viernes, 6 de febrero de 2015

Cuentos Urbanos: El lado pornográfico de la vida (I) - Un cambio de vida


Podríamos pensar que los tiempos han cambiado, que los valores morales han evolucionado con respecto a los de épocas pretéritas, que hoy somos más liberales y tolerantes, que no existen tabúes ni límites en lo concerniente a la libre expresión. Todo es, no obstante, pura fachada. La tendencia a juzgar por las apariencias, a buscar a ultranza defectos en otras personas, a creernos mejores de lo que somos, todo eso sigue vigente y con más fuerza cada día. Quizá resulte sencillo acusar al prójimo de falta de moralidad, aun cuando en nuestro interior seamos un dechado de miserias.
De esto trata el nuevo cuento urbano que ofrezco a la consideración de los lectores. A pesar del título, lo pornográfico, en la acepción del término que actualmente resulta más popular, no deja de ser un simple telón de fondo, algo causal al fin y a la postre. Acaso lo pornográfico no sea lo relativo a la promiscuidad sexual, sino el desprecio al prójimo por envidias, recelos, animadversiones, rencores u otros resentimientos.
Como autor literario, y ya con la edad que me gasto, no tengo que sonrojarme por publicar algo parecido. Tuve la querencia de hacerlo, y, no sin alguna reticencia previa, lo he escrito y me arriesgo a publicarlo. Quien quiera encontrar en este relato elementos de juicio en contra de mi moralidad, que quede bien servido. Si llegan al final de la lectura de los distintos episodios, tal vez se susciten pensamientos diferentes a los que el solo título pudiera sugerir.
Con todo y con eso, advierto que esta lectura sólo es adecuada para personas mayores de edad (al menos en los pasajes de sexo explícito). Sé que esta advertencia puede resultar ociosa en el mundo de Internet, donde es imposible poner puertas al campo, pero por mi parte declino toda responsabilidad de escándalo por cuanto he hecho la oportuna recomendación de edades.
Asimismo, quiero advertir que éste es un relato ficticio, producto de mi imaginación, por lo que invoco el amparo del derecho constitucional a la actividad creativa. Aunque esté ambientado en lugares reales, no me mueve ningún deseo de ofender a nadie ni subyace ninguna intencionalidad que pudiera ser interpretada como racismo, condena a actividades que constituyan un modo de vida, ataque a una comunidad religiosa, etcétera. Tan sólo me mueve un interés literario y el discurso dramático del relato en nada se corresponde con la realidad.
Por otra parte, si dejamos aparcados ciertos detalles escabrosos, hasta puede resultar una historia realmente bonita.

