lunes, 1 de junio de 2009

Rasguña las Piedras (VIII): Enamorados


NO RECOMIENDO SU LECTURA A MENORES DE 18 AÑOS NI A PERSONAS FÁCILMENTE IMPRESIONABLES

-Te vas a desollar los dedos si persistes en tu manía de rascar ese hormigón –le dijo a Teobaldo Oesterheld un médico que fue represaliado en la ESMA (por el mismísimo Pittana) y que milagrosamente vivió para contarlo; su nombre era Mauricio Alejandro López Torrijos.

Teobaldo Oesterheld emitió una sonrisa de circunstancias. Habían transcurrido diez años y el dolor del alma, más acerbo que el de sus dedos tumefactos, no había remitido en absoluto. El doctor López Torrijos le hizo una cura, sin confiar en que el antiguo carcelero dejara de practicar su vesánica costumbre.

-¿Cómo saliste de la ESMA? –le preguntó Teobaldo Oesterheld.

-No pudieron demostrar que mis servicios en las barriadas pobres de Buenos Aires tuvieran carácter subversivo… Tras hacerme pasar incontables calamidades, tras presenciar en la ESMA cosas más allá de lo que se dice inhumano, finalmente me pasaron al PEN.

El “pasar al PEN (Poder Ejecutivo Nacional)” era en aquellos tiempos de tragedia como un pasaporte a la vida, la única forma de que los detenidos por el Proceso de Reorganización Nacional adquirieran entidad legal para, al cabo de cierto período burocrático, acabar siendo puestos en libertad.

Teobaldo Oesterheld nunca podría olvidar el día en que se decidió que Pablo Díaz pasara al PEN. Era la Nochevieja de 1976. Se hizo la alegría unánime en las dos galerías de calabozos del Pozo de Banfield. Nació la esperanza de que todos los detenidos pasaran al PEN al final de semejante Via Crucis. Llovieron las despedidas emocionadas sobre Pablo Díaz. Y Pablo Díaz repartió esperanzas para todos. Fue un día hermoso en mitad de ese infierno, signado por el hecho de que Teobaldo Oesterheld era el único carcelero de guardia.

-Por favor, buen amigo, no puedo irme sin ver a Claudia –le suplicó Pablo Díaz.

-Es que si me cogen me van a escabechar, ¿comprendés?

-Ella es toda mi vida… La amo… ¿Vos no comprendés?

Perplejo y conmovido, Teobaldo Oesterheld se saltó una vez más las reglas. Introdujo a Pablo en el calabozo de la dulce jovencita. Su corazón se hizo pura emoción al escuchar al otro lado de la puerta las últimas confidencias de los dos enamorados.

-No puedo darte nada, Pablo… Me destrozaron por dentro en la tortura, me forzaron esos cerdos por delante y por detrás… ¿Qué podés esperar de mí? –balbuceaba Claudia, con la voz impregnada de llanto.

-¡No pensés así, che!... Podés dármelo todo… Sólo estar con vos representa mi mayor felicidad –decía Pablo, feliz y dominado por la esperanza-. Todos van a salir… Volveremos a estar juntos… Le diremos a Panchito que nos prepare otro de sus sabrosos panchos… Seremos novios… Volveremos a ser libres… Claudia, mi flaquita linda, te amo.

-¡Oh, Pablo! ¿Con quién voy a hablar ahora?

Durante unos segundos, el silencio se adueñó hasta del mismo aire respirado. Teobaldo Oesterheld se retorcía las manos. Recordaba el día de Navidad, cuando le pidió a los detenidos que tuvieran un recuerdo para sus familias en tan señalada fecha; pero en el Pozo de Banfield no había apenas lugar para celebraciones y buenos deseos. Le conmovía apreciar que, cuando menos, la lobreguez circundante no había podido aniquilar el germen del amor que se profesaban los dos jóvenes. Le dio como un vahído, y tuvo que buscar el apoyo de la pared inmediata para no caer al suelo.

-Pablo, nosotros no vamos a salir –manifestó Claudia en mitad de su dolor y su sentimiento amoroso-. ¡Estamos muertos!

-¡No digás eso, che! –la atajó Pablo-. No debemos perder la esperanza.

-Pablo, todos los finales de año levantá la copa por nosotros.

En ese instante, entraba en el calabozo Teobaldo Oesterheld. En sus ojos brillaban lágrimas.

-Vamos, pibe, tenés que irte ya.

La despedida se hizo un estallido de dolor. Fue en extremo difícil separar las manos de los dos enamorados. El grito de Claudia barrió todo ese antro de mugre y oscuridad.

-¡Pabloooooooooo!

Y las voces de los demás chicos fueron convocadas a unirse a la despedida a su querido amigo.

-¡Chau, Pablo!

-¡No nos olvidés!

-Pablo… -musitó una voz en el silencio de las sombras.

-¡Cuídense todos mucho! –dijo Pablo con un nudo en la garganta-. ¡Todos van a salir de aquí! ¡Muy pronto, muy pronto!

CONTINUARÁ…

El jardinero de las nubes.

4 comentarios:

judith dijo...

todo esto dan ganas de llorar!!pobres chicos y en la plenitud de la vida. de verdad maravilloso como lo has narrado todo. un gran abrazo desde la distancia. judith

Martha Jacqueline Iglesias Herrera dijo...

Hola amigo:

La semana pasada guardé los posts anteriores y los leí con detenimiento, estuve varios días sin conexión de internet.
Sigo tu historia, esta de los Enamorados llega al alma.
Un abrazo
Bye bye

lanochedemedianoche dijo...

Yo, que casi todo lo se, lo presiento, lo siento, lo viví, sigo impresionándome con este relato que describes así tan crudamente, tal cual fue, y me duele amigo jardinero.

Besos

Terechuli dijo...

¡Qué bien documentado está todo el relato! Si no supiera de donde procedes, pensaría que eres argentino, porteño, pampeano, patagónico, chaqueño, cuyano...
¡Has empleado incluso el registro!
Me asombra gratamente.