Su familia no esperaba que entrara por la puerta principal hecho una tromba. En su mano enarbolaba el billete portador de tan buenas nuevas. Su rostro estaba acaparado por una alegría casi demencial.
-¡Fuera esas caras largas! –exclamó con la mirada achispada-. Todo va a cambiar. Traigo la solución a nuestros problemas. Mirad lo que he encontrado.
Paula le cogió la esquela y, frunciendo los párpados, leyó su contenido.
-¿Qué es esto?
-¿Es que no lo ves? ¡Se trata de un milagro!
-¡A ver, a ver! –dijeron sus hijos, espoleados por la curiosidad.
José Ángel no dejaba de sonreír, pero su esposa no le secundaba. ¿Se habría vuelto definitivamente majareta? ¿Cómo tenía arrestos a afirmar que la solución a sus problemas radicaba en un simple papel garabateado?
-¿Dónde lo has encontrado? –preguntó ella con una nota despectiva en su acento.
-En el sitio donde me refugiaba de mi propia ignominia las últimas semanas.
-¿Y qué?
-¿Es que no lo entiendes, Paula? Es un mensaje del cielo, dirigido a un padre como yo.
-Creo que el hambre te empieza a embotar los sesos.
-¿No vamos a la Iglesia y pedimos que se realicen milagros como éste? ¿Vamos a rechazar un milagro porque aparezca reflejado en un humilde trozo de papel? Yo creo en este milagro como creo en Dios, que aunque parezca escondido no deja de estar cerca de nosotros. Es Nochebuena y no podemos celebrarla con el lujo de otros años. Pero sí la celebraremos con un amor renovado con el paso de los años, porque yo… yo os quiero mucho.
Paula no pudo articular palabra. Se dejó llevar por la emoción y acabó en brazos de su marido, en tanto que las lágrimas surcaban sus mejillas. Pronto los hijos se sumaron al abrazo. No fallando el amor, es incorrecto afirmar que todo se ha perdido. El amor que se profesaban les impulsaba a comenzar de nuevo, pues en el comienzo reside el auténtico milagro.
Fueron a la Misa del Gallo, con los estómagos ligeros pero con las almas saciadas. Entonaron los himnos del cantoral cogidos de la mano. Hacía siglos un niño nació en un humilde lugar de Belén y fue depositado amorosamente en un pesebre, un niño que pertenecía a la realeza de los cielos. ¿Acaso no se podía sacar una enseñanza de este acontecimiento? Un niño que nació humilde, que vivió humildemente y que entregó su vida despreciado como un malhechor. Y ese niño tuvo una familia que también vivió bajo el sello de la más candorosa humildad. José Ángel notó cierto hervor en su corazón. Aquí se encontraba él, junto con su familia, rindiendo homenaje a un niño que jamás conocería el lujo de los palacios de los reyes y que tampoco formaría parte de ningún club de campo ni acudiría a las fiestas de la alta sociedad.
Mientras el servicio religioso se desarrollaba, José Ángel cavilaba sobre lo que harían los siguientes días. Dejarían el chalet de la Colonia Mirasierra (eso seguro) y pediría a su padre hospitalidad en el piso de la portería de la calle de Fernando Poo, que aunque pequeño bien podría albergarles, pues su padre vivía solo allí desde que enviudara y además estaba a punto de jubilarse. Y existían fundadas probabilidades de que José Ángel pudiera sucederle en el puesto de portero. Era consciente de que sus bienes serían embargados y tendría que empezar lo que se dice de cero. Sus hijos habrían de dejar el colegio de la Alameda de Osuna y acudir a los centros públicos de la zona. Siempre es difícil comenzar, pero el amor haría que el yugo fuera suave y la carga ligera. Y al final la vida, despojada de tantas complicaciones y vanalidades, sería auténticamente hermosa.
Durante el rezo del Padrenuestro, José Ángel abarcó a su familia con una misma mirada. Era un milagro verles sonreír, pero lo estaban haciendo.
Acto seguido cerró los párpados e inclinó su frente hacia el techo del templo.
En algún lugar del cielo, se escuchó una plegaria de gratitud.
FIN
El jardinero de las nubes.
