miércoles, 2 de diciembre de 2009

Los caminos de la oración (y XIV): Helado de mandarina


Y ahora, Señor, ¿qué puedo yo esperar? En ti está mi esperanza (Sal 39, 8).
Pues Tú eres mi esperanza, Señor, Yahvév, mi confianza desde mi juventud (Sal 71, 5).
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los humildes (Mt 11, 25).

Las estrellas del verano se demoran en refulgir sobre el cielo de la plaza de Italia. La dicha de la adquisición de la cuarta serie, la magia de los lugares recónditos de la Magdalena, la vida cosechada en aquella apacible quincena…, mañana será historia. ¿Volveré algún día? ¡Por supuesto que sí! Cantabria es tierra amada por mí, piélago inmenso y cielo fragante de milagros coloridos. Ha llegado la hora de agacharse junto a la piedra del camino y hacer balance de lo que queda en el cercano pasado. Pero no, hacer balance es abrir las puertas a la despedida, y Tú sabes, Dios mío, que nunca me hizo bien despedirme de lo que fuera; acaso por eso sigo esperando sucesos y presencias que se marcharon de repente, sin avisar, dejando mi alma en continua expectación. Pero los ortos y los ocasos de los días se sucedieron sin ver cumplidas algunas de mis más anheladas esperanzas… Tengo fe todavía, Dios mío, aún puedo pensar que se alzará la flor en medio del árido pedregal.

Soy como una sombra recorriendo los ámbitos de la plaza de Italia. Mi cabeza va agachada, sin fijarme en el gentío que ocupa terrazas y cafeterías. Parece que me recreo dolorosamente en la escasez de momentos dichosos que esta vida me ha deparado. No me duelen prendas confesarlo: he sido feliz a lo largo de esta quincena. ¿Y ahora qué? El azul del cielo se va desvaneciendo en el vaho gris del anochecer. El futuro comienza en la oscuridad herida por los puntos luminosos de las estrellas. Despedida. ¿Es necesario hacerlo? ¿Por qué cada momento placentero de la vida ha de ir rematado por el cruel baldón de la despedida?

Brilla la blanca fachada del Casino del Sardinero. El edificio que parece un palacio versallesco y que cuenta con las mejores vistas de Santander. En alguna de esas ventanas debió de estar asomada alguna vez la bella actriz Gina Lollobrigida, que interpretara a la reina de Saba y cuyos labios fueran besados por Yul Brinner, en el papel del sabio rey Salomón. Aquí estuvo ella, belleza italiana en la misma plaza de Italia. Sus pestañas tenían la coloración de las rocas oscuras de los Apeninos. Ella es Italia, como lo son las ruinas de Pompeya y las termas de Caracalla, los tapices venecianos y el queso parmesano, el aceite de Calabria y los perfumes florentinos… Italia es jabón de hierbas aromáticas para el afeitado y cuadernos a rayas en los que la tinta permanece indeleble para la posteridad; Italia son los mercados callejeros en Navidad, las velas encendidas, la pizza napolitana, los spaghetti a la boscaiola y…, el legado de Marco Polo (1254-1324): ¡los helados italianos!

Los engranajes de la memoria comienzan a girar. Durante un tiempo, en las noches luminosas de Internet, mantuve cierta comunicación con una mujer de Toledo, madre ella y creyente en Dios como pocas he hallado a lo largo de esta vida. Se hacía llamar Mará, el nombre que Noemí, la suegra de Rut, se aplicara a sí misma tras conocer el dolor de la muerte de su esposo y sus hijos (Rut 1, 20), nombre que literalmente significa “amargura”. Pero mi amiga no hacía honor a su apodo. Entre tantas conversaciones trascendentales, surgió de manera simpática una alusión a los helados que se podían degustar en la capital cántabra. Ambos coincidimos en que el mejor sitio de venta de helados se ubicaba en la esquina oriental de la plaza de Italia, a la sombra de una de las torres del casino. Heladería Italiana Café, así figuraba en la inscripción del toldo. Atractivo rincón hostelero flanqueado por una farmacia y una sucursal del Banco de Santander. Mará me dijo que el helado más delicioso que jamás probara, lo servían allí… El helado de mandarina. Yo sólo tenía conocimiento del exquisito sabor del helado de fresa que una vez compré allí. Entonces le empeñé mi palabra: tan pronto regresara a Santander, haría lo posible por probar su celebrado helado de mandarina. Nuestra comunicación fue breve como un instante de felicidad, se fue dispersando en el tiempo, pero dejó un recuerdo precioso que el paso de los meses no ha dejado de enriquecer. Sin duda, Mará seguirá volando por su cielo plagado de esperanzas y fe en Dios.

