Un
sonido como el estampido de un trueno. La puerta de la habitación se abrió con
la presteza de un relámpago. Las manos del criminal dejaron de presionar. Giró
la cabeza y, antes de que pudiese entrar en pormenores de la nueva situación,
su mandíbula encajó un fuerte puñetazo que lo dejó noqueado y caído al pie de
la cama.
Ella
se vio libre, una rojez encendida cercándole el cuello. Otros brazos acudieron
a asistirla, con una intención muy diferente a los anteriores. Ella abrió los
ojos, experimentando en mayor grado los efectos del alivio. Unos brazos
fornidos de hombre de mar.
–Rebeca,
por fin te encuentro.
En
la habitación acababa de hacer su entrada el personal de seguridad del hotel.
Enseguida, tras entrar en antecedentes, colocaron las esposas al agresor de
ella, que aún rumiaba su semiinconsciencia al pie de la cama.
–Rebeca,
amor mío, ¿dónde has estado todo este tiempo?
Ella
levantó desmayadamente los brazos. Necesitaba asirse a esa fortaleza varonil, convencerse
de que el miedo era una sombra que había desaparecido ante una súbita irrupción
luminosa.
–Jeremías,
llévame lejos de aquí.
Y
Jeremías (Jem en momentos más sosegados) la tomó con la fuerza de sus brazos y
su pecho hercúleos. No era hombre de sonrisa fácil, pero esta vez la
conformación de sus dientes delató el contento que bullía en su interior.
Mientras
salían de la habitación, él transportando a ella, ella empezó a caer en un
dulce sosiego.
CONTINUARÁ…
Julián
Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
No hay comentarios:
Publicar un comentario