El
desconcierto cundió entre las filas de espectadores.
-¿Qué
ha pasado?
-¿Acaso
nos ha tocado la pedrea?
Irene,
en el proscenio, buscaba la mirada de Guzmán de Arteaga. Los dos pares de ojos
se encontraron en medio de la conmoción que se iba haciendo generalizada.
-¡Ha
tenido lugar un secuestro en la Universidad Laboral! –informó el padre Joaquín
Salgado, el rechoncho jefe de estudios de bachillerato.
Guzmán
de Arteaga, mientras tanto, temía a su propio corazón. El foco había dejado de
iluminar a Irene, y su rostro se desleía en las sombras del proscenio.
¡Ederita, Ederita, Ederita! No permitas que la ame.
-A
ver, concretemos, ¿qué ha pasado? –preguntó el director, imponiendo el registro
de su voz sobre el tumulto general.
-Un
grupo armado ha irrumpido en el lugar donde se celebraba el simposio que reunía
a los consejeros de educación de las distintas comunidades autónomas –dijo el
jefe de estudios-. ¡Los han tomado a todos de rehenes!
-¿Y
cuáles son sus reivindicaciones?
-Aún
no se sabe nada. La radio, la televisión y los foros de Internet están que
hierven.
La
expectación generada hizo que se dieran por concluidas las actividades en el
salón de actos. Guzmán de Arteaga perdió la visión de Irene entre el bosque de
cabezas que afloró de inmediato. No sabía qué hacer a continuación.
De
repente, desde las empinadas callejas de Cimavilla, se oyó templar una gaita.
“Scotland the brave” era la tonada que enseguida atacó aquélla. Acompañando sus
aires belicosos, se hizo audible una conmoción de gente, gritos salvajes
empapados de deseos de libertad. Algo estaba gestándose. Se diría que la
península de Cimavilla se puso a latir como si en su subsuelo radicara el
corazón de la Tierra.
En
el colegio de La Salle el asombro general crecía por momentos.
-¿Qué
pasa, qué pasa?
-¡Ese
tumulto en las calles!
Guzmán
de Arteaga buscó la respuesta en sus propias cavilaciones. Sin duda la
trascendencia del suceso en la Universidad Laboral había prendido la llama
revolucionaria. Todo era un reguero de pólvora pronta a inflamarse… El jaleo lo
debían de estar armando los indignados del 15-M. Según cómo se plantearan las
cosas en los siguientes minutos, el ambiente podría volverse peligroso de todas
veras.
Los
aires de la gaita, a la que rápidamente se añadieron otras más, seguían haciendo vibrar las calles de
Cimavilla. Los alumnos del colegio estaban al colmo de su excitación. Los
profesores y algunos padres se las veían y se las deseaban para evitar que
salieran afuera hasta tanto no se aclarara la situación.
-Voy
a informarme de lo que está pasando –decidió Guzmán de Arteaga, poniéndose su
abrigo y encasquetándose su sempiterna boina.
Llegado
que hubo junto a la Casa de Jovellanos, pudo hacerse una idea cabal de la asonada
que se había formado. Las hordas del 15-M habían despertado de su letargo de
meses. Pero esta vez habían dejado a un lado todo viso de pacifismo. El aire de
las gaitas enfebrecía a la multitud. Se fueron despertando los instintos
guerreros. Las gargantas soltaban clamores desatados por la indignación acumulada
por los desmanes de un modelo de sociedad que se estaba viniendo a pique.
Parecía como si lo que estuviera sucediendo en la Universidad Laboral hubiera
sido la chispa detonante. Era el canto del esclavo despojándose de sus cadenas.
Guzmán
de Arteaga se preguntaba cómo en tan breve lapso de tiempo podía haberse
congregado semejante muchedumbre. Empezaban a escucharse las sirenas de los
coches de la policía, sobrepujando los alentadores mugidos de las gaitas. Y el
pánico comenzó a hacerse notar… Había llegado la hora de hacer valer la razón
de tantas vidas abocadas a la desesperación. Era necesario sacar a flote los
sueños e ideales reprimidos. ¡Ya estaba bien de ser dispersados por las fuerzas
antidisturbios como vulgar ganado! Nada evitaría que la verdadera esencia del
pueblo campara por sus fueros. Era llegado el momento de la libertad… Todas
estas cosas percibía Guzmán de Arteaga en su inspección ocular de los
alrededores.
Viendo
que la policía pretendía hacerse con el control de la situación, los ánimos se
terminaron de desatar y la brutalidad comenzó a hacerse extensiva por doquier.
