Tenía un humor un tanto cáustico, que no llegó a ser realmente entendido en Aldea del Rey y que le valió el desprecio de las gentes con las que ella emparentara. Una vez fue a la casa de uno de ellos llevando un regalo. Tan contento iba que, sin medir el alcance de su broma, le enjaretó a la madre de la familia las siguientes palabras:
-¿Dónde está el “mariconazo” de tu hijo? Le traigo una cosita.
Nos contaron al día siguiente que estuvo en un tris de que le echaran con cajas destempladas de la casa en cuestión. Eso sí: el regalo fue aceptado, pero, lejos de agradecérselo, le fueron cubriendo de oprobio en toda comidilla familiar. Y ese oprobio nos alcanzó a nosotros también; hubo quienes nos retiraron la palabra, así de buenas a primeras. A mí no me causó especial aflicción, pues ya tenía el suficiente conocimiento del mundo como para saber que el cariño cuando es postizo acaba muriendo como una flor privada de luz.
La nueva relación que manteníamos mi padre y yo desde su pulmonía, me hizo aceptarle y ser objeto de sus peculiares bromas; incluso las acogía con bastante alegría. Sin embargo, muchos empezaron a mirar a mi padre con ojos torcidos. Fue bajando en la escala de las relaciones sociales en el pueblo, hasta que sentó fama de bufón. Dejó atrás todo hábito morigerado, se desentendió de acudir a las revisiones del pulmón e incrementó sustanciosamente su consumo de vino en las comidas.
-No me explico cómo te puedes beber todo un litro de una sentada sin embriagarte –le dije en cierta ocasión-. Si yo lo hiciera, acabaría echando las cabras.
-Pues en la tele dicen que el vino es sanísimo y muy digestivo –me retrucó-, y que hasta cura enfermedades como el cáncer. Si me quitas el agua de la cooperativa, me lo quitas todo.
Eso era cierto, porque para hidratarse, agua, lo que se dice agua, bebía muy poca. En verano, antes de irse a dormir, se solía comer un melocotón fresquito que le ayudaba a apagar la sed.
A nuestro conducto llegó que tanto en el Casino como en el Centro Social le daba buenos tientos a las copas de coñac. Una noche llegó a casa con los ojos en punta, los reflejos le fallaron y hube de ayudarle a meterse en la cama. Yo no fui capaz de reprocharle nada, pues igualmente me había pillado a lo largo de mi vida cuatro buenas curdas. Resultaba claro que mi padre necesitaba un estimulante para matar el tiempo y en Aldea no encontraba un adecuado caldo de cultivo para desarrollar sus aptitudes sociales. También se aprovechaban de que no sabía negarse a todo favor que se le pidiera…, y bien que le dieron el pago.
Acaso lo supe mucho antes que él: Aldea no era sitio para mi padre. Necesitaba ampliar horizontes, relacionarse con otras gentes, conocer mundo… Se puede decir que obligué a mis padres a apuntarse a los viajes para jubilados, y siempre trajeron de los mismos acopio de buenas experiencias. Me hablaban de los lugares que visitaban, de la gastronomía, de toda anécdota que les pareciera graciosa. En mi interior crecía el agrado de sentir a mis padres felices e ilusionados en esa nueva vida de viajes que habían iniciado. Era emocionante recibir sus llamadas a primera hora de la noche, en las que con frase rápida mi madre me relataba todos los pormenores de la jornada. Podía imaginarme a mi padre metiendo la nariz en las lonjas de pescadores de las Rías Gallegas, en la cueva de Lourdes; paseando bajo el sol por los arenales de Roquetas del Mar y Matalascañas; atendiendo al eco levantado por sus pisadas en los recintos sombríos de la Mezquita de Córdoba y de los Palacios Nazaríes de la Alhambra de Granada. Levante, las cuevas de Mallorca, los comercios de Andorra y las Ramblas de Barcelona. Los viajes le hicieron sabio y más alegre, resaltando el imperceptible óvalo azul que circuía las niñas de sus ojos. ¡En buena hora logré que mis padres fueran al primer viaje!
