NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS NI A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES
El furgón de los milicos no volvió a asomar por el cementerio. Llegó un tiempo tan hermoso que las flores se escapaban de las ramas de los árboles. Cayeron sobre los tablones de la fosa, y, al descomponerse, los mancharon de colores indelebles. Del cielo se desprendieron gotas de lluvia marina, y el viento furioso arrastró hasta allí hojas secas y polvo ardiente del verano. Jean Cornbutte no asomó por allí en mucho tiempo. Acaso dejó que transcurrieran dos o tres años. Aunque no era un anciano, su aspecto y sus movimientos denotaban una carencia total de vitalidad. Sólo salía del cementerio para efectuar las cuatro compras necesarias, y la gente cada vez se escandalizaba más al apreciar su desaliño, su larga cabellera cana y la expresión atorada de su semblante. Procuraba pasar el menor tiempo posible teniendo cerca alguna persona. Su corazón no olvidaba ni tampoco quería olvidar. Seguía vivo, pero nadie hubiera podido imaginar una vida más melancólica.
Ya había principiado la década de 1980 el día que notó la querencia de aproximarse de nuevo al lugar donde “ellos” debían reposar. La hierba crecía inculta en todo el paraje, y las ramas de los árboles extendían sus más tupidos cortinajes. La Naturaleza había enmascarado como por ensalmo la presencia de los tablones con una consistente cubierta de hierba y mantillo, en medio de la cual llevaban tiempo retoñando flores de escaramujo, cuyas rosadas corolas con irradiaciones blanquecinas semejaban corazones atravesados por caminos de lágrimas. Jean Cornbutte cayó de rodillas, casi involuntariamente. Donde antes la muerte estableciera su lúgubre reinado, ahora alentaba una primavera escondida. Flores, bellas flores de escaramujo, ¿podría haber imaginado algo mejor para lo irremediable? ¿Podrían colaborar sus manos en aquello que el abandono iniciara?
El tiempo se volvió de veras hermoso. Los jardineros del Parque Los Andes observaron un buen día que alguien estaba practicando rapiña en los arriates florales… Alguien se estaba llevando esquejes de capuchinas, dalias, natas caseras, hortensias, pensamientos, azaleas, crisantemos, bromelias, gerberas, clavellinas y girasoles ornamentales, por no enumerar la gran variedad de rosales que fueron hurtados. Jean Cornbutte quiso, mediante el auxilio de las flores, dar salida a los sentimientos que se removían en su corazón aletargado. Convirtió el calvero de la fosa común en un paraíso de flores, donde los pájaros cantaban himnos de paz y donde los rayos de sol se perfumaban con delicados efluvios vegetales. Jean Corbutte no permitía que ningún visitante se adentrara en ese rincón secreto.
En verdad, tras algunos años de ausencias forzadas, la gente comenzaba a hacerse notar en los senderos del Cementerio de la Chacarita; las tumbas abandonadas volvían a ser visitadas. La normalidad pugnaba por reinstaurarse. El fiasco de la Guerra de las Malvinas dejó muy maltrecho al gobierno de las juntas militares. Parecía que los horrores estaban tocando a su fin. Jean Cornbutte, ocupado en los cuidados florales, vivía al margen de un mundo que, de cualquiera de las maneras, le era completamente ajeno. Sus aspiraciones giraban en torno a la creación de belleza en el lugar donde la muerte tuviera el más terrible de los asientos. El tiempo ya no corría para él; sabía sobradamente lo único que la vida podía depararle.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
El furgón de los milicos no volvió a asomar por el cementerio. Llegó un tiempo tan hermoso que las flores se escapaban de las ramas de los árboles. Cayeron sobre los tablones de la fosa, y, al descomponerse, los mancharon de colores indelebles. Del cielo se desprendieron gotas de lluvia marina, y el viento furioso arrastró hasta allí hojas secas y polvo ardiente del verano. Jean Cornbutte no asomó por allí en mucho tiempo. Acaso dejó que transcurrieran dos o tres años. Aunque no era un anciano, su aspecto y sus movimientos denotaban una carencia total de vitalidad. Sólo salía del cementerio para efectuar las cuatro compras necesarias, y la gente cada vez se escandalizaba más al apreciar su desaliño, su larga cabellera cana y la expresión atorada de su semblante. Procuraba pasar el menor tiempo posible teniendo cerca alguna persona. Su corazón no olvidaba ni tampoco quería olvidar. Seguía vivo, pero nadie hubiera podido imaginar una vida más melancólica.
Ya había principiado la década de 1980 el día que notó la querencia de aproximarse de nuevo al lugar donde “ellos” debían reposar. La hierba crecía inculta en todo el paraje, y las ramas de los árboles extendían sus más tupidos cortinajes. La Naturaleza había enmascarado como por ensalmo la presencia de los tablones con una consistente cubierta de hierba y mantillo, en medio de la cual llevaban tiempo retoñando flores de escaramujo, cuyas rosadas corolas con irradiaciones blanquecinas semejaban corazones atravesados por caminos de lágrimas. Jean Cornbutte cayó de rodillas, casi involuntariamente. Donde antes la muerte estableciera su lúgubre reinado, ahora alentaba una primavera escondida. Flores, bellas flores de escaramujo, ¿podría haber imaginado algo mejor para lo irremediable? ¿Podrían colaborar sus manos en aquello que el abandono iniciara?
El tiempo se volvió de veras hermoso. Los jardineros del Parque Los Andes observaron un buen día que alguien estaba practicando rapiña en los arriates florales… Alguien se estaba llevando esquejes de capuchinas, dalias, natas caseras, hortensias, pensamientos, azaleas, crisantemos, bromelias, gerberas, clavellinas y girasoles ornamentales, por no enumerar la gran variedad de rosales que fueron hurtados. Jean Cornbutte quiso, mediante el auxilio de las flores, dar salida a los sentimientos que se removían en su corazón aletargado. Convirtió el calvero de la fosa común en un paraíso de flores, donde los pájaros cantaban himnos de paz y donde los rayos de sol se perfumaban con delicados efluvios vegetales. Jean Corbutte no permitía que ningún visitante se adentrara en ese rincón secreto.
En verdad, tras algunos años de ausencias forzadas, la gente comenzaba a hacerse notar en los senderos del Cementerio de la Chacarita; las tumbas abandonadas volvían a ser visitadas. La normalidad pugnaba por reinstaurarse. El fiasco de la Guerra de las Malvinas dejó muy maltrecho al gobierno de las juntas militares. Parecía que los horrores estaban tocando a su fin. Jean Cornbutte, ocupado en los cuidados florales, vivía al margen de un mundo que, de cualquiera de las maneras, le era completamente ajeno. Sus aspiraciones giraban en torno a la creación de belleza en el lugar donde la muerte tuviera el más terrible de los asientos. El tiempo ya no corría para él; sabía sobradamente lo único que la vida podía depararle.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
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Pasa este osito a las personas qe quieres muchisimo y no quieres que cambien nunca. (espero recibir el osito).
Si recibes entre 2-4 ositos te quieren
Si recibes entre 4-8 ositos te quieren mucho
Si recibes entre 8-10 ositos te quieren muchiiiisimo
Espero qe yo sea una de ellas!!
de verdad amigo. que triste vida. debe ser horrible vivir lo que le toco ese pobre hombre, y ver la belleza ante tanta tristeza. un abrazo bien grande desde la lejania. judith
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