En la anterior sesión del taller de escritura creativa, Cristina Serrano, la monitora, nos encargó que pensásemos en una palabra; en mi caso fue “Nostalgia”.
Hoy vamos a
trabajar la técnica del binomio fantástico, para lo cual la monitora nos asigna
a cada uno una palabra (“Ventana”, en mi caso), para que en unión con la
palabra que habíamos pensado en la anterior sesión, laboremos una historia por
espacio de diez minutos. En mi caso, me cupo trabajar el binomio “Nostalgia-Ventana”.
Éste es el texto que produje:
BINOMIO
FANTÁSTICO (NOSTALGIA-VENTANA)
Mayor
que el peso de mis piernas, que no me conducían adonde quería ir, era el de mis
labios sellados. Su ventana respiraba muy cerca de la mía. Tras los tiestos de
geranios y aspidistras, ocultaba mis ojos para poder contemplarla a mi sabor.
Era tan hermosa, que mi incapacidad no se atrevía a hollar el relicario de sus
silencios. Nos hicimos jóvenes a la vez, y no logré, pese a nuestra evidente
cercanía, que ella supiera cómo era el rompecabezas irreconciliable de las
inflexiones de mi voz.
—Hola
—me atreví a susurrarle una tarde de ese abril madrileño, cuando el nimbo de su
rostro taladró por fin la dureza de mi pecho.
—Hola
—respondió ella, sonriéndome.
Un
viento azucarado por la gloria naciente de la adolescencia, agitó las flores de
mi ventana.
Atisbé
de nuevo, y ella ya se había ido.
Mañana
volveré a saludarla, susurré para mis adentros; mañana mis labios no tendrán
peso. Mañana aprenderé a sonreír y a olvidarme de las nostalgias.
Acto seguido
trabajamos la técnica del plagio creativo, que consiste en hacer una refundición
de un cuento conocido. La monitora nos puso como ejemplo el cuento de
Cenicienta, y nos encargó que en casa redactásemos un cuento utilizando esta técnica.
Yo he escogido el personaje de Pinocho, y éste es el texto que presentaré en la
próxima sesión:
LA
REDENCIÓN DE PINOCHO
Gepetto
se sentía solo. Ya era viejo y la carcoma comenzaba a afligir sus
articulaciones de madera. Tenía miedo de morir en soledad. Y ya era tarde para
pedir licencia al emperador para cortar un cerezo y labrarse un hijo de madera.
La tristeza de la soledad era más corrosiva que la carcoma.
Un
día abrió la puerta de su cabaña y se encontró en el umbral un enorme pedazo de
arcilla de amasar. Él no lo sabía pero era un regalo del hada de cabello azul:
se trataba de arcilla del jardín de Edén, la misma que usara Dios para dar
forma a Adán.
Gepetto
se consoló, y con la arcilla modeló la figura de un niño. Desde los cielos, el
viento transportó un soplo vital que hizo que la figura se transformase en
carne y hueso. Gepetto se sintió emocionado, y dijo:
—Te
trataré como si fueras mi hijo, aunque no seas de madera como todos los seres
que nos rodean. Te llamaré Pinocho, y serás la alegría de los últimos años de
mi vida.
Gepetto
amó a Pinocho, un niño de carne y hueso en un mundo de madera. A copia de
grandes esfuerzos, consiguió matricular a su hijo en el grado elemental de la
escuela de carpintería. Todos los compañeros de clase de Pinocho eran de
madera, y él se dolía de ser tan diferente. Ni siquiera los consejos de su
amigo Pepito Grillo le disuadían de sus empeños por hacerse un niño de madera.
—¿Quién
me formó así? —le preguntó una tarde al regreso de la escuela de carpintería.
—Fue
la hermosa hada de cabello azul —respondió Pepito Grillo—. Es de carne y hueso
como tú.
—¿Dónde
podré encontrarla?
—El
mundo es demasiado extenso.
—Iré
en su busca. Ella sabrá cómo convertirme en un niño de madera.
