Dicho
esto, Barrientos estimó conveniente abandonar el teatro. Quedaron sus cuatro
camaradas al cargo de los retenidos. Necesitaba llenar sus pulmones de aire
fresco. Las emociones habían formado en su pecho un nudo que intuía difícil de desenmarañar.
No quería pensar en el futuro. Las consecuencias de lo que acababa de hacer
tendría que sufrirlas de una manera u otra. Aún quedaban lágrimas en sus ojos,
y se evaporaron tan pronto notó en su rostro el azote de la brisa invernal,
allí en el inmenso patio de la Universidad Laboral.
En
ese momento entró una llamada en su teléfono móvil. Se trataba de Arsenio
Corchado, desde el inmediato edificio de Radiotelevisión.
-Diego,
ya hemos mandado un comunicado a nuestros contactos, a la prensa de tirada
nacional, a las redes sociales y a las principales emisoras de radio y
televisión.
-Que
Dios nos ampare ahora –dijo Barrientos al colmo de sus emociones.
-Tenemos
que ayudarnos nosotros –le rectificó su compañero-. Nosotros… y la opinión
pública.
La
suerte estaba echada. Barrientos cerró su móvil y se dirigió a la Torre
Mirador. Sentía la querencia de ver el panorama desde esa privilegiada atalaya.
Quizá en las alturas se disiparía la pesadumbre que padecía su corazón. 22
pisos, más de cien metros de altura, le informó el ascensorista; pero el
ascensor sólo subía 75 metros, hasta el piso 17, que era donde se encontraba la
maquinaria del reloj.
-¿Son
bellas las vistas que desde ahí se divisan?
-Enseguida
lo va a comprobar usted.
Allá
en las alturas, el invierno respiraba vientos de melancolía. Gijón se
desperezaba en la menguante crisálida de la niebla. Se fueron definiendo las
siluetas de los edificios y, poco a poco, el litoral se deshizo de su nostalgia
vaporosa. Barrientos tenía a mano unos pequeños binoculares, y empezó a inspeccionar
con ellos los alrededores. Se estaba levantando una dulce mañana de invierno.
En el aire palpitaba la luz y el optimismo de las inminentes celebraciones
navideñas. El sol iba sentando su imperio y no tardaría en dejar de ser un
débil disco en la apretada costra de la niebla. El viento transportaba los
pálidos y mojados perfumes del cercano Jardín Botánico Atlántico.
-¿Qué
está pasando allí?
Acababa
de enfocar sus prismáticos en dirección a Cimavilla. El aliento se le cortó por
una fracción de segundo. ¿Qué estaba pasando allí? Las calles se encontraban en
pleno tumulto, se estaban levantando barricadas, se arrojaban todo género de
proyectiles para sofocar las embestidas de las fuerzas antidisturbios… ¡Una
revolución!
-¿Cómo
es posible?
En
ese momento recibió otra llamada en su móvil. Volvía a tratarse de Arsenio
Corchado.
-Diego,
otro lugar de Gijón se ha levantado en rebelión.
-Lo
estoy viendo desde la altura de la torre.
-Nos
están llegando a la centralita muchas llamadas animándonos. Nos advierten de
que no estamos solos en esto.
-Desde
luego, es algo que no nos esperábamos –dijo Barrientos, sintiendo que el pecho
se le hinchaba por la emoción.
-Según
nos informan, han retenido a casi toda la corporación del ayuntamiento.
-¡A
saber cómo terminará esta aventura!
-Te
mantendré informado de lo que vaya llegando.
Barrientos
cortó la llamada y se guardó el móvil en el bolsillo. Siguió mirando por los
binoculares. La vida rebosaba en Cimavilla. El sol iluminaba las calles.
Incluso a tan larga distancia, parecían escucharse las notas de un discordante
concierto de gaitas. “¿Todo esto lo hemos provocado nosotros? -se dijo
Barrientos-. Yo sólo soy un hombre… ¿Y un hombre podría contribuir a inspirar
todas esas emociones?... Compañeros, hemos hecho algo grande.”
No
pudo reprimir un gesto de grandilocuencia. Extendió sus brazos en cruz, mirando
en dirección al sol. La vida y la valentía fluían por sus venas.
Un
hombre, un hombre nada más, es capaz de abrazar la gloria.
CONTINUARÁ…
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
1 comentario:
Leía esta hermosa historia y tan llena de combativos sentimientos en la revista de Marcela, pero me he retirado temporalmente de allí. Debo felicitarte por tu obra literaria.
Admiro la grandeza de la que debo aprender. Gracias.
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