martes, 12 de julio de 2011

Cuentos urbanos: Cecilia y el mundo (y III) - El principio y el final


A todo esto, se presentó el mes de mayo de 2011. Las elecciones autonómicas y municipales se iban a celebrar el día 22. Y cuando nadie lo imaginaba, coincidiendo con que el país estaba sumido en la desesperación causada por la crisis económica, hubo cuarenta personas que se manifestaron en la Puerta del Sol de Madrid; al poco decidieron quedarse a dormir allí, y enseguida reunieron cientos de seguidores, en la misma plaza y en otras de la geografía española. Era como si Daniel Cohn-Bendit (en otro tiempo Daniel el Rojo) volviera a arengar a las multitudes desde los tejados del París del legendario mayo del 68. Algo se había sacudido en las conciencias de un país con las esperanzas aniquiladas.


Espoleado por la curiosidad, me acerqué a la Plaza Mayor de Ciudad Real y leí las proclamas que exponían los allí acampados.


Una jovencita me pidió una firma para apoyar el llamado “Movimiento 15 de mayo”, y no titubeé; desde ese instante me adherí a la causa de devolver a una nación la dignidad perdida por los tejemanejes de las clases políticas. ¡La Spanish Revolution anunciada por los diarios extranjeros, la paz y la concordia como moneda de cambio!


Todas las horas que me permitía el trabajo, las pasaba en las asambleas callejeras o en las convivencias que el paso de los días iba intensificando. Me hice muy amigo de Raquel, la bella jovencita que me pidiera la firma el primer día. Me contó que hasta el año pasado había cursado estudios en el IES Maestro Juan de Ávila. Recordé que allí había sido destinada Cecilia cuando se vino a la capital, y pregunté a Raquel si tenía noticias de ella.


-Se refería el caso de una profesora que estaba delicada de salud, y que le habían dado un trabajo cómodo en el hospital.


-Era Cecilia –medité casi para mis adentros.


-Pues el año pasado nos sacaron a todos los alumnos al patio y guardamos un minuto de silencio por la profesora. Había muerto de un cáncer en el cerebro… ¿Te encuentras bien?


Raquel vio cómo se me mudaba el color del rostro. Cecilia ya no estaba en el mundo. De algún modo, yo ya lo había imaginado antes, como una fatal premonición, pero siempre había negado tal eventualidad, tildándola de absurda. En mitad de la plaza, en los tiempos de la revolución pacífica, sentí que la vida se me derramaba en el pavimento. Cecilia había muerto, y yo no quería creerlo.


Mi alma se enfrentó a un amargo inmovilismo. Perdí la conciencia del tiempo y el deseo de saber o implicarme en toda cuestión humana. Al final apegarse a los afectos deviene en un dramatismo tal que hace renegar de la posesión de sensibilidad.


Dejé de acudir a mi trabajo, me quedé en los soportales del ayuntamiento, no quería escuchar ni mucho menos responder las preguntas de Raquel, comía por inercia, mi falta de higiene comenzaba a hacerse notar.


-Ya no crees en nuestra causa –me reprochó Raquel.


Yo veía el rostro de Cecilia perdido entre las nubes. E intentaba rechazar semejante visión. Quería hacer tabla rasa de todas las impresiones dolorosas de mi alma. No quería conocer más detalles de la vida de Cecilia.


-Eres un vegetal –proseguía Raquel su filípica-. Peor todavía: eres una piedra.


No le faltaba razón. Yo no podía evitarlo, pero tampoco deseaba evitarlo. Cecilia, no es mi derecho recriminarte nada, pero ¿por qué me has hecho esto?


De este modo, se presentó el viernes 27 de mayo. Había convocada una asamblea a las nueve de la noche en la Plaza Mayor. Esa misma tarde, a eso de las siete, se realizó una cacerolada como queja por la denegación por parte del ayuntamiento del permiso para conectarse los acampados al suministro eléctrico municipal; para la asamblea de las nueve, el dueño del inmediato kiosco de prensa cedió durante una hora su instalación para el funcionamiento del micrófono y del equipo informático.


Se congregaron unas doscientas personas. Se estableció un lenguaje de signos para apoyar o rechazar las mociones propuestas, se constituyeron comisiones y grupos de trabajo, se cedió la palabra a quien quisiera manifestar algo; se habló de las tiendas de campaña, de la mesa de información, del blog de Internet, de la biblioteca ambulante, de las cocinas solares. Y vinieron yonkis y gente de dudosa ralea, atraídos por el ambiente revolucionario, que, en contra de lo que pudieran pensar, se desarrolló de un modo civilizado y respetuoso.


A eso de las 21:45 restallaron algunos truenos, y acto seguido se liberó un temporal de lluvia. La asamblea buscó cobijo bajo los soportales. Yo me quedé donde estaba.


El agua me empapó por completo. Lo que era desagradable para los demás, para mí resultaba benéfico. Mi mente y mi vida estaban ineludiblemente perdidas. Por un momento, la gente desvió la mirada hacia mí, ignorando las proclamas de la asamblea.


-¡Tío, que te estás mojando!


-¿Qué hierba has fumado?


-¡Mírale, con la que está cayendo!


Raquel se abocó a mi persona, me tomó de un brazo y trató de arrastrarme al amparo de los soportales. Me resistí de un modo demencial.


-¿Es que quieres pescar una pulmonía?


No respondí. Las voces de la asamblea se silenciaron. Todos tenían la mirada clavada en mí.


-Estás haciendo el ridículo –señaló Raquel-. Compórtate como un ser humano y vuelve con nosotros.


Denegué con la cabeza, mi pecho se estremeció como si el aire le faltara. Raquel alucinaba. Con voz desencajada, me dijo:


-¿Qué te pasa? ¡Di algo!


Y dije, a manera de grito, la única palabra que mis labios podían pronunciar y cuyo eco venció el estridor de la lluvia.


-¡CECILIAAA!


Después caí sobre los charcos de la plaza, y desde entonces lo que quedó atrás no se diferenció de lo que quedaría delante.


FIN


El jardinero de las nubes.


5 comentarios:

lanochedemedianoche dijo...

Hola Jardinerito amigo, tanto tiempo sin saber de ti, hoy fuiste a visitarme y a darme fuerza en esos momentos que me sentía mal, pero como todo pasa también paso, por eso te agradezco de corazón tu visita, y quisiera no te pierdas nunca, seguro que yo te estaré visitando siempre, me llevo tu blog para no perderte.
Esto que escribiste es de una sensibilidad increíblemente bella, triste pero muy romántica.

Besos

trobador dijo...

Una vez mas, “canalla”, haces que mis mejillas se humedezcan de lagrimas, eres cruel con mi corazón sensible y mi mente floja, cuando me pongo a leerte, no puedo evitar imaginar lo que leo, eso para mí es una forma de saber que lo que leo me gusta.
Saludos mi admirado amigo.

Anónimo dijo...

despues de leer tus ultimos post, ojala me hubiese iniciado en el mundo de estas nuevas tecnologias mucho tiempo atras, y aver descubierto tu blog antes, porque es una pena que tantos escritos tan maravillosos se queden sin leer. aun asi, poco a poco los ire leyendo, escribes fenomenal jardinero y al igual que veo decir a trobador, yo tambien he llegado a imaginar a la par que leia.
sigue asi jardinero, un saludo¡

El jardinero de las nubes dijo...

Gracias amigos,

Saltarín sé bienvenido a mi humilde casa.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Muy sorpresa de Leer la historia se persive el sentimiento en la narracion y humedece los ojos. Besito.