Pinocho
marchó errante por el mundo sin decirle nada a su padre. Corrió muchas
aventuras: la serpiente de cola humeante, los músicos de Génova, la hostería
misteriosa, la ballena vacía… Pero la hermosa hada de cabello azul no aparecía
por ninguna parte. Decidió, pues, regresar al lado de su padre.
Habían
pasado muchas cosas desde su ida. La ciudad estaba sometida a la tiranía del
gigante Comefuego; todo aquel que trataba de resistírsele, acababa sirviendo de
pasto a su descomunal hoguera. Cada semana se convocaba a cien habitantes en la
plaza del Ayuntamiento, para pasarlos por el fuego y evitar de esta forma que
la hoguera se consumiera.
Cuando
Pinocho arribó a casa, descubrió que Gepetto no estaba.
—Lo
han capturado para alimentar la hoguera de Comefuego —le explicó tristemente
Pepito Grillo.
Presa
de una desesperación irreprimible, Pinocho se encaminó a la plaza del
Ayuntamiento, donde la hoguera levantaba sus llamas a gran altura. Reconoció a
Gepetto tras los barrotes de la jaula de los cautivos.
—Libera a mi padre —le exigió a Comefuego, que
acababa de darse un gran festín con las viandas que asaba en la hoguera.
Este
último se le quedó mirando con unos ojos como los badajos de la campana de la
Catedral. Su larga barba estaba constituida por llamas serpenteantes.
—¿Quién
eres tú? No estás hecho de madera.
—¡Mentira!
¡Yo soy un muñeco de madera como todos los habitantes de esta ciudad!
Comefuego
prorrumpió en risas demoníacas. Pinocho, enfurecido, se acercó a la cercana
fuente y llenó un balde de agua. Acto seguido se encaminó hacia la hoguera.
—Arderás
como todos los que lo han intentado —le espetó Comefuego.
Gracias
a que Pinocho no estaba hecho de madera, pudo acercarse, no sin grandes
esfuerzos y dolores, a la hoguera y arrojar sobre las brasas el contenido del
balde. Las llamas emitieron un silbido agónico.
—¡Maldito!
—chilló Comefuego, que tan ahíto de comida estaba, que le fue imposible ponerse
en pie.
Balde
a balde, Pinocho logró sofocar la hoguera. Los prisioneros fueron puestos en
libertad. Gepetto y Pinocho se fundieron en un abrazo emocionado.
—Eres
mi hijo, y te quiero tal como eres.
—Eres
mi padre, y quiero ser como tú me quieras.
Pinocho
acabó aceptándose y vivió dichoso entre los muñecos de madera. Permaneció en la
ciudad hasta que la carcoma acabó con los días de Gepetto. Entonces partió para
recorrer el mundo, esta vez sin un propósito definido. Su amigo Pepito Grillo
lo acompañaba, posado sobre el ala de su sombrero.
Un
día llegaron junto a un palacio de torres de cristal, cuyas almenas se perdían
en las nubes. En los jardines se encontraron con una hermosa joven de cabello
azul.
—¿Quién
eres tú? —le preguntó ella a Pinocho, luciendo las perlas de su sonrisa.
—Yo
soy Pinocho, un muñeco de madera.
—Siempre
deseaste ser eso, ¿verdad?
—Siempre
lo he sido.
De
repente, Pinocho sintió que algo le estaba ocurriendo. Pepito Grillo,
sobrecogido de espanto, saltó a la hierba. Se fijó en las manos y la nariz de
su amigo y descubrió que eran… ¡de madera!
Pinocho, cuya nariz había crecido desmesuradamente,
miró con unción a la joven, y con una sonrisa le dijo:
—De
madera o de carne y hueso, yo soy Pinocho.
2 comentarios:
Aqui estoy de nuevo visitandote despues de un buen tiempo. Un relato muy ingenioso. Me gusto muchisimo. Felicigaciones. Un abrazo desde Venezuela.
Gracias,Judith. Siempre fue un honor tu amistad y la atención que me prestaste. Tus cuentos fantásticos son de lo mejor. Un abrazo.
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