La tarde del entierro comenzó mal. Los de pompas fúnebres propiciaron un retraso que me hizo temer anticipadamente las iras del entonces cura-párroco de Aldea. Yo no quería agrios cruces de palabras ni enfrentamientos en la misa por el sufragio del alma de mi padre. Me mostré humilde y contrito con el cura, él aparentemente aceptó mis disculpas, pero las cosas siguieron por malos derroteros. Dio una misa de papagayo, ausente de todo sentimiento, a una velocidad de vértigo. Me arrodillé en el banco y me olvidé del oficio religioso. Detrás de mí escuchaba las respiraciones de mis parientes espurios. Los reflejos de la hermosa tarde de cielo despejado se tamizaban a través de los vitrales, y fue lo más alentador del oficio fúnebre, el guiño de Dios más allá de los muros de la vieja parroquia. Yo ya lo tenía aprendido a lo largo de los años: una parroquia que expulsaba a sus hijos y dejaba impasible que Dios se le colara por entre las rodillas; una parroquia del mucho aparentar y destacar y del poco sentir. Una vez creí que podría encontrar allí mi sitio, pero ahora, estando mi padre de cuerpo presente, me di cuenta de que yo no podría volver allí ni esperar ser bien recibido. También recordé el entierro de ella, en una tarde no tan hermosa como la presente, una tarde en la que los cielos se deshacían en lluvias copiosas y nubarrones prietos.
El oficio terminó. El cura tomó las de Villadiego sin tener la atención de despedirse de nosotros. Los escasos familiares (excepción hecha de los espurios) nos pusimos delante del ara del altar para recibir el pésame de los asistentes a la misa, lo que vulgarmente se conoce allí como “dar la cabezá”. A mí, y estoy seguro de que mi padre opinaría lo mismo, me sobrada toda esa ceremonia en la que la sinceridad brillaba por su ausencia.
El cortejo que acompañó al cementerio fue muy escaso. Una de mis primas me tomó del brazo y tal gesto fue un regalo tan hermoso, que algunas de mis lágrimas ausentes me distorsionaron la vista del sol poniente. Se puede decir que hasta hacía un poquito de calor, pese al mes de enero, y creo recordar el zumbido de un moscardón por entre las flores que adornaban el coche fúnebre.
Ya estaba abierta la tumba. Los albañiles tenían preparadas las maromas para bajar el féretro. Entonces volví a acordarme de ella, ahora que estaba a punto de dejar de ser la única moradora de la sepultura familiar. Y es cierto, en ninguno de esos miles de días sin su presencia había dejado yo de pensar en ella; ahora venía mi padre a buscar su acomodo en este recordar incesante. Ya no estaban, ya se habían ido. Hasta mis familiares espurios se fueron por las sendas del cementerio, una vez cumplido el absurdo protocolo social que las costumbres exigen, sin gastar palabras que no se les antojaba que merecieran la pena. Mi madre me esperaba en casa; no le gustaban los entierros; ni siquiera pudo asistir a la inhumación de ella, hacía ya tanto tiempo.
El coche alquilado por la funeraria nos conducía a casa por el camino del cementerio, teñido por los dorados arreboles del atardecer. Mis familiares espurios quedaron en la cuneta, talmente la cuneta de la vida. No hubo saludos ni gestos de reconocimiento por entrambas partes. A causa de mi madre fueron al entierro, porque las vecinas no dijeran, porque en el pueblo aún se recitaba el refrán que sostiene que es preferible la enfermedad antes que la deshonra. No pude por menos de afirmarme en la convicción de que jamás compraría la buena reputación a trueque de la mentira y la hipocresía. Si por esto se consigue el desprecio, sea bienvenido entonces, antes que consentir que el alma acabe languideciendo entre los negros tentáculos de la mentira.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
El oficio terminó. El cura tomó las de Villadiego sin tener la atención de despedirse de nosotros. Los escasos familiares (excepción hecha de los espurios) nos pusimos delante del ara del altar para recibir el pésame de los asistentes a la misa, lo que vulgarmente se conoce allí como “dar la cabezá”. A mí, y estoy seguro de que mi padre opinaría lo mismo, me sobrada toda esa ceremonia en la que la sinceridad brillaba por su ausencia.