-¡Fuera esas caras largas! –exclamó con la mirada achispada-. Todo va a cambiar. Traigo la solución a nuestros problemas. Mirad lo que he encontrado.
Paula le cogió la esquela y, frunciendo los párpados, leyó su contenido.
-¿Qué es esto?
-¿Es que no lo ves? ¡Se trata de un milagro!
-¡A ver, a ver! –dijeron sus hijos, espoleados por la curiosidad.
José Ángel no dejaba de sonreír, pero su esposa no le secundaba. ¿Se habría vuelto definitivamente majareta? ¿Cómo tenía arrestos a afirmar que la solución a sus problemas radicaba en un simple papel garabateado?
-¿Dónde lo has encontrado? –preguntó ella con una nota despectiva en su acento.
-En el sitio donde me refugiaba de mi propia ignominia las últimas semanas.
-¿Y qué?
-¿Es que no lo entiendes, Paula? Es un mensaje del cielo, dirigido a un padre como yo.
-Creo que el hambre te empieza a embotar los sesos.
-¿No vamos a la Iglesia y pedimos que se realicen milagros como éste? ¿Vamos a rechazar un milagro porque aparezca reflejado en un humilde trozo de papel? Yo creo en este milagro como creo en Dios, que aunque parezca escondido no deja de estar cerca de nosotros. Es Nochebuena y no podemos celebrarla con el lujo de otros años. Pero sí la celebraremos con un amor renovado con el paso de los años, porque yo… yo os quiero mucho.
Paula no pudo articular palabra. Se dejó llevar por la emoción y acabó en brazos de su marido, en tanto que las lágrimas surcaban sus mejillas. Pronto los hijos se sumaron al abrazo. No fallando el amor, es incorrecto afirmar que todo se ha perdido. El amor que se profesaban les impulsaba a comenzar de nuevo, pues en el comienzo reside el auténtico milagro.
Fueron a la Misa del Gallo, con los estómagos ligeros pero con las almas saciadas. Entonaron los himnos del cantoral cogidos de la mano. Hacía siglos un niño nació en un humilde lugar de Belén y fue depositado amorosamente en un pesebre, un niño que pertenecía a la realeza de los cielos. ¿Acaso no se podía sacar una enseñanza de este acontecimiento? Un niño que nació humilde, que vivió humildemente y que entregó su vida despreciado como un malhechor. Y ese niño tuvo una familia que también vivió bajo el sello de la más candorosa humildad. José Ángel notó cierto hervor en su corazón. Aquí se encontraba él, junto con su familia, rindiendo homenaje a un niño que jamás conocería el lujo de los palacios de los reyes y que tampoco formaría parte de ningún club de campo ni acudiría a las fiestas de la alta sociedad.
Mientras el servicio religioso se desarrollaba, José Ángel cavilaba sobre lo que harían los siguientes días. Dejarían el chalet de la Colonia Mirasierra (eso seguro) y pediría a su padre hospitalidad en el piso de la portería de la calle de Fernando Poo, que aunque pequeño bien podría albergarles, pues su padre vivía solo allí desde que enviudara y además estaba a punto de jubilarse. Y existían fundadas probabilidades de que José Ángel pudiera sucederle en el puesto de portero. Era consciente de que sus bienes serían embargados y tendría que empezar lo que se dice de cero. Sus hijos habrían de dejar el colegio de la Alameda de Osuna y acudir a los centros públicos de la zona. Siempre es difícil comenzar, pero el amor haría que el yugo fuera suave y la carga ligera. Y al final la vida, despojada de tantas complicaciones y vanalidades, sería auténticamente hermosa.
Durante el rezo del Padrenuestro, José Ángel abarcó a su familia con una misma mirada. Era un milagro verles sonreír, pero lo estaban haciendo.
Acto seguido cerró los párpados e inclinó su frente hacia el techo del templo.
En algún lugar del cielo, se escuchó una plegaria de gratitud.
FIN
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
El amor hace que el yugo sea suave y la carga ligera...
Me ha gustado la moraleja del cuento, Jardinero.
Bello relato del que empaparse después de estos días ciegos de consumismo.
Aprovecho para desearte un feliz año.
Un fuerte abrazo.
Que bella historia. Me ha emocionado, y me ha encantada. Un bello cuento de navidad
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