Después de los tiempos de sufrimientos, subsistía entre nosotros un buen clima de convivencia. Antes, en tanto que fui niño, mis padres me quitaban la razón para dársela a otros que al final demostraron no importarles lo más mínimo. Ahora todo era distinto, sabíamos valorarnos, formábamos una compacta piña de cariño y nos defendíamos unos a otros siempre que los intrusos venían con intención de buscarnos las cosquillas. En tiempos antiguos murmuraban y hacían con nosotros lo que les venía en gana; pero yo ya sabía defenderme, tenía claro lo que era la vida para mí y conseguí ganarme el apoyo de mis padres tanto en mi ideario como en mis pautas de conducta. El pasado quedaba enterrado, pero no estaba dispuesto a consentir que nadie volviera a aprovecharse de nuevo del esfuerzo y la buena fe de mis padres. Yo, siendo de natural pacífico, no quería andar a la greña con nadie, aun así… ¡ay de aquél que se extralimitara con mis padres o conmigo!
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
-¿Dónde está el “mariconazo” de tu hijo? Le traigo una cosita.
Nos contaron al día siguiente que estuvo en un tris de que le echaran con cajas destempladas de la casa en cuestión. Eso sí: el regalo fue aceptado, pero, lejos de agradecérselo, le fueron cubriendo de oprobio en toda comidilla familiar. Y ese oprobio nos alcanzó a nosotros también; hubo quienes nos retiraron la palabra, así de buenas a primeras. A mí no me causó especial aflicción, pues ya tenía el suficiente conocimiento del mundo como para saber que el cariño cuando es postizo acaba muriendo como una flor privada de luz.
La nueva relación que manteníamos mi padre y yo desde su pulmonía, me hizo aceptarle y ser objeto de sus peculiares bromas; incluso las acogía con bastante alegría. Sin embargo, muchos empezaron a mirar a mi padre con ojos torcidos. Fue bajando en la escala de las relaciones sociales en el pueblo, hasta que sentó fama de bufón. Dejó atrás todo hábito morigerado, se desentendió de acudir a las revisiones del pulmón e incrementó sustanciosamente su consumo de vino en las comidas.
-No me explico cómo te puedes beber todo un litro de una sentada sin embriagarte –le dije en cierta ocasión-. Si yo lo hiciera, acabaría echando las cabras.
-Pues en la tele dicen que el vino es sanísimo y muy digestivo –me retrucó-, y que hasta cura enfermedades como el cáncer. Si me quitas el agua de la cooperativa, me lo quitas todo.
Eso era cierto, porque para hidratarse, agua, lo que se dice agua, bebía muy poca. En verano, antes de irse a dormir, se solía comer un melocotón fresquito que le ayudaba a apagar la sed.
A nuestro conducto llegó que tanto en el Casino como en el Centro Social le daba buenos tientos a las copas de coñac. Una noche llegó a casa con los ojos en punta, los reflejos le fallaron y hube de ayudarle a meterse en la cama. Yo no fui capaz de reprocharle nada, pues igualmente me había pillado a lo largo de mi vida cuatro buenas curdas. Resultaba claro que mi padre necesitaba un estimulante para matar el tiempo y en Aldea no encontraba un adecuado caldo de cultivo para desarrollar sus aptitudes sociales. También se aprovechaban de que no sabía negarse a todo favor que se le pidiera…, y bien que le dieron el pago.