Ahora, en plaza de Italia, se aviva el recuerdo de Mará, y rezo por ella, como algunas veces me pidiera en momentos de especial incertidumbre. Me aproximo a la heladería. Nada ha cambiado. Hay que sacar primero los tickets para que te sirvan el helado. Un matrimonio de ancianos septuagenarios se encarga de la tarea de cobrar en caja y algo me dice que hasta del derecho de admisión.

-¡Aquí no podéis correr! –amonesta la mujer a dos niños que han entrado como una tromba por el hueco de la puerta que comunica con la cafetería.

-¿Qué quiere usted? –me interroga el hombre con un punto de aspereza en su voz.

Yo, que soy francamente tímido, noto que las palabras me vacilan en la boca, como siempre que paso a un comercio donde presumo que mi presencia no es bien recibida.

-Un helado de mandarina… doble.

El hombre, de bigotito blanco y perfilado, me echa una mirada rapaz tras sus gafas de montura de acero y lentes estriadas. Tiene los ojos enrojecidos y estancados en lágrimas, propios del cansancio nocturno.

-¿En tarrina o en cucurucho?

-En cucurucho…, por supuesto.

Me alarga el ticket, manteniéndolo aprisionado entre sus dedos hasta que le pago. Luego me hace una seña despectiva para que me dirija al mostrador del fondo. Allí me recibe una muchacha cuya cordialidad suple con creces la aspereza de los ancianos guardianes de la hacienda y del local.

-Un cucurucho de mandarina con dos bolas, por favor –le pido tendiéndole el ticket.

Enarbola la cuchara heladera y enseguida, diestra y amorosamente, me compone una delicia que casi se asemeja al monte del Pan de Azúcar. Mis ojos se recrean tanto en las bandejas de apetitosos helados (frambuesa, turrón, chocolate, mora…) como en la fresca sonrisa que adorna los labios de la joven.

-Aquí tiene usted –me dice, ofreciéndome a la sazón una servilleta y una cucharita de color azul (mi favorito).

-Muchas gracias –contesto tributándole una de mis raras sonrisas.

Salgo del local sin despedirme de los displicentes ancianos, contraviniendo todo sentido de la educación. Ya brillan las luces en su mayor esplendor nocturno. Saboreo el helado y no puedo por menos de bendecir a Mará por su atinada recomendación. Fruta y azúcar disolviéndose en mi paladar. En mi imaginación se abre un camino rural de las islas jónicas, a cuyos márgenes florecen esbeltos mandarinos, que al instante, por efecto de las brisas perfumadas, conciben entre sus ebrias ramas frutos tan dorados como las mismas manzanas del sol. El sabor, hecho placer, eriza mi cubierta capilar. Efectivamente, en plena madurez, saboreo el mejor helado de toda mi vida. Casi no presto atención al entorno inmediato.

En un rapto de fascinación gustativa, cruzo la avenida hasta el extenso mirador enlosado sobre la primera playa del Sardinero. Aún sobreviven algunas casetas de los ya terminados Baños de Ola. El arenal está vestido con ropajes de sombras. Una pareja de enamorados camina, agarrados de la mano, por la divisoria de las aguas. Cuando era el tiempo de hacerlo, no lo hice, y ahora ya se me pasó la ocasión. Me queda la fantasía, como entonces me quedaba. Aunque ya me rodeen nubes de melancolía, no puedo por menos de esbozar una remota sonrisa. Si no hubo besos en el pasado, ahora me besan la imaginación y unos fríos labios de helado de mandarina. Si fueran besos cálidos, serían la eclosión de una vida que rompiera las fronteras del cielo y la tierra; serían brumas y caminos navideños ahítos de sonrisas benévolas; serían bailes sobre pistas acuáticas, con manos enlazadas bajo crepúsculos soleados; serían tardes de sábado en Madrid, donde el olor de la ropa recién planchada fuera suplido por parques fértiles de amistad y calles repletas de farolillos de oro, librando sus reflejos en esbeltos cueros cabelludos y ojos salidos de los mismos mantos de estrellas… La vida, nada más que la vida… Si el tiempo no fue entonces mi aliado, ahora ya he dejado de tenerle consideración. La pareja de enamorados se ha borrado de mi campo visual. Dios mío, Tú eres el fruto de toda mi existencia.

