viernes, 11 de mayo de 2012

Cuentos urbanos: El inventor (VIII) - Barrientos en la torre



Dicho esto, Barrientos estimó conveniente abandonar el teatro. Quedaron sus cuatro camaradas al cargo de los retenidos. Necesitaba llenar sus pulmones de aire fresco. Las emociones habían formado en su pecho un nudo que intuía difícil de desenmarañar. No quería pensar en el futuro. Las consecuencias de lo que acababa de hacer tendría que sufrirlas de una manera u otra. Aún quedaban lágrimas en sus ojos, y se evaporaron tan pronto notó en su rostro el azote de la brisa invernal, allí en el inmenso patio de la Universidad Laboral.

En ese momento entró una llamada en su teléfono móvil. Se trataba de Arsenio Corchado, desde el inmediato edificio de Radiotelevisión.

-Diego, ya hemos mandado un comunicado a nuestros contactos, a la prensa de tirada nacional, a las redes sociales y a las principales emisoras de radio y televisión.

-Que Dios nos ampare ahora –dijo Barrientos al colmo de sus emociones.

-Tenemos que ayudarnos nosotros –le rectificó su compañero-. Nosotros… y la opinión pública.

La suerte estaba echada. Barrientos cerró su móvil y se dirigió a la Torre Mirador. Sentía la querencia de ver el panorama desde esa privilegiada atalaya. Quizá en las alturas se disiparía la pesadumbre que padecía su corazón. 22 pisos, más de cien metros de altura, le informó el ascensorista; pero el ascensor sólo subía 75 metros, hasta el piso 17, que era donde se encontraba la maquinaria del reloj.

-¿Son bellas las vistas que desde ahí se divisan?

-Enseguida lo va a comprobar usted.

Allá en las alturas, el invierno respiraba vientos de melancolía. Gijón se desperezaba en la menguante crisálida de la niebla. Se fueron definiendo las siluetas de los edificios y, poco a poco, el litoral se deshizo de su nostalgia vaporosa. Barrientos tenía a mano unos pequeños binoculares, y empezó a inspeccionar con ellos los alrededores. Se estaba levantando una dulce mañana de invierno. En el aire palpitaba la luz y el optimismo de las inminentes celebraciones navideñas. El sol iba sentando su imperio y no tardaría en dejar de ser un débil disco en la apretada costra de la niebla. El viento transportaba los pálidos y mojados perfumes del cercano Jardín Botánico Atlántico.

-¿Qué está pasando allí?

Acababa de enfocar sus prismáticos en dirección a Cimavilla. El aliento se le cortó por una fracción de segundo. ¿Qué estaba pasando allí? Las calles se encontraban en pleno tumulto, se estaban levantando barricadas, se arrojaban todo género de proyectiles para sofocar las embestidas de las fuerzas antidisturbios… ¡Una revolución!

-¿Cómo es posible?

En ese momento recibió otra llamada en su móvil. Volvía a tratarse de Arsenio Corchado.

-Diego, otro lugar de Gijón se ha levantado en rebelión.

-Lo estoy viendo desde la altura de la torre.

-Nos están llegando a la centralita muchas llamadas animándonos. Nos advierten de que no estamos solos en esto.

-Desde luego, es algo que no nos esperábamos –dijo Barrientos, sintiendo que el pecho se le hinchaba por la emoción.

-Según nos informan, han retenido a casi toda la corporación del ayuntamiento.

-¡A saber cómo terminará esta aventura!

-Te mantendré informado de lo que vaya llegando.

Barrientos cortó la llamada y se guardó el móvil en el bolsillo. Siguió mirando por los binoculares. La vida rebosaba en Cimavilla. El sol iluminaba las calles. Incluso a tan larga distancia, parecían escucharse las notas de un discordante concierto de gaitas. “¿Todo esto lo hemos provocado nosotros? -se dijo Barrientos-. Yo sólo soy un hombre… ¿Y un hombre podría contribuir a inspirar todas esas emociones?... Compañeros, hemos hecho algo grande.”

No pudo reprimir un gesto de grandilocuencia. Extendió sus brazos en cruz, mirando en dirección al sol. La vida y la valentía fluían por sus venas.

Un hombre, un hombre nada más, es capaz de abrazar la gloria.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).


1 comentario:

Jenny Ballesteros dijo...

Leía esta hermosa historia y tan llena de combativos sentimientos en la revista de Marcela, pero me he retirado temporalmente de allí. Debo felicitarte por tu obra literaria.
Admiro la grandeza de la que debo aprender. Gracias.