«San Francisco, abril de 2004.
»Soy la chica más buena de esta tierra. He asimilado desde pequeña las fuentes de la moralidad, no he hecho daño a nadie, por mucho daño que me hayan hecho a mí en el pasado… Mi nombre es el de la misma virtud.»
Aquí había concluido el diario de su vida de antes. Solange Reyes se tocó el coño. La sensación de amarlo y odiarlo al mismo tiempo. Lleno de vida y con los músculos en plena forma, palpitantes, prestos a ser hilo conductor de placeres y fantasías inconfesables. En este negocio la juventud implicaba la perfección del cuerpo, y las calorías residuales podían ponerla a una en la antesala de los infiernos. La madurez llegaría, las arrugas cercarían su mirada verde de aguas reposadas, tal vez seguiría sintiendo los mismos deseos. ¿Quién iba a saberlo ahora?
Cogió con sus dedos de esmerada manicura el viejo diario, empuñó el bolígrafo y añadió lo siguiente a las últimas palabras:
«Los Ángeles, junio de 2011.
»Soy la más zorra de esta tierra. He asimilado desde mi juventud todos los secretos del negocio del placer. Me han metido la polla por todos los agujeros, he hecho mamadas sin fin, he bebido orina y semen... Mi nombre es el de la misma degradación.»
Joder, se me ha corrido el puto rímel. ¿Llorar a estas alturas de mi carrera? ¡Hostias, y dentro de diez minutos empiezo el rodaje!
Metió el cuaderno dentro de su bolso. Por hoy se había terminado el escribir. En cuanto abriera la puerta de su improvisado camerino, empezaría todo de nuevo. Lo que le gustaba y la ponía cachonda que te cagas. Su coño y su culo para todos los cualquiera de este mundo. Su boca para servir de receptáculo a esas mingas gordas como serpientes. Después de una hora de rodaje, una ducha, una buena limpieza bucal y aquí no ha pasado nada. Solange Reyes, la bomba asiático-mexicana, habría dejado un nuevo testimonio en los anales de la industria del porno. Con sólo abrir la puerta…
Dos golpes sonaron en ésta. El corazón de Solange dio un vuelco. Le habían arrancado con brusquedad palmaria de su mundo de sucias elucubraciones.
  –Solange, en un minuto rodamos –sonó al otro lado la voz de Jimmy Staunton, el director de la cinta.
–Ya voy –dijo ella.
Un tanga negro, unas mallas reticuladas del mismo color, un sujetador que más que sujetar aprisionaba sus tetas ampulosas. El pelo, negro con reflejos azulados, largo como una carretera, recién acabado de planchar. Los labios pintados de un rojo terciopelo. La sombra de ojos, perfilada de nuevo, inundando de oscuridad el contorno de su mirada. Era su trabajo, y abrió la puerta. Tenía que cumplir, para eso era generosamente pagada. Sus películas eran más vistas que cualquiera que las que Hollywood producía; sólo que no las estrenaban en pantalla grande, sino en DVDs no muy caros, y poco después aparecían colgadas en perturbadoras páginas de Internet.
El rodaje fue más de lo mismo. Las perversiones sexuales llevadas a la enésima potencia. Dos maromos del montón repartiéndose los encantos de su cuerpo. Dos pollas intentando hacer en su boca una doble penetración, casi rasgándole las comisuras de los labios. Tan asqueroso y estimulante como todas las cintas porno que se han rodado y aún se rodarán.
–Solange, estate preparada –le dijo Jimmy al final del rodaje, dándole la última calada al porro que había estado fumando–. Recuerda que pasado mañana volvemos a rodar. Se trata de una sesión de sexo anal, mírate el guión. Así que no comas demasiado mañana.
–Ok.
Mírate el guión, mírate el guión… ¿Guión para qué?... Por muy acostumbrada que estuviera, las penetraciones anales la hacían sentirse ultrajada. Hubiera preferido seguir chupándosela a un mismo tiempo a dos sementales hormonados, en lugar de que se la metieran por detrás. A veces las embestidas eran tan vehementes, que acababa sangrando, y eso la hacía sentirse desgarrada por dentro durante varios días. El culo es para cagar y no para cosechar migajas de placer. ¿Acaso los tíos sentían más afirmado su instinto dominante metiéndosela a una mujer por detrás? A ella le gustaba que la follaran, ¿para qué iba a negarlo? Estaba en este trabajo por devoción y por lo bien que lo pagaban, no era prostitución en el sentido estricto de la palabra, nadie la obligaba a ello, no había razón para sentirse vejada: ella tenía algo que ofrecer, y era bien pagada por ello. Pero eso de que te la clavaran por detrás...
