domingo, 2 de marzo de 2014

Binomio fantástico y la redención de Pinocho


En la anterior sesión del taller de escritura creativa, Cristina Serrano, la monitora, nos encargó que pensásemos en una palabra; en mi caso fue “Nostalgia”.
Hoy vamos a trabajar la técnica del binomio fantástico, para lo cual la monitora nos asigna a cada uno una palabra (“Ventana”, en mi caso), para que en unión con la palabra que habíamos pensado en la anterior sesión, laboremos una historia por espacio de diez minutos. En mi caso, me cupo trabajar el binomio “Nostalgia-Ventana”. Éste es el texto que produje:

BINOMIO FANTÁSTICO (NOSTALGIA-VENTANA)
Mayor que el peso de mis piernas, que no me conducían adonde quería ir, era el de mis labios sellados. Su ventana respiraba muy cerca de la mía. Tras los tiestos de geranios y aspidistras, ocultaba mis ojos para poder contemplarla a mi sabor. Era tan hermosa, que mi incapacidad no se atrevía a hollar el relicario de sus silencios. Nos hicimos jóvenes a la vez, y no logré, pese a nuestra evidente cercanía, que ella supiera cómo era el rompecabezas irreconciliable de las inflexiones de mi voz.
—Hola —me atreví a susurrarle una tarde de ese abril madrileño, cuando el nimbo de su rostro taladró por fin la dureza de mi pecho.
—Hola —respondió ella, sonriéndome.
Un viento azucarado por la gloria naciente de la adolescencia, agitó las flores de mi ventana.
Atisbé de nuevo, y ella ya se había ido.
Mañana volveré a saludarla, susurré para mis adentros; mañana mis labios no tendrán peso. Mañana aprenderé a sonreír y a olvidarme de las nostalgias.

Acto seguido trabajamos la técnica del plagio creativo, que consiste en hacer una refundición de un cuento conocido. La monitora nos puso como ejemplo el cuento de Cenicienta, y nos encargó que en casa redactásemos un cuento utilizando esta técnica. Yo he escogido el personaje de Pinocho, y éste es el texto que presentaré en la próxima sesión:  

