RELATO GALARDONADO CON EL TERCER PREMIO DE NARRATIVA EN EL CONCURSO LITERARIO "SIN FRONTERAS", LETRAS-KILTRAS MÉXICO
Claude Valancourt tenía una casa a orillas del Mar de Bretaña. Los años lastraban sus hombros, y esa playa solitaria estaba allí desde que se iniciaran sus recuerdos de niño.
Valancourt era escritor. Por las mañanas escribía con la mejor luz del día; por las tardes se recorría todo el arenal buscando la caracola de aquella niña a quien nunca le preguntó su nombre.
Sucedió hace tantos años... Valancourt tenía entonces las piernas ligeras y la sangre ardiente de la mocedad, y solía echar a volar una cometa por encima de las nubes del litoral.
La niña estaba sentada en un bajío. Su vestido era una gasa vaporosa, su sombrero de arroz estaba adornado con bonitos lazos de colores. Sus cabellos eran hebras del sol, sus ojos extensiones del mar y en su sonrisa faltaban algunos dientes de leche. Valancourt la miró con súbita admiración. La cometa cayó al arenal haciendo cabriolas en el aire.
La niña le tendió a Valancourt una hermosa concha de cangrejo ermitaño.
-Tómala, es para ti.
Valancourt se sintió importante y afectó un gesto de rechazo. Admiraba a la niña pero quería hacerse el interesante. Le dio las espaldas a ella.
-Dejaré la concha en la arena, por si alguna vez quieres llevártela.
Valancourt recogió la cometa, y, sin mirar atrás, se alejó del lugar. Aún no lo sabía, pero una semilla de melancolía germinaba en su interior.
Al día siguiente no encontró a la niña en la playa. Volvió varios días más y era inútil: ella se había ido.
Se acordó de la caracola, y empezó a buscarla.
Después de casi cincuenta años, aún seguía buscándola. La gente dudaba de la rectitud de su juicio, pero no le reprochaban nada porque era un gran escritor. Sabían que había pasado casi toda su vida a la orilla del mar, empeñado en una búsqueda infructuosa... El recuerdo de aquella niña desconocida que pudo ser mi amiga y tal vez mi amada…
Valancourt ya era viejo. Aunque su esperanza hubiera languidecido hacía décadas, no había renunciado a los paseos por el arenal.
Una dorada tarde de octubre las olas arrojaron a la playa la concha de un cangrejo ermitaño. Valancourt la tanteó con la contera de su bastón, y notó que su viejo corazón le brincaba en el pecho. La tomó en sus temblorosas manos. Sus ojos se hundieron en las lágrimas.
-Es tu concha, niña. Al fin la he encontrado.
Atardecía cuando estaba de regreso en su casa. Colocó el hallazgo sobre su mesa de trabajo, situada frente a un ventanal que abarcaba toda la panorámica de la costa. Se sentó en la inmediata silla, y se sumió en la recreación de la vida que pudo haber sido.
Esa noche vio nacer las estrellas, y, en la cúspide del firmamento, se alzó el deslumbrante disco de la luna. Sus ojos se prestaron a la fantasía; creyó vislumbrar a una niña volando una cometa sobre el marco plateado del satélite de los sueños y los recuerdos.
Valancourt se levantó de la silla, abrió la ventana y gritó a los vientos de la noche:
-¡Niña, recibí por fin tu regalo! Espérame y juntos haremos volar la cometa.
Desde entonces, Valancourt dejó de salir cada tarde al arenal. Ya no necesitaba buscar lo que en realidad no había perdido. Su sueño estaba cumplido.
El jardinero de las nubes.
Claude Valancourt tenía una casa a orillas del Mar de Bretaña. Los años lastraban sus hombros, y esa playa solitaria estaba allí desde que se iniciaran sus recuerdos de niño.
Valancourt era escritor. Por las mañanas escribía con la mejor luz del día; por las tardes se recorría todo el arenal buscando la caracola de aquella niña a quien nunca le preguntó su nombre.
Sucedió hace tantos años... Valancourt tenía entonces las piernas ligeras y la sangre ardiente de la mocedad, y solía echar a volar una cometa por encima de las nubes del litoral.
La niña estaba sentada en un bajío. Su vestido era una gasa vaporosa, su sombrero de arroz estaba adornado con bonitos lazos de colores. Sus cabellos eran hebras del sol, sus ojos extensiones del mar y en su sonrisa faltaban algunos dientes de leche. Valancourt la miró con súbita admiración. La cometa cayó al arenal haciendo cabriolas en el aire.
La niña le tendió a Valancourt una hermosa concha de cangrejo ermitaño.
-Tómala, es para ti.
Valancourt se sintió importante y afectó un gesto de rechazo. Admiraba a la niña pero quería hacerse el interesante. Le dio las espaldas a ella.
-Dejaré la concha en la arena, por si alguna vez quieres llevártela.
Valancourt recogió la cometa, y, sin mirar atrás, se alejó del lugar. Aún no lo sabía, pero una semilla de melancolía germinaba en su interior.
Al día siguiente no encontró a la niña en la playa. Volvió varios días más y era inútil: ella se había ido.
Se acordó de la caracola, y empezó a buscarla.
