Hemos iniciado un
nuevo curso en el Taller de Escritura Creativa, en la Biblioteca Pública del
Estado de Ciudad Real, a cargo nuevamente de Cristina Serrano. Se ha
incorporado mucha gente nueva. En la primera sesión, correspondiente al 5 de
noviembre, trabajamos los comienzos de los relatos, que se pueden abordar desde
varias perspectivas: Sentidos, Reflexión y Deseos Ocultos. Cristina nos dio
unos diez minutos para hacer nuestros propios comienzos. En mi caso, éstos son
los textos que produje:
SENTIDOS
¡No puedo! Se me forma arena en la boca, el bolo no quiere
bajar por la garganta, hay martirio en las papilas gustativas y la sangre huye
de la lengua. ¡No puedo, no me obligues! Crueldad de ajos y cebollas que se han
soltado de la rienda, líquido infame que sabe como la cicuta cocida, gránulos
atravesados como hormigas asesinas. ¡Por favor, no me hagas comerme tus
lentejas!
REFLEXIÓN
Era el mismo lugar, la misma puerta, la entrada
comunicando con la salida. La temía al principio, ahora la venero, buscando su
espejismo de reposo y consuelo. No recuerdo el temor del principio, pero el tan
temido final me ha encontrado, y nada ha cambiado. Está aquí, ya ha venido, la
palabra “fin” ha sido escrita.
DESEO OCULTO
Llegué a la mitad del ferial. La noche se vistió de
lentejuelas y fuegos que nacían en el cielo sin arder. El gentío estaba en todo
su apogeo. El abrigo me sobraba. Un policía se quedó absorto mirándome, como si
supiera lo que yo iba a hacer. Era el mes de agosto y ya estaban avanzadas las
cabañuelas. ¡Lo hice! Me arrebaté el abrigo, y los ojos del gentío se sumaron a
las miradas del policía. Mi única prenda era el abrigo… y la había perdido.
Acto seguido,
abordamos la cuestión de las descripciones. Cristina nos leyó este microrrelato
titulado “La coleccionista”, de Isabel González:
La niña coleccionaba arena. Aislaba cada granito aislado,
lo cogía con una pinza y los guardaba en un vaso de vidrio. Había miles de
átomos de coral, cientos de pizcas de nácar y quién sabe cuántas partículas de
cuarzo geminado albergaban sus recipientes. La gente venía de lejos a
contemplar su exposición. Ella les asignaba un número y ellos transitaban los
pasillos hasta que de repente, pegaban la nariz a tal o cual vaso y acariciaban
extasiados la superficie del cristal. “¿Qué les ha parecido?” – les preguntaba
al salir - “Son unas vasijas preciosas”, contestaban los visitantes.
La niña apuntaba en su cuaderno “trescientos cuarenta y
un mil… “ Era magnífica su colección de idiotas.
Nos pidió que
reformulásemos este relato descriptivo en forma de diálogo, en un espacio no
superior a cinco minutos. En mi caso, mi contribución fue la siguiente:
LA COLECCIONISTA
–Sí, yo lo veo aquí. Arenisca de luz, cuarzo de cuchillo,
pizarra de nube preñada de tormenta, esquistos de ladera incendiada. Tu
colección es interesante.
–Sí señor –respondió la niña tragándose la sonrisa.
–Ahora, prueba a vaciar las vasijas.
–¿Por qué, señor? –la niña se quedó pálida de asombro.
–Hazlo, por favor.
Al final accedió a ello. Los distintos fragmentos de arena
se dispersaron por el suelo.
–Bien –dijo el hombre suspirando de alivio–. Me encantan
las vasijas. ¿Son de cristal de Murano?
La niña escribió en su cuaderno: “el primero que me hace
parecer una idiota”.
Julián Esteban
Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
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