El cortejo que acompañó al cementerio fue muy escaso. Una de mis primas me tomó del brazo y tal gesto fue un regalo tan hermoso, que algunas de mis lágrimas ausentes me distorsionaron la vista del sol poniente. Se puede decir que hasta hacía un poquito de calor, pese al mes de enero, y creo recordar el zumbido de un moscardón por entre las flores que adornaban el coche fúnebre.
Ya estaba abierta la tumba. Los albañiles tenían preparadas las maromas para bajar el féretro. Entonces volví a acordarme de ella, ahora que estaba a punto de dejar de ser la única moradora de la sepultura familiar. Y es cierto, en ninguno de esos miles de días sin su presencia había dejado yo de pensar en ella; ahora venía mi padre a buscar su acomodo en este recordar incesante. Ya no estaban, ya se habían ido. Hasta mis familiares espurios se fueron por las sendas del cementerio, una vez cumplido el absurdo protocolo social que las costumbres exigen, sin gastar palabras que no se les antojaba que merecieran la pena. Mi madre me esperaba en casa; no le gustaban los entierros; ni siquiera pudo asistir a la inhumación de ella, hacía ya tanto tiempo.
El coche alquilado por la funeraria nos conducía a casa por el camino del cementerio, teñido por los dorados arreboles del atardecer. Mis familiares espurios quedaron en la cuneta, talmente la cuneta de la vida. No hubo saludos ni gestos de reconocimiento por entrambas partes. A causa de mi madre fueron al entierro, porque las vecinas no dijeran, porque en el pueblo aún se recitaba el refrán que sostiene que es preferible la enfermedad antes que la deshonra. No pude por menos de afirmarme en la convicción de que jamás compraría la buena reputación a trueque de la mentira y la hipocresía. Si por esto se consigue el desprecio, sea bienvenido entonces, antes que consentir que el alma acabe languideciendo entre los negros tentáculos de la mentira.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
5 comentarios:
La hipocresía social ha sido un mal de siempre que no pocos escritores se han afanado en criticar. Algunos la llaman "diplomacia", otros "mano izquierda". Y mora en todos los estamentos sociales, especialmente en uno que quizá debiera dar ejemplo con su actitud.
Admiro tu franqueza y tu buen saber estar en situaciones en las que tienes dos opciones: agradecer con "diplomacia" las mayores o menores condolencias, o girar tus pasos hacia la soledad de la sinceridad.
La honestidad con nosotros mismos y con la verdad de nuestros principios, nos eleva a posiciones que están muy por encima de farsas, comedias y tragedias del cotidiano vivir. Es un tamiz en el que acabamos encontrando a con quien verdaderamente merece la pena compartir nuestros días.
Tus palabras reflejan tal sinceridad, honestidad, sentimiento y verdad, que para mí estás situado hace ya tiempo en el lujo de ese tamiz.
Muy bellas letras, Jardinero.
Un beso.
Bueno amigo jardinero, como ya sabes en esto de la informática estoy verde, por eso los dos comentarios suprimidos.
Dicho esto, e de decirte que estoy de acuerdo con Marisa, admiro tu franqueza, y el saber aguantar tus sentimientos, para con las personas que te acompañaban.
como tu sabes mi forma de ser es muy espontánea, creo que hubiese saltado con todo lo que debías tener dentro, pero creo que la mejor forma de actuar es la tuya, es por eso amigo mi, te admiro, y tu lo sabes.
una vez mas te leo y lo vivo, y eso amigo mio, es para darte las gracia.
Muchas gracias
Hola Jardinero...
