sábado, 3 de octubre de 2009

Los caminos de la oración (XI): El capricho de Comillas


Cúrame, Señor, y quedaré curado; sálvame, y quedaré a salvo, porque tú eres mi gloria (Jr 17, 14).
Cuando yo cambie su suerte, se volverá a decir en Judá y sus ciudades: "El Señor te bendiga, lugar de salvación, monte santo" (Jr 31, 23).


Miércoles, 29 de julio de 2009.

Decepción. Tal fue lo primero que se me vino a la mente tras mi paso por el Museo de Altamira, en las proximidades de Santillana del Mar. Tanto lo han querido pontificar, que considero un fraude el estrecho parecido que se le atribuye con la caverna que, hacia el verano de 1879, don Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) descubriera en compañía de su pequeña hija María. Una cueva de cartón piedra, que en modo alguno recrea el ambiente característico de la famosa pinacoteca prehistórica. Es razonable que si el desmesurado volumen de visitas daña los frescos de esta prodigiosa Capilla Sixtina subterránea, sea restringido el acceso al público; pero su réplica artificial no representa ningún consuelo para el que espera remontarse al pasado más remoto de la humanidad. A lo que parece, la escritora norteamericana Jean M. Auel (autora de la serie de libros intitulada “Los hijos de la tierra”) ha encontrado en Altamira abundante inspiración para la que será su siguiente novela sobre los tiempos prehistóricos; en la tienda de recuerdos del museo es posible hacerse con todas sus novelas en torno a Ayla, la audaz muchacha Cro-magnon: El clan del oso cavernario, El valle de los caballos, Los cazadores de Mamuts, Las llanuras del tránsito y Los refugios de Piedra.

Con tan amargo regusto, me fui a cumplir la mañana en mi querido Zoológico de Santillana del Mar. Quiero reproducir un escrito mío de hace dos años, donde relato a un amigo mis impresiones sobre la visita que hoy repetía:

No iba la cosa de broma: hoy he asomado la ceja por Santillana del Mar, la villa de las tres mentiras (ni es santa ni es llana ni está a orillas de la mar), según dicen.

He empezado visitando su renombrado zoológico. En el parque cuaternario me ha llamado la atención el caballo de Przewalski (Equus przewalski), el antepasado viviente de nuestros modernos caballos. Me han enternecido sobremanera las crías de orangután de Sumatra (Pongo pygmaeus abelii): Victoria (23 meses) y su hermanita Juliana (9 meses). Están siendo criadas por medios humanos, pues sus padres no son capaces de desempeñar tal labor. Lo cierto y verdad es que las dos crías se han convertido en el símbolo del zoo de Santillana, que precisamente este año (2007) celebra su 30 aniversario. También son impresionantes el acuario, el terrario, los mamíferos, el jardín de las mariposas y la gran profusión de aves que se aprecia por todas partes. Lo que no recomiendo para nada es el restaurante: me han servido, a precio de oro, una paella que las he probado mejores en los vuelos comerciales. Juegan con la ventaja de que saben que no vas a abandonar el zoo para irte a comer a otro sitio.

Sí, señor Terry, hay muchas piedras en las calles medievales de Santillana. Todo sigue igual que la primera vez que estuve allí.

Me he llegado a la Plaza Mayor (también llamada de Ramón Pelayo), y me he sentado en un banco de piedra junto al Parador Nacional "Gil Blas".

Alain René-Lesage, así se llamaba el autor de "Gil Blas de Santillana", novela picaresca escrita en lengua francesa y vertida a nuestra lengua vernácula por el padre Isla, para restituir, según sus propias palabras, un robo que se le había hecho a la literatura española.

Hay en la plaza la estatua de un bisonte, donde los guiris y los nacionales se hacen todas las fotos.

Yo me he quedado extasiado contemplando una casa de fachada de factura medieval, cuyas balconadas bullían de geranios y otras bellas flores. Recuerdo que hace años veía a un cura de cabellos blancos, sotana impoluta y boina ladeada regando estas plantas... Para que luego identifiquen la boina con atavío de palurdos. No hay más que pensar en José Pla, el escritor del Ampurdán: no se quitaba la boina ni para ir a dormir. Tolstoi también escribió su "Anna Karenina" con atuendo de mujik (campesino ruso) en su finca familiar de Yasnaia Poliana. No siempre el hábito hace al monje.

Interesante ensoñación en la Plaza Mayor de Santillana.

