y me estrelle contra unos matorrales. Lo mas cumbre de todo, es que aprendi a montar bici. Y no se me olvido jamas. Y las canciones tambien llegaron rapidamente a mi pais. Eso si son lindos recuerdos. Eso me confirma que las experiencias de la infancia no tienen fronteras y son vividas por todos. un abrazo. judith
Pues si, siempre es agradable volver a los tiempos pasados y tener presentes a aquellas personas que formaron parte de ella.
Reconforta tanto cariño en el recuerdo.
Un abrazo.
Sí, es así, vamos por un camino cargado de circunstancias irrepetibles, siempre algo o alguien las marca de una forma u otra. Luego, quedan los recuerdos y la eterna nostalgia hacia aquello que fue y ya no será.
Abrazos
Bye bye
Los bellos recuerdos no nos abandonan, al contrario viven en nuestra piel, muy bella narración amigo.
Besos
Simplemente precioso...me has hecho recordar también pasajes de mi niñez...las bicicletas, los "escurpiones"...tantas y tantas cosas ....
GRACIAS JARDINERO !
Un abrazo enorme !
CCH
jardinero,te añoramos....
llevas días de ausencia ,regresa
por favorrrrrrrrrrrrrrrrr f
Me gustaría saber por tí si algún día el Ayuntamiento de Aldea una vez recogido el sentir unánime de sus gentes te quisiera homenajear,¿tu crees que serías lo mas parecido al caballero de la triste figura? ¿a un hombre solitario envuelto en un manto de tristeza? ¿a un hombre solitario y triste que encontró en internet la compañía de todos? ¿hombre sabio que encontró en su soledad a la tristeza como amiga? ¿hombre aldeano que gracias a su profesión como "JARDINERO DE LAS NUBES" encontró lo que creía perdido para siempre, la amistad y el respeto de todos?
Sería bueno que vinieras en el día de nuestro patrón San Jorge, y así agradecer a la gente aldeana lo mucho que te aprecia y quiere.
Es una buena escusa para pasar un buen día de hermandad entre todos tus paisano.
Si no quieres no tomes cerveza. Ni raspa de bacalao. Ni trozos de chorizo. Ni garbanzos. Pero "estate" un rato con todos nosotros.
Gracias, querido amigo desconocido. Son muy emocionantes tus palabras.
Siempre tuve por meta no mentir. Por eso te digo que yo a la gente de Aldea sólo puedo quererla y expresarle mi gratitud en la distancia. Las cosas no son tan simples para mí. Y quien me quiera o me aprecie, habrá de contar con que no puedo ir con la gente físicamente hablando. ¡Si pudiera explicarlo! Nadie se hace amigo de nadie de la noche a la mañana, y menos en base a un mito.
Siento mucho tener que estar ausente de todo lo que no me fue dado disfrutar de Aldea: sus gentes.
Un abrazo y mi más profunda gratitud.
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