Ya es la hora de irme. Mañana me aguarda el cruce de la Cordillera Cantábrica y el encuentro con la invertebrada Meseta. Pasar del clima apacible a las Calderas de Pedro Botero. Enfilo la rampa en dirección a los jardines de Piquío. El helado va desapareciendo entre agradables paladeos. Ya empiezas a distanciarte de mí, Santander querida. Cielo, mar y montaña buscan resguardo en las emociones que alberga mi pecho. Las luces de la capital rielan sobre el negro tapiz de las aguas. Creo vislumbrar la silueta de un hombre pescando con caña al extremo del arenal. El palacio de la Magdalena aparece iluminado en lontananza. El helado aún me sabe a besos de amor. Los árboles del paseo marítimo exhalan olor a verde, a savia impregnada de sal. ¿Es necesario despedirse? La despedida es como aparición fantasmal al principio de la noche, como campana que da al viento su lúgubre tañido. Vuelvo a cruzar la avenida, y el helado ya se ha terminado.

Me hallo frente al Monumento a los Hombres del Mar. Tres colosos de piedra con la mirada enfrentada a la distancia. Mis pasos se detienen. Es la mirada que escruta el futuro. Pero yo, como cristiano, ni quiero mirar adelante ni atrás. El tiempo presente es lo que se nos ha dado, y del presente brota la oración, el deseo de que Ángel, mi paisano, aquel hombre con quien tan poco he hablado, adquiera en el presente los anhelos del futuro.

Cantabria, fueron tus brazos el consuelo de tantas carencias de juventud. Regaste con tu ambrosía mi alma sedienta, que de antaño venía siendo barrida por los vientos del infortunio. Me mostraste otro lado amable de la vida, y por ello ahora vivo… y seguiré viviendo.

"El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 35), dijo el Maestro. Me sentía cohibido de estar sentado en aquella terraza de la plaza de Italia y de que el camarero nos estuviera sirviendo nuestra última cena en la capital cántabra. En este mundo es raro y hasta maravilloso que los poderosos sirvan a los humildes. Siempre me siento disminuido delante de los camareros. ¿Quién soy yo, me pregunto, para que se muestren serviciales conmigo? Imagino sus vidas esforzadas, sus hogares, sus familias, su escasez de lujos… y no me siento bien; me entran ganas de corregir las injusticias que el cielo dejó pendientes. Siempre veo a los camareros con gesto de cansancio, y muy pocos parecen no considerar su trabajo una esclavitud de la vida… El camarero que nos atendía se mostraba feliz porque le habías ganado el corazón con tu simpatía. Se preocupaba de que te lo comieras todo, y parecía alimentarse del inagotable caudal de tus sonrisas. A los postres, te trajo una piruleta sin que nadie se la hubiera pedido, como áureo premio a la felicidad que le habías proporcionado. Y tu propia felicidad te impulsó a abrazarle la cintura, dándole las gracias con todo tu corazón… ¿Brillaron lágrimas de gratitud en los ojos de ese hombre humilde y cansado?... No sabría decirlo; en mis propios ojos había lágrimas que restaron nitidez a mi mirada.



FIN



El jardinero de las nubes.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente relato, delicioso como un helado de mandarina.Gracias, jardinero. Antonio

Maribel Martínez Éder dijo...

He dado casualmente con su extrarodinario blog y me he quedado estupefacta por su profundidad espiritual y por su categoría cultural. Sin embargo ¿Por qué le consideran un misterio?
Encantada de haberle encontrado,
Maribel Martínez Éder
www.asociacionplazadelcastillo.org
mediatics. primera consultoría udiovisual on-line

El jardinero de las nubes dijo...

Estimada Maribel:

Hace tiempo había toda una euforia por averiguar mi identidad, que hasta la presente, por motivos personales, mantengo oculta.

Le agradezco de corazón sus amables palabras.

A ti también, Antonio, querido Paisano.

un abrazo a los dos.

Flor dijo...

Jardinero,mi enhorabuena por tus maravillosos relatos.
No nos dejes huérfanos de ellos,esperaremos impacientes los próximos.
Un abrazo de tu admiradora secreta.

Anónimo dijo...

Azul

Como siempre tus relatos me transportan a ese hueco anelado de mi corazon. Al igual que a ti no me gustan las despedidas, pues siempre suelen ser dolorosas. Es mejor decir un asta luego. Seguro que algun dia podar volveras a ver aquellas cosas que tanto anelas pues la fe lo puede todo.

Es fascinnte como desnudas tu alma y nos haces sentir con cada palabra que escribes esos sentimientos.

un abrazo muy fuerte

PD: la musica me encntó

judith dijo...

Despues de un largo tiempo aqui estoy visitandote otra vez. A traves de tu texto me ilustras con lugares que desconozco, y gracias a ello me da en cierta forma alegria conocerlos. Un placer pasar por tu casa otra vez. judith

Maribel Martínez Éder dijo...

