Mi padre se emocionó el día que supo que se me había dado bien el examen de ingreso en la universidad. Mi emoción por aquella escena tardaría en llegar bastantes años. Con la excusa de los estudios, me replegué más en mi mismo. Fui creciendo poco a poco, y sentí que mis padres ya comenzaban a mirarme con respeto. Aún no aceptaban mi retraída personalidad, pero me parece que empezaban a cerciorarse de que yo estaba escalando unas alturas vedadas a ellos. Yo no era más que el que siempre había sido. Sin embargo, me miraban distinto. Y querían que viviera y no malgastara mis años de juventud. En realidad, jamás supieron decirme en qué parte de mi vida hubo malgasto de mi juventud. Nunca les hablé del reducto arbolado que rodeaba los edificios de la universidad, el lugar al que me allegaba para comer en soledad (con sol, lluvia o frío), no porque mis compañeros me despreciaran, sino porque la soledad me llamaba a su encuentro.
Mi padre se enorgulleció el día que juré bandera, e incluso renovó su juramento a la patria para contar con el gozo de acompañarme. Me di cuenta de lo que me quería la víspera de mi marcha al servicio militar. Sintió el miedo de que pudieran hacerme daño. Sus lágrimas afloraron, y me dijo:
-Hijo mío, estoy acojonado, te quiero mucho.
-Tengo veinticuatro años. No me va a pasar nada –traté de consolarle.
Aunque fumara, fue el primer abrazo verdadero que le di en mucho tiempo. Oh, el otro abrazo había tenido lugar cuando yo contaba diez años. Una canción de Los Panchos (“En mi viejo San Juan”) me despertó la alarma de que algún día mi padre moriría. Aún me persiguen esos versos: “Mi cabello blanqueó./ Ya mi vida se va,/ ya la muerte me llama./ Y no quiero morir/ alejado de ti”. En ese abrazo de infancia, el cabello de mi padre ya blanqueaba y cuando tosía parecía que iba a echar los bofes… Debió haber habido más abrazos. Los abrazos de los padres son como la batería cargada que activa el valor para gozar y sufrir la vida.
Y se presentó aquella Semana Santa donde mi tristeza y los rezos por mi padre se desbordaron. Tosía convulsivamente cuando llegamos a la Aldea; se le iba el alma con cada nueva tos. Nunca había pasado: le encantaban las procesiones de Aldea, y en aquella ocasión no lograba verlas terminar. Volvía a casa con insólita premura, y todo su anhelo era recostarse en el canapé para ver si así se le calmaba la horrible disnea que padecía. Empecé a sentir temor de perderlo, lo que me impulsó a encerrarme en una constante oración interna; solía pasar muchas horas a la cabecera de su cama. No hablábamos, y él mismo, en mitad de su agonía, no podía por menos de admirarse.
-¿Qué haces aquí a todas horas?
-Simplemente quiero estar contigo.
Se hubiera asustado si le hubiera dicho que rezaba para que Dios lo salvara. Se le hubiera despertado el temor de que su hora se acercaba. Era patético ver que hasta había perdido las ganas de comer; ingerir un simple tazón de consomé se le antojaba un auténtico suplicio. Había que tomar una decisión... Lo metí en el coche y lo llevé a urgencias.
CONTINUARÁ...
Ilustración: "Abrazo", por cortesía de la pintora argentina Sonia Salazar.
El jardinero de las nubes.
6 comentarios:
Los abrazos son muy importantes... más de lo que creemos.
Lástima que en la mayoria de ocasiones, tendemos a sentir, pero no a expresar con actos lo que sentimos.
En las relaciones de padres e hijos, como tu dices,(y en todas) deberia haber más abrazos, más besos y más palabras de cariño... Pero, parte la sociedad que vivimos, que parece limitar dichas muestras... parte nosotros mismos, la conclusión es que muchas veces dejamos pasar el valioso tiempo, por ambas partes, sin demostrar lo que uno quiere al otro... que aunque, a veces, se presuponga, siempre es sumamente más agradable escuchar las palabras, o experimentar realmente ese "contacto", ese cariño, y disfrutar de un sentido abrazo, de un cariñoso beso, o de un sincero "te quiero"...
Lamentablemente, guardamos demasiadas veces lo que sentimos para nosotros,por el motivo que sea, con la esperanza de que el otro lo adivine... No siempre es así.
Bonita historia. Llena de sentimientos de amor que intentan y consiguen aflorar por las dos partes.
Debió haber mas abrazos, quizá si... pero estar ahi, a la cabecera, esa preocupación, estoy segura de que hizo sentir a tu padre todo el cariño inmerso en ese solitario muchacho...
Sentirse querido es muy importante, y muy satisfactorio. Y ver que la gente que quieres está y sigue a tu lado, más. Da paz...y felicidad.
Me encantan los abrazos... y también la gente que sabe darlos de corazón...
Deberiamos practicarlos mas a menudo...
Un abrazo fuerte para ti, amigo...
Nubbbe.
PD.Por cierto, me gusta ese toque más animado de la música de fondo.. :)
Cuanto podemos entregar en un abrazo sincero!!!!!!
Y cuanto nos pueden quitar en un abrazo forzado...
Es increible pero muchas veces un abrazo dice todo lo que se intenta ocultar, mas elocuentemente que lo que se intenta demostrar.
Lo que si es seguro que son necesarios, son como la gota de agua que permite que brote una semilla.
Un abrazo grande, apretado, lento y calido.
Gracias amigo por compartir tus abrazos enredados entre palabras.
EL amor de padre todo lo puede, y un abrazo a tiempo cambia el sentido del amor sobre el rencor.
Besos
Jardinero me pones el vello de punta con este tierno y conmovedor relato.Gracias por ofrecernos tus vivencias para compartirlas a tu lado.No cambies nunca.
Un abrazo muy grande.
Me ha emocionado este relato tan tierno, no dejare de leer nunca tus relatos, cuánta razón llevas Jardinero... es que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos, de nuevo se me han saltado las lágrimas... Gracias Jardinero.
Un Abrazo
Pluma de Pintura.
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