Mañana toca más playa, que el tiempo va acompañando.


Desde la fecha de este escrito, se han sucedido algunos cambios: Victoria y Juliana han abandonado sus casitas de juguete, y ya conviven con sus padres; la calidad de la paella del zoo ha mejorado apreciablemente, y la literatura que yo produzco se ha imbuido de la impronta de la vida, merced a elevado número de acontecimientos tristes y alegres. La vida ha empezado a doblarme el espinazo.

En esta ocasión no hice parada en Santillana del Mar; me encaminé derechamente al lugar donde tenía pensado invertir las dulces horas de la tarde… La incomparable villa de Comillas.

Llevaba delante una furgoneta que iba pisando huevos, como suele decirse, y que me obligaba a pisar el pedal del freno a cada dos por tres. Espesas murallas de verdor ocultaban los márgenes de la carretera. El sol arrojaba limaduras de oro sobre las ramas más altas, lo que terminaba esparciendo por la calzada un hermoso entramado de lunares de luz y sombra. Los poblados de la ruta se iban sucediendo, y yo no conseguía adelantar a la dichosa furgoneta.

Ya iba con los dientes apretados por la rabia, cuando arribamos al pueblo de Cobreces. Entonces agradecí la marcha despaciosa que me veía obligado a seguir. Ante mis ojos se irguieron los blancos pináculos de la fachada neogótica de la Abadía Cisterciense de Santa María de Viaceli, famosa por sus quesos artesanos, sus dulces de elaboración casera y sus licores de delicados sabores frutales.

Aunque la visión del edificio apenas si duró cinco segundos, reavivó mis inquietudes espirituales. Me imaginé alojado allí, lejos del mundanal ruido, sin por ello tomar parte en las actividades de la comunidad. ¿Qué imagen me dibujan ahora las curvas de la carretera? Aparezco solitario junto al murmullo de la fuente de un claustro también solitario y empapado por un tibio sol de otoño. Dios mío, me veo tomando notas en los cuadernos inéditos que te he escrito desde el tiempo de mi adolescencia, en los que están recogidas las oraciones que no aparecerán en ningún catecismo. En ciertos instantes noto que la desesperación se adueña de mí por la certeza de tanta soledad; pero enseguida cede ante la idílica caricia del entorno. Sigo escribiendo en mi cuaderno, y las letras se tornan dibujos. Aparecen distintas poses de un hombre herido, cuya alma es vencida por la incapacidad de su cuerpo. Viene la paloma que voló sobre los mares a depositar en sus labios un pétalo de flor de albérchigo, y cuando lo hace no parece sino que lo está besando. Dios mío, ahora sus ojos se abren y sus miembros se articulan. Se alza de su lecho de sufrimiento y afronta la vida que se auguraba perdida. Verdes enredaderas esconden los muros del claustro donde escribo mi cuaderno. La fuente murmura un nombre con voz cristalina: “Ángel, Ángel”.

En mi mente se apretaba un tropel de sueños confusos, tal vez porque debido a la digestión de la comida una modorra irresistible trataba de usurpar el control de mis sentidos. Y eso constituía una circunstancia temeraria llevando las manos al volante. Afortunadamente, enseguida me presenté en el anchuroso aparcamiento de Comillas. Pude estacionar mi vehículo en un rincón asentado a la sombra de unos árboles frondosos. Bajé las ventanillas, y un agradable frescor cundió por todo el habitáculo. Recliné el asiento, emitiendo un hondo bostezo. Me rendí al peso de mis párpados, y el atenuado susurro de la mar me abocó a un sueño dulcísimo.

Al cabo de una media hora, me sentí como nuevo y ansioso de visitar de nuevo la hermosa villa de Comillas. El trazado de las calles y lo austero de las edificaciones pregonaban un acusado aire de medioevo. Paredes de piedra sillar, en las que el tiempo ha uniformado su color. Como quien camina por un prado de suave césped, me planté en el soleado recinto de la Plaza de la Constitución. Las balconadas corridas aparecían repletas de macetas con flores; los gorriones silbaban en lo alto de los aleros. La torre prismática de la Iglesia de San Cristóbal parecía enredar su pináculo piramidal con un manojo de rayos solares. Los adoquines de piedra emanaban un impalpable halo de calor, y al pisarlos me era posible notar una repercusión que se diría despertaba ecos de tiempos antiguos.

