sábado, 3 de enero de 2009

Panegírico de Riñegatas & Obituario de Riñegatas (verano de 2007)



Riñegatas, Riñegatas. No me acuerdo de su nombre.

Tenía unos padres que un buen día Dios se los llevó consigo. Tenía también una tumba humilde, un perrito faldero, un bigote recortadito, unas gafas que se ahumaban a cada nada, unos ralos cabellos fijados con agua... y tenía también mucha soledad.

Empezó a llenar sus horas con el cuidado de innumerables plantas. Hizo de la humilde tumba de ladrillos de sus padres un panteón floral. Crisantemos, clavellinas, lírios del valle, rosas de Alejandría..., la sepultura se tornó un auténtico edén, y eso lo sabían bien las lagartijas que gustaban de desenvolverse entre las lozanas hojas de los lirios. Todas las estaciones del cementerio fueron testigos de los cuidados de Riñegatas hacia tan nobles representantes del reino vegetal. Sus oraciones por el descanso de sus padres se convertían en flores literalmente. Hombre sencillo y pacífico. Tenía bien aleccionado a su perrillo para que le aguardase a que saliera en el sardinel de la puerta del camposanto. Le gustaba ir a regar a la hora en que la tarde caía, porque decía que era el agua que mejor aprovechaba a las flores. Por eso los vidrios de sus gafas siempre se veían ahumados por el sol poniente.

¿Y la fachada de su casa, haciendo esquina entre la calle Medio y la calle Granado? Los geranios saludaban a todos los viandantes, y muchas mujeres le pedían a Riñegatas esquejes para trasplantarlos en sus casas.

Un día, este señor se fue por imperativos de salud a la Ciudad Condal, y sus plantas y las flores de la tumba de sus padres lloraron hasta secarse.

El perrillo no sé si falleció o anduvo vanduendo por las calles hasta fallecer de inanición. Seguro que acudiría hasta el fin de sus días a la puerta del camposanto, esperando incansablemente a que saliera su amo, que este humilde sujeto que suscribe tiene a bien designar como "El Señor de las Flores".


Es la primera vez que me ocurre en este foro: escribir un panegírico de alguien y que al poco tiempo este alguien emprenda el viaje definitivo, viéndome en la necesidad de escribir el correspondiente obituario.

En esta vida no volveré a ver las flores y las plantas de Emilio, Riñegatas. Me doy cuenta del raudo paso de la vida. No hace mucho veía a Emilio en el cementerio, mimando las flores con la dedicación que un relojero otorga a sus delicadas maquinarias del tiempo. Hombre bueno y silencioso; no esperaba de la vida más que lo que ésta le había dado. No se quejaba de su soledad ni de su soltería. Dios le había dado los cielos mágicos de Aldea, las nubes que regaban sus flores, el respeto de sus paisanos y la fidelidad y el cariño de su perrillo. Su presencia nunca levantaba animosidades; su paso por las calles se asemejaba a una brisa apacible de otoño, de esas que se levantan en los días del sol del membrillo. No era hombre que despertara pasiones en las mujeres, pero era un hombre que portaba sobre sus hombros el mayor misterio de la existencia: cómo vivir en paz sin las cosas que a otros no les han sido negadas, sin los brazos de una esposa, sin la bendición de los hijos, sin la dulzura de los nietos, sin el prestigio de aquellos que pugnan por alzarse por encima de sus semejantes. Era un hombre tan sencillo como el camino de una hormiga, como un rayo de sol destellando sobre una flor perlada de rocío, como el canto de un pájaro que nadie escucha aun teniendo su melodía en los oídos...

Riñegatas, demostraste que es posible vivir sin las vanidades de este mundo; la belleza de tus flores era el único trofeo que anhelabas.

Te prometo que tu paso por la vida no ha sido baldío. Gracias por esta hermosa lección que tú nos impartiste en medio de tus silencios. Y nadie puede decir que no fueras un hombre cariñoso cuando te dirigían la palabra.

Seguro que en vida nunca adivinaste que algún día el mundo te admiraría como yo te admiro, tú que pensabas que nadie te iba recordar cuando te fueras. No te hizo falta más que hacer una sola cosa para conseguirlo: vivir.

Nunca te olvidaré, Señor de las Flores, aunque Aldea te acabe olvidando.

El jardinero de las nubes.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso homenaje que no hace mas que delatarnos el gran corazón que posees.
Sin duda esa persona aunque nunca pensó dejar huella tras su partida, lo ha conseguido y además añado que gracias a ti alguien muy lejano a Aldea del Rey (yo) lo ha imaginado y admirado a través de tus ojos.
Felicidades señor.
Un placer leerte.
Besossss.

lanochedemedianoche dijo...

Realmente hermoso homenaje, seguramente el se elevara con sus flores por ese camino donde llegara al lado de Dios, y… seguro que leerá tus letras, te felicito.

Besos

Ildefonso Cano dijo...

Entro con frecuencia en tu blog a leer tus relatos, simplemente porque me gustan, aunque busco con especial interés aquellos sobre personas o lugares del pueblo. Me llama la atención que emplees palabras como sardinel o vanduendo, que fuera de Aldea no es fácil de oir.

Martha Jacqueline Iglesias Herrera dijo...

Me ha conmovido mucho esto que has escrito. Tus palabras transportan de un modo, que nos acercas a Riñegatas de un modo increíble. Es un maravilloso homenaje, si la humanidad estuviera poblada con tu sensibilidad, otra sería su historia. Así como sería una caricia al alma tropezar en el camino amigos como tú.
Siempre es un placer leerte.
Saludos y feliz día.
Bye

magaoliveira dijo...

saludos mi gran jardinero.

Anónimo dijo...

Que maravilloso relato y a la vez bonita musica.Gracias jardinero.

judith dijo...

de verdad precioso todo tu texto. Me ha llegado el texto al fondo de mi corazon. Siempre es lindo recordar a todos aquellos que han partido y nos han dejado una huella en nuestro corazon

Anónimo dijo...

Hago míos los comentarios anteriores. Emilio era un hombre bueno. Cuando me lo encontraba, siempre junto a sus inseparables amigos El Mudito ( desconozco su nombre ) y mi primo Siro, los saludaba y se interesaba por mis estudios.
Su lección de vida, magistralmente descrita en tu relato,es su sencillez.
Un abrazo, Antonio