domingo, 11 de diciembre de 2016

Saudade de Aldea del Rey (poema)


Cuando éramos niños
no decíamos:
¡Qué dicha tener un lugar
pequeño al que amar,
al que volver en todo momento,
en el que vivir cada estación
de la vida!

No conocíamos más
que Aldea del Rey,
y, aunque en la niñez
ocurriera,
ya en la mocedad
no había añoranzas de tardes
de playa ni de momentos
en las altas montañas.

Era un mundo
que todo lo tenía,
y lo que faltaba llegaba
en los renglones del viento,
libros que eran tan deleitables
de leer
en medio de los padecimientos
de la adolescencia.

 Y aquellas mañanas de domingo,
presagiadas entre la niebla
de diciembre,
las gentes yendo a misa
con la alegría en el corazón
del inminente advenimiento
de la Navidad;
nosotros no íbamos
a la iglesia de San Jorge Mártir,
pero la voz de la campana traía
un aliento de perdón.

Y había misterios de oraciones
en las ramas del eucalipto
de la fuente de la Higuera,
sacudidas por la primavera,
cuando nos encaramábamos
sobre el depósito de aguas.

Siempre en la lejanía,
la misma tonada se repite:
¡Dichoso el que conoció
una patria chica
donde intentara sembrar el corazón!

Venían las épocas del granar
de las espigas
y la gestación de los mostos
de la tierra agotada,
los cerros destilaban aceite
y el río Jabalón lamía los secarrales
con sus lenguas de plata.
Las estrellas del estío
parpadeaban desde la Antigüedad,
alumbrando

los sueños abandonados
en los caminos de La Mancha.

¡Cuánta alegría poder decirlo:
en algún momento tuvimos
una patria chica a la que amar!

Como una madre que amorosa
cierra sus brazos,
el camino siempre tendrá
un sentido de vuelta…
y unos ojos secos de lágrimas.

Parque de Gasset, Ciudad Real, domingo 11 de diciembre de 2016

Por Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes)



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