No se que sentido pueda tener tal hipocresia, tal modo de aparentar. Por los vecinos dices?..me pregunto que satisfaccion movera a este tipo de gente, tan abundante, a realizar este tipo de actos sin cortarse un pelo... aun a causa del sufrimiento ajeno, cosa por cierto, que parece importarles poco...
Ante estas situaciones, quiza lo correcto sea guardar la calma por inutilidad de lo contrario. Estas personas jamas comprenderian con ningun metodo, que lo que hacen esta mal... y caso de saberlo les da igual, disfrutan con ello...
Pero creeme, que aunque soy de guardar las formas, de pensar antes de actuar, de anticiparme a las consecuencias y de evitar conflictos... a veces, en ocasiones como esta, me dan ganas de sacar el Alien que llevo dormido dentro, dejar que se desate, y actue en defensa y conveniencia, dando a este tipo de gente, lo que a mi parecer merecen.Nadie deberia tener el poder de hacer sentir mal a otro y menos intencionadamente. El mal, la maldad, las rencillas sobran en estas ocasiones, donde deberian pensar, alejandose de su comportamiento habitual, que si no tienes nada bueno que ofrecer, mejor te quedas en casa..
Ser hipocrita, huraño, vengativo, hiriente etc en esta ocasion en que alguien se va, es del genero mas bajo, y disfrutar con la desgracia ajena, maxime en momentos asi, solo denota ser de la peor especie.
Queda el consuelo de que ellos mismos quedan retratados ante los demas, y de saber que bastante desgracia tienen por ser como son.
Aunque a veces me imagino abofeteando a este tipo de gente, y eso que no soy nada agresiva...
En cuanto al cura-parroco... bueno hay dias en que parece que todo se junta para redondear. Los de pompas funebres, con la insensibilidad que les caracteriza, y el parroco con mayor delito, puesto que representa a Dios en ese momento final de entrega y despedida. Solo haciendo su trabajo, mal hecho, sin sentimiento, sin la bondad y ternura que predican. Solo tramite formal y nada de ayuda, nada de conectar con el otro lado... nada de apoyo y soporte a la familia.. A veces me sorprende como tanta gente que deberia ser sensible, realizar sus trabajos con la amabilidad y ternura que deberian, se comportan de forma mecanica y hostil... dejandote a ti mismo,en soledad, la tarea de preparar los acontecimientos, de crear el ambiente propicio para, en este caso, la despedia y el paso al otro lado...
Tu mismo, buscaste a tu Dios, encontraste la forma de desconectar del barullo real, creaste luces, sentimientos, puentes... permitiendo que lo malo que acmpañaba al momento se disipara en la niebla del mundano,trivial y hostil entorno...
A veces flotamos en nuestra propia mente, creando un entorno apartado de este mundo,que magicamente se convierte en real, donde nada ni nadie puede atropellarnos, donde tenemos el poder de dirigir las cosas como queremos que sean, sin interrupciones molestas, sin faltas de sensibilidad, sin prisas...simplemente como imaginamos que deberian ser... y asi son.
Odio la hipocresia social, ni que decir de la maldad de algunos que aprovechan momentos de debilidad... No creo en curas,formalismos, dioses,y muy poco en los demas... Asi que cada vez mas, hago lo que creo que quiero hacer, quiza ni siquiera lo que debo hacer... y no me importa nada lo que "piensen" los vecinos... solo lo que piense yo de mi misma. Eso es importante... Aunque la consecuencia sea la soledad...
Un abrazo muy fuerte, amigo.
Aunque bastante ausente, he seguido todo... como sabes, participando como en primera persona, gracias a tus sentidas y maravillosas palabras...
Los finales siempre son demasiado duros.
Lo unico importante a recordar es el amor de tu padre, y la bondad de su alma... y que descanse en paz. Lo demas, lo malo,borralo. No merece la pena.
Un beso...
Nubbbe.
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