Me detuve en una de las terrazas de la vecina Plaza del Corro. Pedí un refresco de cola. Abundaban los turistas ingleses, y, en menor cuantía, los franceses; entraban en las tiendas de recuerdos y en las heladerías; retrataban con sus cámaras fotográficas todas las vistas que atraían su atención; desplegaban enormes mapas y leían gruesas guías de viaje; traían consigo un viento de vida. Al resguardo de las sombrillas, escuché las campanadas del reloj de la iglesia marcando las cuatro de la tarde.

Comillas tiene muchos rincones dignos de visitarse, sobre todo en la llamada “Ruta Modernista”. Podría estar dos días enteros allí, y aun así me quedarían por exprimir aspectos del patrimonio artístico de Comillas. Me hice con un folleto ilustrativo en la Oficina de Información y Turismo, eché una mirada poética a la Fuente de los Tres Caños (cuya estructura semeja la de un candelabro barroco) y me encaminé a la ladera en la que se ubica el monumento más representativo del modernismo comillano: el Capricho de Gaudí.

El Capricho, pequeño edificio multicolor, trasunto de castillo salido de nubes de fantasía. Parece como si en los muros le brotaran flores de girasol y de lo alto de su torre afiligranada fueran a surgir las largas y doradas trenzas de una princesa de los cuentos de antaño. El Capricho se pliega entre biombos de sombra y vegetación. El verdor de la torre desafía la presuntuosidad de la cercana palmera. Hay influencias hispanoárabes en el trazado de las ventanas y en el acertado uso de mosaicos. El edificio ahora cumple oficio de restaurante. En un rincón casi oculto, fundida en apacible rocalla y bajo el perfume de cercanos macizos de hortensias, se encuentra la estatua sedente de don Antonio Gaudí (1852-1926), el hombre que llevó por la tierra la antorcha del Modernismo. Su mirada apunta al cielo, su campo de trabajo, su lugar de ensueño. Me dan ganas de compartir su asiento, y dejar que mi cuerpo y mi alma se confundan entre los filamentos de magia que se desprenden de este lugar.

Aparece un hombre joven empujando una silla de ruedas, sobre la que se halla acomodada una mujer también joven. Sugiere un amor profundo el simple gesto de empujar la silla de ruedas en esta cuesta sembrada de cascajo; las rosas alargan sus tallos al encuentro de ese resplandor amoroso. La inválida tiene diseñada en el rostro una expresión de triste serenidad. La amargura parece dominar sus ojos, pero no tarda en ceder al sereno encanto de su vida rodeada de amor. Dejamos a un lado la Capilla Panteón, y abordamos enseguida la vista de la inmensa mole del Palacio de Sobrellano. Más caprichos del legendario Marqués de Comillas. Una edificación de corte neogótico, resuelta con algunas influencias modernistas.

El hombre y la inválida siguen caminando hasta el paño de una muralla cercana, buscando la perspectiva del cerro de la Cardosa, donde se enclava la renombrada Universidad Pontificia de Comillas. Desde la distancia brillan los andamios, pues su grandioso edificio rectangular se halla en obras de restauración. Las torres de su iglesia se difuminan con la soleada calina de poniente. Desde hace más de treinta años no se imparten clases en ese lugar; la prestigiosa institución fue trasladada a la capital de España.

El hombre y la mujer se detienen junto a un antiguo cañón de artillería, y quedan absortos en muda contemplación. Inmóviles como la estatua de Gaudí. La herida que busca sanación. El recuerdo de algún tiempo feliz. Quiero aprender del silencio de ellos y que mis palabras se hagan intérpretes de un sentimiento tan grande como la lucha por la vida… Acuden de nuevo a mi imaginación las horas de un Madrid lejano. Una habitación con penumbra de otoño y la soledad de una persiana a medio alzar. Los bordes de las nubes aparecían subrayados por una débil claridad. Los tejados de Uralita azuleaban con el peso de los años pasados. La vida, aunque sobrada entonces, se iba yendo tan rápida como el mismo atardecer. Varios rectángulos de ventanas iluminadas se diseminaban en la penumbra vesperal… ¿Cuándo me sanarás, Dios mío? ¿Cuándo dejarás de esconder tus mensajes en las estrellas? Desciendo por las revueltas de la muralla, y la pobre inválida me dice adiós con una mirada como la que mis ojos transparentaban en las horas de aquel Madrid lejano.

