Ocurrió, no obstante. Yo ya no vivía en el pueblo. El intruso atrapó a mis padres en casa, al anochecer de cierto día de Todos los Santos. El intruso, haciendo gala de gritos y sus peores modales, empezó a cubrirme de reproches delante de mis padres, estando yo ausente. Mi padre dejó a un lado su habitual mansedumbre, y le respondió con un tono cortante como una lezna:
-Tú no das a mi hijo explicaciones de nada. Entonces, ¿cómo quieres que él te las dé a ti?
Me contaron que el intruso se acaloró, se puso a bizquear de pura cólera y soltó todos los improperios que se le vinieron a la boca. Hubo un cruce de acusaciones muy duro, e incluso mi padre hizo la pantomima de arrodillarse para implorar el perdón de una persona cuya conciencia bien podría soportar el peso de una cordillera. Un intruso cuya relación no busqué y de la cual no dejo de pensar que me hubiera ido mejor evitarla como la peste negra.
Y se dio la casualidad de que el intruso aún seguía en casa cuando hice mi cotidiana llamada telefónica a mis padres. Mi madre, muy alterada, me puso en antecedentes. Yo oía los gritos a través del auricular. Sentí que la indignación me dominaba, y le pedí a mi madre que me pasara el intruso al teléfono.
-Buenas noches, ¿cómo estás? –le dije, aun consciente de que enseguida se iban a romper las hostilidades.
-Bien, ¿y tú? –me respondió con la voz falsamente apaciguada.
-Yo muy bien.
-Pues muy bien.
Y ahora llegaba el momento de entrar en pormenores:
-Me sorprende el griterío que he oído hace un momento.
Y se armó Troya. El intruso tornó a sus gritos.
-¡Vengo a saber de ti por tus padres, porque si no, no hay manera!
-Yo tampoco sé nada de ti, por lo que la falta es mutua –repuse con firmeza-. Por otro lado, no es necesario que me vocees.
-Te voceo porque lo hago con la gente de confianza.
-Pues prefiero que no me tengas confianza.
Se puso a rabiar. Yo no conseguía entender nada de su jerigonza, por lo que me sulfuré a mi vez, y, elevando aún más que él el diapasón de mi voz, le dije:
-Escúchame, yo también sé gritar. Lo que tengas que decirme, me lo dices a la cara. Yo a ti no te debo nada, y no pienso consentir que vayas a gritar a mis padres, dos pobres ancianos al fin y al cabo. ¡A mis padres no les grites!
-Vale, no tengo más que decir –repuso con el tono vuelto a sus cauces normales.
Le dio el auricular a mi madre, y, apenas despidiéndose, salió de casa. Se fue barriendo la calle con los faros de su coche. Si yo hubiera estado presente, a lo mejor hasta me habría despedido con tonos cordiales, a lo mejor hasta lo hubiera echado de menos. Pero nadie añora lo que es causa de dolor. Dolor por su parte, dolor por la nuestra. Desde aquel incidente, me convencí de cuánto más vale andar en soledad que en compañía poco adecuada. Como contrapartida, se tejió otro eslabón en la cadena de cariño que me unía a mi padre… Salió en mi defensa, cuando años atrás pudo llegar a pensar que yo era indefendible.
A raíz de esta eventualidad, se operó un cambio extraño en mi alma. Acaso fue el fin de una adolescencia deliberadamente prolongada. Casi sin darme cuenta, salí de la esfera de protección de mis padres y me erigí en defensor de ellos. Aunque hubieran fracasado (por impotencia, por desconocimiento) en el empeño de labrar mi felicidad durante mis años mozos, yo estaba dispuesto a conseguir la suya en lo que les restara de vida. Ya no necesitaban las opiniones de gentes extrañas para juzgarme. Ahora yo estaba en ellos como ellos estaban en mí.
A mi padre se le nublaron los ojos de emoción el día que le invité a tomar algo en una terraza de Almagro. Quizá se bebe mucho cuando se bebe en soledad. Ahora pudo hablarme de sus recuerdos de esa tierra amada, de su infancia marcada por las privaciones y la ausencia de su propio padre, de ella y de lo que la vida pudo haber sido si el destino se hubiera mostrado más benévolo con cada uno de nosotros… Nuestro primer trago juntos en una radiante mañana de verano. Pudiera parecer un gesto tardío el de nuestra renovada amistad, pero había esquirlas de luz en las hojas del árbol que nos cobijaba… Mi padre pasó a ser mi amigo, mi mejor amigo, mi único amigo.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
-Tú no das a mi hijo explicaciones de nada. Entonces, ¿cómo quieres que él te las dé a ti?
Me contaron que el intruso se acaloró, se puso a bizquear de pura cólera y soltó todos los improperios que se le vinieron a la boca. Hubo un cruce de acusaciones muy duro, e incluso mi padre hizo la pantomima de arrodillarse para implorar el perdón de una persona cuya conciencia bien podría soportar el peso de una cordillera. Un intruso cuya relación no busqué y de la cual no dejo de pensar que me hubiera ido mejor evitarla como la peste negra.
Y se dio la casualidad de que el intruso aún seguía en casa cuando hice mi cotidiana llamada telefónica a mis padres. Mi madre, muy alterada, me puso en antecedentes. Yo oía los gritos a través del auricular. Sentí que la indignación me dominaba, y le pedí a mi madre que me pasara el intruso al teléfono.
