jueves, 1 de mayo de 2014

Descripciones


En la sesión del 9 de abril, estuvimos trabajando en el Taller de Escritura Creativa la técnica de la descripción. Cristina Serrano, la monitora, nos propuso una serie de temas para describir, tanto en positivo como en negativo. Escogí la cerveza para cantar sus virtudes, mientras que el tabaco fue el foco de mis desprecios desatados. He aquí lo textos que produje en un espacio de tiempo no superior a los quince minutos:

CERVEZA
Inciden los rayos de sol en el pichel, y delatan refracciones de hidromiel, perdóneseme la rima. Fría aventaja al agua trasudada de glaciar, y a temperatura tibia semeja el peor de los jarabes: tripas de bacalao, orines desamonizados, algo que tu paladar no admite. Es hermosa a la luz como junco entre girasoles; las aguas de las nubes forman su cortejo, las espumas del mar le tienden amorosa mantilla. Despréciala la primera vez que la cates, que luego la subirás al altar de tus deseos veraniegos. Su aliento es pradera perlada de rocío, lúpulos escondidos en la tierra arañada por la azada. Aguas de diamantes escondidos en un cofre sumergido... La verdad en su abundancia, el ansia en su escasez.



TABACO
Una lengua embebida en invisible basura. Las cejas fruncidas como si en el gañote atravesado se hubiera un estilete de pescado putrefacto. El azufre de los volcanes, la concomitancia de piezas dentales cariadas, la lluvia estancada en un alcorque rebosante de inmundicias. No me beses ni conmigo te emparentes si usas esta picadura infernal. No aplastes las colillas en los radiantes céspedes de los lagos y en las tostadas arenas de las playas. Mefítico, hidrópico, tóxico, dañino…, asqueroso, ¡la miseria!, que es cuanto decirse puede de esa hierba malhadada.



Para casa, la monitora nos pidió que realizásemos una descripción de nuestro armario ropero, involucrando al mayor número de nuestros cinco sentidos. Éste es el texto que presentaré en la próxima sesión del taller:

ARMARIO ROPERO
Aunque es posible que no se encuentre el desorden reinante en el campo de Agramante, recomendaría con desesperado encarecimiento no deslizar los panales de mi armario ropero. Si aun así es firme la decisión de hacer lo contrario, trataré de explicar el sentido de su distribución, que yo comparo con las cuatro edades del mundo antiguo.
Empezamos con la edad de piedra. Hay dos cajas de cartón ubicadas a la fuerza en el hueco destinado a zapatero; los bordes aparecen muy desgastados y los lados con las deformidades de un muro pandeado. Allí se contienen blusas y jerséis esperando el relevo de la estación. Predominan las prendas de colores opacos, en sintonía con el alma que las porta, amén de otros cachivaches que no tendrían cabida en otro lugar de la casa. Se hace necesaria la sustitución de las cajas, habida cuenta del deterioro que el cartón ha experimentado con el discurrir de los años.
Seguimos con la edad de cobre, que implica el intento de clasificación de la ropa deportiva. Chándales arcaicos, sudaderas con los codos brillantes por tantos lavados, camisetas y blusas de colores desvaídos, formando un revoltijo que se diría pirámide disforme de balas de cañón. Es paradójico: la ropa que más utilizo y la que más padece los efectos de mi desidia organizativa. Me doy con un canto en los dientes porque al menos no se perciba el gobierno de los malos olores.  
La edad de bronce está ejemplificada por cajoneras de plásticos adquiridas en tiendas de chinos. Aquí la vana pretensión de búsqueda de orden desaparece ante la simbiosis espacial de los retales más nuevos con los andrajos más castigados. Calzoncillos de mili caducada, slips con los fondos desventrados, calcetines blancos con las sajaduras al aire, finos cendales de la marca Punto Blanco, cinturones deformados por las apreturas de espacio y con las hebillas dadas del barniz de los almanaques.
Concluimos con la edad de hierro. Las ropas pendientes de perchas de largueros destrozados. Los pantalones cruzados con las camisas y chaquetas en imposible horquilla. La zona poco hollada de la ropa de vestir, la más ignorada, ya abandonada por las modas, corbatas que perderán su ocasión con el paso de los años, camisas con mangas de gemelos embutidas en plásticos pelúcidos, abrigos que no se deshicieron del aroma a naftalina. Y, por encima de todo, las cajas vírgenes de la dote varonil, apenas abiertas en tres ocasiones tras una docena de años de matrimonio.
He aquí mi armario, puro reflejo de las edades de mi vida. Los sueños incumplidos, las ganas desnutridas, la existencia que no ha sido y la que predominará. Lo viejo pontificando en detrimento de lo nuevo. Mi alma mirándose en un espejo.



Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
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