miércoles, 3 de junio de 2009

Rasguña las Piedras (X): Remembranzas


NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS NI A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES

Agradeciendo al doctor López Torrijos las atenciones sanitarias prestadas, Teobaldo Oesterheld se despidió y se encaminó al lugar de Plaza de Mayo donde se acumulaban las fotografías de los desaparecidos. El cielo se oscurecía con nubes de cementerio. Una idea pareció pasar por sus ojos, y enseguida la vio materializada en una serie de rostros… ¡Oesterheld, Héctor Germán Oesterheld! Escritor y guionista de ascendencia vasca y alemana, autor de la famosa historieta “El Eternauta”, desaparecido el 24 de abril de 1977 a la edad de 57 años, enfrentado al dolor de las desapariciones previas de sus hijas Beatriz Marta (19 años), Marina (20 años), Diana Irene (23 años), a las que posteriormente se sumaría su hija Estela Inés (25 años), cuando ya habían transcurrido más de seis meses desde la desaparición de su padre. Compartían el mismo apellido que Teobaldo, pero a éste no le constaba que les uniera ningún parentesco cercano. Localizó una fotografía donde aparecían sonrientes las cuatro hijas del famoso guionista, que desaparecieron como aniquiladas por la nieve fosforescente que diezmó el mundo salido de la imaginación de su padre, reflejado en los comics de “El Eternauta”. Había también una fotografía que se remontaba a 1952, en la que el prometedor guionista aparecía sosteniendo en su rodilla a su hija Estela Inés cuando era una bebita lindísima. Un padre que amaba, y una hija que crecía feliz bajo un sol de ilusiones… Y ahora no eran más que un manojo de imágenes estáticas, en medio de un trágico recuerdo.

Teobaldo Oesterheld, pese a tantos males como sus ojos habían presenciado, seguía creyendo en Dios. Se puso de rodillas, cruzó sus manos maltratadas y dejó que el silencio se volviera oración. Rezó por Héctor Germán Oesterheld y sus cuatro hijas; le pidió a Dios que se le llevara al lugar donde ellos estaban, a cambio de que esas sonrisas de las fotografías volvieran a iluminar el mundo del que se encontraban ausentes. Luego su mirada derivó a otra fotografía de una bella joven sentada en una mecedora, con las piernas cruzadas, al lado de unas flores gigantescas. En la leyenda que había por debajo figuraba:


Irene Bruschtein Bonaparte de Ginzberg

Desaparecida el 11 de Mayo de 1977 junto a su esposo Mario Ginzberg

Tenía 21 años

Fue secuestrada de su casa frente a sus dos hijos


Lágrimas de lluvia refrescaron el cielo de Buenos Aires. Todo el consuelo que a la tierra le es negado, el cielo lo brinda con harta generosidad. Las nubes son como efímeros clichés que prefiguran lo que una vez fue y ya está perdido…, lo que acabará siendo encontrado según las promesas de tiempos antiguos. Teobaldo Oesterheld, por más que interrogaba a los cielos, no le encontraba explicación. Quería dejar a un lado las oraciones prediseñadas y permitir que su corazón se explayara… ¿Por qué, Señor de los cielos (ya que no de la tierra), la hermosa juventud argentina hubo de ser barrida cual flor de un solo día? Otra vez la matanza de los inocentes, con unos Herodes aún más feroces. Y te lo digo yo, Teobaldo Oesterheld, despreciado por mí mismo y justificado por los que pasaron a mi lado: ¿Qué daño pudo obrar esta niña preciosa y todas las que la siguieron en su triste destino? Una madrecita tan joven como la que dio a luz al Niño Jesús. Dios de los cielos, el mal ha manchado las flores con gotas de sangre. Y los ojos de ella siguen mirándome, desde un lugar lejano de su esplendorosa juventud… No encuentro explicación y por ello me arrodillo ante vos, jovencita de la butaca y las flores del jardín de los gigantes.

Ahora sus ojos tropezaron con los ojos huidizos de un muchacho de larga melena y barba de apóstol. Jorge Manuel Díez Díaz, 26 años, ¡asesinado!, asesinado por la Policía de Córdoba junto a sus amigos Ana María Villanueva (23 años) y Carlos Delfín Oliva (20 años) el 2 de junio de 1976. Pobres jóvenes que no habían cometido más delito que el de pensar, tener ideas y militar en la JUP (Juventud Universitaria Peronista). La lluvia cayendo sobre sus fotografías plastificadas. El sentimental Jorge, la sonriente Ana y el inteligente Carlos. Ni el tiempo ni la lluvia conseguirían borrar tantas manchas de sangre.

A continuación, se le vino a los ojos el rostro de una joven bellísima, de nacionalidad francesa. Marianne Erize Tisseau, 22 años, desaparecida en San Juan el 15 de octubre de 1976. Nunca se destacó por pertenecer a ninguna asociación considerada subversiva; sólo estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Era tan bella y angelical que el teniente Jorge Antonio Olivera, comandante del Regimiento de Infantería de Montaña nº 22 con sede en San Juan, la tomó como objeto de sus caprichos y la sometió a tortura y la violó antes de matarla, barbarie de la que fue alardeando delante de sus subordinados. El matiz oscuro de la nube que espantaba la luz, dejó la mirada y el alma de Teobaldo Oesterheld abocadas a un profundo dolor regado por la indignación… Esa joven que merecía ser amada, esa estrella que no alcanzó a iluminar el firmamento. Consérvala en tu seno, Dios mío, ya que pasaron los años en que debiste haberme escuchado.

Ya llovía demasiado, y se vio obligado a ir en busca de refugio. Los últimos rostros que sus ojos verían por el momento: Oscar Luis Hodola (27 años) y Sirena Acuña (26 años), desaparecidos el 12 de mayo de 1977. Ambos casados y protagonistas de una bonita historia de amor. Él aparecía en la fotografía vestido de sotana, pues llegó a profesar como sacerdote. Pero al poco colgó los hábitos y se embarcó en arriesgadas luchas obreras. Se casó con una jovencita que conocía de siempre, la dulce y bella Sirena. Tuvieron un hijo, Pablo Marcelo, que con apenas dos años supo de la angustia de verse separado de sus padres la noche que varios encapuchados vinieron a por ellos. El niño lloraba al ver que golpeaban a sus padres con estudiada brutalidad. Uno de los encapuchados lo confió a una vecina cuando se llevaban a los detenidos. El crimen: el sueño que Oscar Luis alentaba sobre un mundo diferente y feliz para los sufridos obreros. El niño se quedó llorando, y aún seguía llorando con el paso de las horas… Llovía, llovía sobre Plaza de Mayo, y el sabor de la lluvia era el sabor de las lágrimas. Teobaldo Oesterheld dejó estallar su pesadumbre como el fragor de un trueno. Corrió a guarecerse de las aguas pluviales.


CONTINUARÁ...


El jardinero de las nubes.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Azul

Es realmente estremecedor pensar en todas esas almas que se marcharon de este mundo solo por pensar diferente, ser joven ...

Es demencial que aun hoy se siga pensando por desgracia de esa manera.

un saludo

lanochedemedianoche dijo...

Sí, es incomprensible y desgraciado lo que sucedió por aquellos años.

Besos

judith dijo...

que horripilante. pensar que esa trajedia ocurrio. tanta gente joven, y tanto sufrimiento. te seguire leyendo. un saludo muy grande.