lunes, 14 de septiembre de 2009

Los caminos de la oración (IX): Noche de feria


Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca. Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús (Flp 4, 4-7).
Estad siempre alegres (1 Tes 5, 16).

¿Y por qué no? Si ves que el mundo que te rodea se divierte, ¿por qué tú no podrías hacerlo? La vida ha de ser algo más que un universo de palabras y una huida utópica de las maldades de las gentes… Cuando era joven me escondía tanto porque era mucha la maldad que me parecía descubrir en mis cercanías. No abría las puertas hasta que mi corazón no intuía la paz al otro lado. Registraba el firmamento invocando esperanzas y tratando de visualizar esbozos de una vida plena de sosiego y mansedumbre. Y sentía deseos de saberme integrado, aceptado y valorado en un mundo de personas que en aquellos entonces llenaba toda mi imaginación. Creo que se trataba del llamado “síndrome del público imaginario”, tan propio de las mentes adolescentes. Me ilusionaba sentir que algún día despertaría simpatías en las gentes que conocía y que a la postre me veían como un ser inacabado, incompleto, un andamio de un edificio no levantado y, ya de antemano, lleno de vicios arquitectónicos. Los tiempos en los que llovían sobre mí consejos sobre cómo debería ser y cómo debería actuar. Dediqué ímprobos esfuerzos de juventud por hacerme con semejante rasero, pero ni pude domeñar mi cuerpo ni mucho menos mi espíritu. Así, bajo el estigma de semejante fracaso, empezó la huida y el distanciamiento. La soledad. Al comienzo fue bastante duro y hasta doloroso; denigraba de mí mismo y me reprochaba de continuo todo lo que me parecía producto de mi propia culpa. La soledad se hizo más espesa. El firmamento de mis esperanzas acabó desmoronándose, ocasionando otro dolor que se añadió a los múltiples que por entonces padecía. La soledad se constituyó en bálsamo que mitiga el dolor causado por la especie humana. Toqué fondo, y, en la frontera de la locura, el único camino que se me abría apuntaba hacia arriba. La soledad me proporcionó el cariño no encontrado (ni tan siquiera buscado) y me dio a probar de sus dulcísimos frutos. Pronto mi propia imagen se me antojó amable y apacible, cesaron los reproches propios y mi personalidad (mi personalidad natural y no la imagen robótica que el mundo se empeñó en endilgarme) cristalizó de un modo suave, como templada por una grata brisa de estío. La soledad se hizo mi madre, y, como una madre devota, me arrulló y borró las lágrimas de mis ojos… Me dio a conocer una extraña forma de sentirse alegre.

No detallaré la vueltas de peonza que tuve que dar la tarde-noche del domingo 26 de julio de 2009 para buscar aparcamiento, pero lo cierto es que al final pude hallarlo en el perímetro de la rotonda que confina la calle del Alcalde Vega Lamera. La música pachanguera se elevaba en el tibio aire vespertino. De todas partes afluían gentes de diversa laya: padres de familia con barriga y calvicie tempraneras; adolescentes con miradas de botellón, holgadas blusas con estampados de heavy-metal y deportivas armadas de amortiguadores casi de automóvil; personas mayores muy miradas con eso del vestir, sin dejar botón suelto; en suma, gente para todos los gustos. En los restaurantes que costean la explanada del estadio del Racing, no cabía un alfiler. Una explosión de luces y sonidos parecía concitar la común jovialidad; hasta yo mismo di en sentirme alegre y agradecido por el momento que estaba viviendo.