Llovieron piedras, bolas de acero, adoquines, sillas de cafetería y los
proyectiles más inverosímiles, para hacer frente a la carga policial. De las
bocas se liberaban alaridos de un completo salvajismo. A Guzmán de Arteaga se
le erizó el cabello… Había estallado la violencia, e iba a ser difícil pararla.
Empezaron
a levantarse barricadas en los principales accesos a Cimavilla, para lo cual se
dispuso de los más improvisados materiales: adoquines, vallas de obra,
contenedores de basura, muebles e incluso coches volcados. Se tomó la iglesia
de San Pedro Apóstol, con la consiguiente pesadumbre de los sacerdotes que la
tenían a su cargo. Se erigieron flámulas y estandartes revolucionarios en las
alturas del cerro de Santa Catalina, junto al mismísimo monumento de Eduardo
Chillida. Se ocupó el ayuntamiento, cogiendo de rehenes a la alcaldesa, a
algunos concejales y a la casi totalidad de los funcionarios municipales.
Asimismo se tomaron las azoteas de los edificios y las viviendas que tenían
algún valor estratégico. No llegaron a ocuparse, sin embargo, las dependencias
del Real Club Astur de Regatas, por juzgarse demasiado próximas al mar. Empero,
el colegio de La Salle sí que fue invadido por una turba vociferante, provocando la
alarma de alumnos, padres y profesores… En cuestión de poco rato, Cimavilla
estuvo ceñida por un férreo cinturón defensivo.
-¡No
tenemos armas pero sí rehenes! –se escuchaba en varias gargantas.
-¡Vivan
los héroes de la Universidad Laboral!
-¡Abajo
la opresión! ¡Viva el trabajo! ¡Viva la fuerza del pueblo unido!
Guzmán
de Arteaga consiguió llegar a la Plaza Mayor. Allí se topó fortuitamente con
Jerónimo Ortega, el líder de los del 15-M en Gijón.
-¿Qué
está pasando, Jerónimo? –le preguntó de buenas a primeras.
-¿No
lo ve, profesor? El pueblo ha tomado el timón de su destino. Hemos sido
traicionados por las clases políticas. Lucharemos sin descanso… o pereceremos.
-¿Así,
sin armas de ningún tipo?
-Los
corazones exaltados por la indignación son las mejores armas que se puedan
esgrimir.
-¿Cómo
se ha podido congregar toda esta multitud?
-A
través de las redes sociales. Teníamos muchos contactos de cuando el 15 de
mayo. Sólo nos hacía falta el estímulo para entrar a la acción, y los héroes de
la Universidad Laboral nos lo han proporcionado.
-¿Quiénes
son ellos? ¿Y qué pretenden?
-No lo sé de cierto… Pero está claro que han
hecho algo grande… Si me permite, profesor, he de volver al ayuntamiento.
Nuestros retenidos necesitan ser atendidos y calmados.
-¿Son
conscientes de lo que esto puede acarrearles? –preguntó pensativo Guzmán de
Arteaga-. Se mire por donde se mire, se está violando la ley flagrantemente.
-Cuando
el pueblo ha perdido las esperanzas, la ley sin más no puede devolvérselas
–sentenció Jerónimo Ortega, dirigiéndose a la casa consistorial.
Las barricadas fueron ganando en altura y
consistencia. Cimavilla quedó aislado del resto de la ciudad. En las fachadas
de los edificios frontales se tendieron enormes pancartas, advirtiendo a las
fuerzas policiales que no manifestaran intentos de quebrar las fortificaciones,
pues al primer signo de violencia los retenidos del ayuntamiento tendrían que responder de tales agresiones a la
voluntad del pueblo indignado. Estaba claro que los sublevados no tenían modo
eficaz de responder a las bolas de goma disparadas y al lanzamiento de botes de
humo por parte de la represión antidisturbios. Pero, así y todo, ninguno de los
de Cimavilla se iba a rendir: se lucharía con uñas y dientes, haciendo uso de
los recursos materiales y disuasorios que se pudieran disponer.
Los
mandos de la policía comprendieron que el asunto les desbordaba, y para colmo
algo similar o peor estaba ocurriendo tras los muros de la Universidad Laboral.
Se hacía prescriptiva, en consecuencia, la intervención del Delegado del
Gobierno en el Principado de Asturias.
Guzmán de Arteaga no acertaba a imaginar el
curso que seguirían los acontecimientos. No tenía claro aún por cuál bando
debía inclinarse. ¿Qué pasaría con toda la gente que se había visto retenida
contra su voluntad a resultas de la zapatiesta organizada por los del 15-M?