Acaso lo supe mucho antes que él: Aldea no era sitio para mi padre. Necesitaba ampliar horizontes, relacionarse con otras gentes, conocer mundo… Se puede decir que obligué a mis padres a apuntarse a los viajes para jubilados, y siempre trajeron de los mismos acopio de buenas experiencias. Me hablaban de los lugares que visitaban, de la gastronomía, de toda anécdota que les pareciera graciosa. En mi interior crecía el agrado de sentir a mis padres felices e ilusionados en esa nueva vida de viajes que habían iniciado. Era emocionante recibir sus llamadas a primera hora de la noche, en las que con frase rápida mi madre me relataba todos los pormenores de la jornada. Podía imaginarme a mi padre metiendo la nariz en las lonjas de pescadores de las Rías Gallegas, en la cueva de Lourdes; paseando bajo el sol por los arenales de Roquetas del Mar y Matalascañas; atendiendo al eco levantado por sus pisadas en los recintos sombríos de la Mezquita de Córdoba y de los Palacios Nazaríes de la Alhambra de Granada. Levante, las cuevas de Mallorca, los comercios de Andorra y las Ramblas de Barcelona. Los viajes le hicieron sabio y más alegre, resaltando el imperceptible óvalo azul que circuía las niñas de sus ojos. ¡En buena hora logré que mis padres fueran al primer viaje!
Después de los tiempos de sufrimientos, subsistía entre nosotros un buen clima de convivencia. Antes, en tanto que fui niño, mis padres me quitaban la razón para dársela a otros que al final demostraron no importarles lo más mínimo. Ahora todo era distinto, sabíamos valorarnos, formábamos una compacta piña de cariño y nos defendíamos unos a otros siempre que los intrusos venían con intención de buscarnos las cosquillas. En tiempos antiguos murmuraban y hacían con nosotros lo que les venía en gana; pero yo ya sabía defenderme, tenía claro lo que era la vida para mí y conseguí ganarme el apoyo de mis padres tanto en mi ideario como en mis pautas de conducta. El pasado quedaba enterrado, pero no estaba dispuesto a consentir que nadie volviera a aprovecharse de nuevo del esfuerzo y la buena fe de mis padres. Yo, siendo de natural pacífico, no quería andar a la greña con nadie, aun así… ¡ay de aquél que se extralimitara con mis padres o conmigo!
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
4 comentarios:
Jolin jardinero,estoy enganchada a esta nueva saga de tus magníficos relatos,me encanta con que buen humor defines la historia de tu padre.
Un saludo de una persona que te aprecia mucho.
que maravilla. Esta etapa de tu vida me parece magnifica. Me encanto. Es bueno reirse siempre de la vida. Un abrazo.
Siempre es gratificante ver a alguien feliz...y si es alguien a quien quieres, más aun...
Buena idea la de los viajes... Hicieron que tu padre se apartara de sus preocupaciones y de lo que ellas desencadenaban, y fuera feliz...
Es terrible ver, como en este loco mundo... hay tanta gente empeñada en amargar la vida a los demás, en lugar de vivirla en armonía.
Creo que algunas gentes, no se dan ni cuenta del mal que pueden llegar a hacer, con sus actuaciones...
Pero bueno, como tu dices... llega un momento en que se ha de sacar el guerrero que llevamos dentro... y plantar cara a la mala gente que se propasa, si viene al caso.
Nadie tiene derecho a criticar, juzgar, ofender, ni molestar o hacer daño a los demas...
Y por supuesto que siempre habla quien mas tiene que callar...Asi que justo es imponer limites...
Es bonito contemplar como algunas cosas cambian muy para bien. Esa "piña de cariño" compensa todo...
Linda historia, y una forma muy amena de contarla... como siempre.
Espero impaciente la continuacion...
Un gran abrazo, amigo.
Nubbbe.
Sólo añadir una cosa que ayer se me olvido (intento ser breve..jeje)..
La foto que pusiste es super... y conecta perfectamente con la maravillosa canción que elegiste, como música de fondo..
No la habia escuchado, pero me encanta... y la letra también.
Es muy emotiva. Te transporta a otro plano...Ese fondo de piano, las voces, el sentimiento...
Para mi gusto, concuerda totalmente con lo que leía... Simplemente perfecta elección.
Gracias por compartirla. Es una de esas canciones que de vez en cuando me gusta descubrir y me satisface hacerlo.
Algunas cosas son mágicas... Esta para mi, lo es. La guardaré. Merci.
Saludos, amigo.
Buen domingo. :))
Nubbbe.
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