Pese a todo, hubo alguien a quien su temperamental furor le llevó a intentar acciones diferentes a la de quedarse contemplando como un lerdo la expansión del betún por todo el litoral de la bahía. El hombre en cuestión se llamaba Jack Stormfield, y era un tipo montañoso en toda la acepción de la palabra. Su inusual estatura me hacía pensar en la del gigante Goliat. Pescaba siempre en solitario, y los músculos de sus brazos estaban duros como piedras de tanta costumbre como tenía de remar en medio del mar embravecido. Su pelo ostentaba un rabioso color zanahoria, y sus ojos tenían un casual color azul en medio de su piel enrojecida y sembrada de pecas oscuras. A Jack le gustaba hablar con mesura, mas no por ello era proclive a la soledad; en cuanto terminaba su jornada de pesca, solía encaminarse al único figón de Dawning para rodearse de calor humano.
Ahora, ante la catástrofe que nos asediaba, Jack carraspeó, y, rompiendo el silencio de sus convecinos, acertó a decir lo siguiente:
-Tenemos que impedir que esa mancha negra se extienda.
-Eso es una pretensión imposible -objetó con evidente desánimo el hombre que estaba a su lado.
-Quizá haya un modo de taponar el pozo de betún -siguió discurriendo el intrépido Jack.
-Si encuentras el tapón adecuado, no te digo que no -añadió su interlocutor.
Recuerdo que lo que Jack hizo a continuación distrajo la atención de la muchedumbre del espectáculo ofrecido por el avance de la marea negra. Sin pararse en ningún tipo de consideraciones, Jack se encaminó a través de un abrupto sendero practicado en el acantilado hasta la gruta de Darkmirror. Como viera que allí se alzaba un heterogéneo grupo de peñascos, a los que los continuos embates de las olas habían terminado por arrancar de su asiento en la roca firme, creyó que tal vez ahí radicaba la solución del problema.
En la aldea de Dawning era legendaria la fuerza de los brazos de Jack Stormfield, pero la fama de la misma alcanzó su culminación cuando le vimos levantar uno de aquellos pesados peñascos sin aparente esfuerzo. A continuación tuvo que girarse en redondo, cosa que llevó a cabo con extrema lentitud y cautela. Su rostro se puso colorado como una cereza y gruesos goterones de sudor resbalaban por sus sienes rubicundas. Resollando como una fiera herida, inició unos dificultosos pasos en sentido a la gruta. El betún seguía brotando furiosamente, y enseguida convirtió el conjunto de Jack y el peñasco en una informe masa de color chocolate.
Todos contuvimos la respiración al ver que Jack había desaparecido por la abertura de la cueva... Al poco el betún dejó de fluir. La catástrofe había sido abortada en su foco de origen.
En cuanto Jack salió al exterior, fue recibido con una estentórea salve de aplausos y ovaciones diversas. El héroe estaba irreconocible con la gruesa capa oleaginosa que encubría sus facciones. Por cuanto se encontrara al límite de sus fuerzas, acabó trastabillando y cayendo sobre el inmediato lecho rocoso.
Al momento acudieron unos cuantos hombres a socorrerle.
Jack se había hecho acreedor al respeto y a la gratitud de sus convecinos. No obstante, el mal que el betún había provocado era de considerables proporciones; el agua, las playas y los roquedales estaban entregados a los efectos de una descomunal contaminación.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
Ahora, ante la catástrofe que nos asediaba, Jack carraspeó, y, rompiendo el silencio de sus convecinos, acertó a decir lo siguiente:
-Tenemos que impedir que esa mancha negra se extienda.
-Eso es una pretensión imposible -objetó con evidente desánimo el hombre que estaba a su lado.
-Quizá haya un modo de taponar el pozo de betún -siguió discurriendo el intrépido Jack.
-Si encuentras el tapón adecuado, no te digo que no -añadió su interlocutor.
Recuerdo que lo que Jack hizo a continuación distrajo la atención de la muchedumbre del espectáculo ofrecido por el avance de la marea negra. Sin pararse en ningún tipo de consideraciones, Jack se encaminó a través de un abrupto sendero practicado en el acantilado hasta la gruta de Darkmirror. Como viera que allí se alzaba un heterogéneo grupo de peñascos, a los que los continuos embates de las olas habían terminado por arrancar de su asiento en la roca firme, creyó que tal vez ahí radicaba la solución del problema.
En la aldea de Dawning era legendaria la fuerza de los brazos de Jack Stormfield, pero la fama de la misma alcanzó su culminación cuando le vimos levantar uno de aquellos pesados peñascos sin aparente esfuerzo. A continuación tuvo que girarse en redondo, cosa que llevó a cabo con extrema lentitud y cautela. Su rostro se puso colorado como una cereza y gruesos goterones de sudor resbalaban por sus sienes rubicundas. Resollando como una fiera herida, inició unos dificultosos pasos en sentido a la gruta. El betún seguía brotando furiosamente, y enseguida convirtió el conjunto de Jack y el peñasco en una informe masa de color chocolate.
Todos contuvimos la respiración al ver que Jack había desaparecido por la abertura de la cueva... Al poco el betún dejó de fluir. La catástrofe había sido abortada en su foco de origen.
En cuanto Jack salió al exterior, fue recibido con una estentórea salve de aplausos y ovaciones diversas. El héroe estaba irreconocible con la gruesa capa oleaginosa que encubría sus facciones. Por cuanto se encontrara al límite de sus fuerzas, acabó trastabillando y cayendo sobre el inmediato lecho rocoso.
Al momento acudieron unos cuantos hombres a socorrerle.
Jack se había hecho acreedor al respeto y a la gratitud de sus convecinos. No obstante, el mal que el betún había provocado era de considerables proporciones; el agua, las playas y los roquedales estaban entregados a los efectos de una descomunal contaminación.
CONTINUARÁ…
El jardinero de las nubes.
2 comentarios:
siempre hay alguien que es decidido y es man sensible en resolver situaciones que afectan a toda la comunidad y al medio natural. Gracias a Dios en tu relato se refleja este hecho. Siempre lo he pensado. Tenemos que ser protagonistas de los cambios que afectan nuestro medio natural, y tratar de cambiarlos. Es algo que nos afecta a todos.
Qué bueno que así pasara, un milagro de voluntad y tesón la de este hombre que no dudo, y así pudo llevar un poco de tranquilidad a los vecinos. Muy buen relato.
Besos
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