Decidió,
pues, regresar al colegio para tantear allí los ánimos. El aire de Cimavilla
era pura efervescencia; a más del griterío y los berridos de las gaitas, se
escuchaban cantos revolucionarios y proclamas que pontificaban la libertad, la
paz y el trabajo remunerado. Superado el estupor inicial, los sublevados de
Cimavilla se mostraban dispuestos a dar el todo por el todo.
Una
vez en el colegio, se vio materialmente asaltado por sus compañeros, que le
reclamaban respuestas sobre lo que estaba ocurriendo afuera. Él les explicó lo
que había visto y lo que a su vez le había explicado el líder de los del 15-M.
Todo ello dio más pasto a la incertidumbre general. Comprendiendo que su
presencia no podía mitigar el desconcierto que cundía por doquier, sintió la
querencia de refugiarse en su aula-laboratorio. Los exaltados que habían
entrado en el colegio acabaron por marcharse al escenario de las calles.
Subiendo
los escalones que le conducirían allí,
Guzmán de Arteaga se topó con la amable presencia de Irene Vegas. Su
respiración pausó el ritmo habitual, pero aun así él no quiso hacer ademán de
detenerse. Desvió su mirada al suelo, lo que no le impidió sentir el peso de
los ojos de su alumna. El aire estaba perfumado por los efluvios de la joven.
Si él hubiera podido despojarse del triste lastre de su edad, sin duda hubiera
sentido brotar en su corazón las rosas del amor. Pero su pensamiento debía evitar
dejarse llevar por las bellas ilusiones que pugnaban por hacerse con los
baluartes de su alma. No quería emitir la menor hipótesis sobre los
pensamientos que debían de estar desenvolviéndose por las mientes de Irene. Él
no era más que un hombre amargado y en absoluto atractivo. Siguió subiendo las
escaleras, y cada paso que daba repercutía con una tristeza que le desgarraba
la vida.
-Profesor
–musitó la joven.
Guzmán
de Arteaga apretó los párpados, y siguió caminando. Su boca se sepultó tras los
enhiestos pelos de su barba. El corazón parecía habérsele encogido,
acrecentándole la amarga sensación que experimentaba por dentro. Toda su alma
vaciló con el estrépito que provocó al cerrar la puerta de su aula-laboratorio.
Se
llegó junto al escritorio, se dejó caer como un peso muerto sobre el
deslustrado sillón, apoyó los codos en el tablero y se llevó las manos a las
sienes. Frunció de nuevo los párpados. Los ruidos del exterior llegaban muy
indistintamente a sus oídos. Afuera se desarrollaba una conmoción tan
descomunal como la que se iba verificando en su interior.
Al
abrir los ojos, volvió la visión que poco a poco iba dejando de resultarle
grata. ¡Ederita! Allí, en un rincón entre las mesas de trabajo.
-¿Qué
quieres de mí? –la interpeló con la voz impregnada de desesperación.
-Quiero
que no te fijes en otra que no sea yo –le dijo la aparecida con una sequedad no
perteneciente a este mundo.
-Estoy
enfermo –dijo él-. Mi cerebro crea imágenes que no existen… A ti no te debo
nada. Cuando estabas viva ni me prestabas atención.
-Pero
ahora soy tuya. Estoy aquí porque tú me has llamado durante todos estos años.
-Déjame
en paz, te lo suplico.
-¿Dejarte
en paz para que ames libremente a esa niña?
Se nota que no llegaste a conocerme.
-Déjame
en paz para que yo pueda restablecer la paz… Afuera está ocurriendo algo
desconcertante… Estoy seguro de que puedo lograr que las aguas retornen a su
cauce.
-Lo
harás bajo mi inspiración –dijo el fantasma.
-Lo
haré porque soy el único que puede hacerlo –dijo Guzmán de Arteaga, poniéndose
en pie con forzada dignidad.
-…Y porque pretendes que esa niña se
enamore perdidamente de ti.
-Controlo
mi cerebro… Aún no aprendí a controlar mi corazón.
CONTINUARÁ…
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
2 comentarios:
Son muchas las emociones que me despiertas, querido paisano, al leer estos capítulos tan inauditos como reales. Yo sí, al contrario que el viejo profesor,tengo claro mi bando. ¿ Podrá Arteaga liberarse de sus fantasmas y tomar partido? En la espera de una próxima entrega recibe un fuerte abrazo. Antonio Morena
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Cariños
Martha Jacqueline
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