domingo, 7 de mayo de 2017

Lady Jane (3ª Parte - II): Richard Johnson


−¿Qué hacéis vos aquí? –me preguntó atónito, haciendo esfuerzos por incorporarse.
−La verdad es que pasaba por casualidad −respondí− cuando esta repentina explosión me ha sobresaltado.
−No entiendo cómo ha podido salir mal, no logro entenderlo –dijo aquel extraño personaje en tanto que gesticulaba con las manos−. En fin, veo que tendré que acercarme al río y limpiarme toda esta mugre.
−¿Estáis herido?
−Para nada. De peores trances he salido. Como podéis observar, ni siquiera sangro y noto todos mis huesos en su sitio. En cuanto me limpie, mejorará mi aspecto.
−Si no os importa, desearía acompañaros.
−En absoluto. Será un placer.
Era un hombre corpulento, de estatura algo menor que la mediana. Lucía una barba que le llegaba hasta la mitad del pecho, ahora toda cubierta de légamo y medio chamuscada. Sin embargo, la impresión que me causó no era por cierto desfavorable. Mientras caminábamos hacia el rio, principiamos una amena conversación.
−¿A qué se ha debido esa explosión? –pregunté con visible curiosidad.
−Bueno –principió acompañándose de un suspiro−. Todo comenzó con unas verrugas que tengo en las plantas de los pies. Llevaban tiempo causándome molestias al caminar, y decidí elaborar una pócima que consiguiese eliminármelas. Pero al cabo me di cuenta de que sería mejor preparar un ungüento y aplicarlo sobre la zona afectada; la ingestión de pócimas y bebedizos puede llegar a ser muy peligrosa. Entonces me vine a este lugar donde tengo (mejor dicho, tenía) una choza para mis experimentos, y empecé a preparar el ungüento... En un caldero introduje una medida de agua. A continuación añadí hulla molida, después un buen puñado de salitre y, cuando la mezcla comenzó a hervir, la espolvoreé con azufre… ¡Uf!, aquello se inflamó y, sin saber cómo, acabé saltando por los aires. Suerte que en el último momento me protegí la cara del fogonazo… Sigo sin comprender cuál ha sido el fallo.
A duras penas traté de contener la risa. Yo ya sabía en qué consistía su error. El buen hombre había elaborado algo completamente distinto de lo que esperaba.
−Jajaja. Ya sé dónde habéis fallado. Eso que habéis preparado no es nada más ni nada menos que pólvora común.
−¿Qué decís? ¿Pólvora? ¿De ésa que se utiliza para deflagar en los cañones?
−Claro, lo sabré yo bien, que soy químico, algo parecido a alquimista –puntualicé−. Sin duda, habréis equivocado las proporciones de la mezcla.
−¿Quién iba a suponerlo? –dijo el desconocido casi para sí−. Bueno, cada día se aprende algo nuevo. La fórmula de la pólvora la guarda el ejército celosamente. Si fuera del dominio público, el reino tendría suficientes problemas con sus conflictos internos.
−Sin lugar a dudas. Por otra parte, conozco el modo de elaborar un explosivo considerablemente más potente que la pólvora. Se logra a partir de la reacción del agua fuerte con una sustancia de naturaleza orgánica que es conocida como nitroglicerina.
−¿Así que vos también sois alquimista?
−Nada de eso, amigo mío. Lo que os estoy contando no tiene relación con la magia.
A todo esto, alcanzamos la orilla del rio, y, aprovechando que había amainado la lluvia y en el cielo lucía de improviso un sol espléndido, nos desnudamos y nos metimos en el agua para lavarnos. Poco a poco se fueron desvelando las facciones de mi casual amigo. Tenía unos ojos de un azul profundo, y la barba, medio chamuscada, le confería un aspecto un tanto triste.
−Por cierto, me llamo Raúl Álvarez –dije presentándome.
−Un nombre español –puntualizó mi acompañante.
−¿Tendríais la amabilidad de decirme vuestro nombre?
−Richard Jonhson –respondió lacónicamente.
No pude por menos de quedarme atónito. Dejé de chapotear en el agua y fui a sentarme sobre un tocón. Entonces, casi balbuciendo, volví a preguntar:
−¿Tendríais la amabilidad de repetirme vuestro nombre?
−Sí, por supuesto –dijo sonriente−. Me llamo Richard Johnson.
−Entonces sois vos… −marqué una pausa sin saber cómo seguir.
−¿Qué ocurre? –preguntó Richard Johnson, mirándome con extrañeza−. ¿Qué encontráis de raro en mi nombre? Sabed que no tolero que se burlen de mí.
−¡Oh, por favor, no os ofendáis! Entonces vos sois el tío carnal del joven Peter Hawkins.
−Sí, en efecto –confirmó mientras me miraba con ojos cargados de sorpresa−. ¿Conocéis acaso a mi sobrino, hijo de mi difunta hermana Embeth? ¿Sabéis dónde está? Exijo respuestas prontas y claras.
Por lo que pude apreciar, Richard Johnson era persona de carácter excitable. Comprendí que era mejor no darle motivos para que se enojara. Procedía ponerle al tanto de cada una de mis peripecias.

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).




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