Deshice mis pasos hasta el aparcamiento, y enfilé el Camino de la Santa Lucía. Me aguardaba el mirador pegado a la ermita del mismo nombre. Ermita blanca y recoleta como la de un pueblecito mexicano. Mis ojos aprehendieron de súbito toda la línea de costa: la media luna de la playa, los faros distantes, el cabeceo de las embarcaciones en el muelle pesquero, la cinta de agua que constituye la desembocadura del Arroyo de Gandarias… En la playa reinaba una jovial alharaca. Hermoso balcón de la Ermita de Santa Lucía; desde este mismo mirador, el poeta santanderino Gerardo Diego (1896-1987) debió escribirle estos versos a Jesús Cancio (1885-1961), comillano de nacimiento y apodado “el poeta del mar”:




De Cancio, ¿viene cantil?
¿Tu apellido llamó al mar
para que en él se estrellara?
¿Viene de Cancio canción?
Eres por derecho propio
el bautizado del mar
y su poeta nativo.
Los demás le contemplamos,
le amamos, le acariciamos.
Pero él sólo a ti te entiende,
sólo contigo dialoga.



¿Y cuál es el diálogo? ¿El mismo que yo establezco contigo, amado Dios? Dejemos que la tarde se desvanezca en arreboles púrpuras, llevándose otro pedazo de mi vida. Siento tu fuerza elevándome sobre el mar; siento que, gracias a ti, mi soledad dejó de ser daño profundo. ¡Qué alegría, qué alivio!: la soledad ya no duele… Ahora se diría un auténtico capricho.

Escuchad este esbozo de cuento, que no es sino un fragmento de mi propia vida: Hace muchos, muchos años, cuando el tronco del aligustre que conocemos no abultaba lo que uno de vuestros brazos, había un lugar que no conocéis y que tenía una humilde piscina. Podría parecer poco, pero para mí simbolizaba mares y lagos de aguas profundas y cascadas turbulentas. Había hojas de árboles y sombras frescas. Cerca de mi asiento solían acomodarse tres niñas y un niño. El niño volaba libre como los gorriones, pero las niñas siempre estaban juntitas. Algunas niñas tienen la sana costumbre de tener una hermana mayor, y éstas que digo también la tenían. Traían el azul de la piscina impreso en sus pupilas. La hermana mayor las cuidaba, y la mediana rondaba mi cercanía, porque algo de mi silencio le llamaba la atención. Pudiera decirse que la hermana mayor desconfiaba de mí, y por prudencia hizo que nuestra distancia fuera insalvable… La vida me alejó de su presencia, tuve que correr las cortinas de mi ventana y resignarme a la cruel certeza de que nunca más podría volver a verlas. Hubo mucho en qué pensar durante todos esos años. El fracaso cayó como una lápida sobre mis espaldas. Nacieron sombras y brumas en los rincones. Pero un día no muy lejano, se abrió un hueco azul entre las nubes, y la hermana mediana (que conoció también la belleza de este mirador de Santa Lucía, aquí en Comillas) me llamó desde el pasado; al poco vino la hermana mayor a ofrecerme la sonrisa que por aquel entonces me negara. ¿Tal vez por eso las hojas del aligustre que conocemos vertieron lágrimas de gozo? Parte de mi vida son, y las quiero como entonces las quería. Y sí, podéis creerlo, por esos rincones en sombra, que fueron el refugio y el solaz de mi juventud, nacieron flores tan hermosas como las sonrisas que ya dejaron de ser esperadas…

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

7 comentarios:

judith dijo...

Que te puedo decir. Tremenda clase de cultura me has dado!! Sigo admirandote a mas no poder. Por lo que he descifrado a traves de la lectura eres un gran guerrero de la vida. Felicitaciones. Una maravillosa obra de arte.

Anónimo dijo...

Precioso relato el que nos dejas, cada sitio que describias yo lo recoria con tigo, como si paseasemos juntos entre esas calles con tantisimo encanto.

Un abrazo

Nubbbe dijo...

Es bonito poder descubrir lugares nuevos a traves de tus palabras...
Contigo es facil recorrer esos sitios e imaginar los paisajes como si estuviera en ellos...

Muy bonito el Capricho de Comillas... Me gusta Gaudi... Visite hace poco "la Pedrera" de Barcelona.. fue un hombre valiente...

Me han impactado dos de los parrafos que escribiste...el de la soledad... y la frase del final... "las sonrisas que ya no se esperan..."
Que duro es a veces esperar algo, quiza con ansia, y que no llegue... y al paso del tiempo,recibirlo justo cuando ya no lo quieres... real como la vida misma...