Después de casi cincuenta años, aún seguía buscándola. La gente dudaba de la rectitud de su juicio, pero no le reprochaban nada porque era un gran escritor. Sabían que había pasado casi toda su vida a la orilla del mar, empeñado en una búsqueda infructuosa... El recuerdo de aquella niña desconocida que pudo ser mi amiga y tal vez mi amada…
Valancourt ya era viejo. Aunque su esperanza hubiera languidecido hacía décadas, no había renunciado a los paseos por el arenal.
Una dorada tarde de octubre las olas arrojaron a la playa la concha de un cangrejo ermitaño. Valancourt la tanteó con la contera de su bastón, y notó que su viejo corazón le brincaba en el pecho. La tomó en sus temblorosas manos. Sus ojos se hundieron en las lágrimas.
-Es tu concha, niña. Al fin la he encontrado.
Atardecía cuando estaba de regreso en su casa. Colocó el hallazgo sobre su mesa de trabajo, situada frente a un ventanal que abarcaba toda la panorámica de la costa. Se sentó en la inmediata silla, y se sumió en la recreación de la vida que pudo haber sido.
Esa noche vio nacer las estrellas, y, en la cúspide del firmamento, se alzó el deslumbrante disco de la luna. Sus ojos se prestaron a la fantasía; creyó vislumbrar a una niña volando una cometa sobre el marco plateado del satélite de los sueños y los recuerdos.
Valancourt se levantó de la silla, abrió la ventana y gritó a los vientos de la noche:
-¡Niña, recibí por fin tu regalo! Espérame y juntos haremos volar la cometa.
Desde entonces, Valancourt dejó de salir cada tarde al arenal. Ya no necesitaba buscar lo que en realidad no había perdido. Su sueño estaba cumplido.
El jardinero de las nubes.
6 comentarios:
No debemos cerrar los ojos ante las caracolas que nos ofrece la vida y el amor: el precio del error es vagar infinitamente por playas hasta que el mar caprichosamente nos las devuelve a nuestras manos. Es entonces cuando disfrutamos de la libertad de esa cometa que nuestra felicidad hace volar.
No tengo palabras para describir y ponderar tu relato, ya que otros lo han hecho por mí antes, y muy acertadamente. Sólo te diré humildemente que me parece de una sensibilidad, ternura, profundidad y perfección admirables. Es una verdadera joyita, Jardinero.
Mi felicitación y completa admiración.
Abrazos.
Hola amigo...
Hacia tiempo que no venia por aqui... Andaba un poco "despistada",tu sabes... Pero de repente recordé que tenia algo pendiente.... y me pasé a ver...
No me extraña lo del galardon. Muy merecido.
Encontré un relato genial lleno de sensibilidad y dulzura. De una ternura especial, envuelta en miles de sentimientos. Un texto cargado de recuerdos,y amor... Palabras rodeadas de un halo especial, que provocan una segunda lectura no visible a los ojos... que unicamente percibe el alma...
Siempre he admirado a esas personas que con unas pocas lineas y escogidas palabras, saben describir y transmitir toda una vida... Tú lo haces...
"No se puede perder lo que jamas se ha tenido", dicen. Pero en ocasiones esas visiones de lo que pudo ser y no fue, son tan reales que se viven de verdad, y forman parte de los recuerdos reales como cosa vivida, mas que como mera posibilidad...
Los sueños no duelen... porque son imaginacion irreal consciente, creada en nuestra mente... Pero ese hecho que pudo ser...se recuerda como posibilidad real, como algo que pudimos tener y no tuvimos debido a torpes circunstancias...,
Es curioso como toda una vida pueda girar en torno a un sencillo, imprevisto y corto momento al que en principio no damos importancia, pero que no se sabe porque, se convierte en huella imborrable, en motor y eje central de muchisimo tiempo...
Error involuntario, debido a extrañas circunstancias, que provocan resultados inesperados y totalmente distintos a los que se pretendieron obtener...
Una torpeza que se convierte en tortura... Una tortura que nos acompaña y persigue dia tras dia... Cuantas veces nos preguntamos "que hubiera pasado si yo en ese momento..." y se siente esa angustia por lo que podriamos haber hecho y no hicimos, perdiendo aquella posibilidad de felicidad... Y ese error, deja un hueco, un vacio, con el que podemos seguir viviendo, pero que resulta imposible de llenar... Dia a dia creando esperanza... suplicando poder remendar... deseando que llegue ese minuto de encontrar aquello que perdimos sin aun haberlo obtenido...
La vida se muestra cruel, a veces.
Valancourt consiguio completar el circulo...
Algunos aun seguimos buscando...
Me encantó tu escrito,como siempre.
Permiteme que lo guarde en mi coleccion de tesoros escritos, que voy encontrando casualmente por el camino, y que por alguna razón, me resultan "especiales"...
Mis mas sinceras felicitaciones, mi admiracion la tienes ya desde el principio, lo sabes.
Un abrazo muy fuerte, y emocionado, amigo Jardinero.
He de escribirte...
Nubbbe.
Hermoso escrito, suele pasar que lo que se escribe es una enseñanza que por coincidencia se vive o se vivió.
A un amigo le pasó asi, rechazo la caracola que la vida le ofreció, quizá hizo bien, no lo sé, pero yo le desie que fuera muy feliz.
Un cuento muy especial para mi, una joya.
Relectura y sin duda uno de los mucho buenos cuentos que me encantan.............,..................siempre!!!
HERMOSO ESCRITO, GRAN NOSTALGIA ENTRE TIBIOS RIOS
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