Esa noche no pudo conciliar el sueño. Tal vez se debiera a la opípara cena de hamburguesas, nuggets de pollo, guisantes rehogados con jamón y patatas fritas que se había preparado ante la perspectiva de pasar a dieta todo el día siguiente. Las tripas tenían que estar limpias para el sexo anal.  Quizá por eso no dormía. Le entraban escalofríos sólo de imaginarlo. Además su partenaire iba a ser Rick Williams, un negrata con una minga que parecía el mango de un hacha, toda ella desgarrándole el recto. ¿Cómo quedaría tras la sesión de rodaje? Sangre y dolor. Cada vez se sentía menos capaz de aguantar esos suplicios. Decían que era placentero, los gays principalmente, pero ella nunca había experimentado placer con eso, incluso cuando en escenas lésbicas su oponente le introducía penes de silicona blanda. La noche se le iba a hacer muy larga, y se presentaría al rodaje con unas horribles ojeras cercándole los ojos. Jimmy la regañaría por eso; la maquilladora tendría que hacer filigranas para que no se notara.
En estas reflexiones, la sorprendió el amanecer. Una nube de smog se cernía sobre los rascacielos de Los Ángeles. Solange se dio una ducha, masticó una rama de apio para calmar su voraz apetito mañanero, hizo gargarismos con el colutorio para asegurarse un aliento fresco y agradable, se vistió con parsimonia, y, suspirando, se dirigió al garaje de su bloque de apartamentos.
Los Ángeles tenían el tráfico siempre en hora punta. La casa donde se rodaban los vídeos estaba en West Covina, y eso suponía un viaje de casi cuarenta y cinco minutos. Se formaban atascos y retenciones cada dos por tres, y los mismos le daban ocasión de proseguir con sus reflexiones de la pasada madrugada.
El verano se acercaba, por lo que los cielos se veían poblados de golondrinas. Solange se recreaba en contemplarlas a través del parabrisas de su utilitario. Las golondrinas llevaban fragmentos de luz marina en el filo de sus alas, y sin duda eran portadoras de auspicios favorables. Solange, en mitad del atasco de tráfico, rememoró el sonido de las olas del Pacífico, los tranquilos pueblos costeros fundados por los españoles, las nubes que al atardecer se teñían de rojo con los reflejos del desierto de California… Hoy no tenía ninguna gana de que se la metieran por detrás.
Entonces la vista de las golondrinas acució a su mente para hacer una asociación inesperada… No muy lejos de esos lares, había un sitio que era conocido como la Ciudad de las Golondrinas. ¡San Juan Capistrano!, que albergaba los restos de una antigua misión española. Recordaba que le había encantado aquel pueblo risueño, aupado en colinas que se abrían al mar. Un buen lugar para vivir y envejecer. Si ella pudiera hacerlo…
¡Y lo hizo! Al menos comenzó a hacerlo. Dio un giro brusco al volante, y el coche enfiló el sentido opuesto a West Covina. Había decidido que hoy no se la meterían por el culo… y nunca más. Vamos, que sus días de estrella del porno habían pasado a la historia. Que se la metieran a Jimmy por donde más le amargara. Seguro que estaría llamándola insistentemente al móvil de ahí a poco menos de una hora. ¡Que te den, Jimmy! Búscate otra que se preste a las guarradas que salen de tu imaginación calenturienta, seguro que tienes una lista muy larga… ¡Yo me voy a San Juan Capistrano!

CONTINUARÁ…

Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).


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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena historia. No hay motivo de escándalo social, esto es algo corriente. EL apetito sexual está implantado en el ser humano como una necesidad más. Enhorabuena por el escrito, espero impaciente saber que le deparará a Solange Reyes el próximo capítulo. Un abrazo, amigo.

El jardinero de las nubes dijo...

Muchas gracias, valoro mucho tu opinión, quien quiera que seas. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Una sorpresa encontrarme este escrito, y mas al leer ciertos detalles. No imaginas que grato leerte... muy emocionada. Un beso.

El jardinero de las nubes dijo...

Gracias por tu comentario. Las golondrinas son ángeles que anuncian el verano, se van unas y regresan otras. Son como las esperanzas, algunas se pierden; otras nuevas se descubren. Dios es quien proporcional al final. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Aqui nuevamente en la relectura y sintiendome cerca de las nubes,al menos ese consuelo me queda. Tus escritos los disfruto es recorrer la estela que dejaste con ese sello tan tuyo.