-Buenas noches, ¿cómo estás? –le dije, aun consciente de que enseguida se iban a romper las hostilidades.
-Bien, ¿y tú? –me respondió con la voz falsamente apaciguada.
-Yo muy bien.
-Pues muy bien.
Y ahora llegaba el momento de entrar en pormenores:
-Me sorprende el griterío que he oído hace un momento.
Y se armó Troya. El intruso tornó a sus gritos.
-¡Vengo a saber de ti por tus padres, porque si no, no hay manera!
-Yo tampoco sé nada de ti, por lo que la falta es mutua –repuse con firmeza-. Por otro lado, no es necesario que me vocees.
-Te voceo porque lo hago con la gente de confianza.
-Pues prefiero que no me tengas confianza.
Se puso a rabiar. Yo no conseguía entender nada de su jerigonza, por lo que me sulfuré a mi vez, y, elevando aún más que él el diapasón de mi voz, le dije:
-Escúchame, yo también sé gritar. Lo que tengas que decirme, me lo dices a la cara. Yo a ti no te debo nada, y no pienso consentir que vayas a gritar a mis padres, dos pobres ancianos al fin y al cabo. ¡A mis padres no les grites!
-Vale, no tengo más que decir –repuso con el tono vuelto a sus cauces normales.
Le dio el auricular a mi madre, y, apenas despidiéndose, salió de casa. Se fue barriendo la calle con los faros de su coche. Si yo hubiera estado presente, a lo mejor hasta me habría despedido con tonos cordiales, a lo mejor hasta lo hubiera echado de menos. Pero nadie añora lo que es causa de dolor. Dolor por su parte, dolor por la nuestra. Desde aquel incidente, me convencí de cuánto más vale andar en soledad que en compañía poco adecuada. Como contrapartida, se tejió otro eslabón en la cadena de cariño que me unía a mi padre… Salió en mi defensa, cuando años atrás pudo llegar a pensar que yo era indefendible.
A raíz de esta eventualidad, se operó un cambio extraño en mi alma. Acaso fue el fin de una adolescencia deliberadamente prolongada. Casi sin darme cuenta, salí de la esfera de protección de mis padres y me erigí en defensor de ellos. Aunque hubieran fracasado (por impotencia, por desconocimiento) en el empeño de labrar mi felicidad durante mis años mozos, yo estaba dispuesto a conseguir la suya en lo que les restara de vida. Ya no necesitaban las opiniones de gentes extrañas para juzgarme. Ahora yo estaba en ellos como ellos estaban en mí.
A mi padre se le nublaron los ojos de emoción el día que le invité a tomar algo en una terraza de Almagro. Quizá se bebe mucho cuando se bebe en soledad. Ahora pudo hablarme de sus recuerdos de esa tierra amada, de su infancia marcada por las privaciones y la ausencia de su propio padre, de ella y de lo que la vida pudo haber sido si el destino se hubiera mostrado más benévolo con cada uno de nosotros… Nuestro primer trago juntos en una radiante mañana de verano. Pudiera parecer un gesto tardío el de nuestra renovada amistad, pero había esquirlas de luz en las hojas del árbol que nos cobijaba… Mi padre pasó a ser mi amigo, mi mejor amigo, mi único amigo.
CONTINUARÁ...
El jardinero de las nubes.
4 comentarios:
Caramba, de verdad si me has conmovido. Es super linda tu relato. No hay como los lazos familiares, juntos vencen cualquier circunstancias. besos. judith
No sabes cómo te entiendo...
Hay personas que sería mejor no haber conocido nunca. Solo traen injustos problemas a tu vida. Personas que solo saben estorbar. Pero que lamentablemente cuando nos damos cuenta del mal que pueden llegar a causar, es tarde para remediarlo.
No comparto esa idea popular de "mas vale tener y despues perder...que nunca haber tenido.." Muchas veces, y en muchas personas, lo bueno que aportaron, si es que lo hicieron, no compensa el dolor que causan a posteriori...
A veces realmente parecemos encerrados en una burbuja, donde solo deseamos que todo marche bien, sin darnos cuenta de nuestro alrededor y de lo que ocurre en realidad...
Mi burbuja se ha roto demasiadas veces. Aprendí a vivir sin ella. Y a observar con otros ojos lo que me rodea... y a valorar mucho más ciertas cosas y personas, que dejé sin intención, ligeramente al margen...
Espero que sea cierto eso de "Nunca es tarde..."
Muy bella tu historia. Siempre es lindo observar el cariño entre las personas. Y las buenas intenciones y preocupaciones por los demás.
El cariño entre padres e hijos, no deberia faltar nunca.
Debio ser hermoso recuperarlo o estrecharlo aun más. Momentos muy lindos y supongo muy gratificantes, los que cuentas con tu padre...
Un fuerte abrazo, amigo Jardinero.
Nubbbe.
He leido tu escrito, me entero de mas detalles bonitos de tus historia y llenan de emoción. Eres bueno y me es muy grato leerte, sigo la estela que dejas por medio de tus letras ya lo he mencionado. Abrazos.
EL ser bueno sólo es cosa de Dios. Una persona como yo tiene sus defectos y sus sufrimientos, en ocasiones tan grandes que acaban desbordando. Trato de no sucumbir al sufrimiento, es necesario vivir. Gracias por tus palabras, quien quiera que sea. Un abrazo.
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