LA REDENCIÓN DE PINOCHO
Gepetto se sentía solo. Ya era viejo y la carcoma comenzaba a afligir sus articulaciones de madera. Tenía miedo de morir en soledad. Y ya era tarde para pedir licencia al emperador para cortar un cerezo y labrarse un hijo de madera. La tristeza de la soledad era más corrosiva que la carcoma.
Un día abrió la puerta de su cabaña y se encontró en el umbral un enorme pedazo de arcilla de amasar. Él no lo sabía pero era un regalo del hada de cabello azul: se trataba de arcilla del jardín de Edén, la misma que usara Dios para dar forma a Adán.
Gepetto se consoló, y con la arcilla modeló la figura de un niño. Desde los cielos, el viento transportó un soplo vital que hizo que la figura se transformase en carne y hueso. Gepetto se sintió emocionado, y dijo: 
—Te trataré como si fueras mi hijo, aunque no seas de madera como todos los seres que nos rodean. Te llamaré Pinocho, y serás la alegría de los últimos años de mi vida.
Gepetto amó a Pinocho, un niño de carne y hueso en un mundo de madera. A copia de grandes esfuerzos, consiguió matricular a su hijo en el grado elemental de la escuela de carpintería. Todos los compañeros de clase de Pinocho eran de madera, y él se dolía de ser tan diferente. Ni siquiera los consejos de su amigo Pepito Grillo le disuadían de sus empeños por hacerse un niño de madera.
—¿Quién me formó así? —le preguntó una tarde al regreso de la escuela de carpintería.
—Fue la hermosa hada de cabello azul —respondió Pepito Grillo—. Es de carne y hueso como tú.
—¿Dónde podré encontrarla?
—El mundo es demasiado extenso.
—Iré en su busca. Ella sabrá cómo convertirme en un niño de madera.
Pinocho marchó errante por el mundo sin decirle nada a su padre. Corrió muchas aventuras: la serpiente de cola humeante, los músicos de Génova, la hostería misteriosa, la ballena vacía… Pero la hermosa hada de cabello azul no aparecía por ninguna parte. Decidió, pues, regresar al lado de su padre.
Habían pasado muchas cosas desde su ida. La ciudad estaba sometida a la tiranía del gigante Comefuego; todo aquel que trataba de resistírsele, acababa sirviendo de pasto a su descomunal hoguera. Cada semana se convocaba a cien habitantes en la plaza del Ayuntamiento, para pasarlos por el fuego y evitar de esta forma que la hoguera se consumiera.
Cuando Pinocho arribó a casa, descubrió que Gepetto no estaba.
—Lo han capturado para alimentar la hoguera de Comefuego —le explicó tristemente Pepito Grillo.
Presa de una desesperación irreprimible, Pinocho se encaminó a la plaza del Ayuntamiento, donde la hoguera levantaba sus llamas a gran altura. Reconoció a Gepetto tras los barrotes de la jaula de los cautivos.
 —Libera a mi padre —le exigió a Comefuego, que acababa de darse un gran festín con las viandas que asaba en la hoguera.
Este último se le quedó mirando con unos ojos como los badajos de la campana de la Catedral. Su larga barba estaba constituida por llamas serpenteantes.
—¿Quién eres tú? No estás hecho de madera.
—¡Mentira! ¡Yo soy un muñeco de madera como todos los habitantes de esta ciudad!
Comefuego prorrumpió en risas demoníacas. Pinocho, enfurecido, se acercó a la cercana fuente y llenó un balde de agua. Acto seguido se encaminó hacia la hoguera.
—Arderás como todos los que lo han intentado —le espetó Comefuego.
Gracias a que Pinocho no estaba hecho de madera, pudo acercarse, no sin grandes esfuerzos y dolores, a la hoguera y arrojar sobre las brasas el contenido del balde. Las llamas emitieron un silbido agónico.
—¡Maldito! —chilló Comefuego, que tan ahíto de comida estaba, que le fue imposible ponerse en pie.
Balde a balde, Pinocho logró sofocar la hoguera. Los prisioneros fueron puestos en libertad. Gepetto y Pinocho se fundieron en un abrazo emocionado.
—Eres mi hijo, y te quiero tal como eres.
—Eres mi padre, y quiero ser como tú me quieras.
Pinocho acabó aceptándose y vivió dichoso entre los muñecos de madera. Permaneció en la ciudad hasta que la carcoma acabó con los días de Gepetto. Entonces partió para recorrer el mundo, esta vez sin un propósito definido. Su amigo Pepito Grillo lo acompañaba, posado sobre el ala de su sombrero.
Un día llegaron junto a un palacio de torres de cristal, cuyas almenas se perdían en las nubes. En los jardines se encontraron con una hermosa joven de cabello azul.
—¿Quién eres tú? —le preguntó ella a Pinocho, luciendo las perlas de su sonrisa.
—Yo soy Pinocho, un muñeco de madera.
—Siempre deseaste ser eso, ¿verdad?
—Siempre lo he sido.
De repente, Pinocho sintió que algo le estaba ocurriendo. Pepito Grillo, sobrecogido de espanto, saltó a la hierba. Se fijó en las manos y la nariz de su amigo y descubrió que eran… ¡de madera!
Pinocho, cuya nariz había crecido desmesuradamente, miró con unción a la joven, y con una sonrisa le dijo:
—De madera o de carne y hueso, yo soy Pinocho.


Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).



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2 comentarios:

judith dijo...

Aqui estoy de nuevo visitandote despues de un buen tiempo. Un relato muy ingenioso. Me gusto muchisimo. Felicigaciones. Un abrazo desde Venezuela.

El jardinero de las nubes dijo...

Gracias,Judith. Siempre fue un honor tu amistad y la atención que me prestaste. Tus cuentos fantásticos son de lo mejor. Un abrazo.