sábado, 7 de febrero de 2009

Sombras en Cornualles (IV): La nueva vida de Paul Braun

Empecé a saber lo que era convertirse en un ser solitario y silencioso. La atención de mi familia estaba centrada en la reforma de Dawning House, en tanto que mi propia atención revertía a los alrededores de la mansión. La salud de mi madre, cosa increíble por cierto, mejoraba de día en día, lo cual me permitía explayar libremente mis fantasías en medio de las románticas excursiones que cada día emprendía por los parajes de las inmediaciones. Reconocí el litoral rocoso de Cornualles, y admiré las olas invencibles que se levantaban con las galernas del invierno. Seguí en la distancia las tareas de los pescadores en sus ridículas embarcaciones. Incluso trabé conocimiento con algunos de ellos: Han Stickwell, Liam Austin, George Greenpath, Fred Adler... Conocí por ende a Frances Miller, una sexagenaria de espalda jorobada que recogía en los bajíos lapas y almejas en el transcurso de las mareas bajas. No obstante, siempre que las circunstancias me eran propicias, me apartaba del trato humano; me sentía terriblemente solo con mis semejantes. A este tenor, las aves marinas eran las únicas criaturas de Dios que saciaban mis deseos de compañía.

Las nieblas y los fríos del invierno dieron paso a una época en la que se insinuaban en los páramos baldíos humildes briznas de hierba; una época en la que el ganado mugía más jocundo y en la que el mar se lavó la cara al mismo tiempo que los cielos. Bandadas de gansos y golondrinas regresaban por el Sur de su destierro estacional. Las reformas de la mansión progresaban a un ritmo muy rápido, y todos estábamos contentos y animosos.

-No te distancies de nosotros -me advirtió mi padre en una ocasión en que estaba eligiendo el empapelado para una alcoba.

-¿Por qué piensas que me estoy distanciando?

Mi padre pasó cinco o seis páginas del catálogo antes de responderme:

-Tu pasión por los pájaros te está llevando a olvidarte de la existencia de la especie humana.

Sin poder evitarlo, me puse muy triste. Busqué el lado más sombrío de la estancia para ocultar la alteración de mi rostro.

-Quiero ser un buen ornitólogo -aseveré seguidamente con voz menguada.

-Hijo mío, es una gran cosa tener una vocación firmemente arraigada. Empero, toda dedicación que resulte excesiva conduce sin remedio a un estado cercano a la destrucción, primero moral y después física. Tienes que intentar no convertirte en un esclavo de tus propios gustos. Disfruta de todo con moderación, y la tuya será una vida dichosa. Por pretender ser un buen ornitólogo, no has de sucumbir a la tentación de apartarte del trato humano. Ten amigos y no rehuyas el contacto de tu familia. No dudes que el secreto de la felicidad reside en apreciar el valor de la moderación.

Después de este improvisado sermón, mi padre siguió consultando el catálogo como si tal cosa. En cuanto a mí, me aparté de la zona en sombras y procuré otorgar a mi fisonomía una apariencia menos dramática.

Aquella tarde no tuve prisa por marcharme a los bajíos. Disfruté de una agradable hora de charla al lado de mi madre y mi hermana, y luego, tan pronto percibí en el litoral el suave contacto de la brisa tardía, acaricié en mi interior un sentimiento bastante aproximado a la idea que mi padre me había dado de la felicidad.

Las gaviotas y cormoranes cabalgaban sobre las crestas de las olas, y yo no dejaba de observar sus evoluciones a través de mi catalejo. Traté de dibujarlas en mi cuaderno de campo lo mejor que sabía, mas hube de concluir que mi educación artística dejaba bastante que desear. A este tenor, mi padre me había comunicado con anterioridad su intención de llevarme ese otoño a un internado de Bristol para completar mis estudios. Le habían llegado muy buenas referencias de tal institución, y ya era hora de culminar la labor de aprendizaje que dejé inconclusa en Italia. Desde muy joven yo dominaba el inglés tan bien como el italiano, y esperaba que mi adaptación al nuevo sistema escolar se verificara sin bruscas transiciones.

CONTINUARÁ...

El jardinero de las nubes.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que imagenes tan bonitas,muy relajante adentrarse en tus relatos,de verdad parece que los vives como si estuvieses presente.
Un abrazo,amigo jardinero.
FLOR.

lanochedemedianoche dijo...

El mar fuerza misteriosa y subyugante, al leerte cobra vida este hermoso relato.

Besos

judith dijo...

de verdad muy lindo. No hay como el mar. Si te elevas muy alto puedes descubrir tantas cosas sublimes, yo mismo la he experimentado. Me hiciste recordar mis visitas a la playa y todos los animales que habitan en el. En mi tierra, en mi infancia me encantaba ver en el malecon como los pelicanos cazaban a los peces. Es todo un deleite, y tu me hiciste recordalo. un abrazo.