Y respecto a la soledad, creo que la asumo y la vivo,cuando toca, que remedio!, pero jamas llegare a aceptarla del todo como voluntaria... tiene que ser fuerte que se convierta en un capricho...

Muy lindo el post...
Y muy emotiva la parte esa que me dijiste... la del interior, la de los latidos mas profundos del corazon... la de otro color...
Dijiste que quiza no tenga sentido... pero yo le veo mucho... Si te digo la verdad, es siempre la parte del post que mas me gusta...
Espero la siguiente...

Ah..por cierto.. hacia unos dias q queria pasar por aqui,pero no encontraba el momento para leer tranquilamente... Hoy vine por eso y por otro motivo..
Vine a pedir disculpas..

No lo vas a creer..ni yo misma lo creo... Ante todo agradecerte el coment en mi pagina... Quiero que sepas que tu presencia y tus palabras, han sido, como escribi alli, todo un honor para mi... Pero como me suele pasar en ocasiones.. demasiado a menudo... aye no fue un buen dia... y como colofon, aun no se muy bien como ocurrio... pero intentando borrar un spam-comentario... me cargué el tuyo.. lo borré sin querer.. No sabes el disgusto que tengo... no lo he podido recuperar... Me siento fatal... Normalmente no soy tan torpe (que mala imagen,señor)...pero ayer estuve zarpas... Te ruego que me perdones...y quiero que sepas que de ningun modo fue intencionado... (hasta te habia dejado las gracias en coment)... Lo siento de veras... no se como pudo ocurrir... :(


Un saludo y un abrazo.

Anónimo dijo...

Ni es santa, ni es llana ni está cerca del mar.
Eso mismo resuena ahora en mis oidos cuando recuerdo la vez que visité santillana del mar.
Pero son preciosas sus calles, su estilo, la plaza mayor, los adoquines que todo lo envuelven y las posibilidades que recrea en nuestra imaginación; cómo sería la vida de antaño en ese lugar...

Me ha gustado todo tu texto, jardinero, no solo esa parte.
Una no sabe si lo que está leyendo (y por ende viviendo) es real o fruto de su imaginación, pero sin duda hay frases y pensamientos para rescatar y guardar en un lugar privilegiado.

Un abrazo grande, amigo.

Anónimo dijo...

Hola jardinero de la vida,sólo te he leído en dos ocasiones, pero me ha merecido la pena.Por que eres extremadamente mágico al realizar esas descripciones de tú pueblo y la gente que conoces, siento una gran admiración por la coherencía y cohesión léxica de tus palabras escritas.Alguien dijo:el finge que sabe cuando ignora esta lleno de SOBERBIA, pero simpre ahí alguien al rededor tuyo que incluso sabiendo calla,finge e ignora.Creo que mí descripcion sobre tí es la correcta,no expresas todo lo que sabes e incluso de tú pueblo que es el mío, ¿y es por eso tú pseudónimo?.
Sócrates, empleaba mucho la mayéutica que consiste en preguntar y preguntar hasta llegar al hallazgo de la verdad.Sólo como paisano que eres te deseo un mayor éxito en todas tus publicaciones,tanto locales e internacionales.
Me mereces todos mís respetos,ya que al leer tus narraciones entro en una especie de catarsis.Que Dios te bendiga y ojalá tenga la posibilidad de conocerte en persona.Hasta pronto.

PD;Por cierto, haber si podemos revindicar a quien convenga el apuntalamiento de la fachada(con esos tres escudos,tan emblemáticos de nuestro castillo de clavería),que me consta al que también tienes un gran afecto.Para no perder un trozito de la historía de nuestro pueblo que, quien ha vívido en él,lo llavamos dentro de nuestros corazones.

Anónimo dijo...

Perdona, si quieres me puedes constestar en la gentealdeana.com, aunque nunca he escrito en este magnifico blogger.el cual es un acierto y un gran invento, para el pueblo y nuestros paisanos,mí pseudonimo es (anturio) un saludo.

El jardinero de las nubes dijo...

Gracias, Anturio, es un honor que te sientas bien en mi casa.

Compartimos raíces pero Aldea se va difuminando en mi mente. Aunque suene drástico, cada vez me siento menos ligado a ese lugar, al que debo algunas alegrías y bastantes sufrimientos.

Un abrazo.