Gracias por la aclaración en cuanto al misterio....pensaba que se refería a otra cosa.....Sin saber nada, prácticvamente de usted, tengo la impresión que debe de tener más-menos 55 años. Me sorprende el enunciado: vida, literatura y Dios. el orden no me parece muy coherente, la verdad.
Gracias por su amabilidad.
Maribel Martínez Éder.
www.asociacionplazadelcastillo.org
mediatics.priemra consultoría audiovisual on-line

Nubbbe dijo...

No me gustan nada las despedidas... De hecho creo que jamas me despido de nada..siempre dejo que sea el otro (persona o situacion) quien se despida de mi...

En verdad es una maravillosa sensacion de felicidad, la de pasear al aire libre por las calles o ambientes de un paisaje que no es el tuyo... sobre todo en el apacible y aromatico ambiente nocturno del verano.. todo parece tan nuevo,tan bello,tan amable y fresco...lleno de sensaciones y con los problemas lejos.. un paraiso..

Momentos felices, pero efimeros..que quiza a la vez de complacer, te hacen reflexionar por un momento sobre la diaria realidad, si..

Esperanza?
si..esperanza un dia tras otro...pero creo que los dias pasan sin mas y no se cumple nunca nada de lo esperado, o apenas dura un rato... quiza esperanza sea solo una palabra vacia de contenido...no es tangible..solo esperar..esperar hasta el ultimo dia... pero la esperanza de hace unos años fresca,lozana y enorme..hoy es una esperanza llena de dudas..que se resiste a desaparecer del todo..pero cada vez mas consciente de que quiza solo sea eso..una palabra..que nunca se hara realidad.. demasiados dilemas.. posiblemente mañana...no se si es realista esperar dia a dia algo que quiza se que ya no ocurrira... aunque lo necesite, creer en esa esperanza para poder seguir levantandome cada dia... esperando ver esa flor que dices...

Lastima que los momentos realmente felices, tan escasos para algunos,...resulten encima tan fugaces..tan cortos..
Como cuando de niña chupaba una piruleta, quisiera que no terminaran nunca...aunque todos se empeñan en repetirme que "todo tiene fecha de caducidad...que todo se acaba" y me pregunto por qué siempre ha de ser asi...

Carencias... de juventud?...afortunado eres si pasada ésta ya no las posees.. en ocasiones duran toda la vida.. una tras otra..
Muchas son las injusticias que el cielo dejó pendientes, creo...

Es verdad que en ocasiones,...las pequeñas cosas, son las que nos resultan mas grandes... las que mas placer nos proporcionan...una puesta de sol, la luna llena, una extraña nube, el sonido de una caracola, una pequeña flor, la sonrisilla de un niño, un helado de mandarina...

Como siempre maravilloso lo escrito.. Te hace entrar en la historia...y casi vivirla... Pasear por esa turistica plaza y saborear el helado..
Me gusta leerte..pero porque casi siempre termino casi llorando..?...demasiados recuerdos...

Y sí, amarga y casi una sensacion de ansiedad,la del final de un buen y disfrutado viaje, supongo que como el de cualquier buena experiencia... Siempre me pongo triste en el camino de vuelta,a pesar de que dias posteriores recuerde con cariño y sonrisa los mejores momentos... Lo mejor, iniciar otro rapidamente, quien pueda, jaja!... y abrir puertas a la debil esperanza..

Mi helado favorito,aunque simple, el de caramelo.. y uno azul pitufo, de indescriptible sabor, pero me encanta el color..jaja!.. Como exotico, el de mango y limon... Y aunque he visto sabores, que mejor ni te comento... me gustó eso de "el helado me sabe a besos de amor"...Asi que probare el de mandarina a la menor oportunidad.. y ya te cuento.. :))

Me encantó, como siempre...
Un abrazo, amigo...
Nubbbe.

El jardinero de las nubes dijo...

Gracias, amig@s, por vuestras constantes e inmerecidas amabilidades.

Amiga Maribel, me honra al darme años, pero a veces las apariencias engañan.

Gracias, Flor, querida amiga y madre heroica.

Azul, ya sabes que mi ángel tiene las alas azules.

Judith, cuídate en esas lejanas tierras de ultramar.

Nubbe, tus análisis me maravillan y abruman. ¿De veras merezco esa atención que me prestas? Pero lo cierto y verdad, es que me hace muy feliz.

Un abrazo colectivo.

Santa Mónica dijo...

He descubierto tu blog, jardinero, te admiro, por todos los bellos relatos que has escrito, me has transmitido una emoción, es dificil de explicar, es increible, MIS FELICITACIONES JARDINERO, espero impacientemente que nos deleites pronto con otro de tus relatos Gracias, Un Abrazo. Santa Mónica