La
abuela Nila ya había emprendido el vuelo de la eternidad cuando subieron a verla a su alcoba.
Había en su rostro una beatífica expresión de paz y serenidad. Y sus brazos
tenían apretadas contra su corazón las siete figuras de pájaros.
Todos,
a excepción de Lautaro, se quedaron atónitos al contemplar las valiosas
figuras, del estilo de aquélla que diera a la familia el desahogo de la
riqueza. Lautaro comprendió sus intenciones, y se apresuró a especificar:
-Se
los regalé a la abuela Nila. Y ella dijo algo de aliviar el hambre y la
necesidad de los pueblos de América del Sur.
-¡Estás
loco! –le reprochó Manuel, su hermano mayor, el más egoísta de todos ellos-.
Estos pájaros valen millones y contribuirían a consolidar la fortuna de la
familia.
-La
familia ya acumula bastante riqueza –se obstinó Lautaro-. Estos pájaros, como
decía la abuela Nila, ayudarán a eliminar los efectos de la pobreza.
-Has
estado tanto tiempo aislado del mundo, que has perdido la noción de lo real. Y
no toleraré que con tus idealismos perjudiques a la familia. Yo me encargaré de
llevar estas figuras a un sitio seguro: la cámara acorazada del banco. Allí
permanecerán en tanto decidimos nuevas inversiones.
Uniendo
la acción a la palabra, Manuel se aproximó junto al lecho de la abuela Nila, y,
arrebatándoselas de sus brazos, depositó las sietes figuras en el interior de
un maletín de cierres reforzados.
-Ahora
debemos ir a dar las honras fúnebres a la abuela.
Lautaro
se sentía tan conmocionado, que no se le pasó por las mientes seguir el
enfrentamiento con su hermano.
A
la mañana siguiente, toda la familia acudió al camposanto a acompañar los
restos mortales de la abuela Nila hasta su definitivo pabellón de reposo. Los
ojos de Lautaro estaban como abstraídos, fijándose al acaso en árboles, pájaros
y rebaños de nubes. Los hombres podrían sufrir múltiples miserias, pero la
Naturaleza sabía ostentar sus mejores galas. Lautaro quería vivir siempre en el
amoroso abrazo de la Naturaleza.
De
regreso a la casa familiar, halló ocasión para comunicar:
-No
quiero quedarme aquí. A vosotros ya no os hago falta, y a mí no me hacen falta
ni el dinero ni las riquezas. Haced lo que os plazca con las figuras de los
pájaros. Es inútil odiar por causa del dinero.
Arlene
se abalanzó a darle un apretado y sentido abrazo.
-¡Querido
hermano!
-Hermanita,
¿recuerdas lo que dijo la abuela? Tú encontrarías al amor de tu vida, mientras
que yo habría de seguir mi camino en soledad… Has de ser feliz, por ella y por
mí… Mañana regreso a los bosques.
***
Al
día siguiente, cuando ya Lautaro se había marchado de Concepción, Manuel acudió
al banco de la familia para guardar el tesoro en la cámara acorazada. El
director de la entidad le acompañó hasta ese lugar, haciendo gala de su más
estudiado servilismo.
-Esto
no se puede perder bajo ningún concepto –advertía Manuel, mientras abría los
cierres del maletín reforzado.
-Pierda
cuidado, señor.
Los
dos hombres se abocaron a mirar al interior del maletín.
-¿Qué
es esto? –preguntaron a coro, aguzados en su curiosidad.
-Un
tesoro extraordinario –respondió Manuel-. Ahora mismo lo van a ver. Y les hago
responsables de lo que le suceda entre los muros de esta casa.
-Puede
estar tranquilo, señor –aseguró el director.
Manuel
terminó de abrir el maletín.
-¿Qué
esto? –preguntaron de nuevo los dos hombres del banco, dejando traslucir una
sorpresa que escapa a todo intento de descripción.
El
rostro de Manuel se pintó de intensa palidez. ¡Dentro del maletín no había
ningún tesoro, sino siete hermosas plumas de ave!
¿Cómo
era eso posible?, se preguntó Manuel. ¿Cómo no había notado la diferencia de
peso en el ya de por sí pesado maletín? No podía concebirlo.
Un
grito de furor atronó en la cámara acorazada del banco.
***
El
tren lo conducía de regreso a sus bosques amados. Lautaro registraba los cielos
a través de la ventanilla con complaciente mirada; aparecían animados por la
luz de una hermosa mañana invernal.
-No
volveré a la ciudad –susurró en medio del compartimento, aunque no hubiera
nadie que pudiera escucharle-. Devolveré a la tierra todo lo que me dio.
A
su lado, llevaba un morral en el cual se encontraban las siete controvertidas
figuras de pájaros. Había sido asombrosamente fácil acceder al maletín de su
hermano y efectuar el cambiazo. Siete hermosas plumas de un plumero de quitar
el polvo por las siete figuras de pájaros.
-Esta
fortuna no será utilizada para especular –prosiguió Lautaro su razonamiento-.
Algún día será encontrada por alguien que la emplee para remediar las
necesidades de los pueblos de Sudamérica, como la abuela Nila deseaba.
El
tren dejó los llanos y empezó a internarse en los bosques. Lautaro volvió a
dirigir su vista al cielo. Entonces una dulce sonrisa irradió de sus labios.
Vio
siete hermosos pájaros descolgándose entre los resplandores de un hermoso sol
de invierno.
FIN
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
1 comentario:
Un broche de oro y de valiosas figuras para cerrar este entrañable cuento que se podría incluir con gran facilidad en una de esas antologías de cuentos del siglo XIX, donde el espíritu del hombre solo encontraba razón y explicación en la comunión con la naturaleza.
Gracias por tus bellas letras que me han trasladado a remansos de paz y armonía.
Feliz año y un fuerte abrazo.
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