Mala cosa no encontrar mesa en los restaurantes, pues aquella anochecida las tripas me imprecaban por el hambre. Ante la decepción, me dejé arrastrar por la riada de gente hasta las mismas entrañas del ferial. Unas mujeres africanas hacían peinados en cordoncillos a todos los osados de espesa cubierta capilar. En los improvisados bazares vendían fantasías y demás cachivaches. Varias comunidades autónomas tenían abiertos tenderetes para degustar sus especialidades culinarias; encontré a faltar la presencia de la delegación castellano-manchega. El cielo estaba despejado, y se presentaba una benigna noche de estrellas. Tiovivos, coches de choque, acrobacias de entrenamiento de astronauta, rifas de charlatanes de feria, puestos de perritos calientes y hamburguesas de aspecto tentador. Yo, con la gazuza que llevaba, notaba que se me salían de madre los jugos de la boca. Pues nada: me pillé un refresco de cola y un enorme recipiente con “salchipapas”, esto es, una deliciosa mezcolanza de patatas fritas y pedazos de salchichas, bien mezclados en una salsa de tomate que picaba a rabiar.

La música (rumba que va, rumba que viene) retumbaba en mi cerebro. Las luces de la feria, agrupadas en violentos haces, golpeaban el fondo de mis ojos. Me entraron ganas de desmelenarme y entregarme a una orgía de bailes y locuras. ¿El propósito de acudir a una feria o verbena no es pasárselo lo mejor posible? Pues ¿por qué no desatar las cadenas del subconsciente, por qué no hablar con quien se tercie e incluso no reprimir los afloramientos de sensualidad? Mas no: hasta en la hora del esparcimiento se ha de guardar la compostura, a menos que la embriaguez se imponga por sus fueros. ¿En qué consiste realmente la diversión? Yo la asocio con la comodidad de ser uno mismo, y, como quiera que no me siento cómodo en olor de multitud, el real de una feria no se me antoja el lugar más a propósito para divertirme. No obstante, no dejaba de albergar el propósito de intentarlo.

Pasé junto a la Casa del Terror, en cuyas galerías superiores un Freddy Krueger de pega hacía histriónicos visajes al público, enarbolando su guante de cuchillas; más arriba, un zombi recién salido de la tumba aterrorizaba a los pasajeros de las vagonetas que recorrían los rincones de la atracción. Desde mi puesto de abajo, le hice al zombi un saludo con el brazo, y fue gracioso ver cómo me respondía con sus gafos dedos cubiertos de telarañas.

Se veían niños por todas partes, formando colas en los carruseles, las atracciones acuáticas y los simpáticos ponis. Algodón de azúcar, helados y martillos y chupetes de caramelo. Fortuitamente, mi mente viajó al pasado, a los momentos de lejanas fiestas patronales en Aldea del Rey. Yo también fui niño, y como tal aspiré a la posesión de un martillo de caramelo. Una vez que lo tuve, el placer gorgoriteó por mis papilas gustativas. La golosina me duró mucho tiempo, y recuerdo que la liquidé una tarde gris de noviembre; entonces di por acabado del todo el verano y me sumí sin ofrecer resistencia en la atonía otoñal… En esta feria del norte, tan lejana de las comarcas manchegas, salía nuevamente a relucir el pensamiento de Aldea del Rey. Y de este modo, inevitablemente, apareció también tu recuerdo, amigo Ángel. Habría otra feria a la que acudirías con tu mujer y tus hijos, ya restablecido de tus heridas. Podrías asistir a la “Pólvora”, así como se conocen en nuestro pueblo las exhibiciones de fuegos artificiales. Hasta podrías ver el palio de la Virgen del Valle, de la cual eres tan devoto. Luego, ya por la cola de septiembre, te verían ir a la procesión del Salvador del Mundo, en el vecino pueblo de Calzada de Calatrava. Y después de todas estas festividades, en una tranquila y otoñal tarde de domingo, acaso te acercaras a la orilla del pantano del río Fresnedas para que tus hijos se deleitaran con la vista de las extensiones de agua… Que Dios concediera realidad a tales pensamientos.

