En
la sesión del 9 de abril, estuvimos trabajando en el Taller de Escritura
Creativa la técnica de la descripción. Cristina Serrano, la monitora, nos
propuso una serie de temas para describir, tanto en positivo como en negativo.
Escogí la cerveza para cantar sus virtudes, mientras que el tabaco fue el foco
de mis desprecios desatados. He aquí lo textos que produje en un espacio de
tiempo no superior a los quince minutos:
CERVEZA
Inciden los rayos de sol en el pichel, y delatan
refracciones de hidromiel, perdóneseme la rima. Fría aventaja al agua trasudada
de glaciar, y a temperatura tibia semeja el peor de los jarabes: tripas de
bacalao, orines desamonizados, algo que tu paladar no admite. Es hermosa a la
luz como junco entre girasoles; las aguas de las nubes forman su cortejo, las
espumas del mar le tienden amorosa mantilla. Despréciala la primera vez que la cates,
que luego la subirás al altar de tus deseos veraniegos. Su aliento es pradera
perlada de rocío, lúpulos escondidos en la tierra arañada por la azada. Aguas de
diamantes escondidos en un cofre sumergido... La verdad en su abundancia, el
ansia en su escasez.
TABACO
Una lengua embebida en invisible basura. Las cejas
fruncidas como si en el gañote atravesado se hubiera un estilete de pescado
putrefacto. El azufre de los volcanes, la concomitancia de piezas dentales
cariadas, la lluvia estancada en un alcorque rebosante de inmundicias. No me
beses ni conmigo te emparentes si usas esta picadura infernal. No aplastes las
colillas en los radiantes céspedes de los lagos y en las tostadas arenas de las
playas. Mefítico, hidrópico, tóxico, dañino…, asqueroso, ¡la miseria!, que es
cuanto decirse puede de esa hierba malhadada.
Para
casa, la monitora nos pidió que realizásemos una descripción de nuestro armario
ropero, involucrando al mayor número de nuestros cinco sentidos. Éste es el
texto que presentaré en la próxima sesión del taller:
ARMARIO ROPERO
Aunque es posible que no se encuentre el desorden
reinante en el campo de Agramante, recomendaría con desesperado encarecimiento
no deslizar los panales de mi armario ropero. Si aun así es firme la decisión
de hacer lo contrario, trataré de explicar el sentido de su distribución, que
yo comparo con las cuatro edades del mundo antiguo.
Empezamos con la edad de piedra. Hay dos cajas de
cartón ubicadas a la fuerza en el hueco destinado a zapatero; los bordes
aparecen muy desgastados y los lados con las deformidades de un muro pandeado. Allí
se contienen blusas y jerséis esperando el relevo de la estación. Predominan las
prendas de colores opacos, en sintonía con el alma que las porta, amén de otros
cachivaches que no tendrían cabida en otro lugar de la casa. Se hace necesaria
la sustitución de las cajas, habida cuenta del deterioro que el cartón ha
experimentado con el discurrir de los años.
Seguimos con la edad de cobre, que implica el
intento de clasificación de la ropa deportiva. Chándales arcaicos, sudaderas
con los codos brillantes por tantos lavados, camisetas y blusas de colores
desvaídos, formando un revoltijo que se diría pirámide disforme de balas de
cañón. Es paradójico: la ropa que más utilizo y la que más padece los efectos
de mi desidia organizativa. Me doy con un canto en los dientes porque al menos
no se perciba el gobierno de los malos olores.
La edad de bronce está ejemplificada por cajoneras
de plásticos adquiridas en tiendas de chinos. Aquí la vana pretensión de
búsqueda de orden desaparece ante la simbiosis espacial de los retales más
nuevos con los andrajos más castigados. Calzoncillos de mili caducada, slips
con los fondos desventrados, calcetines blancos con las sajaduras al aire,
finos cendales de la marca Punto Blanco, cinturones deformados por las
apreturas de espacio y con las hebillas dadas del barniz de los almanaques.
Concluimos con la edad de hierro. Las ropas
pendientes de perchas de largueros destrozados. Los pantalones cruzados con las
camisas y chaquetas en imposible horquilla. La zona poco hollada de la ropa de
vestir, la más ignorada, ya abandonada por las modas, corbatas que perderán su
ocasión con el paso de los años, camisas con mangas de gemelos embutidas en
plásticos pelúcidos, abrigos que no se deshicieron del aroma a naftalina. Y,
por encima de todo, las cajas vírgenes de la dote varonil, apenas abiertas en
tres ocasiones tras una docena de años de matrimonio.
He aquí mi armario, puro reflejo de las edades de
mi vida. Los sueños incumplidos, las ganas desnutridas, la existencia que no ha
sido y la que predominará. Lo viejo pontificando en detrimento de lo nuevo. Mi alma
mirándose en un espejo.
Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las
nubes).
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