domingo, 3 de abril de 2016

Cuentos urbanos: El lado pornográfico de la vida (y XXVI) - Final



Cosa de un año después, dos personas se habían sentado a una de las polvorientas mesas del diner de Hugh Carter. Se trataba del propio Hugh y de Rebeca Evigan. Ella quería comprarle a aquél el negocio, y, a este fin, lo había hecho venir desde su retiro de Iowa. Hugh había aumentado varios centímetros el contorno de su cintura, mientras que Rebeca estaba en el punto culminante de su hermosura.
–¿Verdad, chiquilla –dijo él, intentando remeterse infructuosamente la blusa–, que todo se solucionó?
–Fue duro empezar de nuevo –confesó Rebeca, un fragmento de verano palpitándole en las pupilas–. Logré vender la tiendita de Los Ángeles, y por eso tengo con qué pagarte. Fue duro –enfatizó–, pero también es lo más acertado que he hecho en mi vida.
–¡Cuánto me alegré al saberlo! Y no he dejado de dar gracias al cielo cada vez que me levanto por las mañanas.
El fragmento de verano asumió apariencia líquida, y rodó por la mejilla de Rebeca.
–No llores, chiquilla, o me vas a contagiar la emoción, y ya soy muy mayor para que me vean haciendo pucheros.
–De acuerdo, cambiemos de tema. El motivo de quedar aquí contigo es porque quiero que este sitio vuelva a ser el de antes. Por eso insistí tanto en que vinieras.
–Me lo olía, chiquilla. En todo este tiempo no he logrado que me lo compraran.
–Como te he dicho, tengo el dinero que reuní del traspaso de mi tiendita de Los Ángeles. Pero, aparte de comprarte el diner, deseo que tú vuelvas a estar aquí, a pie de barra.
Hugh sacudió su pesada cabeza, y su mano porfiaba por dentro de la blusa, cuyos botones amenazaban con reventar en cualquier momento.
–Ya soy viejo para estos trajines… Volver a levantar todo esto…
–A todos el tiempo nos ha pasado factura. Jem aparenta estar más joven porque tiene la dicha de faenar en el mar, y lo ama profundamente. Empezar de nuevo siempre que haga falta; creo que ahí radica el secreto de la vida…
–Si es tu deseo, abre de nuevo el diner. Aunque ya de poco te pueda servir, estaré contigo para darte mi apoyo…, hasta que te des cuenta de que a mi edad sólo soy un estorbo…
–¡No eres un estorbo! –lo atajó ella–. Tú me abriste la vida en este bello lugar dándome trabajo y favoreciendo que conociera a Jem y acabara teniendo a Melody.
–Lo dicho… Cállate… No está bien que a mi edad me vean llorar.
***
Ese domingo no se celebró misa en la iglesia de San Juan Capistrano. Los cielos sonreían de primavera, había flores retoñando en las ramas de los cerezos. Franjas irisadas serpenteaban por la extensión del océano.
El nuevo párroco, un simpático joven recién egresado del seminario diocesano de Los Ángeles y al tanto de la historia de Rebeca y su familia, propuso a sus feligreses que fueran a ayudar en la reforma que se estaba llevando a cabo en el antiguo diner de Hugh Carter. Salvadas las reticencias iniciales, casi todos se sumaron a la propuesta. Shana Merton, Alice Stevenson y Ann Lawrence se notaban henchidas de arrepentimiento.
Era una luminosa mañana de abril, muy apropiada para pedir perdón y alcanzarlo.
Encontraron a Rebeca y al bueno de Hugh limpiando la barra del diner, sacando brillo a las superficies de latón. Rebeca, con el mandil cubierto de lamparones, no pudo ocultar sus emociones. Las golondrinas trisaban por fuera de las ventanas. La gente la quería, la aceptaban como eran, habían conseguido por fin penetrar en lo más íntimo de su alma. Se abrazó con las tres comadres que un tiempo tan mal la trataran. Hugh saludó a todos con su sonrisa pobre de dientes, y aseguró que él también estaría en la inauguración del nuevo diner. El diner de Rebeca.
En un momento dado, el nuevo párroco (que de pasada diremos que se llamaba Timothy Mellors) se arremangó su impoluto clergyman, tomó un estropajo y un bote de aguarrás y se dispuso a borrar la fea pintada que, después de tanto tiempo, aún campeaba en el exterior del diner:

AQUÍ HAY UN BURDEL

Había conseguido borrar la última palabra, cuando Rebeca, armada de un frasco de pintura amarillo fosforescente, completó la frase de esta manera:

AQUÍ HAY UNA FAMILIA

–No lo borre nunca –le pidió al joven párroco.
–Todo el mundo lo verá –replicó éste.
–De eso se trata.
Todo el mundo lo vio, y todo el mundo simpatizó más todavía con Rebeca Evigan, a quien ya nadie llamaba Solange Reyes.
–A este paso –dijo Hugh sin abandonar su sonrisa–, abrimos el diner la semana que viene.
–Y todos vendremos a hacer los honores –terció Shana Merton, con otra extraña sonrisa.
–No te reconozco, comadre, con lo cuerva que estabas hecha antes.
–Todos tenemos derecho a equivocarnos y a cambiar.
–Eso venimos diciendo desde un principio.
Al punto del mediodía, por la chimenea del diner, salió el humo de una suculenta barbacoa. Todos los que habían ido a ayudar estaban invitados. Hugh se esmeraba asando a la parrilla costillares, hamburguesas y salchichas. Las golondrinas se hicieron más numerosas en la pista del cielo. La vela de una embarcación asomó por el horizonte, y esto vino acompañado de una callada sonrisa.
En un aparte, el nuevo párroco le preguntó a Rebeca:
–¿Dónde están su marido y su hija?
Rebeca reunió en sus labios la belleza de ese abril oceánico, y, señalando a lo lejos, dijo:
–¿No los ve? Vienen en la barca. Enseguida se reunirán… conmigo…, con todos nosotros.
Y así fue: la barca tocó puerto, y pronto estuvieron todos reunidos.
***
Y al final, en el viejo diario, Rebeca dejó anotado lo siguiente:
«Soy una mujer. Mis culpas están lavadas. Soy una esposa, soy una madre… ¡Me encuentro viva!».
Esta vez no puso ni el lugar ni la fecha de su escrito.

-FIN-

Con esta historia lo que he pretendido es dejar sentado el derecho que nos asiste de equivocarnos e ir tras la oportuna rectificación. No se ha de ver un ataque en contra de la Iglesia Católica, sino al fanatismo, que puede afectar a cualquier asociación de personas y que se debe a una visión cerrada de lo que se entiende por moralidad. Asimismo, he querido enaltecer los valores familiares; la familia da sentido a nuestro paso por el mundo, y, personalmente, encuentro en ella la alegría de mi propia remisión. Durante gran parte de mi vida, debido a mi propensión a la soledad, he estado en general muy alejado de las personas que guardan conmigo vínculos de sangre; y ahora, en los primeros crepúsculos de mi existencia, doy fe de la sentencia que mi difunta madre solía invocar muy a menudo: "la sangre sin fuego hierve".

Pido perdón al pueblo de San Juan Capistrano por las atribuciones literarias que con el mismo me he tomado. Mi imaginación se sintió fascinada por la belleza del entorno. Una bellísima persona me habló de él hace tiempo, afirmando que le encantaría como sitio para establecer su hogar, y espero con sinceridad que algún día sus sueños puedan verse cumplidos, aunque muy frecuentemente la vida nos pone en la situación de variar el rumbo de nuestros sueños y pensamientos... Como decía el mayor maestro que ha existido: "Nadie pone un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo" (Mt 9, 16). Innumerables son los caminos de la vida, y si uno nos falla, es el momento de emprender otro.

Mi agradecimiento a quienes de alguna manera han seguido esta historia.
 
Ciudad Real, Aldea del Rey, Santander, Asturias, Londres, Madrid, 7 de septiembre de 2014 – 17 de febrero de 2016

Por Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes)



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3 comentarios:

A. Morena dijo...

Gracias, Julián, por esta maravillosa historia que nos acabas de contar. Hoy más que nunca los fanatismos de toda índole están poniendo en peligro la vida en democracia y aquellos que se llaman cristianos son los llamados a dar ejemplo de tolerancia y respeto. Desgraciadamente no es el caso como muestras en esta historia. Pero a las pruebas me remito, estamos viendo cómo "los valores que representa occidente " dan la espalda a los refugiados. No aprendemos del pasado. ¡Qué pena!

A. M.

Anónimo dijo...

Dude en hacer el commentario, finalmente aqui lo dejo.
Creo que today historia tiene un final asi mismo ésta, la cual comenzó con con imágenes fuertes y parecía que así sería en cada capitulo. Terminó siendo una historia de amor con un final feliz, Lástima que los finales felices no ocurran en la Vida real. Gracias por escribir ésta historia la cual segui hasta este su final. Un abrazo fuerte.

El jardinero de las nubes dijo...

Querido Antonio, primeramente vaya por delante mi gratitud por tus excesivas alabanzas a mi humilde escritura. La moralidad no está sujeta a cambios tecnológicos, lo bello y lo monstruoso del ser humano aflora en está época como lo hizo en épocas pretéritas. Es duro ver la maldad de los humanos entre sí, y nunca hay que dejar la lucha por erradicarla. Un abrazo.

Gracias, ultim@ lector@, al principio no sabía el rumbo que iba a seguir la historia, intenté explorar registros atrevidos, y al final el cuadro se recompuso a sí mismo. Amor y desprecio, tales han sido los sombraluces de esta historia; de las dos cosas he aprendido en la vida, y tengo claro: no hay que despreciar jamás. Un abrazo.