Inmediatamente, me planté en el recinto de las atracciones de vértigo: la noria, la montaña rusa, la turbina, el Booster… ¡Uf! Esta última atracción me erizaba el vello sólo con observar sus alocadas revoluciones a unas alturas que están vedadas a mi atrevimiento. El Booster es un eje metálico de más de ochenta metros de longitud, que gira en el plano vertical y que lleva adosados unos asientos basculantes que incrementan en grado sumo la sensación de peligro. Ni por pienso se me ocurriría subirme a esa temible atracción, a menos que tuviera pensado suicidarme, pues no creo que mi corazón saliese incólume de semejante remeneo. Mis ojos se sintieron, sin embargo, atraídos por la noria; se me hacía una atracción más apacible. Sería una bonita forma de dar por concluida la noche de feria. Y la contemplación del paisaje de ese cuadrante de Santander y del espacio marino circundante, con el realce de las luces de la recién inaugurada noche, alimentaron considerablemente mi apetencia.

Mis pies estaban temerosos, pero mi alma me condujo a la plataforma de la noria.

No pude abrir los ojos durante todo el recorrido. La adrenalina reventaba por mis costuras. La noria subía y bajaba con una rapidez que yo creía que corría pareja con la del Booster. Y para postre, el habitáculo basculaba de un modo preocupante. Noté que un sudor frío bañaba mis sienes y la línea de mi espina dorsal. Tenía los labios entreabiertos en una mueca de espanto, así me lo hiciste notar. Tan acerba era la mordedura del pánico, que reclamé en mi mano el contacto de la tuya. Después de un rato que se me representó larguísimo, la noria se detuvo, y, en su cúspide, nuestro habitáculo oscilaba con el solo impulso de la inercia y el viento salado. Descomprimí mis párpados brevemente, y atrapé un esbozo de mar nocturno y de luces brillando entre espesas arboledas. Luego se reanudó el descenso vertiginoso… Tu mano me devolvía la vida y aún me la devuelve, hoy igual que ayer.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Azul

Menudo subidon el que te pegaste en la noria, a mi me paso lo mismo cuando ose subirme en una y pense que nunca tendria fin. El vertigo que tengo me impide abrir los ojos y el corazon parece que se quiera salir de su sitio.

Aunque en tu juventud no encontrases consuelo en amigos, ya sabes que aqui tienes uno para cuando lo necesites.

Un abrazo

Nubbbe dijo...

Hola de nuevo...
Me picó la curiosidad y me puse a leer lo ultimo escrito..

Bonita descripcion de una feria y sus alrededores y las sensaciones provocadas... me gusta recrearme en el analisis de las cosas que veo... Tu ademas de analizar, sabes expresarlo con palabras de forma que resulta tangible...
Creo que me setia paseando por esa feria..jaja!..mezclandome por todo ese rio de gente que a veces me agobia, y otras me gusta...que unas me hace sentir chiquita...haciendo que desee escapar... y otras sentir que formo parte de todo, como algo importante... y andar pisando fuerte,con un derecho que a veces senti perdido injustamente...pero que desde hace un tiempo siento que recupere luchando dia a dia por conservar, para no tener que huir nunca mas...

Y por qué no??!!.. Por qué no dejarnos libres...por que no dejar divertirnos aun sin ganas o sin permiso...aun con timido miedo...? Claro que si!! A veces quiza sea bueno perder, un poco, la compostura... si el resultado ha de ser bueno... me gusta esa sensacion de libertad que me crea..

Y si... cuando el miedo te ronda... es bello poder tener esa mano cerca...rozando la tuya... haciendote sentir, que no estas solo...

Vaya..escribes muy lindo... espero que no te moleste mi intromision sin invitacion..jeje.. Espero con impaciencia y con permiso...la "continuacion anunciada"...

Un saludo...
Nubbbe.

judith dijo...

que bella manera de conocer tu pais. yo tengo muchos bellos recuerdos de las visitas a las ferias en mi infancia. un abrazo. judith

El jardinero de las nubes dijo...

Deseo expresaros mi gratitud (Azul, Judith) y dar la bienvenida y nuevamente mi más sincera gratitud a Nubbe, ya que no tengo otro medio de establecer contacto.

Un abrazo.